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Arthur Clarke: La ciudad y las estrellas

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Arthur Clarke La ciudad y las estrellas

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Los hombres habían construido ciudades antes, pero ninguna como Diaspar. Diaspar: porque Diaspar tenía una leyenda. Era la última ciudad construida en la Tierra por el poder de quienes también pudieron conquistar las estrellas. Pero la grandeza de Diaspar acabó desapareciendo. Desde los más oscuros límites del Universo los Invasores atacaron el imperio creado por el hombre y lo confinaron otra vez a la Tierra. Quien fuera que abandonara la Tierra caería bajo la ira de los Invasores. Esta era la leyenda de Diaspar. Una leyenda de un billón de años…

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A veces había gente que iba de un lado a otro en el mundo existente tras los espejos y más de una vez Alvin había visto rostros que había reconocido. Comprobó muy bien que no había estado mirando a ningún amigo que conociese en existencia real. A través de la mente del artista desconocido había estado mirando en el pasado, observando las anteriores encarnaciones de gentes que Vivían en el mundo de sus días. Aquello le entristeció, al recordarle su condición de Único y al pensar que por mucho que esperase las cambiantes escenas, jamás encontraría eco alguno de su propio yo.

— ¿Sabes dónde estamos? — preguntó a Mystra cuando hubieron contemplado la vuelta completa al salón de los espejos.

Ella sacudió la cabeza negativamente.

— Supongo que en algún lugar al borde de la ciudad — repuso ella sin darle demasiada importancia —. Parece que nos hemos alejado bastante; pero no tengo ni idea de cuánto.

— Estamos en la Torre de Loranne — replicó Alvin —. Este es uno de los puntos más altos de Diaspar. Ven… te lo mostraré.

Tomó la mano de Mystra y la condujo fuera del salón. No había salidas visibles a la vista; pero en varios puntos las señales del suelo indicaban corredores laterales. Al aproximarse a los espejos en aquellos puntos, las reflexiones parecían fundirse en una arcada luminosa, pudiendo salir hacia otro pasaje. Mystra perdió toda traza consciente del camino seguido entre tanto retorcimiento y tanta vuelta hasta que al final emergieron en un túnel largo, perfectamente recto y a través del cual soplaba un viento frío y persistente. Se extendía horizontalmente por cientos de pies en cada dirección y su extremo lejano aparecía como un círculo luminoso.

— No me gusta este lugar — se quejó Mystra —. Hace frío.

Probablemente ella nunca había experimentado un frío real en toda su vida y Alvin se sintió en cierta forma culpable de la molestia de la joven. Tendría que habérselo advertido para que hubiese llevado una capa, y buena, ya que todas las ropas en Diaspar eran puramente ornamentales y completamente inútiles como protección.

Puesto que la incomodidad de la chica era completamente falta de Alvin, le entregó su capa sin pronunciar una palabra. No hubo en aquel gesto la menor traza de galantería; la igualdad de los sexos era desde hacía demasiado tiempo, completa en todos los aspectos, como para que tales gestos tuvieran que sobrevivir con algún significado especial. Mystra pudo a su vez haber hecho lo mismo y él la hubiera aceptado automáticamente.

No resultaba nada agradable caminar por el túnel con el viento soplando a la espalda, aunque pronto alcanzaron el extremo del mismo. Un amplio enrejado de filigrana en la piedra marcaba el final del camino, previniendo continuar hacia ninguna otra parte, lo que por lo demás, era preciso, ya que estaban en la frontera misma de la ciudad. Aquel gran aeroducto se abría a una de las caras de la torre y bajo ellos, caía a plomo una profundidad de más de mil pies. Se hallaban en la parte más alta de los aledaños de la ciudad y Diaspar se extendía bajo ellos en una forma como pocos de sus habitantes la habían visto nunca. La vista era el reverso de la observada por Alvin desde el centro del Parque. Mirando hacia abajo, se apreciaban las oleadas concéntricas de piedra y metal conforme iban descendiendo en escalones de una milla de anchura hacia el corazón de la ciudad. Lejos y en la distancia, en parte escondidos por las torres que interceptaban la vista, Alvin pudo mirar los campos distantes con sus árboles y el eterno río circundante. Todavía más allá en la lejanía, los remotos bastiones de Diaspar saltaban una vez más hacia el cielo.

Tras él, Mystra compartía aquel panorama con placer aunque sin mucha sorpresa. La joven había visto la ciudad incontables veces antes, desde otros puntos igualmente ventajosos y con mucha más comodidad.

— Este es nuestro mundo… todo él — dijo Alvin —. Ahora quiero mostrarte algo más.

Se apartó del enrejado y comenzó a caminar hacia el distante círculo de luz del extremo del túnel. El viento era frío contra su cuerpo apenas vestido; pero apenas si le dio importancia.

Había recorrido ya alguna distancia, cuando se dio cuenta de que Mystra no tenía la menor intención de seguirle. Ella había quedado plantada en el enrejado observándole, apretándose al cuerpo la capa prestada por Alvin y con una mano medio levantada hacia la cara. Alvin vio cómo se movían sus labios; pero no le llegaron sus palabras. Se volvió hacia ella asombrado al principio, después con impaciencia no desprovista de lástima. Lo que Jeserac había dicho era verdad. Ella no podía seguirle. La joven había calculado el significado de aquel remoto círculo de luz desde el cual el viento soplaba desde siempre al interior de Diaspar. Tras Mystra estaba el mundo conocido, lleno de maravillas y con todo, desprovisto de sorpresas, levantado como un brillante; pero cerrado como una burbuja que discurría por el río del tiempo. Delante de ella y a una distancia de unos cuantos pasos, se hallaba el vacío de lo extraño, el mundo del desierto… el mundo de los Invasores.

Alvin volvió a reunirse con ella y se sorprendió de encontrársela temblando.

— ¿De qué estás asustada? — le preguntó —. Seguimos estando seguros en Diaspar. ¡Ya que has mirado por esa ventana, podrías mirar también por aquella otra!

Mystra le estaba mirando fijamente como sí sé tratase de un extraño monstruo. Y en realidad, para sus formas de pensar y comportarse, lo era, ciertamente.

— No podría hacerlo dijo ella al fin —. Nada más que de pensarlo me da más frío que el de este viento. ¡No vayas más lejos, Alvin!

— Pero eso no tiene nada de lógico — protestó Alvin —. ¿Qué es lo que puede dañarte con llegar al final del corredor y mirar hacia el exterior? Hay algo de extraño y de solitario; pero no es nada horrible. De hecho, cuando más lo miro, más hermoso pienso que…

Mystra no permaneció hasta terminar de oír sus palabras. Se volvió sobre sus pasos y echó a correr a lo largo de la rampa que les había llevado hasta el piso del túnel. Alvin no hizo el menor intento de detenerla, ya que ello comportaba las malas formas de imponer la voluntad de una persona sobre otra. Sabía que Mystra no se detendría hasta reunirse con sus amigos. No existía peligro tampoco de que no volviera a encontrar el camino de vuelta por aquellos laberintos y pasajes. Una habilidad instintiva para salir de los más intrincados apuros, era uno de los mayores logros que el Hombre había aprendido desde que comenzó a vivir en las ciudades. La rata, extinguida ya hacía milenios, se había visto forzada a adquirir una similar destreza cuando abandonó los campos y se lanzó a vivir en masa junto a los seres humanos.

Alvin esperó un momento como si todavía esperase a medias que Mystra volviese. No se sorprendió de su reacción, sólo de su violencia y falta de racionalidad. Aunque lo lamentaba sinceramente, no pudo evitar el recordar que la joven le hubiera devuelto la capa al marcharse.

No solamente era el frío, era también difícil moverse contra el viento que soplaba a través de los pulmones de la ciudad. Alvin luchaba contra la corriente de aire y contra la que de cualquier forma desconocida mantenía su movimiento en la misma dirección. No pudo descansar hasta llegar hasta la rejilla de piedra y apoyarse allí con las manos. En la rejilla había suficiente espacio como para asomar la cabeza a través de la abertura, aun siendo ésta no muy grande ya que se hallaba algo restringida y reforzada contra las murallas de la ciudad.

Así y todo pudo ver bastante. A miles de pies bajo él, la luz del sol estaba a punto de esconderse por el lejano horizonte de aquel desierto sin límites. Los rayos de luz casi horizontales chocaron contra la rejilla y formaron una fantástica exhibición de sombras y luz dorada por el túnel. Alvin cerró los ojos contra el resplandor y miró hacia el terreno yacente bajo sus pies y que ningún hombre había hollado durante edades y milenios.

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