John Darnton - Experimento

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Un cadáver mutilado, sin rostro ni huellas dactilares ha aparecido en extrañas circunstancias… Un thriller de máxima actualidad sobre la clonación y la manipulación genética, donde se mezcla la ciencia más avanzada con el suspense más estremecedor.

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Ahora, en la sala de urgencias, los dos trataban en vano de conseguir que el médico les hiciera caso. Tizzie carraspeó.

– Dispense -dijo lo bastante alto como para hacerse oír por encima de los gruñidos y resoplidos del borracho, que seguía debatiéndose.

– Lo siento, pero ahora estamos ocupados -dijo el médico hablando por encima del hombro-. Y, de todas maneras, ustedes no pueden estar aquí.

Cruzaron unas puertas batientes y llegaron a un mostrador, donde preguntaron si habían atendido recientemente a un hombre con una mano herida.

– Hace un par de horas -respondió una enfermera, tras teclear en un ordenador y echarle un vistazo a la pantalla-. Aquí está. Ingresado a las 18.20 horas. Internado a las 19.10. No llevaba documentación y no logramos sacarle su nombre. -La mujer alzó la vista, miró escrutadoramente a Jude-. Es usted su hermano, ¿no? -le preguntó, y Jude asintió con la cabeza-. Ya me parecía. Pueden entrar a verlo si quieren. Habitación 360, en el tercer piso. El ascensor está al fondo del pasillo a la izquierda.

Jude y Tizzie hicieron ademán de irse.

– Un momento -dijo la enfermera-. Necesito un nombre. Y la dirección. Y los datos de su seguro médico.

– Ahora volvemos y nos ocupamos de todo eso -contestó Jude, tomando a Tizzie por el codo-. Primero queremos ver a mi hermano y cerciorarnos de que está bien.

Las puertas del ascensor se abrieron y ambos entraron en la cabina.

La puerta de la habitación 360 estaba cerrada. Tizzie y Jude la abrieron sigilosamente y se deslizaron al interior. El cuarto estaba a oscuras, salvo por la lamparita de noche de la cama más próxima, que estaba desocupada. Más allá había una cortina echada y, tras ella, se oía el agudo sonido de un monitor cardíaco. Tizzie se adelantó y miró al otro lado de la cortina.

Skyler dormía como un leño.

Tenía una mano vendada, estaba entubado, recibiendo el contenido de una bolsa de plástico llena de sangre que colgaba de un soporte situado junto a la cama, y tenía un tubo de oxígeno en la nariz. En la mesilla de noche, el monitor seguía emitiendo pitidos mientras el punto verde se movía rítmicamente en la pantalla.

– Así, dormido, no parece capaz de destrozar el cuarto de un motel -comentó Jude.

Tizzie se acercó a la cama y tomó en la suya la mano buena de Skyler.

– Debió de tener una crisis de pánico -dijo la joven-. ¿Qué le ocurrirá?

– Sabe Dios. Habiendo crecido en esa isla, lo más probable es que haya montones de enfermedades a las que jamás se ha visto expuesto. Puede tener cualquier cosa.

Jude tocó con la palma de la mano la frente de Skyler y la notó ligeramente febril.

– El corte se lo hizo él mismo -continuó-. En la pila del baño había cristales rotos y mucha sangre. Probablemente, tuvo miedo de desangrarse, fue presa del pánico y salió a toda prisa.

Miró a un rincón, en el que se hallaban los vaqueros de Skyler, que en realidad eran de Jude, arrugados sobre una silla. Estaban manchados de sangre.

– Para él debe de haber sido todo un trago -dijo Tizzie-. Ya sabes cómo detesta a los médicos, lo mucho que le asustan debido a sus recuerdos de infancia.

En aquel momento entró un atildado joven con el rostro cubierto de pecas. Les sonrió cordialmente y les tendió la mano.

– Soy el doctor Geraldi. Me alegro de que nuestro paciente tenga visita. No sabemos nada sobre él. Ni siquiera su nombre.

Se estrecharon las manos. El médico miraba escrutadora-mente a Jude.

– Sí -dijo Jude-. Somos parientes.

– ¿Hermanos?

– Sí.

El doctor miró a Skyler y luego, con un movimiento de cabeza, indicó a los dos visitantes que salieran al pasillo. Jude y Tizzie lo siguieron hasta una oficina. Geraldi les hizo seña de que se sentaran y a continuación procedió a bombardearlos con preguntas: la edad de Skyler, su historial médico, sus síntomas recientes. ¿Sabían si era drogadicto? ¿Se había comportado últimamente de forma extraña? Jude y Tizzie le dijeron todo lo que sabían, lo cual era muy poco, pero no le hablaron del auténtico pasado de Skyler.

El doctor Geraldi no dejaba de mover la cabeza.

– Nunca había visto nada como esto. No sé a qué atenerme.

– Ha perdido mucha sangre -dijo Jude.

– Ya, pero hay otra cosa. El corte que tiene en la mano es bastante feo, pero no es el problema principal. Estoy aprovechando la transfusión para administrarle urocinasa.

– ¿Qué es eso?

– Se usa en la terapia trombolítica.

– ¿Cómo?

– Para el corazón.

– ¿Intenta decirnos que ha tenido un ataque cardíaco?

– Sí, pero no estoy totalmente seguro.

– ¿Qué quiere decir?

– Algunos de los síntomas coinciden: náuseas, mareos, palidez, poco aliento y, desde luego, dolores en el pecho. Eso fue, al menos, lo que logré deducir. Por cierto, cuando lo trajeron estaba extraordinariamente alterado. Le hicimos un electrocardiograma en el que aparecían ondas Q. Ése es otro indicio.

– Pero no está usted seguro.

– No. El IAM es frecuente entre los viejos, pero en alguien de su edad…

– ¿IAM?

– Dispense. Infarto agudo de miocardio. Una estenosis de la arteria coronaria debida a la formación de placas arterioescleróticas… No es una cosa… frecuente. ¿Dicen que tiene veinticinco años?

– Sí.

– Sin embargo, cuando le he examinado los ojos, he visto ciertos indicios de calcificación. Eso puede terminar en cataratas. ¿Dijo si sufría de visión borrosa?

– No.

– Y dice usted que en su familia no hay antecedentes de enfermedades cardíacas.

Jude se removió incómodo.

– Que yo sepa, no.

– Supongo que, si los hubiera, usted lo sabría.

– Sí, claro.

El doctor Geraldi sonrió levemente.

– Pero hay otros síntomas que no entiendo. Es como si todo su cuerpo estuviera defendiéndose de una infección masiva, pero no logro localizarla. Le hice un análisis preliminar de sangre y… es muy extraño. Quizá mañana sepamos más. He ordenado que le hagan un examen completo. Mientras tanto…

– ¿Qué?

– Seguiremos como hasta ahora.

– Pero… ¿se pondrá bien?

– Sí, creo que sí. Sus constantes vitales ya han mejorado.

Podemos administrarle un hipotensor y agentes que ayuden a reducir los niveles de colesterol, y quizá drogas contra la angina de pecho. Ojalá supiera lo que le ocurre. Los síntomas son confusos.

– ¿Puede volver a sucederle? -quiso saber Tizzie.

– Es posible. No se puede descartar esa posibilidad. ¿Seguro que a su hermano nunca le había ocurrido algo como esto?

Aunque no estaba seguro de nada, Jude asintió con la cabeza.

– Bueno, pues quiero creer que no hay nada de lo que preocuparse. Naturalmente, puede tratarse de un virus raro. Suele suceder. Aparece de la nada, el paciente se encuentra muy mal durante un tiempo y luego la dolencia desaparece.

Aquella noche, Tizzie y Jude fueron a cenar a un restaurante llamado Big Bull Steak House. La mesa a la que los condujeron estaba llena de platos sucios, y un mozo mexicano fue a retirarlos con una bandeja de plástico. Mientras el hombre disponía el servicio de mesa, Jude habló con él en español.

En cuanto la camarera les llevó el agua, Jude le pidió un J &B, y otro en cuanto hubieron terminado de encargar la cena. Los dos whiskies obraron su efecto, pues, antes de tomar el primer bocado de carne, Jude ya se sentía en las nubes. Tizzie era abstemia.

Aunque la enfermedad de Skyler les aguó en parte la cena, Tizzie y Jude tuvieron oportunidad de hablar largo y tendido por primera vez en varias semanas. Aquella noche, entre ellos no hubo secretos, ni frases a medias, ni largos silencios.

Los efectos de la sinceridad son asombrosos, se dijo Jude mirando a Tizzie a la fluctuante luz de la vela que ocupaba el centro de la mesa. Se fijó en su fuerte barbilla, en sus refulgentes ojos, en sus elegantes hombros, y se dio cuenta de lo mucho que la deseaba y de la cantidad de tiempo que había transcurrido desde la última vez que durmieron juntos.

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