Clifford Simak - El tiempo es lo más simple

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El tiempo es lo más simple: краткое содержание, описание и аннотация

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Llegó un momento en que el hombre tuvo que admitir que no le sería posible alcanzar las estrellas. Lo había sospechado por los cinturones radioactivos de Van Allen, cuando fueron descubiertos por el sabio astrónomo que le dio su nombre, hasta que gradualmente, se llegó a su total certidumbre.
Pero el hombre, con su interminable ingeniosidad, resolvió el problema con el auxilio de los telépatas, y con la ayuda de una gigantesca organización del más alto secreto, llamada “Anzuelo”, mediante la cual, los hombres podían lanzar sus mentes a las profundidades del espacio. Y en una de esas ocasiones, Sheperd Blaine, mientras exploraba su camino asignado por el “Anzuelo” tomó contacto con una criatura fantástica, sin forma, omnisciente, una amsitosa Cosa de Color de Rosa que le dijo: “Intercambio mente con la tuya”.

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Allí estaba de nuevo el sonido del viento fresco silbando sobre los campos y sobre los chopos de Virginia, allí donde momentos antes no estaban ni siquiera tales otros chopos. Alguna cosa había ocurrido dentro de su interior también, porque se sintió a sí mismo de nuevo. Multitud de insectos zumbaban en todas direcciones estridentemente, entre la hierba y los matorrales. Y allá arriba, en la granja de la colina, había luz en las ventanas de los edificios que la componían. Dio una vuelta sobre el camino y bajó por la pendiente hasta el riachuelo, se metió en la corriente, la atravesó fácilmente y salió al otro lado, entre los chopos de Virginia que formaban un pequeño boscaje verde y acogedor.

Ya se encontraba de vuelta, por fin, de vuelta de donde había estado antes. Había vuelto desde el pasado al presente y lo había hecho por sí mismo. Por un instante, casi en el borde de la experiencia misma, había casi captado la forma de hacerlo, el método; pero se le había escapado finalmente y no supo cómo.

Pero aquello importaba poco Entonces, se hallaba en su mundo, en el presente y en seguridad.

XII

Se despertó con las primeras luces de la mañana, cuando los pájaros comienzan sus primeros trinos en los árboles, y se dirigió siguiendo el sendero de la granja que había en la colina, hacia el terreno circundante, que estaba sembrado de maíz y patatas. Tomó varias mazorcas de maíz y arrancó una gran mata de patatas comprobando con satisfacción que tenía un abundante fruto en las raíces. Vuelto hacia el boscaje de chopos de Virginia se buscó en los bolsillos las cerillas que le dio el sheriff, encontrándose con tres en la caja.

Mirándolas gravemente, le vino a la memoria aquel día ya lejano en su vida en que fue examinado finalmente para su ingreso en los «boy-scout», cuya prueba consistía en encender un fuego con una sola cerilla. ¿Lo volvería ahora a hacer también?

Buscó un tronco de árbol seco y removió en su interior para hallar el punto más combustible, lo rodeó de ramas secas, ya que tendría que evitar el menor humo posible que delatara su presencia, y el fuego surgió a la segunda cerilla. Por encima del camino pasó el primer coche del día, y algo más lejos una vaca dejó escapar unos mugidos. Alimentó el fuego cuidadosamente y consiguió tener una regular hoguera, sin humo, gracias a las ramitas secas y trozos de madera con que la arregló con tal propósito. Se sentó junto al fuego y esperó a que se consumiera, dejando los carbones encendidos, como resultado de la combustión. El sol no había salido todavía, pero la aurora, en el este, se mostraba magnífica y el frío recubría todo el terreno circundante. Bajo él, el riachuelo corría por su lecho de guijarros, rumorosamente. Blaine respiró a pleno pulmón el aire de la mañana y aquello le hizo mucho bien. Todavía estaba vivo y tenía algo que comer, pero ¿qué le esperaba de allí en delante? No tenía dinero, no tenía absolutamente nada, excepto una sola cerilla y las ropas que vestía. Y tenía una mente que le traicionaría, y que tal y como había dicho aquella vieja arpía, era una mente capaz de tumbar de espaldas a cualquiera. Estaría a merced de ser descubierto por cualquier espía, cualquier soplón de los que se cruzasen en su camino.

Podría esconderse durante el día y caminar por la noche. Podría hallar alimento buscando entre los huertos y las granjas, al paso. Podría continuar viviendo así, haciendo algunas millas de distancia cada noche, aunque fuese en una marcha lenta.

Pero tendría que haber otro comino distinto para salir de tal situación.

Puso más leña en el fuego y se dirigió hacia el torrente tumbándose en el suelo, bebió hasta saciarse de aquella agua fresca y cristalina.

¿Habría cometido un gran error con haber huido del Anzuelo? No hubiera importado lo que le hubiese esperado allá, la situación en que ahora se encontraba resultaba mucho peor de todos modos. Porque entonces, era un fugitivo para todo el mundo, no habría nadie que pudiera confiar en él ni creerle. Se quedó tumbado boca abajo, tras haber bebido, mirando fijamente las brillantes piedras del lecho del arroyuelo. Tomó una de aquellas piedras en sus manos y vio con curiosidad la estructura cristalina de su composición, y la suave conformación exterior, consecuencia de haber rodado a través de milenios, sin duda.

Apartó aquella idea de su mente y tomó otro trozo de piedra del lecho, siendo entonces un pequeño trozo de cuarzo.

¡Y allí había algo fuera de su sitio!

¡Era algo que nunca había hecho antes!

Se levantó del arroyo con todos sus sentidos humanos despiertos. Pensó de nuevo en la cosa Color de Rosa que debería llevar en su mente; la buscó intensamente, sin hallarla; pero presentía que debería encontrarse arrinconada y viviendo con él. Sí, debía continuar allí, a juzgar por aquellos extraños recuerdos sueltos, sin memoria, con sus habilidades misteriosas y su locura lógica. Con los ojos de su mente pudo ver durante unos momentos un extraño desfile de figuras geométricas de color purpúreo a través de un desierto de oro puro, con un sol rojo como la sangre cerniéndose sobre él, en un cielo color de azufre, y nada más a la vista. Y en el instantáneo durar de aquella visión, Blaine conoció la localización exacta del lugar y el significado, y las coordinadas de un sistema cosmográfico tan fantástico que acababan de reproducirse en su mente. Y en seguida, todo desapareció, las figuras y el conocimiento.

Se volvió lentamente hacia el fuego que ya tenía un lecho de grandes carbones encendidos. Depositó en aquel horno las patatas y las mazorcas de maíz y las dejó cocer lentamente. Sentado junto al fuego, sintió un raro contento, una primitiva alegría, la del hombre que ha reducido sus necesidades a lo más estrictamente indispensable para sobrevivir. Un poco de alimento natural, agua y fuego para calentarse. Cuando aquello estuvo cocido, procedió a comérselo tranquilamente. Todo le parecía normal en aquel momento.

Recordó a Dalton retrepado en su butacón en la fiesta de Charline, con el enorme cigarro destrozado en la boca y el cabello sobre la frente, vomitando denuestos contra la planta-carnicero, así como los demás ultrajes que habían sido cometidos contra aquel hombre de negocios por la astucia del Anzuelo. Y trató de recordar de qué planeta y de qué sol habría venido aquella planta carnicero. «La planta carnicero, pensó, y ¿cuántas otra cosas más? ¿Cuál’ habría sido el total de las cosas traídas desde lejanos mundos por el Anzuelo?» Existían incontables y nuevas drogas maravillosas, una entera farmacopea, procedente de otras estrellas, traídas a la Tierra para aliviar los sufrimientos y las enfermedades del hombre. Y como consecuencia de ello, todas las viejas enfermedades que le envejecían y mataban, iban alejándose y desapareciendo de su vista como un recuerdo maldito. Dos generaciones más, sólo dos generaciones de hombres más y el concepto completo de la enfermedad sería barrido de la raza humana. La raza humana surgiría entonces como una especie de criaturas perfectamente sana de cuerpo y de espíritu.

Había igualmente nuevas cosas fabricadas y nuevos metales y muchos productos nuevos de alimentación. Existían nuevas ideas sobre la arquitectura y materiales de construcción, nuevos perfumes, creaciones literarias diferentes, y principios de arte extraterrestres. Estaba también el dimensino, un maravilloso medio de entretenimiento que había reemplazado a los clásicos medios de diversión humanos, el cine, la radio y la televisión.

En el dimensino, el espectador no se limitaba simplemente a ver y a oír, sino que participaba igualmente en la acción. El espectador se convertía en parte de la representación, se identificaba con uno de los personajes, se volvía la persona de su elección en el drama que el dimensino creaba. En casi todas las casas, en las ciudades, ya tenían su habitación con el dimensino, que permitía la maravillosa sensación de casi trasmutarse en otra persona, de evadirse de su forma ordinaria y corriente y salir a otra dimensión especial del tiempo y la circunstancia, para vivir en lugares exóticos o en fantásticas situaciones. Y todas aquellas cosas, los alimentos, los tejidos, el dimensino, las drogas, todo en fin eran monopolios del Anzuelo. Y por todo aquello el Anzuelo se había ganado el odio de la gente, el odio de no comprender, de haber sido dejados al margen, de haber sido ayudados como jamás nadie pudo haber ayudado al progreso de la raza humana.

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