• Пожаловаться

Clifford Simak: Estación de tránsito

Здесь есть возможность читать онлайн «Clifford Simak: Estación de tránsito» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1966, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Clifford Simak Estación de tránsito

Estación de tránsito: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Estación de tránsito»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En una remota region rural de los Estados Unidos, en una casa de apariencia vetusta, vive Enoch Wallace, un solitario cuya existencia nada tendría de sorprendente, si no fuese porque la Central Intelligence Agency, descubre que, pese a aparentar unos treinta años, Wallace tiene en realidad 160 y participó como soldado en la Guerra de Secesión Norteamericana. Los agentes federales montan un servicio de vigilancia en torno a la casa, que, pese a su aspecto decrépito, es completamente inexpugnable. En realidad la casa es una Estación de Tránsito, situada por el Gobierno de la Galaxia en aquel remoto rincón. Enoch Wallace, el hombre que no envejece, es el celoso custodio de la Estación, donde conoce a Lucy, la joven sordomuda y traba profunda amistad con Ulises, el extraterrestre.

Clifford Simak: другие книги автора


Кто написал Estación de tránsito? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

Estación de tránsito — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Estación de tránsito», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Escudriñó las rocas sobre él; no había ningún movimiento, ni nada se veía. Debía subir aquel declive, y prestamente, se dijo, pues el tiempo obraría en favor del alienígena. La oscuridad no debía tardar ya más de treinta minutos y antes de que se tendiese había de zanjar la cuestión. Si el alienígena escapaba, había poca probabilidad de encontrarlo.

¿Y por qué —preguntóse otra vez, apartándose a un lado— preocuparse con complicaciones ajenas? ¿Pues no estaba dispuesto a informar a la Tierra que había pueblos alienígenas en la galaxia y entregar, sin autorización, tanto del saber y la ciencia de aquellos alienígenas como estuviera en su poder? ¿Por qué haber detenido a aquel alienígena el destrozo de la estación, asegurando su aislamiento por muchos años… pues eso habría sucedido, si con ello hubiera quedado él libre para hacer cuanto quisiera con todo cuanto había dentro de la estación? Habría sido en su beneficio el permitir que los sucesos siguieran su curso.

Pero no podía —clamó Enoch para sus adentros—. ¿Es que no ves que no lo podía? ¿Es que no lo comprendes?

Un crujido en las matas a su izquierda le hizo volverse, con el fusil presto.

Y de pronto apareció Lucy Fisher, a no más de seis metros.

—¡Vete de ahí! —gritó a la muchacha, olvidando que ella no podía oírle.

En efecto, ella no pareció entender. Se movió a la izquierda y con rápido ademán de la mano apuntó hacia los cantos rodados.

—¡Vete! —gritó él de nuevo, con toda la fuerza de sus pulmones—. ¡Vete de ahí! —haciendo al mismo tiempo expresivos movimientos con sus manos para indicarle que debía marcharse, que aquél no era un lugar para ella.

La muchacha meneó su cabeza y se apartó corriendo agachada, moviéndose más a la izquierda y declive arriba.

Enoch se puso en pie abalanzándose tras ella, y al hacerlo, el aire tras él produjo un sonido como de frito y hubo como la aguda mordedura del ozono.

Instintivamente, golpeó el suelo, y allá abajo del declive vio medio metro cuadrado de terreno que hervía y humeaba, con su capa barrida por un tremendo calor, y tornados el propio suelo y la roca en masa borboteante.

Un láser, pensó Enoch. El arma del alienígena era un láser, conteniendo un terrorífico golpe en un exiguo haz luminoso.

Se contrajo y dio una breve carrera ladera arriba, arrojándose postrado tras un grupo de ensortijados abedules. El aire volvía a hacer el sonido de fritura y nuevamente hubo ráfagas de calor y el ozono. Sobre el declive opuesto, echaba vapor un trozo de terreno. Flotaba ceniza, que cayó en los brazos de Enoch. Lanzó una rápida ojeada arriba y vio que las copas de los abedules habían desaparecido, reducidas a ceniza por el láser. Tenues volutas de humo se elevaban perezosamente de los cercenados troncos.

Hiciérase lo que se pudiera, o dejara de hacerse, allá en la estación, el alienígena suponía faena. Sabía que estaba acorralado y empleaba artimañas.

Enoch se pegó contra el suelo y se inquietó por Lucy. Esperaba que estuviese a salvo. La muy boba debiera haberse quedado al margen. Este no era un lugar para ella. Ni lo había sido nunca en el bosque a aquella hora del día. Tendría de nuevo al viejo Hank buscándola, pensando que la habían raptado. Se preguntó qué diablos se le había metido en el cuerpo.

La oscuridad iba aumentando. Sólo las distantes copas de los árboles recogían los últimos rayos del sol. Rampando por el barranco provenía una frialdad del valle de abajo, y del suelo brotaba un olor húmedo y fresco. De algún escondido agujero clamaba tristemente algún chotacabras.

Enoch salió de tras el grupo de abedules, precipitándose declive arriba. Llegó al tronco caído que había elegido como barricada, y se apostó tras él. No había señal alguna del alienígena, ni ningún otro disparo del láser.

Enoch estudió el terreno ante él. Dos carreras más, una a aquella pequeña pila de roca, y la siguiente al borde de la propia zona de los cantos rodados, y se hallaría sobre el alienígena escondido. Mas, ¿qué haría una vez que estuviese allí?, se preguntó.

Pues sacar al alienígena de su madriguera, arrancarlo de su escondite y derrotarlo, desde luego.

No había planes que pudieran hacerse, ni tácticas que pudieran establecerse de antemano. Una vez que llegase al borde de los cantos rodados debía hacerlo todo sobre la marcha, de oído, valiéndose de cualquier hueco que se presentara. Iba en su desventaja el que no debía matar al alienígena, sino capturarlo y llevarlo a rastras si fuese preciso, forcejeando y chillando, al resguardo de la estación.

Tal vez aquí, al aire libre, no podría emplear su hedionda defensa como lo había hecho en el confinamiento de la estación, por lo que la cosa podría ser más fácil. Examinó el grupo de cantos rodados de un extremo al otro, no observando nada que pudiese ayudar a localizar al alienígena.

Comenzó lentamente a serpear en derredor, dispuesto a la próxima carrera declive arriba, moviéndose cuidadosamente, de manera que ningún ruido pudiera traicionarle.

Por el rabillo del ojo percibió una sombra moviéndose por el declive. Aprestó al punto el rifle. Pero antes de que pudiera encañonarlo, la sombra estaba sobre él, poniéndole de espaldas en el suelo, mientras una manaza le tapaba la boca.

—¡Ulises! —farfulló Enoch, pero la temible figura le siseó previniéndole.

Lentamente se desprendió el peso que le oprimía, y la mano se apartó de su boca.

Ulises hizo un gesto en dirección a la masa de cantos rodados y Enoch asintió.

Ulises se aproximó más e inclinó su cabeza a la de Enoch, cuchicheándole al oído:

—¡El Talismán! ¡Tiene el Talismán!

—¡El Talismán! —repitió Enoch en voz alta, intentando ahogar su grito cuando ya lo había proferido, al recordar que no debía hacer ruido alguno para no ser descubiertos por quien estaba vigilándoles.

Del espolón superior se desprendió una roca, que rodó dando tumbos por el declive. Enoch se pegó más al suelo, tras el tronco derribado.

—¡Abajo! —gritó a Ulises—. ¡Abajo! ¡Tiene un arma!

Pero la mano de Ulises le asió por el hombro.

—¡Enoch! —gritó—. ¡Mira, Enoch!

Enoch se irguió, viendo sobre el grupo de rocas, recortándose en el firmamento, dos figuras asiéndose.

—¡Lucy! —vociferó.

Pues una era Lucy y la otra el alienígena.

Ella había subido a hurtadillas hasta donde él estaba. ¡Maldita pequeña estúpida, había llegado solapadamente hasta arriba! Y mientras el alienígena había estado distraído vigilando el declive, se le había acercado y luego asido. Ella tenía un garrote o algo parecido en su mano, alguna vieja rama acaso, y la alzaba sobre su cabeza presta a asestar un golpe, pero no podía hacerlo, pues el alienígena le tenía asido el brazo.

—¡Dispara! —dijo Ulises, con voz apagada y sin tono.

Enoch alzó el rifle, teniendo dificultad con la mira, debido a la oscuridad creciente. ¡Y estaban tan juntos! ¡Demasiado juntos!

—¡Dispara! —volvió a aullar Ulises.

—No puedo —suspiró Enoch—. Está demasiado oscuro para hacerlo.

—¡Tienes que disparar! —conminó Ulises con voz tensa y dura—. ¡Tienes que arriesgarte!

Enoch volvió a levantar el fusil, pareciéndole que la mira estaba más clara, percatándose que su indecisión no estaba tanto en la oscuridad, como en aquel disparo que había fallado en el mundo aquel de los bocinazos graznantes y del estrafalario ser zancudo que en él había irrumpido. Si entonces había fallado, también podía marrar ahora.

—La mira precisó la cabeza de la criatura ratuna, pero de pronto el blanco que presentaba comenzó a moverse.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Estación de tránsito»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Estación de tránsito» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Robert Silverberg: Estación Hawksbill
Estación Hawksbill
Robert Silverberg
Sarah Waters: El ocupante
El ocupante
Sarah Waters
Clifford Simak: Halta
Halta
Clifford Simak
Christine Feehan: Juego del Depredador
Juego del Depredador
Christine Feehan
LaVyrle Spencer: Los Dulces Años
Los Dulces Años
LaVyrle Spencer
Отзывы о книге «Estación de tránsito»

Обсуждение, отзывы о книге «Estación de tránsito» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.