C. Cherryh - El orgullo de Chanur

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El orgullo de Chanur: краткое содержание, описание и аннотация

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Los comerciantes hani y sus antiguos enemigos, los kif, coexisten en precaria paz en la estación Punto de Encuentro. Hasta que el Extraño aparece y provoca la gran conmoción que acabará poniendo en peligro el pacto interestelar entre diversas especies. La capitana hani Pyanfar Chanur deberá afrontar la persecución de los kif, con la ayuda de los mahendo sat y la constante presencia de los misteriosos knnn. Y todo ello sin olvidar la defensa de la mismísima casa de Chanur en su planeta natal.
Una saga espacial que moderniza lo mejor de la clásica
y que da inicio a una tetralogía que hará historia dentro del genero.

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—La estación nos pide que desactivemos el armamento.

Pyanfar lo pensó durante unos instantes y luego tendió la mano hacia el tablero, haciendo lo que les habían pedido.

—Ya está —dijo, deseando en su fuero interno haber podido actuar de otro modo. Suponía que la Mahijiru haría lo mismo. Ahora la Aja Jin se encontraba detrás de ellas, defendiendo sus vulnerables espaldas.

—¿Tienes plan? —dijo de pronto en su oído la voz de Dientes-de-oro, transmitida desde el tablero de Tirun.

—Te quiero a mi lado cuando salgamos —dijo Pyanfar—. Ya sabes cuáles son las reglas de una estación hani, ¿verdad? ¿Las conoces todas?

—Todas —le confirmó Dientes-de-oro.

—Te veré en el muelle.

Armas, eso era lo que había pretendido hacerle entender: en las estaciones hani no se observaba ninguna regla sobre el armamento. Pero eso no era algo que estuviera dispuesta a comentar por el comunicador. Confiaba en que el mahe acudiera armado.

Y estaba segura de que los kif sí irían armados.

11

La parte final de la maniobra se hizo de modo automático y el contacto con el muelle fue suave y sin problemas. Las abrazaderas del dique sujetaron a la nave por los costados y la estación les dijo que hicieran accesibles las entradas de la nave a los cables de conexión del dique. Negativo, transmitió Pyanfar, declinando con ello el servicio habitual de la estación: considerando las circunstancias no creía que protestaran demasiado al respecto. Tal y como esperaba, la estación no hizo ningún comentario, limitándose a tomar la lectura acostumbrada de presión y recomendándoles que ajustaran el nivel de ésta en la compuerta.

—Saben que va a haber problemas —murmuró Pyanfar—. Tirun, alguien debe permanecer a bordo. Quiero que seas tú y que Geran te acompañe: lo siento.

—Bien —musitó Tirun, algo disgustada pero sin discutir—, ¿Llamo a Geran y se lo digo?

—Hazlo. Quiero que estéis bien alerta. Si no podemos volver a la nave, toma el mando y actúa como mejor te parezca. Saca la nave de aquí, busca tripulación en Kirdu, mahendo’sat o lo que puedas encontrar, y sácale todo el provecho posible, ¿me has entendido?

—No será ése el plan que… —empezó a decir Tirun, con las orejas bruscamente pegadas al cráneo.

—No, dioses, claro que no estoy planeando que ocurra eso. Pero si perdemos, en el sentido que sea, no quiero que ninguna otra hani o un kif ponga sus manos en la Orgullo, De eso estoy segura.

—Muy bien —dijo Tirun—. Tully… ¿va a ser problema tuyo o nuestro?

—Mío —le dijo Pyanfar—. Es una prueba viviente y te daría aún más problemas de los que ya tienes. Posees la cinta y el Maestre de la Estación de Kirdu puede servirte de aliado si llegara el momento. No pienso dejarte ninguna instrucción más: si algo sale mal, tendrás que inventar tus propias regías.

—Está bien —dijo Tirun.

La orden que acababa de dar dividía por la mitad a los equipos de hermanas. Si algo salía mal, Tirun y Geran formarían una pareja herida. Pero no había otro modo de hacer las cosas: quería tener a su lado el tamaño y la fuerza de Haral y Tirun no estaba en condiciones de aguantar una pelea. Chur era la más pequeña de las tripulantes pero era la más feroz a la hora de luchar. Pyanfar alargó la mano hacia Tirun y le apretó levemente el hombro. Todo lo que había hecho obedecía a consideraciones prácticas, y Tirun lo sabía.

Se reunieron en la cubierta inferior. Todas se habían aseado excepto Tirun, que no había tenido tiempo de lavarse y cepillarse. Tully vestía una camisa blanca stsho recogí da con un cinturón y se había cambiado los pantalones azules de faena por otros de mejor calidad, probablemente de Haral, ya que ella era quien había estado dejándole la ropa antes. Pyanfar examinó al grupo y, recordando el perfume que llevaba en el bolsillo, lo sacó arrojándoselo a Tully, que lo cogió al vuelo.

—Todo ayuda —le dijo. Tully abrió el frasquito, lo olisqueó y arrugó la nariz con expresión dubitativa, pero cuando ella representó una pequeña pantomima de ponerse perfume, Tully vertió un poco en su mano y se lo echó por la barba y el cuello. Tosió un poco y se guardó el frasquito en el bolsillo—. Otra cosa —dijo Pyanfar. Sacó un magnífico anillo de oro que llevaba en el bolsillo de la izquierda, se lo ofreció a Hilfy y tuvo la satisfacción de ver cómo se le encendían los ojos—. No pienso llevarte a ninguna parte sin anillo. Si nos encontramos con algún kif o con alguna otra compañía más civilizada… será mejor que tengas el aspecto adecuado a tu lugar de origen, ¿entendido, chiquilla?

—Gracias —dijo Hilfy, contemplando el anillo con cara de no saber muy bien qué hacer con él, y se ruborizó un poco. Pero Geran, sin darle mayor importancia, le hizo inclinar la cabeza y con una limpia dentellada le agujereó el lóbulo, pasando luego el anillo por el agujero y asegurándolo.

—Bueno… —dijo Pyanfar, no muy segura de qué decir ante la visión de su sobrina, con su primer anillo de oro brillando en su oreja y un callado resplandor de orgullo en su mirada—. Vamos, debemos averiguar lo que nos está esperando ahí fuera. Tirun y Geran, quiero esa compuerta cerrada para todo el mundo excepto nosotras, sin importar el jaleo que podáis oír en el muelle o las ofertas que os hagan para abrirla. Ahora, decidle a Dientes-de-oro por el comunicador que se ponga en movimiento.

—De acuerdo —dijo Tirun. Estaba claro que ni a ella ni a Geran les complacía mucho haber recibido la orden de quedarse a bordo: Geran intentaba poner una cara más animada, pero no le estaba saliendo demasiado bien.

—Ten cuidado —dijo, dándole una palmadita a Chur en el hombro.

—Y suerte —añadió Tirun. Pyanfar le indicó al grupo que empezara a caminar y se dirigió hacia el pasillo, dejando que Tirun y Geran se ocuparan de las tareas de la nave. Nadie miró hacia atrás excepto Tully, en cuyos ojos había una abatida mezcla de tristeza e inquietud.

Pyanfar llegó la primera a la compuerta y esperó a Tully, su mano apretando la dura superficie de la pistola que llevaba en el bolsillo. Todas llevaban armas menos Tully, que apresuró el paso para entrar con ellas en el recinto de la compuerta. Haral cerró la escotilla interior y durante un instante interminable Pyanfar luchó consigo misma para acabar decidiéndose y abrir el compartimiento que había junto a la escotilla exterior. Cogió la pistola que se guardaba en él y la entregó a Tully.

—Bolsillo —dijo mientras que él la miraba, nervioso y sorprendido—. En el bolsillo y no la toques. Ni tan siquiera pienses en ella. Si yo disparo, tú también puedes hacerlo, ¿entendido? Si me ves disparar, entonces disparas tú, Pero no pienso disparar porque estamos en un lugar civilizado. Las hani no aceptan estupideces por parte de los kif y los kif lo saben. Si empiezan a ponerse desagradables se encontrarán con tal cantidad de hani encima que no sabrán ni adonde huir, te lo prometo. Y si sacas esa arma cuando no debas hacerlo, te arrancaré la piel.

—Entendido —dijo Tully con voz llena de fervor. Se metió la pistola en el bolsillo y luego, como para demostrar que lo había entendido, se llevó las manos ostentosamente a la espalda—. Yo obedezco órdenes. No hago errores.

—Bien —Pyanfar accionó el control y el sello exterior de la escotilla quedó desactivado. El aire frío del muelle empezó a entrar por el tubo de acceso y Pyanfar sintió un chasquido en los oídos al variar la presión. Los ruidos que llegaban de fuera parecían dentro de la normalidad. Pyanfar se encaminó hacia la rampa, yendo en cabeza del grupo, y empezó a bajar por ella, dirigiéndose hacia la masa grisácea del muelle, todo metal y maquinaria.

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