La larga vigilia nocturna en la cripta. A la izquierda el viejo altar pagano, a la derecha la estatua de Sara, en el centro un altar cristiano de casi dos mil años de antigüedad. Todo desaparecido ahora, por supuesto, todo desvanecido con el fin de la Tierra. Sin que quede ninguna huella. Pero yo todavía puedo ir hasta allí, espectrando. Para ver a mis antepasados y sus devociones. Colgar piezas de ropa de los ganchos como ofrendas a Sara. Frotar las medallas santas y las fotografías y verte curado, si estás enfermo. Luego la marcha hasta el mar, llevando las sagradas imágenes hasta las olas. Hundirte en ellas también, echar agua sobre las cabezas de los demás, incluso sumergir tus cartas de decir la buenaventura en el agua para hacerlas más sagradas. Guitarras. Violines. El humo de las velas. Las multitudes. Todos nosotros los roms avanzando juntos, y los gaje mirando, maravillados y asustados. Hace tanto tiempo. Voy allí y avanzo con ellos. Nadie cuestiona mi derecho a estar allí.
—¿Mandi angitrako rom? —me pregunta alguien —. ¿Eres gitano inglés?
—No —respondo —. No inglés. De mucho más lejos.
—Ah, si. De América. ¡De Nueva York! ¡De Romville, en América! ¡Sarishan, primo! ¡Sarishan!
Sólo nombres para mí. América. Nueva York. Todo desaparecido hace tanto tiempo. Mi gente. Y yo su futuro rey, caminando entre ellos, el hombre de las estrellas, riendo, llorando, cantando.
Este castillo es el de Gran Ida. Murallas de piedra, altos arcos, profundos fosos verdes por el tiempo. Veo un espectro de mí mismo, de una visita anterior, resplandeciendo en la lejana muralla, mientras resuenan los cañones. Aquí y allá parpadean otros espectros roms, apareciendo y desapareciendo de la vista como tantas otras llamitas a lo largo de las almenas. Debe haber aquí tantos espectros como defensores.
Allá en las trincheras, al pie de la colina, los austriacos invasores rugen insultos contra nosotros. Desde lo alto del castillo, los defensores gitanos les rugen sus propios insultos de vuelta. Los austriacos rugen en un lenguaje y los gitanos en otro, pero para mí todo es sólo ruido. ¡Hootchka! ¡Pootchka! ¡Hoya! ¡Zim!
Polarca aparece junto a mi codo.
—Un poco de diversión, ¿eh, Yakoub?
—Pero siempre termina del mismo modo.
—Sin embargo, somos valientes, ¿no crees?
Sí. Somos muy valientes. Un millar de gitanos al servicio de Ferenc Perenyi, el señor húngaro de la fortaleza. Cuando llegó el ejército austriaco no pudo encontrar a nadie de su propia gente para defender su castillo; pero estaban los gitanos. ¡Míralos! Veinte días de asedio, ¡y cómo luchan! Siempre somos leales cuando se nos pide que luchemos. Nunca echamos a correr ante un ataque. Excepto, por supuesto, cuando sería una locura resistir. Perenyi ha desaparecido hace tiempo, ha huido por la puerta de atrás, dejando el castillo abandonado. Así que ahora es un castillo gitano. Si lo salvamos, podemos quedárnoslo. Pero por supuesto no hay forma alguna de salvarlo. Los austriacos no piensan ceder.
—¡Seguid luchando! —grita Polarca —. ¡Vais a vencer!
Hombres sudorosos vestidos con sucios harapos cargan los grandes cañones y les acercan las antorchas. Allá abajo, el paisaje entra en erupción, y los austriacos se dispersan. Los gitanos vuelven a cargar los cañones. Yo mismo echaría una mano si pudiera. Volver a cargar, apuntar, disparar. Volver a cargar, apuntar, disparar. Polarca salta de almena en almena. Los demás Yakoub corren alocadamente de un lado para otro, sonriendo, gritando, animando a los defensores. Salvaremos el castillo de Ferenc Perenyi de los austriacos para él, y si Perenyi no vuelve nunca, el castillo será nuestro. ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Los austriacos huyen!
Pero los cañones del castillo empiezan a callar.
—¡Disparad! ¿Por qué no disparáis? —grita Polarca.
Nadie puede comprender lo que dice. El estruendo de la batalla ahoga sus palabras. El aullar del viento, los gritos de los heridos. ¿Y quién puede comprender además el reman¡ de un rom del Reino, allá en la Tierra, dieciséis siglos en el pasado? Pero sigue intentando animar a los luchadores.
—¡Disparad! ¡Disparad!
—Se les ha agotado la pólvora —digo suavemente a su oído. Así es. El jefe gitano se yergue en las almenas, agitando los puños.
—¡Sucios bastardos! —grita a los austriacos. Eso es lo que debe estar diciendo —. ¡Sucios bastardos! ¡Si tuviéramos más pólvora acabaríamos con todos vosotros!
Los atacantes empiezan a darse cuenta, ahora, de que el fuego ha cesado.
—¡Adelante! —grita Polarca —. ¡Con las manos desnudas! ¡Con puños y con nudillos!
Los austriacos acuden corriendo colina arriba. No podemos hacer nada contra ellos, Aquí y allá, un rifle dispara un único tiro: pero nuestra pólvora se ha agotado, y saltan por encima de las murallas del castillo. La batalla está perdida. El castillo está perdido.
Y un hermoso momento final. Las tropas austriacas se cierran sobre los valientes gitanos, que están luchando hasta el último, con porras, cuchillos, puños, cualquier cosa. Y los atacantes ven que no hay húngaros allí, que sólo quedan gitanos para defender el castillo. Aparece el general austriaco. Hace un amplio gesto can ambos brazos. Y exclama:
—¡Corred, gitanos, corred tan aprisa como podáis! —No habrá ningún intento de hacer prisioneros. Los derrotados gitanos se marchan rápidamente, y los austriacos les dejan hacerlo. Y el Gran Ida está perdido. Sólo quedan unos pocos espectros rom. Ahí está Polarca, muy arriba. Hay otro Yakoub, y otro más, sobre las almenas. ¿Y aquí? ¿Valerian? Rostros familiares por todas partes. Fue una derrota gloriosa, y todos acudimos a verla. Algunos de nosotros muchas veces. Así es nuestra historia, supongo. Una gloriosa derrota tras otra. Siempre denotas. Pero siempre gloriosas.
Seis:
UNA VELA ES TODA LLAMA DE EXTREMO A EXTREMO
Siéntate a la orilla de un río y aguarda. Más pronto o más tarde aparecerá flotando el cadáver de tu enemigo.
Deben comprender que la vida en una mazmorra no se reduce a pasarse simplemente todo el tiempo espectrando. Puedes espectral todo lo que quieras, es cierto, pero pronto terminas cansándote de ello. Arriba y fuera, lejos y más lejos, mucho y demasiado: la vida ectoplásmica tiene sus alegrías, pero finalmente termina aburriéndote.
Por supuesto, la vida en una mazmorra también te aburre, y mucho más rápidamente. Pero es menos cansada. Espectral exige mucho de ti, a cualquier edad. (Creo que me exigía más cuando tenía veinte años que ahora, ciento cincuenta años más tarde.) Así que el truco consiste en mantener un equilibrio entre el aburrimiento de lo espectral y el agotamiento de hacerlo demasiado. Ése es el truco en todos los aspectos de la vida. Cometes este exceso, y luego cometes ese otro exceso, y todo confluye en medio, si tienes suerte. Si sobrevives el tiempo suficiente, puedes decir que has llevado una hermosa y moderada vida. La teoría de neutralizar los excesos. A largo plazo todas las fuerzas entran en equilibrio, y los extremos se anulan. Esto se conoce como el proceso de regresión al término medio. A la larga hace que tu vida sea muy feliz. Por supuesto, a la corta puede volverte completamente loco.
Nada tan drástico como esto me ocurrió en la oubliette de Shandor. Espectré aquí, espectré allí, y en los intervalos entre espectrar y espectrar conté las losas de piedra del suelo, conté las piedras que formaban las paredes, calculé la cantidad de oro que debía haber esparcido, átomo a átomo, entre el suelo y las paredes, jugué con mis serpientes, le conté historias a mi moho volátil, intenté atrapar mis protozoos por su agitante cola, y cuando vinieron a bailar las ratas les dediqué arengas en distintas lenguas y dialectos.
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