John Darnton - Experimento
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»Existe otra posibilidad que podría afectar a la descendencia. Digamos que la genoterapia produce un exceso de telomerasa en la línea germinal, en las células que se reproducen para crear una nueva vida. La enzima mutante parece conferir viscosidad a los extremos del ADN, haciendo que los cromosomas formen grumos. Durante la duplicación, los cromosomas deben separarse en dos células hijas. Si el mutante hace que los extremos sean viscosos, las células hijas pueden terminar con cromosomas de más o de menos.
– ¿Y sus descendientes serían anormales? -preguntó Jude.
– Bueno, quizá habría en ellos alguna anomalía,-respondió Tizzie, que no dejaba de asombrarse del poco tacto que tenía Jude a veces.
– Si tu teoría es cierta, ése fue el motivo de que dejaran de ponernos las inyecciones -dijo Skyler.
Tizzie y Jude lo miraron extrañados.
– ¿Por qué? -quiso saber Tizzie.
– Si consiguieron un gran avance por medio de la genoterapia, lo más probable es que quisieran poner a prueba cuanto antes su eficacia. ¿Por qué usar a personas jóvenes? Sería más lógico emplear niños. En ellos los resultados se pondrían de manifiesto con mayor rapidez, ya que el proceso de envejecimiento es más evidente y, por tanto, más conmensurable.
– Claro -dijo Jude-. Trasladaron el experimento a la guardería. Pero la cosa les salió mal y produjo esa enfermedad… ¿Cómo se llama?
– Progeria.
– Eso explicaría otra cosa más -continuó Skyler-. Si Raisin formaba parte del grupo experimental inicial, no cabe duda de que los del Laboratorio deseaban examinar sus órganos después de la muerte. Necesitaban enterarse de si algo andaba mal. Eso explica el robo de las muestras que estaban guardadas en la sala de autopsias de New Paltz.
– Sí -dijo Jude.
Recordó que Raymond había llegado a aquella misma conclusión. Y pensar en ello le trajo a la mente un asunto que podía tener relación con el caso.
– ¿Y qué me decís de los cadáveres que han estado apareciendo en Georgia y otros lugares? Como están mutilados y son imposibles de identificar, debemos partir de la base de que eran clones. Pero a ellos también les extrajeron las entrañas.
– Hay una explicación posible -dijo Tizzie-, pero es bastante macabra. Sólo a un monstruo se le ocurriría hacer una cosa así.
– Adelante -la animó Skyler.
– Tal vez los órganos les hagan falta para algo. Digamos que los prototipos de los clones recibieron el tratamiento original de rejuvenecimiento, que se sometieron a la genoterapia. Durante un tiempo, todo fue de maravilla. Habían puesto freno al envejecimiento y se sentían más jóvenes que nunca. Luego las cosas se torcieron y el proceso de envejecimiento se aceleró. Los del Laboratorio lo intentaron todo. Iniciaron un programa acelerado de investigaciones, experimentaron con monos, experimentaron con niños clones… Hicieron todo lo que se les ocurrió. Pero la gente a la que le habían vendido la promesa de la eterna juventud comenzó a perder la paciencia y a enfadarse, y ellos no podían darles ninguna solución. Una forma de tratar de detener el proceso, un último y desesperado recurso, sería una especie de trasplante masivo de órganos. Lo que se llama un trasplante en bloque. No es frecuente y las posibilidades de éxito son escasas, pero… si uno está lo bastante desesperado…
– Cristo -exclamó Jude-. ¿Lo que dices es realmente posible?
– Me temo que sí.
– Entonces, debemos encontrar a los demás -dijo Skyler-. Por eso se llevaron a los clones. Tenemos que rescatarlos antes de que los maten también a ellos.
Tizzie apagó el microscopio, volvió a ponerlo todo en su lugar y regresaron a su despacho.
– Hay un montón de cabos sueltos -dijo Jude-. Por ejemplo, esos tipos que forman parte del Grupo, como Tibbett y Eagleton. ¿Ellos también tienen clones?
– Sabe Dios -respondió Tizzie-. Sospecho que sí. Pero sus clones deben de ser demasiado jóvenes para servirles de ayuda. No puedes trasplantarle un órgano de un niño a un hombre de sesenta años y esperar que funcione.
– ¿Tú crees que…? -Jude se interrumpió y bajó la voz-. ¿Crees que tengo otro clon? ¿Más joven?
A Tizzie le pasmó que Jude pudiera pensar en sí mismo en unos momentos como aquellos, que no hubiera entendido el subtexto de su conversación en el laboratorio. Debería sentirse más preocupado por Skyler.
– Creo que, probablemente, lo tuviste. La duda es: ¿le aplicaron el tratamiento y enfermó de progeria? Si la respuesta es no, probablemente estará vivo en alguna parte; si la respuesta es sí, probablemente estará muerto.
Jude se quedó en silencio y se encaminó hacia el servicio de caballeros.
Detenido ante la puerta de la oficina de Tizzie, Skyler la miró a los ojos.
– O sea que, en resumidas cuentas, si simplemente me inocularon, quizá tenga alguna posibilidad. Si fue genoterapia, estoy listo.
A la joven le resultaba imposible articular palabra, así que se limitó a asentir con la cabeza.
El lunes, un día sorprendentemente agradable para mediados de julio, Tizzie se dirigió al trabajo cruzando el East Side. Sentía una débil esperanza. Quizá, de algún modo, las cosas terminaran saliendo bien. Quizá lograsen encontrar a los clones y avisar al «buen» FBI. Quizá la enfermedad de Skyler mejorase, como los accesos de malaria cuyas recaídas eran cada vez menos severas. Quizá descubriesen una vacuna que lograra salvar a su padre.
Frunció el entrecejo: demasiados quizá.
Decidió ir sin tardanza a visitar a su padre. Le resultaba difícil debido a la rapidez con que el hombre se estaba deteriorando, y además ella no sabía qué decir ni qué hacer cuando se encontraba en el lúgubre dormitorio del enfermo. Tizzie nunca había sentido tal incomodidad en presencia de su padre, y sabía a qué era debida: no podía perdonarle los secretos que habían salido a relucir durante los dos últimos meses. Sin embargo, siempre le quedaba el disimulo. Y, fuera como fuera, no podía permitir que transcurriesen dos semanas sin acudir a verlo. Ahora que su esposa había muerto, él necesitaba a su hija más que nunca.
La recepcionista la recibió cálidamente, y su secretaria le llevó una humeante taza de café y se la dejó sobre el escritorio, junto a un montón de correspondencia.
Cinco minutos más tarde, la secretaria asomó la cabeza por la puerta.
– Tienes una llamada importante -dijo.
La llamada era del hospital St. Barnaby, de Milwaukee. La mujer del otro extremo de la línea hablaba con el tipo de voz. compasivo y severo que se utiliza para dar las malas noticias.
– Señorita Tierney, la llamo porque su padre ha ingresado en nuestro hospital a primera hora de esta mañana. Su estado no es bueno y creo que, si le es posible, debería usted venir a verlo cuanto antes -dijo, e, innecesariamente, añadió-: No deja de preguntar por usted.
La secretaria entró con un horario de aviones mientras Tizzie anotaba la dirección. Al hacerlo sintió ganas de gritar. St. Barnaby. Habitación 14B. Pabellón Samuel Billington.
A Tizzie apenas le dio tiempo de llamar a Jude antes de salir para el aeropuerto. Él no quería que hiciera el viaje, por considerarlo demasiado peligroso, pero ella, que no quería llegar demasiado tarde, como le había ocurrido con su madre, no le hizo caso, aunque prometió tener cuidado.
En el hospital parecían estar esperándola. Entró, sosteniendo en una mano el papel en el que había anotado el número de la habitación y, antes de que abriera la boca, la recepcionista le dio una serie de complicadas indicaciones que implicaban un cambio de ascensores y un recorrido a través de atrios flanqueados por tiestos con palmeras. El pabellón Billington era suntuoso. Las puertas de los ascensores estaban cromadas y la estación de enfermeras era de mármol travertino. La habitación 14B se encontraba en un ángulo del pasillo, y resultó no ser un cuarto individual, sino una suite de tres habitaciones similar a la de un hotel. Una mujer vestida con un uniforme azul cielo le mostró el camino y la introdujo en una salita de estar con sillones tapizados en chintz.
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