—¿Qué?
—Ya sabes, nosotros no tenemos reinas. Pero podemos hacer una excepción por una sola vez. Te gustaría, ¿verdad?
—No estás hablando en serio. ¿Tú me harías tu reina?
—¿Por qué no?
Sólo estaba jugando con ella. Del mismo modo que ella había estado jugando conmigo.
—No —dijo —. Habría demasiadas protestas. No puedes imponer una reina a los roms después de todo este tiempo. Y yo no quiero ser reina. O que tú vuelvas a ser rey. ¿Para qué lo necesitas? Tanto trabajo desagradable. Tantas estúpidas y horribles tonterías. Ven conmigo y limitémonos a disfrutar, dejemos todo esto a alguien que se ocupe.
—¿A Shandor?
—¿Y a quién le importa?
Una maravillosa sensación de libertad invadió mi alma.
—A mí me importa —dije.
—Oh, no. Déjalo todo.
Deslicé mis manos por sus hombros. Su piel ardía, pero de alguna forma era como si estuviera acariciando una estatua. No sentía nada. Retrocedió unos pasos a su pequeña manera coqueta, apartándose de mis manos.
—Ven aquí.
—Ven a Fulero conmigo.
—En alguna otra ocasión. —Tendí de nuevo la mano hacia ella.
—No.
—¿No?
—No aquí. No en este horrible y pequeño lugar.
—Acabas de decir que me habías echado en falta. No mucho, por lo que veo.
—Te mostraré cuánto te he echado en falta cuando lleguemos a Fulero.
Me dio otra sesión de caderas y muslos y meneos, y sonrió y se encogió de hombros.
—Creo que voy a pasar de Fulero —dije amigablemente —. Tú vas a ir allí. Con Shandor.
Pensé que iba a estallar. Sus ojos eran supernovas de rabia. Algo horrible apareció brillando por entre toda aquella increíble perfección. No estaba acostumbrada a verme resistir. Nunca antes había ocurrido. Cincuenta años, y nunca había ocurrido. No importaba que yo fuera el rey. No hay reyes en el dormitorio. Todos somos esclavos allí, no de otra gente sino de nosotros mismos, impotentes contra las órdenes que nos llegan de dentro. Cada hombre posee una mujer fatal. Puede que sea lo mismo también para las mujeres; supongo que sí. Pero incluso las atracciones fatales pueden encogerse y desaparecer. Y morir. En esta ocasión, por una vez, me había resistido a ella. Quizá incluso me hubiera liberado de ella definitivamente.
Syluise se marchó de una manera furtiva, ardiendo de rabia y lanzando todos los improperios que una mujer puede lanzar. Al momento siguiente, Valerian estaba conmigo. El espectro de Valerian, quiero decir. Como siempre. Saltando de un lado para otro de la celda como un rinoceronte enloquecido. El rinoceronte es un animal que existió en la Tierra, extraño como el infierno, muy grande, no bueno para comer. Con un cuerno en la nariz. Cuando un rinoceronte avanzaba en tu dirección, lo mejor que podías hacer era salirte discreta y educadamente de su camino. Lo mismo ocurría con Valerian.
—Mira este lugar —rugió —. ¡Suelo de oro! ¡Paredes de oro! Este loco planeta. Nunca podré acostumbrarme a tu Galgala, ¿sabes? Todo este jodido oro.
—¿Quieres un poco? Sírvete.
—¿Para qué lo quiero? ¿Quién lo necesita? ¿Has estado alguna vez en la Tierra, Yakoub?
—¿A mí me preguntas eso?
Siguió, como si no me hubiera oído:
—Por supuesto que has estado. Apuesto a que mil veces. ¿Sabes lo que les gustaba el oro allí? ¿Las mujeres con diez kilos de oro colgando de sus cuellos? ¿Con un rollo de sólidas y pesadas monedas de oro en su bolsillo? El oro significaba algo en la Tierra. Te sentías como un gigante cuando tenías un poco de oro. Como un jodido rey. Ahora mira. El amor al oro ha desaparecido del universo. Toda esa buena codicia se ha esfumado. Un hermoso pecado mortal que se ha ido al infierno. ¿Sabes lo que han hecho con el oro? Lo han convertido en mierda, esa gente de Galgala.
—Es mucho más hermoso que la mierda —señalé.
—Pero igual de valioso. Es una maldita vergüenza lo que han hecho con el oro. Desearía que nunca hubieran descubierto este planeta. El oro era tan bueno, Yakoub. Y ahora no es más que mierda. ¿Sabes qué provocó eso? La oferta y la demanda, eso fue. ¡La oferta y la demanda, la oferta y la demanda! La inexorable ley del cosmos. —Valerian hizo una pausa y emitió un surtidor de amarillentos destellos y chispas espectrales, como un aparato eléctrico descompuesto. ¡Qué agotador hijo de puta! Parecía muy complacido con su propia profundidad —. Eso suena hermoso, ¿no crees? La inexorable ley del cosmos. Siempre he tenido arte con las palabras, ¿eh, Yakoub? —Luego empezó de nuevo a saltar de pared en pared —. Es una hermosa celda. Shandor te retiene con estilo.
—Hubieras debido ver el primer lugar donde me metió.
—Bueno, éste es confortable, ¿no? Y toda él de oro. Quizá no valga un comino, pero maldita sea, es hermoso. Pero necesitas algunas joyas. Un poco de contraste de color, hay demasiado amarillo aquí. —Extrajo una bolsita de piel roja de debajo de su capa. Piel espectral —. Dame una buena joya cada día. Esmeraldas, rubíes, zafiros. No diamantes. Los diamantes tienen un buen fuego en ellos, pero echo en falta el color. Me gusta que mis joyas tengan color. —Derramó el contenido de la bolsita mientras hablaba. Una pequeña montaña de joyas. Me las metió debajo de la nariz —. Podrías colgarlas a lo largo de la habitación, de pared a pared, ¿eh? Darían un poco de vida al lugar.
—Son joyas espectrales, Valerian. ¿Para qué me sirven? Ni siquiera puedo tocarlas. Para mí no son más que aire coloreado, ¿sabes?
—Oh, mierda, sí —dijo tristemente —. Eso es cierto.
—Creo que prefiero un poco de buen y sólido oro que joyas espectrales. Pero gracias de todos modos.
—Mierda —dijo. Parecía abrumado —. Olvidé eso por completo. Para mí me parecen jodidamente reales.
—Eres un espectro, Valerian.
—Cierto. Cierto. Oh, qué maldita pena. Necesitas algo de color aquí. Pero mira, te diré una cosa, Yakoub: cuando seas rey de nuevo, acudiré a ti en mi yo real, ¿de acuerdo? Y te traeré algunos auténticos rubíes, algunas auténticas esmeraldas.
—¿Cuando sea rey de nuevo? ¿Cuándo será eso?
No me prestaba atención.
—Tengo montones de joyas, ¿sabes? Beaucoup de joyas, como diría Julien, ¿eh? El año pasado cogí un cargamento enorme. Allá en el Derrame de Jerusalén, en algún lugar entre Caliban y Puerto Peligroso, un gran transporte perteneciente a…, bueno, ¿qué importa a quién pertenecía? Había suficientes rubíes a bordo como para embalsar todo un río. Un río grande. —Valerian se echó a reír —. Podría saturar el mercado, ¿sabes? Ponerlos todos en circulación a la vez, hacer que los rubíes valieran tan poco como el oro. Al igual que hice aquella vez con el aceite de belisoogra, cuando me acusaron delante del kris. ¿Lo recuerdas? Aquella vez que tú rebajaste la sentencia a mi favor. No es que vea ninguna utilidad en saturar el mercado de rubíes. No con el stock del que dispongo. Pero alguien terminará haciéndolo más pronto o más tarde, algún maldito estúpido, espesa y verás. Es inevitable. Han descubierto un planeta por ahí que está tan lleno de rubíes como Galgala lo está de oro.
Aquello era nuevo para mí.
—¿Estás seguro de eso?
—Tendrías que ver lo que había en aquella nave que cogimos. Diez enormes sobrebolsillos cargados de ellos. Una tonelada de rubíes aquí, otra tonelada allí, metidas en todo tipo de dimensiones de almacenamiento, dimensiones de las que nadie antes había oído hablar. ¿Sabes lo que tuve que hacer para conseguir que abrieran aquellos bolsillos para mí? No, no querrás saberlo. Yo ni siquiera deseo pensar en ello. En realidad soy una persona gentil. Tú lo sabes, ¿no, Yakoub? Pero a veces…, a veces…
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