David miró el planeta que flotaba debajo de sus pies: era una esfera del tamaño aparente de una pelota de playa, semiiluminado por la compleja luz roja y blanca de sus estrellas madre. Pero era evidente que carecía de aire: su superficie era una trama complicada de cráteres de impacto y cadenas montañosas. Quizás en otra época había tenido una atmósfera, incluso océanos, o pudo haber sido el núcleo rocoso o metálico de una gigante de gas, un Neptuno o un Urano de otros tiempos. Hasta era posible, suponía David, que hubiera albergado vida. De ser así, esa vida ahora estaba destruida o había huido y todo vestigio de su paso, calcinado desde la superficie por el sol moribundo.
Pero este mundo muerto que había explotado todavía tenía una luna. Aunque mucho más pequeña que su planeta madre, la luna brillaba con más intensidad, reflejando más de la compleja luz mezclada de las estrellas gemelas. Y su superficie aparecía, a primera vista, completamente suave, por lo que el pequeño mundo parecía ser una bola de billar a la que se había fresado en algún torno enorme. Cuando David miró más de cerca, pudo ver que había una red de finas grietas y cordilleras, algunas de las cuales evidentemente tenían centenares de kilómetros de largo, distribuidas por toda la superficie. La luna se parecía a un huevo duro, pensó David, cuya cáscara se hubiera resquebrajado asidua y delicadamente con una cuchara.
Esta luna era una bola de agua helada. Su superficie alisada era señal de una reciente fusión del globo, probablemente causada por la grotesca expansión de la estrella madre, y las cordilleras eran costuras entre placas de hielo. Y, quizás, al igual que en una luna de Júpiter, Europa, todavía quedaba una capa de agua líquida en alguna parte por debajo de esa superficie congelada, un antiguo océano que podría actuar como refugio, aún ahora, para la vida en retroceso…
David suspiró. Nadie lo sabía. Y, en este preciso momento, nadie tenía el tiempo ni los recursos para averiguarlo: sencillamente había demasiado por hacer, demasiados lugares a los que ir.
Pero no era el mundo rocoso ni su luna de hielo, ni siquiera la extraña estrella doble misma, sino algo mucho más grandioso, más allá de este pequeño sistema solar, lo que había traído a David hasta aquí.
Giró sobre su punto de vista y miró más allá de las estrellas.
La nebulosa abarcaba la mitad del cielo.
Era un baño de colores, que iban desde el azul blanco brillante en su centro, a través del verde y del anaranjado, hasta púrpuras y rojos oscuros en su periferia. Era como una gigantesca pintura a la acuarela, pensó David, en la que los colores fluían suavemente uno dentro del otro. Pudo ver capas en la nube, la textura, los estratos de sombras que la hacían asombrosamente tridimensional, con una estructura más fina situada a mayor profundidad en el corazón.
El aspecto más llamativo de la estructura más grande era una configuración de nubes oscuras, ricas en polvo, dispuestas en una asombrosamente clara forma en V delante de la masa refulgente, como si se tratara de un pájaro inmenso que levantaba alas negras delante de una llama. Y delante de la forma de pájaro, como una rociadura de chispas proveniente de esa fogata que estaba detrás, había un tenue velo de estrellas que lo separaban a David de la nube. El gran río de luz que era la Galaxia fluía alrededor de la nebulosa, pasando por detrás de ella como si la quisiera circundar.
Aun cuando volvía la cabeza de un lado para otro, le resultaba imposible captar toda la escala de la estructura. En ocasiones parecía suficientemente cerca como para poder tocarla, como si se tratara de una gigantesca escultura dinámica de pared hacia la que pudiera extender la mano y explorar. Y después retrocedía, aparentemente hasta lo infinito. David sabía que su imaginación, desarrollada hasta poder aprehender la escala de mil kilómetros de la Tierra, era inadecuada para la tarea de comprender las inmensas distancias con que había que habérselas acá.
Pues si el Sol se desplazaba hacia el centro de la nebulosa, los seres humanos podían construir un imperio interestelar sin llegar al borde de la nube.
La admiración creció dentro de él, súbita, inesperada. Soy privilegiado, pensó de manera diferente, por vivir en una época así. Algún día, supuso, un explorador con cámara Gusano iba a zarpar por debajo de la corteza de hielo de la luna y buscaría lo que fuere que hubiera en el núcleo y, quizás, equipos de investigadores restregarían la superficie del planeta que hay debajo, en busca de reliquias del pasado.
Envidiaba a esos futuros exploradores por la profundidad de su conocimiento. Y, sin embargo, sabía que, con toda seguridad, ellos envidiarían a la generación de él principalmente pues, como él había salido hacia las afueras con el frente en expansión de la exploración con cámara Gusano, había llegado aquí primero , y nadie más, en toda la historia, podría decir eso.
— Larga narración. Laboratorio japonés. El sitio que usaron para clonar tigres para médicos brujos. Heather nada, más que sustituía. David vio todo con Cámara. Después todo control mente. Hiram no quería más errores…
— Heather. Yo no sentía vínculo. Ahora sé por qué. Qué triste.
Kate creía que podía sentir el pulso de Bobby en el toque invisible que él hacía sobre su palma.
— Sí triste triste.
Y después, sin la menor advertencia, la puerta estalló en pedazos al abrirse.
Mae Wilson entró sosteniendo una pistola. Sin la menor vacilación disparó una vez, dos veces, a cada lado de Kate. El arma llevaba silenciador, por lo que los disparos fueron meros taponazos.
Se oyó un grito, se vio un manchón de sangre que flotó en el aire; otro parecido a una pequeña explosión, allá donde la bala había salido del cuerpo de Bobby.
Kate trató de pararse, pero la boca del arma de Wilson apuntaba a la parte de atrás de su cabeza.
—Ni siquiera lo pienses.
El recubrimiento de Bobby estaba cayendo en grandes círculos de distorsión y sombra que se extendían alrededor de sus heridas. Kate pudo ver que él estaba tratando de llegar a la puerta. Pero ahí había más esbirros de Hiram, no iba a tener manera de pasar.
En ese momento, Hiram mismo llegó a la puerta. Tenía la cara retorcida por una emoción irreconocible cuando miró a Kate, al cuerpo de Bobby.
—Sabía que no ibas a poder resistir. Te agarré, mierdita.
Kate no había salido de su celda cuadrada durante… ¿cuánto tiempo? ¿Treinta, cuarenta días? Ahora, en los espacios cavernosos e iluminados con luz mortecina de la Fábrica de Gusanos, se sentía expuesta, turbada.
Sucedió que el disparo había pasado directamente a través de la parte superior del hombro de Bobby, desgarrando músculo y quebrando hueso pero, por pura casualidad, sin poner en peligro la vida de él. Los médicos de Hiram habían querido darle a Bobby una anestesia general cuando lo trataban pero, sin dejar de mirar con fijeza a Hiram, Bobby se negó y padeció el dolor del tratamiento con plena conciencia.
Hiram abrió la marcha por un piso vacío de gente y pasaron frente a la maquinaria detenida y voluminosa. Wilson y los demás esbirros formaban un círculo alrededor de Bobby y de Kate, algunos de ellos caminando hacia atrás para poder vigilar a sus cautivos y poniendo bien en claro que no había manera de escapar.
Hiram, sumergido en el proyecto que fuere que estaba desarrollando ahora, parecía una presa cazada. Sus hábitos eran extraños, reiterativos, obsesivos; era un hombre que había pasado demasiado tiempo solo. Él mismo es el sujeto de un experimento, pensó Kate con amargura: un ser humano privado de compañía, temeroso de la oscuridad, sujeto a constantes miradas, más o menos hostiles, del resto de la población del planeta, rodeado por los ojos invisibles de esa población. Lo estaba destruyendo sin cesar una máquina que él nunca había imaginado, que nunca había tenido la intención de fabricar y cuyas consecuencias probablemente no entendía ni siquiera ahora. Con una punzada de piedad, Kate se dio cuenta de que en toda la historia no hubo un ser humano que tuviera más derecho de sentirse paranoico.
Читать дальше