Christopher Priest - Indoctrinario

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Elías Wentik, que en un laboratorio secreto de la Antártida experimenta con drogas que afectan al cerebro, es transportado de pronto a la selva brasileña en el siglo XXII. El mundo ha sido devastado por armas nucleares y un gas venenoso todavía activo. Wentik quiere volver a su propia época y descubrir el antídoto del gas, pero la Gran Guerra ya ha comenzado, y Wentik ha de decidir si escapa volviendo a 1989 o muere en el presente.

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Once

La tarde siguiente, Wentik estuvo a solas en el viejo despacho de Astourde. Estudió los improvisados mapas de los que el hombre le había hablado.

Sólo había cuatro, y la información que Wentik pudo entresacar de ellos fue mínima.

El primero, supuestamente el de mayor valor, le dio una gran desilusión. Se trataba de un mapa a gran escala del Mato Grosso brasileño, y a juzgar por los círculos a bolígrafo que alguien había trazado en el mapa a pequeña escala de la totalidad del territorio de Brasil, era aproximadamente la parte de la jungla en que estaba situada la cárcel.

La escala era amplia; un centímetro representaba seiscientos metros, y sin embargo la información que se podía obtener era prácticamente nula. Era el tipo de mapa que sólo geógrafos o geólogos expertos consultan. Trazado evidentemente a partir de una fotografía de satélite, estaba cubierto de diversos símbolos que indicaban tipos de vegetación selvática, humedad y temperatura en diferentes épocas del año, curvas de nivel (muy espaciadas y tortuosas) y varios ríos y riachuelos. Aparte de eso, nada de nada.

Si la totalidad del Mato Grosso estaba registrada en mapas de tal escala (y así parecía ser, pues el mapa estaba numerado), era obvio entonces que habría miles y miles de cartas como ésa guardadas en algún polvoriento archivo de cierto edificio gubernamental.

Por un instante, Wentik quedó maravillado de la paciencia y determinación de los cartógrafos que habían elaborado la serie.

La segunda carta era un mapa político del continente sudamericano, con los límites actualizados de las naciones y todas las ciudades importantes. Wentik observó cuidadosamente los diminutos caracteres y logró ubicar Pôrto Velho. Por primera vez apreció el asombroso tamaño del continente y cuán introducido en su centro se encontraba él.

El tercer mapa de Astourde era más bien un plano. Mostraba en gran detalle el esquema de la Concentración en la Antártida. Wentik, que conocía el inmenso secreto con que se había construido la Concentración y las complejas medidas de seguridad tomadas antes de que alguna persona fuera trasladada allá, se sorprendió de nuevo ante la manifiesta facilidad con que Astourde pudo acceder a documentos como ése y a los medios para conseguir que él abandonara su trabajo.

El supuestamente último mapa era otro plano, pero diferente en la ocasión pues estaba toscamente trazado a lápiz. Mostraba una extensión amplia con la cárcel en su punto central. En el ángulo inferior derecho del papel se veían las iniciales C. V. A. ¿Qué significaría la V.?, se preguntó Wentik.

Astourde no demostraba mucha técnica cartográfica, si es que el dibujo le pertenecía, meditó Wentik. Según la escala aproximada indicada en la parte inferior, el diámetro de la extensión era de diez kilómetros. Suponiendo que fuera cierto, Astourde había dibujado la cárcel completamente fuera de escala. Y su sentido de orientación no era mejor. La parte delantera de la prisión, donde estaba situado el despacho, miraba al sur. El sol quedaba casi directamente sobre la cabeza al mediodía, aunque al norte. Y por alguna razón indeterminada Astourde había trazado la planta como un rectángulo alargado cuando más bien era un cuadrado. El poste de observación, para Wentik al noroeste de la cárcel, había sido dibujado cerca de la esquina superior derecha del edificio.

También advirtió Wentik con cierta curiosidad, que Astourde no había señalado el molino de viento, a cuatro o cinco kilómetros en dirección suroeste, por la que Musgrove y él habían llegado.

Intentó dar con la correcta ubicación del molino en el plano pero pronto desistió; era demasiado confuso, en parte por lo inexacto del dibujo de Astourde, aunque también porque desde su llegada a Brasil, Wentik no había conseguido sentirse demasiado seguro con la inversión norte/sur hemisférica.

En la Antártida había sido distinto. Allá la orientación era una sola: el norte.

El recuerdo del molino de viento le hizo darse cuenta por primera vez de que cuando él y Musgrove llegaron a la cárcel venían del suroeste. Sin embargo, Pôrto Velho se hallaba claramente al noroeste. La ruta por la que Musgrove lo trajo no había sido la más directa, reflexionó Wentik.

Intentó imaginar el plano de Astourde sobreimpreso en el mapa de la zona a gran escala y sin rasgos característicos. Le resultaba inverosímil que la vasta llanura de rastrojos que tan bien conocía ahora tuviera necesariamente que concordar con la espesa jungla que de algún modo representaba su época.

Recordó lo sucedido cuando Musgrove y él entraron en el distrito. Habían dado varios pasos antes de que Wentik notara que la jungla se había esfumado a su espalda. No lo había sido en realidad, por supuesto, pero había desaparecido en lo que entonces se convertía en pasado. ¿O era él quien se había esfumado en el futuro? Lleno de curiosidad, se preguntó qué habría sucedido si hubiera mirado hacia atrás en el instante que entraba en la zona... Una pierna en el pasado (o presente) y otra en el futuro (o presente). Observando en el mismo borde del distrito sería posible verlo muy claramente. Sin embargo no daba resultado a la inversa.

¿Qué ocurriría si, observando desde fuera, alguien que estuviera dentro avanzara directamente hacia la línea divisoria? ¿Se esfumaría, o regresaría al presente?

¿O qué...?

Wentik plegó los mapas y los puso en un cajón del escritorio. Sea como fuere, las observaciones que acababa de hacer no le sugerían salida alguna por el momento.

Como siempre, su principal preocupación era volver a lo que conocía como vida normal. Deseaba ver a su mujer y a sus hijos. Deseaba volver a su trabajo, especialmente ahora que la meta estaba casi a la vista. Y la muerte de Astourde exigía ser informada. Sin duda habría una investigación. Y con Musgrove lo mismo. El individuo había desaparecido y, por lo que Wentik sabía, ya no estaba en parte alguna cerca de la cárcel.

Su plan inmediato era, básicamente, regresar a Pôrto Velho.

Teniendo en cuenta su aislamiento en el Mato Grosso, llegar a la costa era imposible. Pôrto Velho no era nada espectacular como ciudad, pero tenía teléfonos y radio, y estaba situada junto al río Madeira. La pista de aterrizaje no era mucho más que un trozo de tierra desbrozado, pero al menos disponía de las facilidades para volar.

Este era el Pôrto Velho que Wentik había visto y era difícil, sin pruebas en contra, concebirlo de otro modo cualquiera. Si aceptaba lo que Musgrove y Astourde le habían explicado, que la cárcel existía en un estado del tiempo futuro, entonces cuando huyera a Pôrto Velho no sabría a ciencia cierta con qué iría a encontrarse.

De forma instintiva pensó que todo estaría tal como lo había dejado; que salir del distrito sería tan sencillo como entrar en él.

De modo que se disponía a volar hasta allá por la mañana.

Había averiguado que uno de los hombres, un tipo bajito y de tez blanca llamado Robbins, era el piloto del helicóptero, y que el aparato ya estaba dispuesto para volar una vez más. El y Robbins partirían el día siguiente. En caso de que llegaran ilesos a Pôrto Velho, Robbins volvería a la cárcel y recogería a los hombres restantes, mientras Wentik se dirigiría a la civilización.

Era un plan tosco, pero Wentik no podía hacer otra cosa.

Se levantó y salió al corredor.

Había un solo detalle más del lugar que deseaba dejar resuelto antes de la mañana: el objeto que había visto el día anterior desde la cúspide del poste. Una protuberancia de color claro en el muro de la cárcel, dispuesta con manifiesto capricho y sin finalidad. Había cierto rasgo vagamente familiar en la forma del objeto que el científico no había logrado definir...

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