—¿Qué red neuronal? —preguntó Peter.
—La que conecta nuestras ideas sobre las gallinas, a las que normalmente consideramos como estúpidas y pasivas, y nuestras ideas de la autodeterminación y la iniciativa personal. Eso es lo gracioso del chiste: la idea de que una gallina podría cruzar la calle porque quería, porque quizá sentía curiosidad; ésa es una idea nueva, y la formación de la nueva interconexión entre neuronas que representa esa idea es lo que produce la momentánea disrupción de los procesos mentales que llamamos risa.
—No estoy seguro de creérmelo —dijo Peter.
—Me encogería de hombros si pudiese. Mira, te lo demostraré. ¿Sabes qué plato pide el señor Spock cuando va la cafetería de la Flota Estelar? —El sim realizó su primera pausa, un perfecto silencio de comediante—. Una fondue de mentes vulcaniana.
—Muy bueno —dijo Peter, sonriendo.
—Gracias. Me lo acabo de inventar, por supuesto; no podía contarte un chiste que los dos ya conociésemos. Ahora, piensa en esto: ¿qué pasaría si hubiese presentado el chiste de una forma ligeramente diferente, empezando con «¿Has oído hablar de la fusión de mentes vulcaniana? Bien…».
—Eso lo hubiese estropeado.
—¡Exactamente! La parte de tu mente que contiene ideas sobre la fusión mental vulcaniana ya habría sido estimulada y, al final, no hubiese habido conexión súbita entre las ideas normalmente no relacionadas sobre comida, como una fondue, y los vulcanianos. Es la nueva conexión lo que provoca la respuesta de la risa.
—Pero a menudo no nos reímos en alto cuando estamos solos —dijo Sarkar.
—No, eso es cierto. Creo que la risa social sirve a un propósito diferente que la risa interna. Ved, las conexiones inesperadas pueden ser graciosas, pero si también son desconcertantes, el cerebro se pregunta si no estará funcionando mal, así que cuando hay otros alrededor, envía una señal y si recibe la misma señal de vuelta, el cerebro se relaja; si no lo hace, entonces el cerebro se preocupa: quizás hay algo malo en mí. Por eso la gente es tan sincera cuando dice, «¿No lo entiendes?». Desesperadamente quieren explicar el chiste, y se molestan si la otra persona no lo encuentra gracioso. Por eso las comedias de situación necesitan risas enlatadas. No es para decir que algo es gracioso, es para asegurarnos que eso que encontramos gracioso es algo que es normal encontrar gracioso. Las risas enlatadas no hacen que un programa estúpido sea más gracioso, pero nos permiten disfrutar más de un programa gracioso, al permitir que nos relajemos.
—¿Pero qué tiene esto que ver con estar muerto? —preguntó Peter.
—Todo. Buscar nuevas conexiones es todo lo que queda. Desde la pubertad, he pensado en el sexo cada pocos minutos, pero ya no siento necesidades sexuales y, en realidad, debo decirlo, ni siquiera puedo entender por qué me preocupaba tanto el sexo.
»También estaba obsesionado con la comida, siempre preguntándome qué iba a comer a continuación, pero ya no me preocupa eso en absoluto. Lo único que me queda es buscar nuevas conexiones. Lo único que queda es el humor.
—Pero hay personas sin mucho sentido del humor —dijo Sarkar.
—El único tipo de infierno que puedo concebir —dijo Espíritu— es pasar por la eternidad sin que se formen nuevas conexiones; sin ver las cosas de forma nueva; sin divertirse por el absurdo de la economía, de la religión, de la ciencia, del arte. Todo es muy, muy divertido, si lo piensas bien.
—Pero… ¿qué hay de Dios?
—No hay Dios —dijo Espíritu—, al menos no en el sentido de la escuela dominical pero, por supuesto, ése es el tipo de cosas para las que no hace falta morirse para descubrirlas: dado que millones de niños mueren de hambre en África, y doscientas mil personas murieron en el gran terremoto de
California, y por todas partes hay personas torturadas, violadas, y asesinadas, es intuitivamente evidente que nadie cuida de nosotros de forma individual.
—¿Así que eso es la vida después de la muerte? —preguntó Peter—. ¿Humor?
—No hay nada de malo en eso —dijo Espíritu—. Ningún dolor, sufrimiento o deseo. Sólo un montón de fascinantes nuevas conexiones. Muchas risas.
Rod Churchill marcó el número mágico y oyó que el teléfono emitía la melodía tonal familiar.
—Gracias por llamar a Food Food —dijo la voz femenina al otro lado del teléfono—. ¿Podría darme su pedido, por favor?
Rod recordaba los viejos días, cuando Food Food —y la pizzería antecesora— siempre empezaba preguntándote tu número de teléfono, ya que era de esa forma como guardaban los registros en la base de datos. Pero con Indicador de Llamada, los registros del cliente aparecían automáticamente en la pantalla de pedidos en el momento de contestar al teléfono.
—Sí, por favor —dijo Rod—. Me gustaría lo mismo que pedí la noche del pasado miércoles.
—Carne asada no muy hecha con salsa baja en calorías, patatas asadas, mezcla de vegetales, y pastel de manzana. ¿Es correcto, señor?
—Sí —dijo Rod. Cuando había empezado a pedirles a ellos, Rod había repasado cuidadosamente la lista de ingredientes de Food Food, escogiendo sólo los que no interfiriesen con su medicación.
—Ningún problema señor —dijo la chica—. ¿Desea algo más?
—No, eso es todo, por favor.
—El total es 72,50 dólares. ¿Al contado o tarjeta?
—A mi tarjeta Visa, por favor.
—¿Número de la tarjeta?
Rod sabía que la mujer lo tenía en la pantalla frente a ella, pero también sabía que tenía que pedírselo como medida de seguridad. Se lo leyó, y adelantándose a la siguiente pregunta, añadió la fecha de caducidad.
—Muy bien, señor. Ahora son las 18.18. Su cena estará ahí en treinta minutos o es gratis. Gracias por llamar a Food Food.
Peter y Sarkar estaban sentados en el comedor de Mirror Image. Peter sorbía una Coca light de lata; mientras que Sarkar bebía Coca-Cola de verdad; sólo cuando compartía una jarra con Peter toleraba el producto bajo en calorías.
—Muchas risas —dijo Sarkar—. Que definición más extraña de la muerte. —Una pausa—. Quizá deberíamos empezar a llamarle «Brevedad» en lugar de «Espíritu»… después de todo, ahora es el alma del ingenio.
Peter sonrió.
—Sin embargo, ¿has notado la forma en que habla?
—¿Quién? ¿Espíritu?
—Sí.
—No noté nada especial —dijo Sarkar.
—Se alarga sin cesar y sin cansarse.
—Eh, Petey, tengo noticias para ti. Tú también lo haces.
Peter sonrió.
—Quiero decir, hablaba en frases increíblemente largas. Muy barrocas y complejas.
—Supongo que no me di cuenta.
—Has tenido algunas sesiones con él antes de ésta, ¿no?
—Sí.
—¿Podemos ver transcripciones de ellas?
—Claro. —Cogieron las bebidas y volvieron al laboratorio. Sarkar pulsó algunas teclas y la impresora escupió varias docenas de delgadas hojas.
Peter repasó el texto.
—¿Tienes un corrector gramatical en línea?
Sarkar tecleó algunos comandos en el ordenador. Un análisis de los comentarios de Espíritu procedentes de diversas sesiones apareció en la pantalla.
—Sorprendente —dijo Sarkar. Señaló a una cifra. Ignorando las interjecciones simples, Espíritu tenía una media de treinta y dos palabras por frase, y en algunos momentos había llegado a una frase de trescientas palabras—. La conversación normal tiene una media de más o menos diez palabras por frase.
—¿Puede este lector hacer una limpieza de las transcripciones?
—Claro.
—Hazlo.
Sarkar tecleó algunos comandos.
—Increíble —dijo, una vez que los resultados aparecieron en pantalla—. No había casi nada que arreglar. Espíritu tenía incluso esa frase gigante bajo control y no perdió en ningún momento el tren de las ideas.
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