Me persiguieron durante días. Pero sólo una vez estuvieron a punto de cogerme, cuando me deslizaba por el flanco de un gordo gusano y creí oír sonidos de persecución por ambos lados. Había una luz de jade justo delante de mí, y fui a por ella. Con mis manos desnudas abrí un túnel en la carne del gusano hacia el punto brillante, hasta que alcancé el resplandeciente quiste pétreo en su interior. Era uno nuevo; pude ver el furioso insecto gigante mirándome intensamente a través de las paredes aún transparentes. Me deslicé debajo del quiste, con aquel terrible pico a sólo un dedo de distancia de mi vientre al otro lado de la delgada pared de jade, y allá me acurruqué, dominando mis náuseas, por lo que me parecieron cien años. Era una locura, buscar refugio en el interior de un gusano. Podía verme enquistado yo mismo, si permanecía allí demasiado tiempo. Pero aguardé durante tanto como me atreví; y, cuando ya no pude soportarlo más, me abrí camino de vuelta al exterior. No había ningún signo de vigilantes a ningún extremo del túnel. Durante varios días más vagué por aquel infernal laberinto hasta que, por algún milagro, desemboqué en uno de los pasadizos que conducían a la superficie. Cuando alcancé el nivel superior, el de las lianas, me encontré en la estación del relé de tránsito donde era embarcado el jade. Un poco de persuasión con el látigo sensorial y me encontré embarcado en vez de la carga. Fue una loca escapada de principio a fin. Pero, si hubiera confiado en la prudencia y el buen juicio, puede que ahora aún estuviera abriendo gusanos en busca de jade en los túneles de Alta Hannalanna. O muerto hace mucho tiempo.
No hubo desfiles ni fuegos artificiales aguardándonos a Chorian y a mí cuando llegamos a Galgala. Pero sin duda era el centro de la atención de todo el mundo. Aquella era una situación que no tenía paralelo en todos nuestros miles de años de historia. Un ex rey de los roms acudía a visitar la capital del mundo rom. ¿Quién ha oído alguna vez esto, un ex rey de los roms? Y el siniestro y peligroso hijo del ex rey era quien se sentaba ahora en el trono. Eso era un nuevo concepto también, un rey de segunda generación. Era algo completamente nuevo. Todo el mundo aguardaba para ver qué iba a suceder a continuación. Y lo que haría Shandor.
Tomamos la astronave Joya del Imperio de Xamur a Galgala. Era una de las nuevas, las llamadas astronaves clase Supernova. Creo que joya del Imperio era un nombre estúpido para una nave, plano y obvio y resonante, y tampoco me gustaba esa etiqueta de clase Supernova. En mis días las astronaves llevaban nombres de gente —Mara Kalugra, Claude Varna, Cristoforo Coloraba—, y no necesitábamos llamar a los modelos Cometas o Supernovas o Agujeros Negros. Pero diré esto de esas nuevas naves: son ciertamente elegantes. Había transcurrido una década o así desde que había subido por última vez a una auténtica astronave, aunque durante aquel tiempo había viajado bastante de un lado a otro de la galaxia por el relé de tránsito. Quizá éste sea un signo más de la decadencia de nuestra era, el lujo de las modernas astronaves de hoy. La Joya del Imperio era como el más espléndido hotel que uno pueda imaginar: inmensa, palaciega, pulido mármol rosa por todas partes, enormes y fantásticamente caras estatuillas en jade de Alta Hannalanna mirándote desde un millón de hornacinas, iluminación por plasma que cambiaba de color según tu talante, seis niveles de pasajeros con un comedor situado en un pozo de gravedad en cada uno, y etcétera, etcétera. El capitán era un joven gaje muy meloso llamado Therione, un fenixi, probablemente uno de los protegidos de Sunteil. Fui invitado a cenar a su mesa, naturalmente. El piloto, un viejo, gordo y canoso rom tchurari de Zimbalou llamado Petsha le Stevo, se sentó también con nosotros, aunque puedo decir que a Therione no pareció hacerle muy feliz, Con un ex rey rom a bordo, el capitán no podía desairar a su piloto. Pero Petsha le Stevo tenía los modales de la vieja escuela en la mesa. Comía a dos carrillos, bebía desmesuradamente, eructaba. Se recreaba en ello. Y cada vez que se palmeaba la barriga y dejaba escapar un buen eructo yo podía ver crisparse a Therione. Era un hombre irreprochable aquel Therione, absolutamente meticuloso con su persona. Una reluciente piel sonrosada, unas uñas inmaculadas, un fino bigote que se hacía recortar cada día. Tras cada eructo Petsha le Stevo me miraba a través de la mesa, me guiñaba un ojo y sonreía, como si dijera: ¡Ah, Yakoub, ése fue bueno! Comparado con él, me sentía positivamente remilgado. Me preguntaba qué estaba haciendo un fósil primordial como aquél a bordo de una nave clase Supernova. Pero de hecho era un soberbio piloto, un auténtico artista. Lo descubrí cuando efectué una visita ceremonial a la sala de saltos.
No comprendí nada de ella. Todo reluciente, metal y cerámica, como un cuarto de baño. Una habitación de aspecto vacío, con algunas boquillas aquí, algunas relucientes placas metálicas allí, no mucho más. Tienen que entender que las salas de saltos de una espacio-nave no me resultan extrañas. Tengo tras de mí cincuenta o sesenta años de manejo de esas mismas palancas, ¿saben? Pero aquí no había ritmo ni razón. ¿Dónde estaba el tanque estelar? ¿Dónde la pared del parpadeo? ¿Dónde, en nombre del bicéfalo Melalo, estaban las palancas?
Petsha le Stevo irradiaba como un padre orgulloso mientras yo miraba asombrado a mi alrededor.
—¿Esto es una sala de saltos? —pregunté.
—Nueva. Completamente nueva. Te gusta, ¿eh?
—La odio. No puedo comprender nada de ella.
Sonrió.
—Es muy sencilla. Incluso un gaje podría saltar aquí. Por supuesto, nosotros lo hacemos mejor. Para ellos siempre es sudar, forcejear. Para nosotros, es tan fácil como cagar. ¿Quieres verlo?
—¿Verte cagar?
—Verme dar un salto, rey.
—Ya hemos dado el salto.
—No hay ningún problema, rey. Saltaremos de nuevo. —Rió y avanzó pesadamente. Alzó sus enormes y nervudas manos como Moisés anunciando los Diez Mandamientos. De pronto, una luz azul empezó a danzar desde la punta de sus dedos. Hizo un gesto. Vi estrellas suspendidas en medio del aire, como si tuviera un tanque estelar delante de él, pero no había ningún tanque, sólo una luz azul y pequeñas chispas de una luz algo más brillante brillando dentro de ella. Agitó ligeramente su índice izquierdo.
—Aquí —dijo —. ¿Lo notas?
Sí, lo había notado: la sensación de soltar una traílla, de deslizarnos libremente por los secretos caminos del espacio tiempo; eso era el parpadeo. Ninguna otra cosa en el universo proporciona la misma sensación.
—Ya no nos encaminamos a Galgala —dijo alegremente Petsha le Stevo —. Ahora es Iriarte. ¿Ves qué fácil? —Alzó las manos de nuevo, una y otra vez, y conjuró la luz azul. Un movimiento de su pulgar derecho —. ¡Ahora, Sidri Akrak! ¡Ningún problema! ¡Simplemente así! Toma, prueba tú. Permanece aquí, sobre esa placa en el suelo…
Sonó una llamada. El rostro de Therione apareció en la pantalla visora. Los delicadamente tallados rasgos del capitán fenixi estaban lívidos, y su voz sonó extrañamente estrangulada cuando pidió saber qué demonios estaba ocurriendo. Petsha le Stevo le dijo rápidamente que no se preocupara.
—Una corrección de rumbo, eso es todo —explicó, indicándome con frenéticos movimientos de su mano que me apartara fuera del campo de visión de la pantalla —. Un asunto de rutina, jefe. Hemos tenido que ocuparnos de la triangulación, nada más.
Pensé que Therione iba a sufrir un ataque de apoplejía.
—¿La triangulación? ¿Qué triangulación? No sé de qué demonios me está hablando.
—Cinco segundos más, jefe. Todo va bien. —Petsha le Stevo sonrió y alzó las manos una vez más. Luz azul; parpadeo; volvíamos a encaminarnos a Galgala. Therione fue a decir algo; Petsha le Stevo señaló algún indicador que ni siquiera pude ver; Therione murmuró algo y la pantalla se apagó. Volviéndose hacia mí, el rom dijo —: ¿Lo ves? Nada. Puedes hacer el salto que se te antoje, y si no te gusta, simplemente vuelves a saltar. Incluso un gaje podría hacerlo, quizá. Es mucho más fácil que antes. Aunque todavía sigue sin ser fácil, para un gaje.
Читать дальше