Cuando llegas a un mundo no imperial como Mulano debes arreglártelas por supuesto completamente por ti mismo desde el momento en que eres dejado caer y sales de tu campo de fuerza. Pero si el tránsito te deposita en algún lugar del Imperio, tu llegada es registrada inmediatamente por el scanner de inmigración del planeta al que llegas apenas éste detecta tu señal, que normalmente es entre seis y doce horas antes de tu aterrizaje. Así que la Inmigración de Xamur había tenido tiempo más que suficiente para localizarme y agarrarme con un rayo tractor al instante mismo en que el zarcillo del tránsito me soltó. Un procedimiento de rutina para una llegada no programada de un recién llegado de Dios sabía dónde.
—¿Y bien? —dije —. Sigamos con ello, pues. Adelante con sus procedimientos normales. ¿Creen que he llegado a Xamur para quedarme aquí y admirar la arquitectura de su depósito de retención?
Casi inmediatamente alguien de aspecto oficial asomó la nariz entre dos de las columnas de piedra. Me miró, emitió un pequeño sonido gimiente y desapareció, y volvió al cabo de un segundo con otro como él. Gimieron ambos y emitieron bajos gorgoteos y se graznaron el uno al otro un poco más, y desaparecieron en busca de más refuerzos. En cosa de pocos segundos media docena de personas con uniformes del Departamento Imperial de Inmigración de Xamur me estaban contemplando con absoluto asombro e incredulidad.
Sospecho que no se hubieran sentido más alucinados si se hubieran hallado frente al emperador Napoleón, o Mahoma, o la reina de la Confederación de Betelgeuse.
Sabían quién era yo, por supuesto. No sólo por el rostro, los ojos, el bigote. Antes de partir de Mulano me había tomado la molestia de ponerme mi sello real, que no había llevado desde hacía quizá quince años. Ahora, grandes y llamativos destellos pulsantes de luz brotaban de mi frente de esa forma chillona y llameante que es a la vez tan abrumadora como absurda. Era como una radiobaliza emitiendo en todas las longitudes de onda del espectro a la vez, martilleando la noticia: EL REY…, EL REY…, EL REY…, EL REY. Igual hubiera podido salir del relé de tránsito llevando una corona de oro y esmeraldas y rubíes de medio metro de altura.
Dos o tres de los de Inmigración eran roms. En un santiamén estaban de rodillas, haciendo los signos de respeto y murmurando mi nombre. Los gaje no hicieron eso, naturalmente. Pero estaban a todas luces asombrados, y permanecían de pie allí con la boca abierta, murmurando, agitándose y lanzando pequeñas exclamaciones.
Sabía también lo que estaban pensando. Estaban pensando: Este astuto viejo bastardo se ha presentado sin advertir, sin molestarse en absoluto de utilizar los canales diplomáticos. No podemos expulsarle sin ocasionar un terrible levantamiento de sus seguidores, pero no podemos aceptarle sin arrastrar a Xamur a la enorme lucha por el poder rom que el regreso del viejo bastardo va sin duda a desencadenar, y no importa lo que hagamos, lo más seguro es que perdamos nuestros empleos por culpa de ello. O pensamientos así.
Apagué el sello de mi dignidad. Estaba cegando a todo el mundo en el depósito de retención. Dije en romani a los roms que se arrastraban a mis pies:
—Levantaos, idiotas. Sólo soy vuestro rey, no Dios Todopoderoso. —Y a los otros, aquellos miserables y aterrados funcionaros gaje, les dije más amablemente —: No estoy aquí en visita de estado ni en ningún tipo de misión política. He venido simplemente como un ciudadano privado que tiene propiedades en este mundo.
—¿Pero no es usted el rey Yakoub? —tartamudeó uno de ellos.
—Ciertamente lo soy.
—No creo que tengamos un protocolo para los ex reyes —dijo otro nerviosamente, e hizo aparecer algo en una pantalla que estaba fuera de mi línea de visión —. Notificaciones oficiales, respuesta municipal apropiada, desfiles, luces, estandartes, ceremonias, fuegos artificiales…, no, no hay nada que cubra algo así…
—No soy un ex rey —dije suavemente.
Los oficiales gaje me miraron asombrados, y los oficiales roms me miraron con horror.
Uno de los roms dijo:
—Señor, la convención de abdicación…
—No te preocupes por ello, muchacho. Sean cuales sean las historias que hayas oído acerca de mí procedentes de Galgala, son absolutamente inexactas.
Uno de los gaje —parecía ser el de más alto rango del grupo— hizo un frenético gesto, y algo distinto se deslizó a la pantalla. Esta vez me desplacé ligeramente para echarle una ojeada. Era la tabla de protocolo de recepción para una visita real.
—Entonces, ¿es usted todavía rey?
—¿Cuándo he dicho yo eso? —Parecieron más desconcertados que nunca. Pero yo no estaba dispuesto a aclarar en aquellos momentos si seguía siendo todavía rey o no. Especialmente en un depósito de retención y frente a un puñado de idiotas del Departamento de Inmigración. Dejemos que sigan desconcertados, pensé. Niega ser un ex rey…, pero no afirma directamente que es el actual rey…, pero por otra parle…, y además…, sin embargo…, de todos modos… No, que siguieran calentándose la cabeza —La cuestión del reinado no tiene ninguna relación con mi presencia aquí —dije alegremente —. Sólo os diré una cosa: para mí, ésta es una visita privada. Estoy aquí para inspeccionar mis propiedades en Kamaviben, y nada más. No deseo que se haga ninguna ceremonia por mí. —Les lancé mi más regia mirada —. ¿Habéis entendido?
Pero hubiera debido saberlo. Por supuesto que hubo ceremonias. Y muchas.
¡Burócratas! ¡Malditos funcionarios agitapapeles! ¡Pequeños y engreídos trapaceros de décimo orden! Antes preferiría la honrada y refrescante compañía de una horda de caracoles salizonga cada día.
En general no soy el tipo de persona que se pueda llamar ingenua. No a mi edad. Pero tengo que admitir que fui ingenuo, un poco al menos, albergando la fantasía de que simplemente podían haberme dejado salir del depósito de retención sin complicaciones de ningún tipo. No había forma alguna de que el Rey de los Gitanos, en ejercicio o retirado, entrara en Xamur o en algún otro mundo real en secreto y privadamente, no importa todo lo que dijera y advirtiera. Eso lo comprendía. Pero imaginaba que me admitirían con un mínimo de pompa y circunstancia, si eso era lo que yo parecía desear. Estaba equivocado.
Los reyes e incluso los ex reyes poseen un enorme poder sobre esto y aquello, pero cuando llegamos a asuntos de protocolo los burócratas tienen siempre la última palabra. En este caso debo echar la culpa a la gente rom de inmigración tanto como a la gaje, o más aún. Los roms vieron a su rey —o mejor dicho a su ex rey— llegar inesperadamente a la ciudad, y se sintieron absolutamente obligados a gritar aleluya sobre mí a fin de que pudiera verme cubierto de la apropiada gloria.
En consecuencia, transmitieron la noticia de mi llegada a los más altos niveles de la administración imperial de Xamur, y a partir de este punto, inevitablemente, no hubo forma de detener la avalancha de la burocracia cuando se puso ansiosamente en movimiento. No puedes esperar que los funcionarios gubernamentales lleven adelante todo tipo de actividades útiles, por supuesto —el mismo concepto es prácticamente una contradicción en sus términos—, pero dales algo sin significado como una bienvenida oficial para que la organicen, y se sentirán más felices que nunca. Hice todo lo que pude por escapar de un desfile solemne a lo largo de las resplandecientes murallas de Ashen Devlesa. Pero tuve que someterme a una interminable recepción en la capital, un gran alarde pirotécnico que Iluminó los cielos de cuatro continentes, un ruidoso y aplastantemente aburrido concierto de la sinfónica de Xamur, y un banquete tan ridículamente inepto en sus alardes de elaboración que hubiera enviado llorando a Julien de Gramont a encender una vela a la memoria de Escoffier.
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