John Darnton - Ánima
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Pero los avances deben llegar en el momento adecuado. Si te mueves demasiado pronto pones en peligro todo el proceso. Todo general sabe eso: mantén tu batallón agrupado y no te alejes demasiado de tus líneas de abastecimiento. O te arriesgas a ser derrotado.
Toda esta publicidad que se ha generado alrededor de las células madre ha suscitado enormes expectativas. Pero se encuentran muy lejos de nosotros. Su potencial está a años luz del estado actual de las investigaciones. Podemos soñar con estas cosas, pero aún no podemos llevarlas a cabo. Christopher Reeve no volverá a caminar dentro de poco tiempo. Y la gente seguirá contrayendo la enfermedad de Alzheimer y perdiendo lentamente su capacidad racional.
Hizo una pausa y miró su taza, luego continuó. – ¿Sabe?, yo realizo numerosas giras de conferencias y hablo mucho acerca de las células madre. ¿Y sabe cuál es la pregunta que me hacen con mayor frecuencia?
Ella negó con la cabeza.
– Cuando acaba la conferencia, un hombre se acerca al estrado, a veces más de uno, y titubea unos momentos antes de formular la pregunta que tiene en mente. Me pregunta si puedo usar las células madre para conseguir que tenga un pene más grande. Y, en ocasiones, es una mujer quien lo desea. -Hizo un leve suspiro-. Eso es lo que el público piensa de todos nuestros grandes avances. Eso y si estamos matando bebés para conseguir tejido fetal de los cadáveres.
– ¿De modo que cree que es demasiado prematuro? ¿No cree que Saramaggio tenga muchas posibilidades de éxito?
– Yo no he dicho eso. No me gusta criticar a un colega cirujano, especialmente a uno tan famoso como él. ¡Pero reconstruir un cerebro! ¡Qué arrogancia! Aún no somos capaces de construir un nuevo hígado, un corazón o un riñón, y mucho menos un cerebro. Quiero decir, ¿sabe de cuántas neuronas estamos hablando? -La miró y se interrumpió, ligeramente turbado-. Lo siento, por supuesto que lo sabe.
Se levantó del sillón para disimular su incomodidad y comenzó a pasear por el estrecho espacio. Era un hombre más pequeño de lo que ella esperaba.
– Bien, tal como siempre les digo a mis pacientes, si estamos hablando de todo el sistema nervioso de un ser humano, entonces se trata de alrededor de cuatro billones de neuronas. ¿Se da cuenta de que es aproximadamente el mismo número de estrellas que hay en el cielo? Ella lo miró con una expresión de escepticismo dibujada en el rostro.
– Bueno, tal vez no exactamente. Nadie sabe cuántas estrellas hay. Pero sirve para ilustrar lo que pretendo decir, y mis pacientes captan la idea. Un ser humano es tan complejo como el universo entero. Cada neurona se halla conectada a aproximadamente otro centenar de ellas. Esos largos senderos que recorren toda la columna vertebral ya están formados en el embrión. Si una neurona no se conecta a la neurona adecuada, muere, y siguen muriendo hasta que finalmente se establece la conexión correcta y dos de ellas consiguen sobrevivir. Están separadas por un micromilímetro, luego crecen, se estiran con la expansión del cerebro. A medida que el niño crece, ellas también lo hacen. ¿Cómo se puede conseguir eso con un muchacho de trece años? Ya es un ser humano casi totalmente desarrollado. Su cerebro se halla completamente desplegado. Como usted bien sabe, lo que cuenta es el modelo de conectividad. Todas esas conexiones que se producen alrededor de la corteza cerebral nos proporcionan nuestros recuerdos, conforman nuestras personalidades, hacen que nos enamoremos… son aprendidas. Se trata de caminos que se forman con el tiempo, por hábito. ¿Por qué una neurona se conecta con una segunda neurona y no con las noventa y nueve restantes? Hábito, eso es todo. Sucedió la última vez, de modo que es probable que vuelva a suceder. La misma sinapsis se activó antes, de modo que es probable que se vuelva a activar. Es un camino en el sentido literal del término, gastado por el uso, del mismo modo que un sendero enlodado a través de un prado. ¿Qué ocurre entonces? Tienes diez mil de esas neuronas activándose como lo hicieron la última vez y puedes levantar la cuchara. Tienes cientos de millones de ellas, miles de millones de ellas, siguiendo alguna clase de pauta absurda y consigues un ser humano completo. Es tan simple como eso… y a la vez tan complicado.
De modo que explíqueme una cosa: aunque Saramaggio sea capaz, de alguna manera, de volver a implantar todas esas neuronas, ¿cómo va a reproducir las conexiones?
– Mediante un ordenador. Ha conseguido una simulación de gran parte de la actividad cerebral utilizando un ordenador.
– ¿Y qué me dice de la parte del cerebro que resultó dañada? ¿Cómo puede simular eso el ordenador? ¿Acaso cree usted que si, al finalizar todo este proceso, surge una persona real, existe la más remota posibilidad de que guarde algún parecido con el chico que era… en algún sentido?
Kate bajó la vista. Rosenfield lo advirtió por el rabillo del ojo, pero continuó remachando en el mismo clavo. – ¿Y si algo sale mal? ¿Ha pensado en ello? Dígame, ¿tiene tanta confianza en los ordenadores? ¿Le confiaría usted su vida a una de esas máquinas?
Kate, incómoda, cambió de posición en su sillón, pero él no se rindió.
– ¿Sabe usted lo que su Saramaggio está tratando de hacer?
Se sintió tentada de decirle que Saramaggio no era suyo, pero se contuvo.
– Nada menos que intentar reconstruir el universo. Está tratando de enhebrar las estrellas en el cielo. Rosenfield regresó al escritorio y se sentó. Levantó la taza de té y el sobre quedó pegado a la base y subió hasta su pecho. Pero no se dio cuenta, tan concentrado estaba en Kate. Volvió a depositar la taza en el escritorio sin haber bebido.
– Verá, no es mi intención lanzar una arenga -dijo-. Como puede ver, esta cuestión me interesa profundamente. Disponemos de cobayas auténticas; no tenemos necesidad de experimentar con seres humanos. Yo conocía a Christian Barnard. Los conocía a todos. El primero que operó en el interior del corazón al tacto perdió a sus cuatro primeros pacientes. El primero que utilizó una máquina cardiopulmonar tuvo un primer éxito y luego perdió a los siguientes cuatro pacientes y nunca más volvió a operar un corazón. En cuanto a los trasplantes de corazón, al principio los índices de mortalidad eran increíbles. De los aproximadamente doscientos primeros trasplantados, ciento veinte de ellos murieron al cabo de pocos meses. Unos veinte sobrevivieron un año. ¡De doscientos pacientes! ¡Y se trataba del corazón! Un músculo con cuatro cavidades y un puñado de válvulas. Lo que Saramaggio está intentando en este caso… ¿cuántos pacientes serán necesarios hasta que exista una probabilidad de éxito relativamente decente? Mil, quizá más.
Kate levantó la cabeza y asintió.
– Bien -dijo ella-. Me alegro de haber venido. Quería oír lo que usted pensaba de todo esto, y no hay duda de que me lo ha hecho saber.
Él sonrió, ahora súbitamente relajado.
– Me dejo llevar -dijo suavemente-. La prerrogativa de la vejez. Lo siento, la conferencia ha terminado. -Señaló la estilográfica y el tintero-. Soy una persona muy anticuada. Ni siquiera utilizo un ordenador para escribir una carta. Volvió a levantarse.
– Venga conmigo, le enseñaré el lugar.
Rosenfield la acompañó a través de una madriguera de oficinas, laboratorios y bibliotecas. En un edificio anexo pasaron por delante de una enorme sala con puertas giratorias que tenían pequeñas ventanas en forma de diamante. Kate miró a través de una de ellas y alcanzó a ver una gran mesa ovalada rodeada de una docena de sillas de madera, todas ocupadas. Al fondo, en un estrado, un hombre explicaba algo delante de una pizarra.
– Stuart Kauffman -le informó Rosenfield-. Teoría de la complejidad. Biología teórica. Buen material. Debería escucharlo alguna vez.
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