John Darnton - Experimento

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Experimento: краткое содержание, описание и аннотация

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Un cadáver mutilado, sin rostro ni huellas dactilares ha aparecido en extrañas circunstancias… Un thriller de máxima actualidad sobre la clonación y la manipulación genética, donde se mezcla la ciencia más avanzada con el suspense más estremecedor.

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– Doble tú.

– ¿Doble tú? -Exacto. Bibi (1). -Bi.

Jude pulsó una tecla y el lagarto volvió a aparecer en la pantalla. Pulsó otra y se desconectó de la red.

(1) En inglés, la W se pronuncia «dabelyu», igual que «doble tú», y también recibe el nombre de double ve, y veve suena igual que bibi. (N. de la t.)

CAPÍTULO 16

Skyler se dijo que, si quería dejar de llamar la atención, debía dejar de correr, así que aflojó la marcha y siguió caminando a paso vivo. Pero sudaba a mares, estaba jadeando y no dejaba de mirar atrás para cerciorarse de que nadie lo seguía. Le daba la sensación de que todo el mundo lo miraba, de que todo el mundo se daba cuenta del terror que lo dominaba. Y, ciertamente, los transeúntes lo miraban con extrañeza. Todas las personas que circulaban por la acera parecían tener un motivo para estar allí y un lugar al que dirigirse. Él carecía de lo uno y de lo otro, y ni siquiera tenía claro qué debía hacer a continuación. Había corrido llevado por el instinto, escogiendo las calles que, por algún motivo, le parecían menos peligrosas, del mismo modo que un zorro perseguido por la jauría se refugia siempre en la espesura.

Leyó un letrero: Washington Square.

Verse rodeado por una multitud hizo que Skyler se sintiera aún más expuesto. La gente, además, le susurraba cosas. Unos individuos que iban y venían por el parque se acercaban a él y, haciéndose los desentendidos y sin casi mover los labios le decían: «María, maría», «Caballo», «Hielo negro», «Sinsemilla». No entendía el significado de aquellas palabras y, al principio, la misteriosa actitud de los hombres le hizo creer que trataban de advertirle de algo, quizá de un peligro. Sin embargo, cuando se volvía hacia ellos para preguntarles, los hombres se alejaban, y cuando los seguía, trataban de quitárselo de encima.

– Mierda, lárgate de una vez -le dijo un hombre que vestía pantalones y camisa negros y llevaba un sombrero vaquero color crema.

Skyler salió del parque y caminó dos manzanas hasta llegar a un café. Se sentó a una mesa situada en el rincón más oscuro y una joven que llevaba un top transparente le preguntó qué deseaba.

– Café -respondió.

– ¿Solo o con leche?

Skyler se limitó a asentir con la cabeza. La camarera se encogió de hombros y se alejó para volver minutos más tarde con una taza que dejó sobre la mesa. Bebió el café a pequeños sorbos, reflexionando sobre su situación y preguntándose adonde podía ir. No deseaba dormir de nuevo en Central Park. Sacó el dinero que Jude le había dado y lo contó; dudaba mucho de que con esa cantidad pudiera hacer gran cosa.

A su espalda brillaron de pronto unas luces que convergieron en un pequeño escenario donde apareció un joven y fornido negro que movía los mandos de una pequeña caja negra. Sonó un estridente chirrido musical, tras el cual el hombre agarró un micrófono, se lo acercó a los labios y comenzó a gritar palabras que resultaban difíciles de entender. Al tiempo que cantaba, el negro movía espasmódicamente el cuerpo. Skyler se levantó de su silla y fue a la caja, situada junto a la salida.

– ¿Cuánto es? -preguntó.

– Quince dólares.

Skyler puso cara de asombro.

– Quince dólares. Cinco por el café, y diez por el espectáculo.

Frunció el entrecejo y sacó un billete de diez y otro de cinco. Era casi un tercio de todo su capital.

– Oiga, por si no se había enterado, en este planeta se estila dejar propina -rezongó la cajera mientras iba hacia la puerta.

Él la miró desconcertado.

– Desde luego -murmuró ella, en un aparte-. Menudo gilipollas.

Skyler salió de nuevo a la calle. Las mejillas le ardían y seguía con la sensación de que era el centro de todas las miradas. ¿Cómo era posible que en un lugar tan inmenso y con tanta gente yendo en todas las direcciones todos parecieran estar pendientes de él?

Caminó tres manzanas hasta llegar a una amplia avenida. En la esquina, unos hombres jugaban al baloncesto en una cancha rodeada por una cerca metálica de tres metros de altura. Skyler conocía el deporte gracias a la televisión. Los hombres se movían con tal rapidez que resultaba difícil seguir el movimiento de la pelota. El sudor corría por las frentes y las espaldas de los jugadores, que se arremolinaban bajo la cesta, saltando y dándose codazos y caderazos, todos intentando hacer canasta.

De pronto Skyler se volvió y le pareció ver una figura conocida al otro lado de la avenida: un cuerpo fornido y una gran cabeza. Pero no lograba ver bien al hombre. El sol se reflejaba en la ventanilla de un coche estacionado y parecía que el individuo tenía una mancha blanca en la cabeza. Un ordenanza. No estaba totalmente seguro, pero el miedo le atenazó el estómago. Se volvió de nuevo hacia los jugadores y después giró otra vez la cabeza. El hombre de la acera de enfrente estaba mirando en otra dirección y no había visto a Skyler. ¿Sería posible?

Esta vez, Skyler ni siquiera hizo el intento de contenerse. Corrió calle abajo, dobló una esquina y se metió en el primer local abierto. Se encontró en el interior de una sala mal iluminada. Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a la oscuridad, miró en torno y vio a media docena de hombres que hojeaban revistas. Se dirigió al fondo de la sala y entró en otra pequeña habitación de la que salía un oscuro pasillo flanqueado por varias puertas. Abrió una y pasó al interior. Se encontró en un cubículo que estaba a oscuras salvo por la luz que se filtraba por un tabique de cristal transparente, tras el cual una mujer semidesnuda bailaba con lascivos movimientos. La bailarina llevaba únicamente un minúsculo taparrabos y sus enormes pechos, que eran como globos llenos de agua y le llegaban casi hasta el ombligo, oscilaban de un lado a otro con cada uno de los movimientos. Skyler vio cómo la forzada sonrisa de la bailarina se convertía en mueca de alarma en cuanto la mujer advirtió su presencia en el interior de la pequeña cabina. En ese mismo momento, un hombre que había permanecido sentado más adelante se puso en pie. Su primera reacción fue de sorpresa y la segunda, de indignación.

– ¿Qué cono haces aquí?

Skyler vio que la mujer tocaba una palanca que hizo caer una cortina metálica tras el cristal, con lo que la cabina quedó en una oscuridad casi total. Notó que una mano lo agarraba por el brazo izquierdo y comenzó a retroceder. Tanteando a su espalda, encontró el tirador de la puerta y lo hizo girar al tiempo que retorcía el cuerpo, consiguiendo que la mano del desconocido le soltase el brazo. Pero el hombre lo agarró inmediatamente por la camisa. Él se retiró, oyó el sonido de un desgarro, echó a correr hacia el fondo del pasillo y salió por una puerta trasera que daba a un callejón. Corrió por él, dobló una esquina y volvió a encontrarse en la atestada acera.

Dos palabras acudieron a su mente y las pronunció sin darse cuenta siquiera de que lo hacía:

– ¡Cristo bendito!

Se alejó a paso vivo, volviéndose de cuando en cuando para mirar hacia atrás. Recordó que Jude había hecho lo mismo en el metro. Cuando estaban los dos en el bar, Jude parecía sinceramente preocupado por el bienestar de Skyler. Se preguntó si debería intentar reunirse con él. ¿Podía fiarse de Jude después de la experiencia en la habitación alquilada? ¿Le habría tendido Jude una trampa?

Tras recorrer cuatro manzanas, llegó a una boca de metro y, sin pensarlo dos veces, bajó por la escalera como un conejo metiéndose en su madriguera. Oyó el estruendo de un tren que se aproximaba, se detuvo ante una garita, dejó un dólar en la ventanilla, y luego otro, y recibió a cambio una ficha que insertó en el torniquete.

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