Pera entonces observé algo extraño: que conservaba más o menos el control sobre mí mismo. Esta vez no creí que ella fuera capaz de convertirme en un tembloroso cachorrillo con una de sus ardientes miradas. No. Su casi hipnótico dominio sobre mí no estaba funcionando. Dentro del núcleo de mi excitación podía detectar un pequeño y traidor nódulo de algo muy parecido a la indiferencia hacia ella. Lo cual confirmaba mi idea de que no era real, de que lo que estaba contemplando era alguna especie de fantasma electrónico.
—¿Y bien? —dije. Fríamente. Bruscamente. Mirándola como si fuera un pez en un acuario, algo peculiar e inesperado suspendido en un tanque ante mis ojos, oscilando lentamente hacia arriba y hacia abajo, hacia delante y hacia atrás —. ¿Qué eres, y qué quieres?
Empezó a fruncir el ceño. Fue como el oscurecimiento de un sol. Debió captar que algo iba mal.
—No pareces contento de verme —dijo acusadoramente.
—¿Te estoy viendo?
—¿Qué tipo de pregunta es ésa? ¡Me estás viendo! ¿No te das cuenta? Y preguntarme qué soy. ¿Qué soy? ¿Qué se supone que quieres dar a entender?
—Bien, quién eres, entonces.
—¡Yakoub! Soy Syluise.
—¿De veras?
—¿Ya no me reconoces? ¿Te encuentras bien, Yakoub? ¿Qué te ha hecho Shandor?
—¿Eres realmente Syluise? ¿Has venido todo el camino hasta aquí?
—Hasta Galgala, sí. ¿Es algo tan difícil, ir de Xamur a Galgala?
—¿Y él te ha dejado entrar?
—Por supuesto que me ha dejado entrar. ¿Qué estás intentando decir?
—No creo que seas realmente tú. Que estés realmente de pie aquí, delante de mí, en esta celda, en este momento.
Toda ella era dorada. Su atuendo de Galgala, un brillante traje dorado, muy diáfano, con enloquecedores asomos rosados reluciendo a su través. Una banda de oro sujetando su dorado pelo. Sus párpados estaban pintados de oro. También sus labios. Su aspecto era magnífico. Como la estatua funeral de alguna esbelta reina egipcia.
—¿Qué crees que soy, entonces? —preguntó. Su voz era sorprendentemente gentil. Siempre hay un filo cortante en la voz de Syluise, un filo suave pero un filo de todos modos, el tipo de filo que puedes hallar en una daga hecha del más puro oro —. ¿Piensas que soy un espectro? ¿Un doble? Mira. Tócame. —Tomó mi mano y la puso sobre su brazo desnudo. No puedes tocar un espectro. Tu mano pasa a través de él. La mía no lo hizo. Qué suave era su piel. Hay sedas y satenes que son mucho más ásperos. Suave y lisa, sí, pero creí que me quemaba los dedos. Oh, ahí está. Empieza a ejercer su influjo sobre mí, y estoy perdido. ¿Puedo luchar contra ella? Maldita sea, ¡no quiero que vuelva a manipularme! Pero lo está intentando de todos modos. Llevó mi mano hasta su seno. Sus pechos se agitaban como campanas bajo su ropa. Cuando toqué sus pezones, se endurecieron. Empecé a temblar como un colegial. Pensé en lo que había pasado entre Syluise y yo en Xamur, no hacía tanto, durante aquellas noches de risas y alegría. Pero aun así, había algo distinto ahora. Mentiría si dijera que el contacto de su carne no me había excitado, pero de alguna forma era capaz de darme cuenta de esa excitación. Por el momento, al menos —. ¿Es ése el tacto de un doble? —preguntó.
—Los mejores lo consiguen.
—Nunca he encontrado ninguno que fuera tan bueno. —Pasó amorosamente sus manos a lo largo de sus propios antebrazos y se echó a reír. Una risa dorada. Cómo se amaba a sí misma —. Oh, Yakoub, ¿cuánto tiempo más piensas pasarte aquí?
—Eso tendrás que preguntárselo a Shandor.
—Lo hice. Dice que puedes marcharte en cualquier momento que desees.
—¿Te dijo eso?
—Lo único que tienes que hacer es aceptar dejar de ser un obstáculo para él.
—La única forma en que puedo dejar de ser un obstáculo para él es emprendiendo el camino de sólo ida hacia el interior del sol más cercano.
—No, Yakoub. —Estaba de pie muy cerca de mí. Demasiado cerca —. No lo comprendes. Piensas que Shandor es alguna especie de bestia. ¿Cómo puedes sentir eso hacia tu propio hijo? ¿No sientes ningún amor hacia él?
—¿Qué tiene que ver el amor con esto? Es mi sangre, mi carne. Pero sigue siendo una bestia. Y peligrosa. —Su aroma estaba empezando a volverme loco. No llevaba ningún perfume, yo lo sabía muy bien. Ese aroma era el de la propia Syluise. Ahora sabía por qué estaba allí, y esperaba poder seguir resistiendo —. ¿Te envió aquí Shandor para que me trabajaras un poco? —pregunté.
—Vine por mi propia voluntad, Yakoub. Para ayudarte a salir libre de aquí.
—Proporcionándole a Shandor lo que desea. Mi bendición formal.
—¿Es eso tanto?
—Salir de este modo no es la libertad. Es la esclavitud, Syluise. Ya he sido esclavo cuatro veces en mi vida, ¿sabes? Nací en la esclavitud, y fui vendido dos veces, y la última vez me vendí yo mismo. No pienso ser esclavo de nuevo. En particular, no de mi propio hijo.
—Es el rey, Yakoub.
—Tonterías. Yo soy el rey.
—No dejas de decir eso. Pero estás aquí encerrado.
—¿Qué está pasando fuera? ¿Sabe la gente dónde estoy?
—Están empezando a descubrirlo, sí.
—¿Y?
—Hay un montón de problemas.
—Bien —dije —. Eso es lo que quiero.
—¿Cómo puedes querer eso? La gente está sufriendo. Tu propio pueblo. El comercio se está descomponiendo. Las astronaves no van a los lugares correctos. Si es que van a algún lugar. Nadie está seguro de quién es el rey, y en realidad tampoco hay emperador. Todo el sistema puede hacerse pedazos en cualquier momento.
—Eso me parece estupendo.
—No puedo creer que te esté oyendo decir eso.
—¿Por qué te has mezclado en esto, Syluise?
Dejando a un lado mi pregunta, se me acercó más. Preludio de algo. Me ofreció todo el tratamiento: pechos oscilantes, temblor en las aletas de la nariz, miradas provocativas desde debajo de unos párpados entrecerrados. Se contoneaba. Nuestras caderas se rozaron. Sentí su cálido aliento en mis mejillas. Sus insaciables labios a un centímetro de los míos. Su seducción. Sus irresistibles armas, su artillería pesada. Resultaba casi cómico. ¿Me había parecido cómica alguna vez antes? ¿La había encontrado realmente tan irresistible antes? Algo debía estar cambiando definitivamente en mí. Quizá el que estuviera trabajando a favor de Shandor había roto el hechizo. Me había traicionado. Nunca había sido capaz de defenderme contra ella hasta ahora, pero eso iba más allá de todos los límites, su flagrante maniobra a favor de Shandor. Silenciosamente, ofrecí la plegaria rom para los muertos. Aquella víbora dorada y yo habíamos terminado. Definitivamente.
—¿Sabes cuánto te he echado en falta, Yakoub?
—Dímelo.
—Deja que Shandor sea el rey. Has tenido cien años de reinado para ti.
—No tanto.
—Sea lo que haya sido, has tenido suficiente. Más que suficiente. Déjale que sea su turno. ¿Quieres ser rey para siempre? ¿Para qué?
—No para siempre. Sólo lo suficiente para terminar el trabajo que aún necesito hacer.
—Deja que lo termine Shandor. Tú y yo iremos a alguna parte. Algún lugar hermoso. Fulero. Estrilidis. Tranganuthuka. ¿No te gustaría pasar uno o dos años en Fulero conmigo?
—¿Cuánto te está pagando?
—¡Yakoub!
—Tengo una idea mejor. En vez de ir los dos a Fulero, quédate a vivir aquí conmigo. En esta celda. Los dos. No te va a gustar la comida, pero por lo demás no está tan mal. Aguardaremos a que Shandor se marche. Tarde o temprano cederá, o alguien lo echará, y saldremos. Triunfantes. Pondré de nuevo los mundos en orden. Pasaremos la mitad de nuestro tiempo en Galgala y la otra mitad en Xamur. Incluso podrías hacerte llamar la reina, si quisieras.
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