Robert Silverberg - La estrella de los gitanos

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La estrella de los gitanos: краткое содержание, описание и аннотация

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En el año 3159, la humanidad ha conquistado las estrellas, y los otrora despreciados gitanos son hoy mimados y respetados, porque solo ellos pueden llevar a buen puerto las astronaves en sus largos saltos estelares.
Pero los gitanos tienen también otros talentos,. Arrastrados por su tradición errante, siguen vagando, pero hoy no solo a través del espacio, sino también del tiempo: su facultad de espectrar les permite trasladarse a las más remotas épocas, y volver al viejo y ya desaparecido planeta Tierra para contemplar su vida pasada, desde el esplendor de la antigua ciudad de Atlantis hasta el horror de los campos de exterminio nazis.
Y los gitanos mantienen un antiguo sueño: volver a su mundo de origen. Porque ellos nunca fueron nativos de la Tierra. Y así, contemplan desde el cielo de los mil mundos por los que se hallan ahora dispersos la Estrella Romani, de la que tuvieron que huir precipitadamente para salvar sus vidas, y anhelan el día en que podrán regresar a su hogar. Y quien mas lo anhela es Yakoub, el Rey de los Gitanos, un personaje mezcla de Falstaff y Ricardo Corazón de León, que abdicó de su trono para poner las cosas en su sitio y ahora tiene que volver a él para cumplir con el último destino de la raza rom.

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Por supuesto, siempre había sido posible para los gaje operar astronaves. Ellos las inventaron; no hubieran construido algo que fueran totalmente incapaces de usar. Pero hasta ahora siempre ha constituido un auténtico trabajo para ellos llevar una nave a través del parpadeo. Necesitan cincuenta ordenadores distintos actuando a la vez para que les digan lo que tienen que hacer, e incluso así tiemblan y se estremecen ante la dificultad de la tarea, y seis veces de cada doce tienen que abortar el salto en el último momento y volver a empezar. Y eso los realmente dotados, esos pocos que pueden tocar las palancas y hacer que ocurra algo, quizá uno entre un millón. Se queman rápido, esos pilotos gaje. Tres saltos, cinco, diez, y quedan descartados para siempre. Se les cruzan los ojos de terror cada vez que se acercan a una sala de saltos después de eso. Ya no vale la pena seguir molestándose en adiestrarles, ¿no creen? ¿Para tres saltos? Para nosotros, siempre ha sido mucho más fácil. Aquellos de nosotros que tenemos el don, que entre nosotros es aproximadamente uno de cada diez, nos limitamos a acercarnos a las palancas, y las sujetamos, y sentimos la fuerza fluir a través nuestro, y añadimos nuestra energía a la energía de la nave, y ,le proporcionamos la fuerza que la lleva más allá del limite hasta el parpadeo, y allá vamos. Puedo decírselo, lo estuve haciendo cincuenta, sesenta años, y nunca me cansé de ello. Está en nuestra sangre, en realidad quiero decir en nuestro sistema nervioso, en nuestro cerebro. Somos diferentes; pero por supuesto somos diferentes de nacimiento. Por lo cual, después de los primeros años de viaje estelar, los gaje dejaron de intentar conducir sus naves y dejaron que lo hiciéramos nosotros. Suponen que poseemos el don, algo que llevamos en nuestros genes, como un sentido natural del ritmo; y tienen razón. Eso no quiere decir que comprendan la auténtica razón por la que poseemos estas habilidades que ellos no tienen. Si lo supieran… Nuestro auténtico lugar de nacimiento, el hecho de ser nativos de la Estrella Romani. Hay tanto que no saben sobre nosotros. Incluso nuestro espectrar es algo que les hemos mantenido siempre oculto.

Me preguntaba, sin embargo, acerca de esos cambios en la tecnología del pilotaje estelar. Si los gaje estaban diseñando nuevas naves que hacían razonablemente posible para ellos operarlas, entonces eso iba a traer consecuencias para los roms. Si no ahora, sí dentro de diez años, veinte, cincuenta. Era algo de lo que tendría que ocuparse el Rey de los Roms. Pero el Rey de los Roms era ahora Shandor, y en lo único en lo que pensaba en estos momentos Shandor era en Shandor.

Mientras permanecía de pie allí, intentando captar el auténtico significado de aquella nueva y extraña sala de saltos, Petsha le Stevo dijo:

—Quizá no hubiera debido devolver el rumbo a su destino original, ¿eh, rey? Quizá debiéramos ir a Iriarte. O a Sidri Akrak.

—¿Qué quieres decir?

—Si vas a Galgala, te encontrarás con grandes problemas allí —respondió lúgubremente —. Odio decirlo, no es asunto mío, pero no me gusta lo que va a ocurrir. Y vas a Galgala, vas directamente a Shandor…

Así que incluso él lo sabía. Y se estaba preguntando qué iba a pasar. Y estaba preocupado por mí. Bien.

Yo también sabía lo que iba a pasar, y no me preocupaba en absoluto. Era de lo que ocurriría después de lo que iba a pasar de lo que no estaba tan seguro. Pero todo lo que podía hacer por el momento era aguardar y ver, lo mismo que todas los demás.

6

Fue agradable ver Galgala de nuevo. Todo aquel maravilloso y resplandeciente oro por todas partes, todo el pulsante amarillo del lugar.

Considerando nuestro antiguo amor hacia el metal amarillo, no es sorprendente que eligiéramos Galgala para convertirlo en nuestro mundo capital cuando salimos al espacio. Puede que el oro no tenga ahora ningún significado, pero sigue brillando tan hermoso como lo hacía en los días en que naciones enteras iban a la guerra por él. Así que el cuartel general de la monarquía rom se aposenta en medio de las Altiplanicies Áureas de Galgala el dorado. Y el palacio del Rey de los Gitanos se halla recubierto con el suficiente oro como para ahogar en él a un ejército de papas del Renacimiento. Paredes de oro, estandartes de oro, polvo de oro flotando en nubes para dar al aire ese aspecto resplandeciente de riqueza y calor.

Pensé que los primeros movimientos de Shandor cuando llegué a Galgala me ofrecerían algún indicio de cómo iban a ir las cosas, pero Shandor no hizo ningún movimiento. Yo viajaba con pasaporte diplomático, y medio esperaba que tuviera la osadía de revocarlo —porque por supuesto él sabía qué era lo que yo pretendía en realidad, probablemente todo el universo lo sabía—, pero no, recibí todo el tratamiento correspondiente a una alta personalidad desde el momento mismo en que llegué. En Xamur, los oficiales de inmigración no tenían ningún protocolo para recibir a un ex rey gitano, pero ahora la noticia de que yo estaba de nuevo en circulación se había difundido, y fui pasado rápidamente más allá de las barreras aduaneras, y tres limusinas nos estaban aguardando a mí y a mi séquito, y había una suite reservada para mí en el hotel Galgala. No la suite real, porque no hay suite real en el hotel Galgala: cuando el Rey de los Gitanos está en Galgala se aloja en su propio palacio, naturalmente. Pero era bastante buena. No necesitaba tres limusinas, por supuesto, ya que mi séquito consistía únicamente en Chorian, pero las acepté de todos modos. Y pasé una semana viviendo en el hotel, baños calientes y masajes, gloriosas fiestas, muchas reverencias y adulaciones del personal. Todo el mundo me miraba como si fuese alguna especie de monstruo sagrado. Casi nadie se atrevía a hablarme excepto en tonos de la mayor reverencia. Incluso salían de espaldas de las habitaciones en mi presencia, lo cual era una solemne majadería. ¿Una obsequiosidad tan abyecta hacia un rey rom? ¿Quién creían que era, algún señor gaje que exigía ese tipo de pompa?

Aguardé a que Shandor reconociera mi presencia de alguna forma, pero no oí nada de él. El pequeño bribón. Como tampoco hubo ninguna visita ceremonial de los grandes nobles roms de Galgala, como había esperado razonablemente. Después de todo, yo era quien había elevado a la mayor parte de ellos a la nobleza, ¿no? Pero nadie acudió a verme. Evidentemente, Shandor los tenía a todos acobardados. Bien, debía haber sido duro para ellos, elegir entre el rey y el ex rey. Especialmente cuando el rey era alguien con la mortífera reputación de Shandor. Me pregunté qué hubiera hecho yo de hallarme en su lugar.

Pero no me hallaba en su lugar. Me hallaba en mi lugar, y había llegado el momento de poner las cosas en marcha. A finales de la primera semana le dije a Chorian que se quedara en el hotel y me aguardara allí, y que no me siguiera por ninguna razón tierra adentro, lo cual fue una orden que aceptó muy de mala gana; y luego envié a buscar una de aquellas limusinas y me hice llevar fuera de la ciudad de Gran Galgala a las Altiplanicies Áureas, hasta el palacio real. Y recorrí el último tramo de la distancia a pie, subiendo los dorados escalones, para enfrentarme a Shandor en su cubil, para decirle que deseaba que sacara sus posaderas de mi trono inmediatamente.

No esperaba que reaccionara positivamente a aquello. En realidad, imaginaba que dudaría sólo un segundo antes de arrojarme a uno de sus calabozos.

El buen viejo Shandor. Me decepciona tan raras veces.

7

Me detuve en la escalinata del palacio, y la luz del sol de Galgala reverberó en todo aquel chapado de oro y en las cadenas de oro y martilleó sobre mí como un gong. Estuve a punto de protegerme los ojos con un brazo ante todo aquel resplandor.

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