Clifford Simak - El tiempo es lo más simple

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El tiempo es lo más simple: краткое содержание, описание и аннотация

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Llegó un momento en que el hombre tuvo que admitir que no le sería posible alcanzar las estrellas. Lo había sospechado por los cinturones radioactivos de Van Allen, cuando fueron descubiertos por el sabio astrónomo que le dio su nombre, hasta que gradualmente, se llegó a su total certidumbre.
Pero el hombre, con su interminable ingeniosidad, resolvió el problema con el auxilio de los telépatas, y con la ayuda de una gigantesca organización del más alto secreto, llamada “Anzuelo”, mediante la cual, los hombres podían lanzar sus mentes a las profundidades del espacio. Y en una de esas ocasiones, Sheperd Blaine, mientras exploraba su camino asignado por el “Anzuelo” tomó contacto con una criatura fantástica, sin forma, omnisciente, una amsitosa Cosa de Color de Rosa que le dijo: “Intercambio mente con la tuya”.

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La parte comercial de la calle dejó lugar a las residencias particulares y más a lo lejos Blaine pudo ver dónde terminaba el pueblo, el pueblo que media hora antes (¿o sería media hora después?), había deseado e intentado matarle.

Se detuvo un momento y miró hacia atrás. Pudo advertir el tejado de la pequeña corte de justicia del pueblo, recordando que allí se había dejado las pocas cosas que poseía, encerradas en el cajón de la mesa del sheriff. Vaciló un momento, imaginando si debería volverse y recogerlo. Era algo terrible encontrarse sin un dólar en el bolsillo y desprovisto de toda documentación ni de objeto alguno. Si volvía, podría apropiarse de algún coche. Aun en el caso de que no hubiera ninguno con las llaves dejadas por olvido en el arranque, él podría hacer un corto circuito en la ignición del vehículo. Los coches se encontraban todos allí, esperando ser tomados, sencillamente.

Se volvió y anduvo dos pasos en sentido contrario; pero pronto dio media vuelta otra vez. No se atrevía a volver, ahora que se encontraba en seguridad y no había nada, ni coches, ni dinero que valiera la pena de arriesgar su seguridad, si tenía que hacerlo volviendo al pueblo.

Continuó su marcha hacia el norte y pronto se desvanecieron las últimas luces del pueblo. Marchaba a grandes pasos, sin correr; pero devorando el camino literalmente. Muy pronto se halló en el campo, cuya soledad era todavía mayor, rodeándole una total falta de movimiento, todas partes. Unos cuantos chopos de Virginia corrían a lo largo del lecho del arroyo, abajo en el valle; pero la tierra aparecía desnuda, sin una mota de hierba, como si fuese un terreno muerto y abandonado desde siglos.

La obscuridad se hizo aún mayor, hasta que la luna comenzó a surgir esparciendo una pálida luz sobre aquella árida zona de terreno.

Llegó hasta un puente rústico hecho con tablones de madera que cruzaba el diminuto arroyo de agua y se detuvo un momento para descansar y mirar hacia atrás. No se movía absolutamente nada, nada había tampoco que le siguiera el rastro. El pueblo se encontraba ahora a unas cuantas millas más atrás y allá arriba, sobre la colina encima del riachuelo, se observaban los huesos destartalados de alguna granja olvidada.

Blaine aspiró profundamente el aire para llenar sus pulmones, pero incluso le pareció que hasta el mismo aire estaba muerto No se apreciaba en él su corriente vital y benéfica, ni olor alguno. Con una mano se apoyó en el puente y con la misma mano palpó las planchas de madera; pero allí no había nada sensible al tacto Ni existían las planchas ni el puente mismo.

Lo intentó de nuevo, ya que estaba seguro de lo que veía, aunque muy bien podría ser que la luz de la luna le hubiese jugado una mala pasada Esta vez lo hizo con el máximo cuidado. Su mano llegó cuidadosamente hasta el maderamen del puente. Se echó hacia atrás uno o dos pasos, ya que le había ocurrido algo repentinamente, con lo que debería tener la mayor precaución. Aquello debió ser una fantasía, el fantasma de una realidad, una quimera. Si hubiera caminado hacia delante, habría caído sobre el lecho del arroyo, desde la altura Pero entonces, aquellos árboles muertos y los postes de aquellas cercas y vallas, ¿eran también una ilusión? Por un instante ilógico, no se atrevió ni a moverse, ni a respirar, por temor a que cuanto le rodeaba fuese precipitado de pronto en la nada.

Pero el suelo era sólido bajo sus pies, o al menos lo parecía. Presionó el terreno con un pie y la tierra ofrecía resistencia. Despacio, se puso de rodillas y palpó el terreno circundante, arañando con los dedos para estar seguro de su consistencia. «Aquello era estúpido, se dijo a sí mismo irritado, ya que había venido recorriendo aquel camino con sus propios pies y la tierra le había sostenido…»

Pero aun así, aquello parecía un lugar donde nadie podía considerarse seguro, un sitio en que parecía que las leyes de la naturaleza habían desaparecido. O al menos, un lugar en que podría uno hacerse la siguiente conclusión: El camino es una cosa real; pero los puentes no lo son. Era como encontrarse en un mundo donde toda vida ha desaparecido. Aquello era el pasado, un pasado muerto, y allí sólo había cadáveres, aunque quizá no serían ni cadáveres, sino más bien los fantasmas de tales cadáveres. La vida no estaba allí, estaba más adelante. La vida tiene que ocupar un simple punto en el tiempo, y el tiempo se mueve hacia delante, y con él la vida. «Por tanto, se había marchado, pensó Blaine, toda posibilidad de que el hombre pudiera visitar el pasado y vivir en la acción y en el pensamiento de los hombres que hacía tiempo ya, sólo eran polvo y cenizas». El pasado viviente no existía. El único punto válido para la vida era el presente, una vida que se mueve, que conserva su paso hacia delante y que una vez que ha pasado, desaparece perdiéndose cuidadosamente todas las trazas de su existencia.

Había, sin embargo algo básico, como la Tierra en sí misma, que existía a través de cualquier punto de referencia en el tiempo, sosteniendo una especie de limitada eternidad para proveer de una sólida base a la vida en que desarrollarse. Pero lo muerto, aquello quedaba en el pasado, como los fantasmas y los espíritus. Por tanto, las estacas de los vallados, los alambres sujetos en ellas, los árboles, la granja y el puente eran sólo sombras del presente, persistiendo en el pasado. Persistiendo, incluso con repugnancia, a regañadientes, ya que no teniendo vida alguna, no podrían efectuar movimiento alguno hacia delante. Se hallaban ligados en el tiempo y amarrados a él y sólo eran sombras, unas sombras proyectadas…

Era él, por tanto, según pudo comprobar con un fuerte estremecimiento, la única cosa viviente que existía en aquel momento sobre el mundo. Sólo él y ninguna otra cosa más.

Se puso en pie y se sacudió el polvo de las manos. Permaneció mirando al puente y al resplandor de la luz de la luna, nada parecía fuera de lugar, nada se veía de extraño. Pero él conocía el secreto de todo aquello. Estaba atrapado, sencillamente. Si no conocía la forma de salir de semejante estado, se hallaba irremisiblemente atrapado en aquel fantástico fenómeno, de donde no sabía, ni podía, salir. No había nada en ninguna experiencia humana, que le diera alguna oportunidad o cualquier esperanza de conocerlo. Permaneció quieto y silencioso en la carretera, imaginándose hasta qué punto él sería humano, cuánta humanidad quedaría todavía en él. Si no fuera totalmente humano, si tuviera en él algo de otro ser extrahumano, entonces sí que podría tener tal oportunidad.

«Blaine se sentía humano», se dijo para sí, pero, ¿cómo podría juzgarlo? Ya que él sería completamente él mismo, si fuera enteramente extrahumano. Humano, medio humano, o sin nada de humano, todavía continuaba siendo él mismo Apenas si podía apreciar la diferencia. No existía un punto al margen de su mente, para poder establecer una diferencia con cualquier verosímil objetividad. Él (o cualquier cosa que pudiera ser), había conocido en un momento de pánico y de terror, cómo deslizarse en el pasado, y ahora tendría que averiguar cómo volver nuevamente hacia el presente, donde la vida continúa su marcha ordinaria. Pero lo terrible, lo duro de todo aquello era ¡que no tenía la menor idea de cómo hacerlo!

Se fijó en sí mismo, en la antiséptica frialdad con que la luz de la luna bañaba el terreno, y un estremecimiento de angustia comenzó a recorrerle el cuerpo. Trató de detener aquel estremecimiento, ya que se daba cuenta de que era el preludio de un terror irracional; pero la sensación no se detuvo. Apretó los dientes y el estremecimiento siguió subiendo y subiendo de intensidad y repentinamente, en el último rincón de su mente, comprendió que el milagro se había hecho de nuevo.

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