John Darnton - Experimento
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– Adiós, Eros -dijo Hartman.
– Hola, Tánatos -dijo Bailey.
– Hablando del mañana… -comenzó Ellen mirando su reloj-. Yo tengo que madrugar.
Aquello marcó el final de la cena. Los invitados, charlando unos con otros, salieron a la noche plagada de insectos. Hartman les había pedido a Jude y a Skyler que se quedaran, y mientras Jennifer acostaba a los niños, los hizo pasar a una salita. La casa había quedado en un silencio casi total.
Hartman les ofreció una copa, que rechazaron, y comenzó a servirse una para sí.
Tras dirigir una mirada a Skyler, Jude decidió contarle a Hartman, al menos en parte, lo que les estaba ocurriendo. Le explicó que se habían encontrado hacía poco y que creían que eran hermanos, aunque de distintas edades. Y que, por absurdo que pareciera, estaban considerando la posibilidad de que fueran clones.
Al oír aquello, Hartman se echó a reír.
– Ya me parecía que tu interés por los detalles se debía a algo más que a la curiosidad profesional. No, no me digáis nada. ¿Por qué no me dejáis hablar a mí? -dijo riendo de nuevo-. Como si no hubiera hablado bastante.
»Ya me había dado cuenta de que, pese al cabello teñido de rubio, os parecéis muchísimo. Pero quiero tranquilizaros. Lo que os estáis preguntando, lo que probablemente teméis por poco sentido común que tengáis (al menos yo, en vuestro lugar, lo temería), es totalmente imposible. Repito, es imposible. Así que olvidaos de esa posibilidad, borradla de vuestras mentes.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Skyler, sorprendido por la certeza con que había hablado Hartman-. ¿Cómo puedes estar tan seguro?
– Por una razón muy sencilla. ¿Cuántos años tienes? ¿Veinticinco? ¿Veintiocho?
Skyler se encogió de hombros.
– Yo tengo treinta -dijo Jude.
– O sea, más aún. Bueno, pues la tecnología necesaria para eso que estáis pensando existe en la actualidad, eso es indiscutible, pero hace treinta años no existía. A no ser, claro, que la clonación la hicieran seres de otro planeta, porque a los de éste les era imposible.
– ¿Estás seguro?
– Desde luego -respondió Hartman, y permaneció unos momentos en silencio mientras repasaba los nombres de una lista mental-. Todos los científicos que nos dedicamos a esta especialidad sabemos lo que hacen los demás. Eso se debe, en parte, al compañerismo y, en parte, a la rivalidad. Ya visteis las fotos y las postales que tengo en mi oficina. Podría recitaros los nombres de todos los que me las mandaron y, probablemente, deciros además dónde están en estos momentos.
Hartman hizo una pausa y vaciló, como si temiera haber cometido un lapsus.
– Bueno, hace un montón de años había un tipo… Pero lleva muchísimo tiempo sin dar señales de vida. Creo que lo echaron de Harvard o de la Universidad de Chicago por rebasar los límites de lo éticamente permisible. Tenía fama de brillante y de excéntrico. Desapareció de la faz de la tierra, y sabe Dios lo que fue de él. Todo esto ocurrió hace mucho, en los años sesenta. Durante los años setenta se volvió a hablar de él, porque por lo visto le concedieron un premio en Holanda. Nadie supo si el que fue a recogerlo fue el propio interesado o no. Como veis, el tipo era de lo más misterioso.
– ¿Cómo se llamaba?
– Su nombre verdadero no lo conozco. Sé que utilizaba uno bastante raro. Ricard o algo por el estilo.
– ¿Rincón?
– Exacto. Muy bien. ¿Cómo lo sabías?
– He oído hablar de él.
– Bueno, pues no te preocupes por el tal Rincón. Lleva siglos sin dar señales de vida. Si últimamente ha descubierto algo importante, ha sabido guardar muy bien el secreto. A los científicos no nos gustan los secretos. Nos gustan los premios. Así que ya podéis iros tranquilizando. -El hombre miró a sus dos interlocutores de arriba abajo y añadió-: Yo diría que, si os acabáis de conocer, es que sois gemelos separados al nacer. Eso no tiene nada de malo ni de preocupante. Sucede de cuando en cuando. No tenéis por qué buscar otra explicación.
Jude y Skyler le dieron las gracias y fueron con su anfitrión hasta el recibidor. Jennifer bajó a despedirse y les dio sendos besos en las mejillas.
– Por cierto -dijo la mujer-. ¿Qué os ha parecido la carne?
– Muy sabrosa -contestó Skyler.
– Me alegro de que os haya gustado. Es una especie de receta casera con la que solemos agasajar a nuestros invitados. Es medio cabra, medio vaca. Una quimera. Mi esposo la creó.
CAPÍTULO 19
Jude y Skyler fueron hasta Milwaukee para reunirse con Tizzie. Le había dicho a Jude por teléfono que prefería que no fueran a recogerla a su casa, y había insistido en que sería mejor para todos que los tres se reunieran en el centro de la ciudad, en la vieja estación de autobuses. A él esto no le pareció un buen indicio, pero no quiso darle demasiada importancia.
Fueron hasta la terminal en el coche de Jude, que ahora tenía el parabrisas salpicado de huellas de insectos y el suelo lleno de mapas y de vasos de café vacíos. Tizzie los esperaba sentada en el bordillo con la pequeña bolsa de viaje en el suelo. Al verlos, los saludó con un ademán y se puso en pie. Skyler, que estaba ansioso de verla, se apeó del coche en seguida y la abrazó con toda naturalidad; Tizzie le devolvió el abrazo. Luego el hombre cogió su bolsa para meterla en el maletero, y ella lo dejó hacer.
En cuanto Tizzie se sentó en el coche a su lado, Jude se dio cuenta de que había pasado por malos momentos.
– ¿Las cosas andan mal por tu casa? -preguntó.
Tizzie contestó que sí.
– Y tu padre. ¿Cómo se encuentra?
– Está muy viejo. Cada vez se le notan más los años. Y a mi madre le ocurre lo mismo.
Jude asintió reflexivamente.
– Así es la vida -dijo.
– Ya lo sé -respondió ella malhumorada-. Pero no es eso lo que me preocupa.
– Entonces, ¿qué te preocupa?
Tizzie lo miró arrepintiéndose de haberle hablado en mal tono.
– Perdona. En estos momentos no quiero hablar de ello. Cuéntame qué hicisteis vosotros. ¿Descubristeis algo?
– Algunas cosillas. Lo suficiente para saber que estamos en el buen camino. Naturalmente, no tengo ni idea de hasta dónde demonios nos llevará ese buen camino.
Le resumió las conversaciones con Hartman y le explicó detalladamente todo lo que había averiguado.
– Es asombroso -siguió-. Al principio, lo de la clonación parece complicado, pero oyendo hablar a Hartman da la sensación de ser la cosa más sencilla y factible del mundo. Te entran ganas de hacerlo tú mismo.
– Ése es el sello distintivo de todos los grandes científicos -intervino Skyler.
– ¿Cómo? -preguntó Jude sorprendido por el comentario.
– Un científico toma una serie de complicadas nociones teóricas y experimenta con ella hasta reducirla a sus elementos esenciales. Y tratando de comprender tales elementos, a veces tropieza por azar con alguna verdad fundamental. Como Karl Popper dijo: «La ciencia puede ser descrita como el arte de la simplificación sistemática.»
– ¿Te refieres al filósofo Karl Popper? Cristo bendito, ni siquiera sabes dónde te criaste pero conoces a Karl Popper.
– Las nociones básicas son lo primero -repuso Skyler.
Cruzaron Chicago y siguieron en dirección oeste, hacia las grandes llanuras. Con el ánimo levantado, viajaron raudos por las carreteras interestatales, cruzando pequeñas poblaciones y pasando entre campos en los que pastaba el ganado.
No dejaban de charlar, pues Skyler los había impresionado. Había aprendido con gran rapidez a arreglárselas en el mundo moderno y ya realizaba perfectamente las pequeñas tareas que para Tizzie y Jude eran el pan nuestro de cada día: hacer llamadas telefónicas, poner gasolina en las estaciones de servicio, dar propina en los restaurantes de carretera. Y seguía aprendiendo cosas nuevas con un entusiasmo y un optimismo que resultaban casi enternecedores y que contrastaban con el cansancio y el malestar que a veces sentía Jude.
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