—¿Habéis entendido todo?
—Sí —dijo Rhean Chanur—. Hemos de intentar reunir al personal de la estación y si mientras estemos allí hay otro ataque debemos ir hasta el centro de la estación y buscar por todos los medios vuestra señal cuando haya pasado. Que los dioses nos ayuden.
—La Orgullo volverá, Rhean. Tu nave logró romper el bloqueo, Tu nave y tu tripulación, bendita sea. No tengo ni idea del daño que pueden haber sufrido y será mejor que no partas con ningún plan preconcebido en cuanto a lo que puede ocurrir. Anfy, lo mismo digo; usa cualquier nave que tengas a mano. Si te hace falta cubrir los puestos con tripulantes del sistema, hazlo. Y al resto de vosotras, si usáis las armas, os aconsejo que busquéis a las tripulantes que haya por allí para que os apoyen, aunque sólo los dioses saben dónde pueden encontrarse ahora. Si os equivocáis de blanco habréis matado a un aliado, ¿comprendí do? Lo mismo ocurrirá si os cargáis alguna escotilla, así que mantened la cabeza sobre los hombros y procurad saber lo que hay detrás de vuestro blanco, Si queréis andar pegando tiros en una estación debéis apuntar a la cubierta y mantener las piernas listas para salir corriendo, ¿comprendido?
Las orejas de las más jóvenes se agacharon, inquietas. Pyanfar sentía clavados en ella docenas de ojos, un infinito de negras pupilas dilatadas. Pero Hilfy parecía ahora totalmente distinta: tenía las orejas erguidas y el rostro tranquilo. Pyanfar la miró, sintiendo en su interior una compleja mezcla de orgullo y dolor. Era imposible sacarla de aquí, mantenerla lejos de todo el embrollo; y no era necesario. Los que fueran a la estación y los que se quedaran en la Orgullo estarían compartiendo el mismo peligro; y quizá las ocupantes de la nave corrieran riesgos aún mayores. Si tenía una oportunidad, por pequeña que fuera, Akukkakk se encargaría de ello.
—Nos acercamos al muelle —dijo el comunicador—. Preparados para frenar.
—No debemos perder más tiempo —dijo Pyanfar en voz baja a las que tenía más cerca—. Chur, Hilfy, la Orgullo no puede prescindir de nadie más. Hacedlo tan bien como podáis y volved enteras. Los demás… Khym, no te separes de mis tripulantes, ¿me has oído?
Khym asintió. En el aire parecía flotar una tensión indefinible: nadie habría querido ocuparse de él, claro… pero en los ojos de Hilfy y Chur no hubo ni la menor señal de protesta. Khym las miró y los escasos restos de oreja que le quedaban se irguieron levemente al ver cómo ellas le devolvían su mirada.
Que los dioses las ayuden, pensó Pyanfar. Que los dioses le ayuden si por su culpa una de ellas muere, si comete alguna estupidez.
La velocidad disminuía rápidamente. Todos se agarraron a las paredes del corredor: la presión era muy fuerte, hasta el extremo de resultar casi insoportable. Pyanfar cerró los ojos por un instante y se dejó caer hasta el suelo como todos los demás, conformándose por ese instante con estar donde estaba y rogándole a los dioses en su fuero interno que le fuera posible acompañarles.
Tully estaba en cuclillas junto a Hilfy. Pyanfar volvió lentamente la cabeza hacia ellas, frunciendo los labios mientras pensaba en Tully. Sí, podía perder el control en un instante dado: no quería oír las instrucciones que se le dieran y podía enloquecer a causa de la ira. Khym estaba algo más lejos y Pyanfar sabía muy bien que le avergonzaba su estado físico, como le avergonzaba el aura casi palpable que le rodeaba: la desconfianza, la seguridad de que no iba a serles de ninguna ayuda sino que, al contrario, sólo conseguiría aumentar los riesgos que ya corrían, el temor de que siguiera sus propios impulsos, de que cediera a su inestable temperamento de macho. Khym, que les había salvado el cuello a todas y les había dado la oportunidad y el tiempo necesarios para despegar. Igual que Kohan, debatiéndose en su agonía, atrapado en la Residencia Chanur; y, a pesar de ello había acabado venciendo, por todos los dioses.
La gravedad fue disminuyendo en una errática serie de cambios de vector, haciendo que los cuerpos amontonados en el pasillo chocaran unos con otros a cada estallido de los impulsores secundarios. Los que habían logrado agarrarse firmemente a las paredes se encargaban como buenamente podían de quienes no habían sido tan afortunados o hábiles.
Contacto. La fuerza gravitatoria terminó afirmándose en la última dirección que habían padecido y las abrazaderas se instalaron en sus posiciones con un sonoro chasquido. La rampa de acceso quedó en posición con un golpe sordo.
—Hemos entrado en contacto con una fuerza ahí fuera —dijo Geran—, La salida está despejada. Buena suerte.
—Espero que vosotras también tengáis un poco de suerte —dijo Chur por el comunicador.
—Eh, ¡arriba! —gritó Hilfy y todo el grupo se puso en marcha, con un súbito nerviosismo por llegar a la escotilla.
Pyanfar se incorporó al mismo tiempo que todas las demás.
—Tully —dijo, indicándole con una seña que se acercara. Su rostro, que había estado lleno de una nerviosa alegría, se volvió repentinamente sombrío al darse cuenta de lo que deseaba. Pyanfar repitió su serla en tanto que las fuerzas de Chanur empezaban a desfilar por el corredor hacia la escotilla y al ver que Tully no se acercaba fue hasta él y le cogió por el brazo, mientras que Chur y Hilfy se quedaban esperándoles—. Seguid —les dijo Pyanfar—, y tened cuidado.
Chur y Hilfy se apresuraron a obedecerle y se reunieron con el resto del grupo, que ya estaba en la entrada de la escotilla. Pyanfar, con las orejas pegadas al cráneo, sintió cómo Tully tiraba de su mano.
—Pregunto —le dijo—. ¿Lucho con ellos, Pyanfar?
—No —replicó ella—. Allí fuera no puedes oír las órdenes que te den, ¿me comprendes? Ven conmigo, iremos al puente.
Si esas orejas patéticamente pequeñas que poseía hubieran podido moverse, Pyanfar estuvo seguro de que se habrían desplomado hasta confundirse con su cabeza. Tully le miró con ojos en los que habían un desánimo absoluto.
—¿Sí? —le dijo con un hilillo de voz—. Entiendo.
La escotilla se abrió y volvió a cerrarse unos instantes después.
—Vamos a subir —dijo Pyanfar por el intercomunicador—. Tened cuidado con la maniobra.
Tully la acompañó hasta el ascensor, casi corriendo. Pyanfar le metió dentro de la cabina y Tully se apoyó en la pared sin apartar los ojos de ella, con una mirada llena de dolor muy parecido al de Kohan: sus pupilas parecían cubiertas de sombras y su melena de tonalidades claras estaba convertida en un revuelto amasijo de pelos, en tanto que su cuerpo parecía haberse encogido a causa del cansancio y la desilusión.
—Iremos —le dijo mientras la puerta del ascensor se abría revelando el corredor que conducía al puente—. Iremos hasta allí y cogeremos a los kif, amigo mío; cogeremos a ese Akukkakk, esté dónde esté, y le arreglaremos las cuentas, nave por nave.
—¿Ahí? —Tully movió la mano en un amplio arco, abarcando el infinito.
—En este sistema; y debe de estar muy cerca, quizá demasiado —Pyanfar cruzó el umbral del puente, cogiendo a Tully del brazo y haciéndole sentar con un brusco empujón en el asiento auxiliar que había junto al puesto de Haral. El lugar no resultaba demasiado seguro pero en esos momentos no había lugares seguros. Pyanfar se dejó resbalar sobre la familiar superficie de su maltrecho asiento y se colocó el cinturón de seguridad mientras que Tirun desconectaba las abrazaderas de la nave. Cuando la Orgullo adquirió su propia gravedad, Pyanfar tomó los controles y la hizo partir en un rumbo mucho más arriesgado del que habría osado tomar si las autoridades de la estación hubieran estado en situación de protestar.
Читать дальше