Cuando su tío había caído ante Kohan.
Los años se movieron hacia adelante y hacia atrás como bajo los efectos de un salto estelar, dejándola igual de trastornada. El hogar, aceptado por su mente de un modo tan condenadamente familiar y entusiasta.
O quizá todo fuera fruto de su educación, de haber crecido en él.
Las verjas labradas estaban abiertas y los hierros se habían incrustado en un seto de ernafyas rojizas, que perfumaban el aire con su olor almizclado incluso ahora, en otoño: el seto continuaba hasta las verjas internas y luego seguía hasta la mansión, formando una especie de túnel sombreado más alto que Pyanfar. Al cruzar la puerta se volvió hacia el camino, deteniéndose para dar tiempo a que las demás le alcanzaran, y al volverse…
—Pyanfar —una voz entre el seto y un susurro de hojas: una voz de macho, ronca y gutural, la hizo volverse en redondo llevándose la mano al bolsillo, pensando en alguien que había abandonado el santuario. Pyanfar se quedó helada a medio gesto, comprendiendo que había tardado una fracción de segundo más de lo necesario en reconocer esa voz que tan familiar le era, procedente de la silueta encorvada que ahora se alzaba de entre el seto, cubierta de harapos y heridas.
—Khym —murmuró. Tully y las demás se habían detenido, figuras confusas más allá de su campo visual. Cómo le dolía ver así a Khym. Le recordaba impecable y lleno de gracia pero ahora su oreja derecha estaba hecha pedazos, y su barba y su melena estaban cubiertas de sangre seca, procedente de una herida que le iba de la frente al mentón. Sus brazos estaban cubiertos de heridas más antiguas y su cuerpo se había convertido en un mapa que hablaba de dolor y malos tratos, tan antiguos como recientes. Khym pareció doblarse muy lentamente y acabó desplomándose sobre el polvo, medio cuerpo caído en el seto, las rodillas asomando por entre sus pantalones destrozados. Con un esfuerzo logró alzar su maltrecha cabeza y mirarla, aunque la hinchazón de su ojo derecho apenas sí debía dejarle ver algo.
—Tahy —dijo con voz débil—. Está dentro. Han quemado las puertas… te esperé… te esperé…
Pyanfar le miró abatida, sin saber qué hacer, sintiendo que las orejas le ardían de vergüenza al pensar en que detrás estaba su tripulación y Ginas Llun, contemplando a esa ruina que había sido su compañero, perdiendo hasta ese nombre cuando perdió Mahn ante su hijo.
—Han encendido hogueras en el salón —tartamudeó Khym, incluso su voz convertida en una sombra de lo que fue antes—. Chanur está ahí dentro, han tenido que retroceder. Han llamado a na Kohan, pero no quiere salir. Todas las Faha le han abandonado… todas menos ker Huran. Araunn sigue ahí. Han usado armas, Pyanfar, para quemar la puerta.
—Ahora saldrá Kohan —dijo Pyanfar—, y yo me ocuparé de Tahy —Pyanfar se removió inquieta, no sabiendo aún qué debía hacer—. ¿Cómo lograste llegar hasta aquí? ¿Lo sabe Kohan?
El ojo intacto de Khym giró en su órbita, enfocándola. El otro estaba cubierto de una mezcla de sangre y lágrimas, hinchado hasta el punto de que casi no podía abrirlo.
—Caminando hace mucho tiempo. Ya no me acuerdo de cuánto hace. Na Kohan me dejó… me dejó quedar aquí. Sabía que estaba aquí pero me dejó quedar. Adelante, Pyanfar. Adelante. No hay tiempo.
Pyanfar siguió andando por el camino que llevaba a la mansión y no miró hacia atrás. Detrás de ella iban Hilfy, Chur y Ginas Llun, pero Tully… Tully se había quedado atrás, los ojos clavados en Khym, y Khym había tendido la mano, como pidiéndole que no se fuera, en silencio, mirándole.
Khym, al que siempre le habían encantado las historias que ella le traía a cada viaje, los relatos de puertos desconocidos y Extraños misteriosos; Khym, que jamás había visto una nave o un Extraño hasta ese momento.
—¡Tully! —gritó Pyanfar. Haral le cogió del brazo y le hizo seguir andando de un tirón. Y unos segundos después, en voz mucho más suave, Pyanfar llamó—: ¡Khym! —No tenía ninguna razón clara para ello, quizá solamente la vergüenza. Qué blando se había mostrado Kohan cuando Khym había llegado hasta aquí en su vagabundeo, buscando una muerte mejor de la que tendría a manos de algún desconocido.
Khym alzó el rostro hacia ella y en su expresión empezó a nacer una débil esperanza. Pyanfar señaló hacia la casa y Khym, haciendo un esfuerzo, logró ponerse en pie y les siguió. Pyanfar esperó el tiempo suficiente como para asegurarse de ello. Luego se volvió en redondo y reemprendió la marcha a buen paso por el camino cubierto de polvo, con los ojos clavados en el seto que lo bordeaba. Emboscada, pensó; pero no, eso era algo típico de los Extraños, de los kif y los mahe, algo indigno de una hani.
Y, sin embargo…
—Dispersaos —le dijo a su tripulación, acompañando las palabras con un gesto del brazo—. Llegad hasta el muro del jardín y una vez allí ya nos las entenderemos con mi hija. Hilfy: ve con Haral. Chur, encárgate de Tully. Ker Llun, tú y yo entraremos por la puerta principal.
Ginas Llun asintió, las orejas gachas a causa de su cada vez más acentuado nerviosismo, mientras el resto del grupo se iba internando en el seto. Pyanfar se metió las manos en el cinturón y siguió andando a buen paso por el camino hasta llegar a la curva que conducía a las puertas interiores. Oyó a su espalda un roce apagado y supo que era Khym: se volvió hacia él y le hizo un gesto de ánimo con la cabeza. Qué extraño grupo: ella con sus ropas de seda roja y brillante; su compañera vestida con el negro de su cargo oficial y Khym, con sus andrajos cubiertos de suciedad que quizás en un tiempo pasado fueron sedas azules. Khym se acercó cojeando hasta casi tocarla. Dioses, el olor de sus heridas infectadas; pero aún a pesar de ellas, Khym se mantenía en pie y lograba seguir andando.
Podían oír ya el murmullo de las voces y de vez en cuando algún grito. Las orejas de Pyanfar se agitaron un par de veces y una brusca emisión de adrenalina inundó sus cansados músculos, que pudo provocarle un espasmo.
—No es un desafío —murmuró—, es un motín…
—Tañar ha venido hasta aquí —logró decir Khym, con la respiración jadeante—. Na Kahi y sus hermanas. Ese es el segundo problema por orden de importancia. Todo ha sido muy bien preparado, Pyanfar.
—Apostaría a que así ha sido. ¿Dónde tiene los sesos nuestro hijo?
—Debajo del cinturón —dijo Khym. Y unos cuantos pasos más adelante, cuando el estrépito se apagó momentáneamente, añadió—: Pyanfar. Si consigues hacerme pasar la barrera de Tahy y sus grupos, quizá pueda lograr que las cosas cambien; y quizá también pueda aliviar un poco la atención de Kohan. Puede que al menos sea capaz de hacer eso.
Pyanfar arrugó la nariz, mirándole de soslayo. Lo que estaba proponiendo no entraba en los límites estrictos del honor, pero tampoco entraba en ellos lo que pretendía hacer Dur Tañar. Su hijo… acabar con él en una maniobra como ésa…
—Si no consigo detenerles… —dijo—… hazlo.
Khym logró emitir una risita cascada.
—Siempre fuiste muy optimista.
Llegaron finalmente a la última curva del camino y se encontraron con la puerta que daba a los jardines: estaba abierta y más allá se veían los viejos árboles y las doradas piedras de la mansión, recubiertas de hiedra y enredaderas. Ante la fachada principal había un numeroso grupo de hani, pisoteando los macizos de flores, lanzando feroces gritos de burla y desprecio hacia Chanur, agarrándose a los barrotes de las ventanas y sacudiéndolos con todas sus fuerzas.
—Malditos sean —murmuró Pyanfar, dirigiéndose hacia la puerta. Un puñado de Mahn la vio venir y empezó a chillar; eso era exactamente lo que ella deseaba. Pyanfar gritó aún más fuerte que ellos y, con Khym a su lado, les apartó a empujones en tanto que los Mahn se retiraban al jardín en busca de más refuerzos—, ¡Hai! —aulló Pyanfar, y de pronto Hilfy y Haral aparecieron en lo alto del muro y una ráfaga de disparos removió el polvo ante el grupo de Mahn, haciéndoles salir huyendo en busca de refugio—. Id a la puerta —continuó Pyanfar, haciéndoles una seña: Haral y Hilfy bajaron dando un salto del muro y echaron a correr. Un grupo más numeroso de Mahn se encontraba en el porche de las columnas pero de repente Chur y Tully aparecieron en el pequeño muro del jardín que flanqueaba el porche: Chur gritaba a pleno pulmón, como si estuviera dando ánimos a toda una partida invisible de seguidores. Los Mahn se removieron indecisos, como un rebaño asustado que no sabe hacia dónde huir, y acabaron encaminándose hacia la puerta, enfrentados a ese brusco ataque que caía sobre ellos desde tres frentes distintos. Pyanfar subió corriendo los peldaños y se unió a Haral y Chur, pistola en mano, para irrumpir por el umbral y encontrarse en un oscuro caos de cuerpos y humo. La estancia era enorme y las ventanas enrejadas apenas si dejaban entrar la luz: al fondo se distinguía la destrozada silueta de la puerta. Las siluetas que se agolpaban ante ella se volvieron como paralizadas por el estupor y Pyanfar, flanqueada por Haral y Chur, se enfrentó a cien rostros intrusos que no apartaban los ojos de sus pistolas.
Читать дальше