Kim Robinson - Marte rojo

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Siglo XXI. Durante eones, las tormentas de arena han barrido el estéril y desolado paisaje del planeta rojo. Ahora, en el año 2026, cien colonos, cincuenta mujeres y cincuenta hombres, viajan a Marte para dominar ese clima hostil. Tienen como misión la terraformación de Marte, y como lema: “Si el hombre no se puede adaptar a Marte, hay que adaptar Marte al hombre”. Espejos en órbita reflejarán la luz sobre la superficie del planeta. En las capas polares se esparcirá un polvo negro que fundirá el hielo. Y grandes túneles, de kilómetros de profundidad, atravesarán el manto marciano para dar salida a gases calientes. En este escenario épico, habrá amores y amistades y rivalidades, pues algunos lucharán hasta la muerte para evitar que el planeta rojo cambie.

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Una ráfaga fuerte lo derribaría. Rió. Algunos de los bailarines cantaban por la frecuencia común, los habituales aullidos en cuarto de tono, punteados por gritos y roncas respiraciones rítmicas, y la frase «Ana el-Haqq, ana el-Haqq». Yo soy Dios, tradujo alguien, Yo soy Dios. Una herejía sufí. El propósito de la danza era hipnotizar… John sabía que había otros cultos musulmanes que empleaban la autoflagelación. Era mejor dar vueltas; bailó, se unió al cántico en la frecuencia común y lo amplió con su propia respiración acelerada, y con gruñidos y balbuceos. Luego, sin pensarlo, comenzó a añadir a la ola de sonido los nombres de Marte, musitados al ritmo del cántico tal como él lo entendía. «Al-Qahira, Ares, Auqakuh, Bahram. Harmakhis, Hrad, Huo Hsing, Kasei. Ma’adim, Maja, Mamers, Mángala. Nirgal, Shalbatanu, Simud y Tiu» Había memorizado la lista años atrás, como una especie de truco; ahora lo sorprendió descubrir el excelente cántico que era, cómo le fluía de la boca y lo ayudaba a estabilizarse. Los otros bailarines se reían de él, pero sin mala intención, parecían complacidos. Se sentía ebrio, todo su cuerpo vibraba. Repitió y repitió la letanía, después pasó a repetir el nombre árabe, una y otra vez: «Al-Qahira, Al-Qahira, Al-Qahira». Y luego, al recordar lo que le había dicho una de las voces traductoras, «Ana el-Haqq, ana Al-Qahira, Ana el-Haqq, ana Al-Qahira». Yo soy Dios, Yo soy Marte, Yo soy Dios… Los otros rápidamente se unieron a él en ese cántico, lo elevaron a una canción salvaje, y en el destello de los visores en rotación vislumbró unas caras sonrientes.

Ciertamente giraban bien; remolineaban y los dedos extendidos cortaban en arabescos las ráfagas de polvo rojo, y ahora lo tocaron con las yemas de los dedos, lo guiaron e incluso introdujeron sus torpes vueltas en la coreografía común. Gritó los nombres del planeta y ellos los repitieron, invocación y respuesta. Entonaron los nombres, en árabe, sánscrito, inca, todos los nombres de Marte, mezclados en una sopa de sílabas, creando una música polifónica que era hermosa y estremecedora, pues los nombres de Marte provenían de tiempos en que las palabras sonaban de un modo extraño y los nombres tenían poder: podía oírlo cuando los cantaba. Voy a vivir mil años, pensó.

Cuando al fin dejó de bailar y se sentó a mirar, comenzó a sentirse mareado. El mundo daba vueltas, y le pareció que su oído medio giraba como una bola de ruleta. La escena palpitó ante él, no podía distinguir si se trataba del polvo que se arremolinaba o de algo interior, pero fuera lo que fuese, los ojos se le desorbitaron ante lo que veía: ¿derviches giróvagos en Marte? Bueno, en el mundo musulmán eran una especie de descarriados con una tendencia ecuménica rara en el islam. Y también científicos. De modo que quizá ellos lo guiaran camino del islam, su tanqat; y las ceremonias de derviches tal vez pudieran introducirse en la areofanía, como durante el cántico. Se puso de pie, tambaleándose; y de pronto comprendió que uno no tenía que inventarlo todo a partir de cero, que era cuestión de hacer algo nuevo sintetizando todo lo que había sido bueno hasta entonces. «El amor estremeció la cuerda del amor en mi laúd…»

Estaba demasiado mareado. Los otros se reían de él y lo sostenían. Habló con ellos como siempre, con la esperanza de que lo entendieran.

—Estoy mareado. Creo que voy a vomitar. Pero tienen que decirme por qué no podemos dejar atrás todo el triste bagaje terrano. Por qué no podemos inventar juntos una nueva religión. ¡El culto de Al-Qahira, Mángala, Kasei! —Rieron y lo llevaron a hombros de regreso al refugio.— Hablo en serio —dijo, mientras el mundo daba vueltas—. Quiero que lo hagan, quiero que la danza sea parte de esa religión; ya se sabe quién tendrá que diseñarla. Ya lo están haciendo.

Pero vomitar en un casco era peligroso, y ellos se rieron de él y lo metieron deprisa en el habitat de piedra aplastada. Allí, mientras vomitaba, una mujer le sostuvo la cabeza, y en un musical inglés continental le dijo:

—El Rey pidió a sus sabios una única cosa que lo hiciera feliz cuando estuviera triste, pero triste cuando estuviera feliz. Los sabios se reunieron y regresaron con un anillo que tenía grabado un mensaje: «Esto También Pasará».

—Directo a los recicladores —dijo Boone. Se tumbó de espaldas y todo le dio vueltas. Era una sensación horrible; el sólo quería estar tendido e inmóvil—. Pero ¿qué andan buscando? ¿Por qué están en Marte? Tienen que decirme qué buscan aquí.

Lo llevaron al cuarto común y sacaron tazas, y una tetera con té aromático. Aún se sentía como si estuviera dando vueltas y las ráfagas de polvo que batían las ventanas cristalinas no lo ayudaban mucho.

Una de las mujeres mayores tomó la tetera y llenó la taza de John. Volvió a dejarla donde estaba e hizo un gesto: «Ahora tú llena la mía». John así lo hizo, vacilante, y luego la tetera recorrió el cuarto. Cada uno llenó la taza de otro.

—Empezamos todas las comidas así —dijo la mujer mayor—. Es una pequeña señal de que estamos juntos. Hemos estudiado las viejas culturas, antes de que vuestro mercado global lo envolviera todo en una red: en aquellas épocas había muchas formas de intercambio. Algunas consistían en regalar cosas. Verás, todos tenemos un regalo que nos fue dado por el universo. Y todos nosotros con cada aliento devolvemos algo a cambio.

—Como la ecuación de la eficacia ecológica —dijo John.

—Tal vez. En cualquier caso, surgieron culturas enteras alrededor del concepto del don, en Malasia, en el noroeste americano, en muchas culturas primitivas. En Arabia dábamos agua o café. Comida y albergue. Y todo lo que te era dado no pretendías retenerlo, sino darlo a tu vez, si era posible con intereses. Trabajabas para dar más de lo que habías recibido. Quizá ésta podría ser la base de una economía reverente.

—¡Es lo mismo que dijeron Vlad y Úrsula!

—Tal vez.

El té ayudó. Después de un rato recobró el equilibrio. Hablaron de otras cosas, de la gran tormenta, del gran zócalo compacto en que vivían. Aquella noche preguntó si habían oído hablar del Coyote, pero le dijeron que no. Conocían historias acerca de una criatura que ellos llamaban «el oculto», el último superviviente de una antigua raza de marcianos, una cosa marchita que vagaba por el planeta y ayudaba a los peregrinos, rovers y asentamientos en peligro. Había sido avistado en el puesto de agua en Chasma Borealis el año anterior, durante un desprendimiento de hielo y el subsiguiente corte de energía.

—¿No se trata del Gran Hombre? —preguntó John.

—No, no. El Gran Hombre es grande. El oculto es como nosotros. Los hermanos del oculto eran súbditos del Gran Hombre.

—Comprendo.

Pero en realidad no comprendía, no del todo. Si el Gran Hombre era el mismo Marte, quizá la historia del oculto había sido inspirada por Hiroko. Imposible saberlo. Necesitaba a un folklorista, o a un especialista en mitos, alguien que pudiera decirle cómo nacían las historias; pero sólo contaba con estos sufíes, sonrientes y extraños, ellos mismos criaturas de fábula. Sus conciudadanos en esta nueva tierra. Tuvo que reírse. Se rieron con él y lo llevaron a la cama.

—Antes de dormir decimos una plegaria del poeta persa Rumi Jalaluddin —le dijo la mujer mayor, y la recitó:

Morí como mineral y me convertí en planta,
morí como planta y me levanté como animal.
Morí como animal y fui humano.
¿Por qué temer? ¿Cuándo fui menos al morir?
Pero una vez más moriré humano,
para elevarme con los ángeles.
Y cuando sacrifique mi alma de ángel
seré el que ninguna mente ha concebido.

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