Pyanfar se volvió otra vez hacia adelante, sujetándose bien para soportar las sacudidas del vehículo que avanzaba dando tumbos sobre el terreno desigual. Haral manejaba el volante con una desesperada combinación de giros y golpes secos, siguiendo el trayecto por el que habían venido antes: entre la hierba se distinguía aún la huella dejada por su paso y allí era menos probable que hubiera desniveles del terreno o pozos ocultos.
—Espero que la Aja Jin siga todavía en su sitio —murmuró Haral.
—Yo espero que la Hinukku y el resto de naves kif sigan también en su sitio —dijo Pyanfar, sujetándose con la mano al tablero de mandos—. Si nos encontramos ahora con más kif que antes, si han logrado emitir un mensaje pidiendo refuerzos…
—El retraso de transmisión está a nuestro favor.
—Al menos hay algo a nuestro favor —dijo Pyanfar—. Dioses, si tuviera un comunicador…
Haral meneó la cabeza y se concentró en la tarea de manejar el volante, reduciendo la velocidad al empezar la pequeña cuesta que llevaba hasta el arroyo. El vehículo se fue abriendo paso torpemente a través de la hierba y sus ruedas arañaron el fango y las rocas, patinando ferozmente y logrando agarrarse en el último instante a la otra orilla hasta enderezarse de nuevo, en tanto que la masa triangular de la Suerte de Rau crecía cada vez más ante ellas.
Una luz brillante como el sol destellaba en el flanco de la nave. Pyanfar señaló hacia ella y Haral hizo un gesto de asentimiento. La capitana Rau las había visto llegar. Una serie de luces empezó a parpadear en el costado de la nave, destellos rojos y blancos que formaban un código.
Era el mensaje que ya habían recibido en la mansión. Haral encendió y apagó los faros, luchando desesperadamente con el volante.
Velocidades planetarias. En el tiempo que habían tardado para recorrer esta distancia desde la mansión una nave capaz de saltar habría podido ir de un mundo a otro. Quizás algunas lo estuvieran haciendo ahora mismo. El han seguía intacto, así como la estructura de las residencias capaz de llevar a cabo una política u otra; pero la pérdida de la Estación Gaohn…
Pyanfar se maldijo por haber pensado que ese tipo de venganza, el ataque de una estación, era demasiado grande para el orgullo de Akukkakk, el cual había acabado atreviéndose a realizarlo. Pero atacar un mundo… no, en toda la historia de la civilización nadie había hecho algo semejante.
Excepto los kif. Se rumoreaba que durante las luchas por el poder que habían precedido a su conquista del espacio, habían hecho justamente eso. Habían osado atacar su propio planeta.
Los motores fueron acelerando con un hueco rugido de los cohetes secundarios y la Suerte abandonó el suelo. Pyanfar se dejó caer en la parte trasera del oscuro foso de control en el mismo instante en que la cubierta se acomodaba a la nueva posición de la nave y tocó el fondo con un golpe sordo que la hizo tambalearse. Luego, ya mejor instalada, puso en su lugar la manta y la almohada que se había procurado para protegerse la espalda, dejándolos al lado de los tres almohadones que usaba la capitana Rau. Ésta levan lo la mano, indicándole que ya se había dado cuenta de su llegada, y volvió a concentrarse en el tablero que tenía delante. La Suerte continuaba ascendiendo: la maquinaria escondida en su casco metálico retumbaba con un apagado estrépito y la presión iba subiendo. Pyanfar empezó a notar que le dolía el hombro y se removió, intentando ajustar mejor la manta para aliviarlo un poco.
El despegue no se realizó en un ángulo tan pronunciado como el de su llegada: la nave era relativamente capaz de volar y al principio la subida fue vertical desviándose luego en un ángulo cada vez más agudo que seguía manteniendo su popa dirigida hacia el planeta, siguiendo el impulso de la fuerza gravitatoria. Los motores principales entraron en acción con un golpe seco que pareció impulsar bruscamente sus entrañas en dirección diametralmente opuesta a la de su columna vertebral.
Parte del grupo se encontraba relativamente bien instalado en el compartimiento acolchado de popa. Ahí estaban Tully, Khym y Ginas Llun, protegidos por gruesos almohadones, así como Haral, encargada de hacerles compañía y resolver los pequeños problemas que pudieran irse planteando. Los demás, no tan afortunados, ocupaban el resto de la nave, acomodándose lo mejor posible en las divisiones acolchadas que, en caso de necesidad, brotaban del mamparo principal: abandonados a su ciega incomodidad, envueltos en las tinieblas, debían encontrarse como peces en una lata, dispuestos en hileras de cuatro, sufriendo cada una de ellas la presión del acolchado posterior en el rostro y, a su vez, doblando su propio acolchado para molestar a la fila siguiente. Dioses, dioses, viajar de ese modo en una nave a la que esperaban tales problemas. Pyanfar sintió cierta culpabilidad al pensar en las relativas comodidades de que gozaba en su posición actual.
La copiloto dejó caer algo a su lado. Pyanfar se agachó con cierta dificultad y recogió un objeto envuelto en plástico.— era un auricular. Le quitó la cubierta protectora y se lo puso. Por el momento no estaban recibiendo ninguna información, sólo estática, pero saber que estaba en condiciones de recibirla y mantener el contacto siempre era un pequeño consuelo.
La estación no había emitido más que un solo mensaje y seguía emitiéndolo al empezar el despegue, lo cual significaba que el mando central de la estación había estado en manos hani y que en esos momentos había demasiados problemas de los que ocuparse, siendo imposible responder a cualquier tipo de preguntas. El mensaje seguía llegando aún, así que los kif no habían logrado reducirlo al silencio o quizá no sentían demasiado interés por ello.
Pero los muelles… Se imaginó fácilmente a los estibadores huyendo en todas direcciones presa del pánico, desorganizados, careciendo de la preparación necesaria para enfrentarse al ataque de los kif, Atacar estaciones era algo inimaginable para un hani; algo que estaba fuera de toda razón y algo para lo que, lógicamente, no se había hecho ningún preparativo.
Maldita fuera esa lógica y maldita fuera la torpe complacencia que la había engendrado. Ah, maldita fuera su propia especie y la naturaleza hani, capaz de hacer que cada individuo de su raza se ocupara solamente de sus propios asuntos porque ése era el modo en que todo su mundo funcionaba. No le había quedado más remedio que ir a Chanur, ya que un hani era capaz de mantener un desafío aunque su propia casa estuviera ardiendo; al menos, hasta sentir las llamas chamuscándole el pelo. Un hani siempre se ocupaba de lo suyo, sin tomar en consideración lo que pudieran pensar los Extraños y guardándose mucho de admitir, dado su orgullo, que difícilmente habría logrado llegar al espacio en tanto que raza de no haber sido por los exploradores mahendo’sat que encontraron su planeta; pero así estaban las cosas. Y las cosas seguían haciéndose al viejo estilo, ese estilo que tan bien había funcionado cuando no existían ni las colonias ni el comercio espacial; cuando la especie hani poseía su mundo sin tener que enfrentarse a ningún desafío de fuera y sus instintos resultaban perfectamente adecuados al mundo que poseían.
Pero ahora, por los dioses… ahora existían otros ecosistemas. El mismo Pacto era uno de ellos y ahora estaban tratando con distancias muy superiores a las verdes llanuras de Anuurn: ahora debían tratar también con seres cuyos instintos se habían demostrado eficientes y justificados dentro de sus propias escalas de valores.
En un infierno imposible de imaginar los kif habían probado su capacidad de funcionamiento como especie y, por los dioses, incluso los chi habían logrado funcionar, por muy locos e incomprensibles que pudieran parecerle a otros Extraños. Y Tully, que a veces parecía casi racional y otras veces parecía completamente estúpido.
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