Si los kif no estaban esperándolas, con su emboscada ya dispuesta…
Ante ellas se alzaba la enorme masa del sol amarillo de Ajir: Ajir, la más extraña de todas las estrellas del sector, ataviada con su cinturón de mundos y polvo cósmico aparatosamente ladeado; una zona peligrosa, como le repetía constantemente la memoria de Pyanfar, aún más peligrosa por la confusión que siempre acompañaba a la salida de un salto, con sus elevadas velocidades y sus instrumentos capaces de absorber solamente pequeñas fracciones de la realidad circundante, demasiado rápido, demasiado rápido.
—¿Dónde está —le preguntó a Haral. En nombre de los dioses, la estrella de su hogar; hasta un recién nacido era capaz de encontrarla una vez en Ajir y podía dirigirse hacia ella por muy grave que fuera la desorientación del salto: su proa debía estar enfilando directamente hacia…
—La tengo —ronroneó la voz pausada de Haral a través de toda la confusa locura que las rodeaba, a medida que aumentaba su constante de velocidad y el sistema se convertía en una masa borrosa e irreal, moviéndose lentamente mientras que ellas se desplazaban a una velocidad que superaba todo movimiento posible: ante ellas, perfectamente clara, se encontraba una estrella, encuadrada en el diagrama de la pantalla, en tanto que el resto del universo había enloquecido… El hogar.
Semanas, en el tiempo sin tiempo del salto…
Habían pasado. Resultaba difícil pensar y aún más difícil dar inicio a la secuencia de frenado. Si la tripulación fallaba por completo la nave tomaría el mando automáticamente, reduciendo la velocidad y siguiendo un curso gradualmente más lento hasta detenerse fuera del sistema, a una distancia tal que aún fuera posible regresar a él. Sería tan sencillo dejar que la nave derivase por sí sola, dejar que el sistema pasara a su lado como una mancha confusa, dejar que los mecanismos automáticos se encargaran de todo…
No. El último salto se había efectuado bajo control manual: después de todo, las reglas hechas por las máquinas habían sido ya quebrantadas. Pyanfar levantó el brazo y en sus ojos nublados apareció Haral, que había empezado su misma lucha desesperada, debatiéndose lentamente contra el cansancio y la desorientación ocasionados por su salida del salto. Una luz de advertencia parpadeaba en el tablero: no era la misma avería de antes; era una alerta exterior, una comunicación, un faro.
Redujeron la velocidad y por un instante quedaron totalmente ciegas. El faro de Anuurn las esperaba para darles la bienvenida cuando la ceguera desapareció. Su señal de alarma seguía resonando en el espacio, precediéndolas con su grito de peligro. Pyanfar levantó la mano y agitó débilmente los dedos, mirando a Chur después de un segundo que pareció interminable, la señal se apagó.
Segunda reducción de velocidad. La voz de Tully en el comunicador y luego Hilfy tranquilizándole. Hilfy, quien hacía muy poco tiempo se había mareado terriblemente durante los saltos, calmando y consolando ahora a su pasajero.
—Recibiendo imagen —dijo Geran—. Hay naves ahí fuera.
Pero ninguna estaba en su rumbo o, de lo contrario, la voz de Geran no sonaría tan calmada. Estaban en el cénit máximo del sistema, lejos de todo y de todos.
—Recibiendo datos del rumbo —dijo Haral y la imagen de la pantalla empezó a cambiar: las líneas se encendían y se apagaban, creando nuevas conexiones y delineando ya el sendero de entrada asignado por el faro.
Tercera reducción de velocidad. Pyanfar trago saliva con un duro esfuerzo y examinó nuevamente la pantalla, donde se formaba una nueva imagen.
—Señal de popa —dijo Geran, y la pantalla número dos se encendió después de unos instantes. La Mahijiru—. La oscilación creada por su rápida entrada en el sistema estaba creando ahora oscilaciones laterales y de no reducir pronto la velocidad tanto la Mahijiru como su compañera toparían de frente con ellas.
—Demasiado cerca, mahe —musitó Pyanfar.
Última reducción. Estaban por fin en el curso asignado, sin un solo error, guiados ahora por la estación de Kilan.
—Transmite nuestra intención de atracar en Gaohn —dijo Pyanfar. Esa estación era la más protegida de las dos que había en el sistema Ahr, ya dentro de la periferia de Anuurn. La señal fue emitida, y una de las balizas robot les indicó con un destello que había sido recibida y aceptada como parte del control automático de tráfico, como si su llegada fuera tan rutinaria como la de cualquier nave mercante.
—Reducción de velocidad detrás nuestro —dijo Chur—. Segunda llegada: nuestros dos amigos están aquí.
—Transmite instrucciones de que ignoren el rumbo que les asignen y que sigan detrás nuestro. Dales la señal de guía.
—En las pantallas de la estación aparecen muchas naves —dijo Geran—. Un montón de naves.
Pyanfar miró hacia esa pantalla. Había seis planetas principales alrededor de Arh: Gohin, la propia Anuurn, Tyo, Tyar, Tyri y Anfas, con todo su abundante surtido de lunas, anillos y planetoides. Sólo Anuurn era habitable sin problemas y la estación de Gaohn orbitaba ese planeta, estando además la estación de Kilan, que mantenía la pequeña colonia de Tyo. Siempre había tráfico. La especie hani no tendía a colonizar del modo que lo hacían los mahendo’sat y los stsho, o incluso los knnn, pero en su sistema natal había una gran abundancia de tráfico, desde las pequeñas naves que surcaban el sistema hasta las naves de mayor tamaño que saltaban desde otras estrellas; existiendo además el enorme astillero en gravedad cero de la estación Han, donde nacían todas las naves hani y al que acudían para efectuar reparaciones o ser modernizadas.
Pero en esos momentos el tráfico doblaba holgadamente su frecuencia habitual: había naves fuera de sus senderos, esperando; naves agrupadas en números variables, y enjambres de cuatro o cinco naves que se movían sin cesar.
—Esto no me gusta —dijo Haral.
—No todas son nuestras —observó Pyanfar y, unos instantes después, añadió—: Está aquí. Dientes-de-oro lo dijo, y el kif de Kirdu también. La Hinukku ha venido hasta aquí buscando venganza.
Nadie abrió la boca. Los minutos se iban acumulando lentamente en el cronómetro. La Orgullo estaba enviando ahora su propia señal y un ordenador dialogaba con otro. Un dial se encendió y en el comunicador se recibió una transmisión.
—La Mahijiru —dijo Chur—, y la Aja Jin. Las dos siguen nuestra ruta.
—Envíales una señal de que sigan con nosotras —dijo Pyanfar—. Mándala en un haz comprimido y no añadas nada más.
—Permiso para subir —dijo Tirun desde la cubierta inferior.
—Denegado. Tenemos situación de posible emergencia. Sigue a la escucha.
—Comprendido —respondió Tirun.
Chur se agachó, abriendo el compartimiento que había bajo su tablero, y sacó de él una botella. Tomó un sorbo y luego la pasó a Geran, que se la pasó a Haral. Haral se la entregó finalmente a Pyanfar, con una cuarta parte exacta del contenido visible a través del plástico opacado. Pyanfar tomó un sorbo, sintiendo como si tuviera la boca hecha de papel y llevara días sin beber líquido. Cuando arrojó la botella en el conducto de basuras su mano izquierda dejó unos cuantos pelos sobre el plástico húmedo, El líquido salado la ayudó, aliviando un poco el temblor de sus miembros, aunque la espalda y las articulaciones seguían atormentándole y notaba los ojos algo llorosos. Un salto doble no era nunca fácil para el organismo, que no había sido diseñado para semejantes abusos. Pyanfar, abatida, pensó en la maniobra de atraque, en las caminatas que serían necesarias, los posibles problemas que solucionar.
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