Gene Wolfe - La quinta cabeza de Cerbero

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La quinta cabeza de Cerbero: краткое содержание, описание и аннотация

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Muy lejos de su planeta madre, la Tierra, dos mundos gemelos, Sainte Anne y Sainte Croix, fueron colonizados en su tiempo por inmigrantes franceses, que aniquilaron a la población nativa del segundo de ellos. Muchos siglos después, tras una guerra que dispersó a los colonos originales y relegó a la leyenda el recuerdo del genocidio original, un etnólogo de la Tierra, John V. Marsch, dedica su vida a buscar las huellas de aquella cultura alienígena, los abos, el Pueblo Libre, los hijos de la Sombra, convertida hoy en una indefinida mitología aplastada bajo un subterráneo sentimiento de culpabilidad que niega incluso la realidad de su existencia…

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—¿Te mostró dónde guarda el dinero? —preguntó David.

—Atrás. ¿Ves ese tapiz? En realidad es una cortina, porque mientras él y papá hablaban entró un hombre que le debía algo y pagó, y él se metió por allí con el pago.

Detrás del tapiz una puerta se abría a una pequeña oficina, que en la pared opuesta tenía una puerta más. No había signo alguno de caja de caudales. David forzó la cerradura del escritorio con una palanca de su maletín, pero sólo encontró la habitual pila de papeles. Yo iba a abrir la segunda puerta cuando oí que de la habitación más próxima venía un ruido de rasguño o pasos arrastrados.

Por un minuto o más, ninguno de los tres se movió. Yo había dejado la mano en el picaporte. A mi espalda y a la izquierda, Fedria, que había estado buscando algún escondite bajo la alfombra, permaneció agachada, la falda como un charco negro a sus pies. De algún punto cercano al escritorio violado me llegaba la respiración de David. Hubo un nuevo ruido de pies, y crujió una tabla. Muy suavemente, David dijo:

—Es un animal… —retiré los dedos del picaporte y lo miré. Todavía aferraba la palanca y estaba pálido, pero sonreía—. Un animal encadenado que está sacudiendo los pies. Nada más.

—¿Cómo lo sabes? —dije yo.

—Cualquiera que estuviese allí nos habría oído, sobre todo cuando rompí el escritorio. De ser una persona habría salido; y si tuviera miedo se escondería bien callada.

—Me parece que tiene razón —dijo Fedria—. Abre.

—Antes decidme: ¿y si no es un animal?

—Es un animal —dijo David.

—Pero ¿y si no lo es?

Vi la respuesta en sus rostros; David aferró la palanca y abrí la puerta.

La habitación era más grande de lo que había esperado, pero estaba desierta y sucia. La única luz provenía de una sola ventana que había en lo alto de la pared más distante. En medio del suelo había un gran arcón de madera oscura con guardas de hierro, y frente a él algo que parecía un hato de trapos. Cuando entré desde el despacho alfombrado los trapos se movieron, y una cara se volvió hacia mí, una cara triangular como de mantis. La barbilla se alzaba a poco más de una pulgada del suelo, pero bajo el ceño profundo los ojos eran llamitas rojas.

—Tiene que ser eso —dijo Fedria. Miraba no a la cara, sino el arcón de guardas de hierro—. David, ¿puedes abrirlo?

—Creo que sí —dijo David; pero, como yo, él estaba mirando los ojos de la cosa harapienta—. ¿Y eso qué? —dijo al cabo de un momento, y la señaló.

Sin dar tiempo a que Fedria o yo respondiéramos, la boca de la cosa se abrió, mostrando largos dientes estrechos de un amarillo grisáceo.

—Enfermo —dijo.

Ninguno de nosotros, creo, había pensado que pudiera hablar. Fue como si hubiese hablado una momia. Fuera pasó un carruaje, las ruedas de hierro traqueteando en los adoquines.

—Vámonos —dijo David—. Larguémonos de aquí.

—Está enfermo —dijo Fedria—. ¿No veis? El dueño lo trajo aquí para tenerlo cerca y cuidarlo. Está enfermo.

—¿Y encadenó el esclavo enfermo a la caja de seguridad? —la miró David, arqueando una ceja.

—Es lo único pesado que hay en la habitación, ¿no te das cuenta? Tú no tienes más que acercarte y golpear a la pobre criatura en la cabeza. Si te da miedo, pásame la barra y lo haré yo.

—Lo haré.

Lo seguí hasta medio metro del arcón. Esgrimió imperiosamente la barra de acero ante el esclavo.

—¡Anda! ¡Apártate de aquí!

Con una especie de gorgoteo, arrastrando la cadena, el esclavo se movió a un lado. Estaba envuelto en una manta sucia y andrajosa y parecía apenas más grande que un niño, aunque noté que las manos eran enormes.

Me volví y di un paso hacia Fedria, intentando convencerla de que nos fuéramos si David no podía abrir el arcón en pocos minutos. Recuerdo que antes de oír o sentir nada vi que se le dilataban los ojos, y aún me estaba preguntando por qué cuando el maletín de David retumbó en el suelo y el mismo David cayó con un estruendo sordo y un grito entrecortado. Fedria lanzó un alarido y todos los perros del tercer piso se echaron a ladrar.

Todo esto, claro, fue en menos de un segundo. Me volví a mirar casi al tiempo que David caía. El esclavo había extendido un brazo agarrando a mi hermano del tobillo, y en el acto se había quitado la manta y había caído sobre él —no encuentro otro modo de decirlo— de un salto.

Tomé a David por el cuello y tiré hacia atrás, pensando que el esclavo no lo soltaría, pero en el instante en que sintió mis manos arrojó a David a un costado y retorciéndose como una araña me buscó a mí. Tenía cuatro brazos.

Vi que los sacudía intentando alcanzarme, y retrocediendo bruscamente me libré de él como si me hubieran tirado una rata a la cara. Esa repulsión instintiva me salvó; el esclavo lanzó hacia atrás una patada que, si él me hubiera estado aferrando con fuerza y hubiese tenido en mí un punto de apoyo, sin duda me habría roto el hígado o el bazo y me habría matado.

En cambio la patada lo impulsó hacia adelante, y a mí, boqueando, me echó hacia atrás. Caí y rodé, y salí del círculo de la cadena; David había escapado a gatas y Fiedra estaba ya lejos.

Mientras intentaba sentarme, estremecido, por un momento los tres nos quedamos un rato mirándolo. Entonces David citó irónicamente:

Canto a los hombres y las armas que por fuerza del destino,
y del odio implacable de la altiva Juno,
partieron al exilio expulsados de las playas troyanas.

Ni Fedria ni yo nos reímos, pero Fedria soltó el aliento en un largo suspiro y me preguntó:

—¿Y eso cómo lo hicieron? ¿Cómo lo volvieron así?

Le dije que, suponía, le habían transplantado el par extra después de suprimir el rechazo natural a los implantes de tejido extraño, y que probablemente la operación había reemplazado algunas costillas por la estructura del hombro del donante.

—Yo he estado aprendiendo a hacer algo parecido con ratones, en una escala mucho menos ambiciosa, claro, y lo que me sorprende es que al parecer este monstruo gobierna sin problemas el par injertado. A menos que uno disponga de gemelos idénticos, las terminales nerviosas casi nunca se unen bien, y es probable que el hacedor haya fracasado cien veces antes de conseguir lo que quería. Este esclavo debe valer una fortuna.

—Yo creía que habías terminado con los ratones —dijo David—. ¿No trabajas ahora con monos?

No, aunque tenía la esperanza; pero trabajara o no, estaba claro que con hablar de la cuestión no íbamos a conseguir nada. Se lo dije a David.

—Pensé que te morías por irte.

Había sido cierto, pero ahora quería mucho más otra cosa. Más de lo que David o Fedria habían querido nunca el dinero, quería llevar a cabo una operación exploratoria en esa criatura. A David le gustaba pensar que era más audaz que yo, y supe que la cuestión quedaría zanjada cuando dije:

—Quizá tú quieras huir, pero no me uses a mí de excusa, hermano.

—De acuerdo. Y ¿cómo lo mataremos? —me miró con irritación.

—Estamos fuera de su alcance. Podemos tirarle cosas… —sugirió Fedria.

—Y él puede devolvernos aquellas que no le hayan dado.

Mientras tanto la criatura, el esclavo de cuatro brazos, nos miraba con una sonrisita. Yo estaba bastante seguro de que entendía al menos parte de lo que decíamos, y con una seña les indiqué a David y Fedria que debíamos volver a la habitación del escritorio. Una vez allí cerré la puerta.

—No quiero que nos oiga. Si tuviéramos un filo sujeto a una vara, formando una especie de lanza, conseguiríamos matarlo sin acercarnos demasiado. ¿Qué podría servirnos? ¿Alguna idea?

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