Robert Silverberg - La estrella de los gitanos

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La estrella de los gitanos: краткое содержание, описание и аннотация

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En el año 3159, la humanidad ha conquistado las estrellas, y los otrora despreciados gitanos son hoy mimados y respetados, porque solo ellos pueden llevar a buen puerto las astronaves en sus largos saltos estelares.
Pero los gitanos tienen también otros talentos,. Arrastrados por su tradición errante, siguen vagando, pero hoy no solo a través del espacio, sino también del tiempo: su facultad de espectrar les permite trasladarse a las más remotas épocas, y volver al viejo y ya desaparecido planeta Tierra para contemplar su vida pasada, desde el esplendor de la antigua ciudad de Atlantis hasta el horror de los campos de exterminio nazis.
Y los gitanos mantienen un antiguo sueño: volver a su mundo de origen. Porque ellos nunca fueron nativos de la Tierra. Y así, contemplan desde el cielo de los mil mundos por los que se hallan ahora dispersos la Estrella Romani, de la que tuvieron que huir precipitadamente para salvar sus vidas, y anhelan el día en que podrán regresar a su hogar. Y quien mas lo anhela es Yakoub, el Rey de los Gitanos, un personaje mezcla de Falstaff y Ricardo Corazón de León, que abdicó de su trono para poner las cosas en su sitio y ahora tiene que volver a él para cumplir con el último destino de la raza rom.

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—¿Dudas de mí?

—Hablas de una forma extraña el romani.

—Vengo de muy lejos.

—Bien, entonces vuelve allá, sea donde sea. Si puedes. Márchate de aquí y olvida este lugar. Este lugar es el infierno. Este lugar es la morada del demonio.

—Dime cómo se llama —pregunto.

—Auschwitz —responde.

15

Hay mucha bruma aquí. Debe ser lejos. Muy lejos en el tiempo. Pero a través de la densa bruma blanca veo un gran sol que resplandece sobre mi cabeza. El aire es húmedo y caliente. Es un mercado. En su centro crece un árbol gigantesco con un millar de troncos y una asombrosa maraña de raíces y lianas que descienden de su miríada de miembros. A todo su alrededor fluye la pulsante vida del mercado, buhoneros, hombres santos, ladrones, carretas tiradas por mulas, niños, escribas, magos.

La gente es esbelta y tienen pieles oscuras y rostros de afilados huesos. Sus ojos son muy brillantes. Hablan un lenguaje que no conozco, aunque oigo una o dos palabras que suenan casi como romani. Al principio todos me parecen roms. Pero luego veo que la mayoría no lo son. Veo a los auténticos toros entre ellos. Se parecen mucho a los otros, pero la diferencia, aunque vagamente perceptible, es real. Poseen el resplandor toro.

Observo a los roms moverse por el mercado. Un malabarista aquí, un grupo de acróbatas allí. Cinco que han montado un pequeño escenario y están representando una obra. Uno que toca la flauta. Uno que sonríe y agita una caja de dados, e invita a los transeúntes a jugar con él. Y uno que ha adiestrado a un elefante para que baile: veo al gran animal yendo torpemente de un lado para otro como un payaso.

Alguna especie de príncipe con un turbante avanza solemnemente por el mercado. Le preceden sirvientes con picas doradas, apartando a la multitud. Uno de los roms corre hacia él, la piel del color de la nuez, ágil como un mono. Todo lo que lleva es un taparrabos blanco enrollado a la cintura. Da volteretas; grita y ríe; hace intrincados signos adivinatorios. Tiende la palma de la mano. Uno de los sirvientes deposita en ella una moneda. Luego empuja bruscamente al gitano, apartándole con la parte plana de su pica. Se ha acercado demasiado al príncipe. Aquí somos desheredados. Practicamos las comercios prohibidos. Sería un deshonor para los otros actuar en público u ofrecerse a decir la buenaventura. Hacemos lo que la gente decente no hará nunca, y lo hacemos con mucha habilidad.

¿Dónde estoy? La bruma es tan densa. Tiene que ser hace mucho tiempo. El denso aire huele fuertemente a especias. Debe ser el inicio de la historia. Somos recién llegados de nuestra perdida y arruinada tierra de Atlantis, unos refugiados aquí. Quizás este lugar sea Babilonia. Tal vez sea uno de los reinos-islas del mar Mediterráneo. Creo que es la tierra a la que Laman India, sin embargo. Donde vivimos tanto tiempo después de abandonar Atlantis. Ese elefante, el calor, las lianas colgando del árbol de muchos troncos. De todos modos, para nosotros, tanto da la India que cualquier otro lugar. Somos malabaristas y acróbatas, hojalateros y decidores de la buenaventura, vayamos donde vayamos. Extranjeros. Desheredados.

Me hago visible. Soy con mucho el hombre más alto del mercado, y mis ropas son extrañas, y mi piel de un color demasiado claro. Sin embargo, sólo una persona parece reparar en mi presencia. Es el ágil rom que ha estado dando volteretas para el príncipe. Nuestros ojos se cruzan casi a través de toda la anchura del mercado, y me sonríe. Esa cálida sonrisa brilla como un faro en la bruma.

¿Me toma por algún príncipe gaje de alguna lejana tierra, recién llegado y lo bastante estúpido coma para pagarle una fortuna en oro a cambio de una rápida danza y un poco de profecía?

No. No. Sonríe de nuevo, y me guiña un ojo. Es un guiño de reconocimiento. Somos parientes. Ve al rom en mí.

Le devuelvo el guiño y le sonrío. Mis labios modulan una palabra para él: Sarishan .

Y, a través de la bruma, me llega su respuesta: Sarishan , primo .

¿Ha dicho realmente eso? ¿Primo? Se echa a reír y asiente. Y se vuelve, ese antiguo y desconocido primo mío, y desaparece entre la multitud. Y me quedo solo, separado de él por cinco mil años de bruma blanca.

16

Aquí sé dónde estoy. Ésta es la querida y perdida Francia de Julien de Gramont, y yo estoy en el templo de Sara la Virgen Negra. Tiempo de festival para los roms: hemos llegado de toda Europa para ello. He estado antes aquí, muchas veces, en muchos años distintos. Puede que incluso esté aquí también, otro espectro mío a mi lado. O quizá varios de ellos. Que así sea. Miro a mi alrededor. Una visión familiar. Las mujeres gitanas con las largas y revoloteantes faldas de muchos tonos, con masas de oro brillando en sus gargantas y pechos, los hombres con trajes negros y pañuelos brillantes, todos ellos llevando cirios encendidos a lo largo de la suave pendiente hasta la playa. Y en torno a ellos, como siempre, multitudes de espectadores gaje, codo contra codo. Apretándose unos contra otros, intentando captar algo de los gitanos y sus ritos. Siempre observándonos. Y nosotros somos espléndidos en nuestra peculiaridad. Hombres sobre caballos blancos, sacerdotes con casullas negras. Los cascos golpeando contra las piedras. Violines y guitarras desgranando líquidas melodías. Las largas hileras de roms serpenteando por entre las estrechas calles hacia la iglesia donde se exhibe la estatua de la santa negra. Dulce aroma de incienso en el aire, el olor de la cera. Risas, canciones, hombres, mujeres, niños, rateros y policías, roms y gaje.

—¿Quieres saber cómo robar gallinas? —pincha un chiquillo rom a un gaje de ojos muy abiertos —. Usa un látigo, es lo mejor. Un rápido latigazo al suelo y la alzas de inmediato fuera del corral, sin siquiera un cacareo. O bien ata un poco de maíz al extremo de un cordel y cuélgalo allá donde pueda tragarlo. Un tirón, y ya es tuya.

—¿Y vosotros todavía hacéis esas cosas?

—¡Oh, ésas y muchas más!

—¡Explícale cómo reventar al bawlo, Hojok!

Un parpadeo, una sonrisa.

—¿Qué es eso?

—Quiere decir envenenar al cerdo. Una esponja empapada en manteca de cerdo. Se la das a comer al cerdo de un granjero. La manteca se funde, la esponja se hincha, el cerdo muere por bloqueo de sus tripas. Luego vas a ver al granjero. ¿Nos dará usted ese cerdo muerto? Podemos usarlo para dar de comer a nuestros perros. El granjero no sabe de qué ha muerto el cerdo, no se atreve a usar su carne. Así que nos lo da. ¡Cerdo asado para la fiesta!

—¿Es así como se hace?

—También robamos niños pequeños. Los criamos como gitanos.

—Creo que os estáis burlando de mí.

—Oh, no, de veras, no, no. Son auténticas historias del folklore gitano. ¿No tienes cien francos por casualidad? ¿Cincuenta? Sara —la —Kali en la iglesia, la imagen negra. La sirvienta de las hermanas de la Virgen María, María Jacobea y María Salomé, cuando huyeron de Tierra Santa. Una muchacha gitana, devota y buena, hija de un gran rom, hace mucho tiempo. El mar arrojó a las hermanas a la costa de la Francia de Julien, y Sara, porque una visión le había dicho que así lo hiciera, hizo una balsa con sus ropas y acudió a salvarlas. Y después las hermanas la bautizaron y le enseñaron el evangelio entre los gaje y los roms.

—¿Conoces a la Virgen Negra? —le pregunté en una ocasión a Julien —. ¿Nuestra santa gitana? Su estatua se halla en una antigua iglesia de Francia. —Pero no, no había oído hablar de ella. No es una santa católica, le expliqué. Sólo nuestra santa. Pero de todos modos la veneran en una iglesia católica. Y es visitada regularmente…, un gran peregrinaje, cada año. No sabía nada. No tuve el valor de decirle que yo había estado allí, en su Francia, para ver el peregrinaje de Sara —la —Kali. Más de una vez, además. Pobre Julien, era casi un rom en su alma, pero el espectrar estaría siempre más allá de sus habilidades. Y así yo he visto la auténtica Francia, que tan brillantemente arde en sus sueños, y que él nunca podrá ver.

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