stsho kif knnn (*) hani mahe tc’a
estación nave nave nave nave nave yo
comercio muerte ver aquí correr ver saber
miedo deseo ver hani huida ayuda knnn
violación violación violación violación violación violación yo
Pacto Pacto Pacto Pacto Pacto Pacto Pacto
ayuda ayuda ayuda ayuda ayuda ayuda ayuda
El modo de comunicación tc’a, una matriz de comunicaciones mantenida entre las varias partes de un mismo cerebro que formaban simultáneamente cadenas de pensamiento. Pyanfar estudió la pantalla y tragó aire, en tanto que Dientes-de-oro, los kif y las hani iban leyendo detenidamente los mensajes.
—Es nuestra sombra —murmuró Haral—. Es el tc’a con ese maldito knnn…
—Por todos los dioses, tiene un intérprete —dijo Pyanfar mientras que una gran sonrisa se iba extendiendo en su cara—. Ese tc’a que cogieron en Kirdu; ahora está hablando con nosotros, por la bendición de todos los dioses. ¿Lo has visto, kif? Tus vecinos no aprecian nada tu compañía y hubo otro espectador de lo que sucedió, un espectador al que no serás capaz de corromper…
—Gracias a ti ahora nos enfrentamos a una seria crisis —gritó Dur Tahar, interponiéndose de pronto entre Pyanfar y la decana Llun—. Ojalá los dioses te fulminen, Chanur, si eres capaz de alegrarte viendo que los tc’a están metidos también en este lío. Fueron los knnn quienes rodearon a mi nave en Kirdu; los knnn, como en los viejos tiempos de las tripulaciones muertas y los cargueros hechos pedazos. ¿Estás orgullosa de haber logrado que también ellos se metan en esto? Pido la detención de este Extraño mientras tiene lugar la acción judicial; pido la suspensión del permiso y los documentos de este mahe— pido que se censure formalmente a la capitana de la Orgullo de Chanur, así como a su tripulación y a la casa que está en el origen de todo este embrollo.
—¿Y para los kif nada? —le replicó Pyanfar—. ¿Para un aventurero kif que asesinó hani y mahe, que ha provocado la posible ira de una poderosa especie desconocida, con todo lo que eso puede llegar a significar… nada? Ambición, Tahar, y codicia, y cobardía. ¿Qué te ha dado ese kif? ¿La promesa de que las naves de Tahar quedarán a salvo si todo esto es silenciado? Yo rechacé el soborno de un kif. ¿Cuál fue tu respuesta a ese ofrecimiento?
Sus palabras eran sólo un desesperado tiro a ciegas, pero Dur Tahar agachó las orejas y sus pupilas se dilataron como si acabara de recibir un golpe inesperado. Todos se dieron cuenta de ello. De pronto se hizo un espeso silencio en la estancia: Dur Tahar no sabía cómo reaccionar y los kif se apretaron muy levemente entre sí, formando un grupo aún más compacto, en tanto que los stsho, aterrados, se abrazaban. Al ver cómo se batían en retirada, Pyanfar sintió una amarga satisfacción.
—Bastardo —dijo Pyanfar, con un repentino rubor de vergüenza por Dur Tahar y por Hilan Faha, inmóvil junto a ella con las orejas gachas. Akukkakk no se había movido: tenía los brazos cruzados y la diversión que le producía todo eso inclinaba hacia abajo las comisuras de sus labios alargando aún más su rostro de arrugada piel gris.
—Se está riendo —dijo Pyanfar—, se ríe de las debilidades hani. De la ambición capaz de hacernos olvidar que no estamos en todos los mercados y que no comerciamos con cualquier artículo. Y se ríe porque está convencido de que haremos un trato con él para conseguir que nuestras naves puedan moverse con libertad fuera de nuestro sistema natal, porque ahí fuera hay muchos más kif de los que habéis visto y él cree que no pensamos combatir. La especie hani nunca combate porque no le hace falta. Ya he sufrido bastante retraso. Se me prometió un transporte al planeta y pienso conseguirlo. Me voy a mi hogar y luego volveré, maestre de ladrones y asesinos… y me enfrentaré a ti en ese juicio plenario.
Akukkakk ya no reía. Aún tenía los brazos cruzados y los otros kif seguían absolutamente inmóviles y callados. En la sala el silencio era completo. Pyanfar le hizo una rígida reverencia a la decana de Llun, se dio la vuelta y fue hacia la puerta, pero Dientes-de-oro y su séquito no se movieron, los ojos clavados en los kif. Tully se paró a mirarles y Pyanfar se detuvo también, frunciendo el ceño.
—Dientes-de-oro, ven. Soy responsable de ti, ¿me has entendido?, al igual que Dur Tahar se hizo responsable de estos kif en la estación. Ven.
Dur Tahar no respondió a su pulla, lo que revelaba hasta qué punto había quedado abatida.
—Tengo amigo —le dijo Dientes-de-oro al kif—. Esta vez, tengo amigo y no en muelle. Tú muy bien en muelle, kif, tú proa a la estación. Quizá pedir hani que te den escolta, ¿eh?
Akukkakk le miró, torciendo el gesto.
—Quizá. Y quizá Chanur será tan amable como para hacerlo ella misma cuando vuelva de Anuurn.
Pyanfar creyó sentir en la espalda como una ráfaga de viento helado. Permaneció unos segundos inmóvil, mirando al kif, pensando en las posibilidades que tenía. Seguramente tanto la decana de Llun como todas las comerciantes del sistema estaban pensando en lo mismo, en cuáles eran las opciones lógicas a considerar con siete naves kif y dos navíos de caza mahe.
—Dame al Extraño —dijo Akukkakk—. O la cinta de traducción. No es tanto, ya que puedo obtenerla más pronto o más tarde de los mahe.
—¿Igual que tú obtener de hani? —murmuró Dientes-de-oro.
—Lo que las hani estén dispuestas a dar —le dijo Pyanfar con una expresión de repugnancia—, es algo que sólo concierne a la especie han, algo que debe ser decidido de mutuo acuerdo. Quizá, hakkikt, puede que acabemos hablando de esto una vez que todas las partes implicadas hayan quedado tranquilas sobre sus derechos, antes de que el Pacto quede aún más dañado de lo que ya está.
En la gran sala seguía reinando el silencio. Los stsho la contemplaban con sus pálidos ojos como animales atrapados y Pyanfar sentía también clavadas en ella las oscuras pupilas kif, rodeadas de círculos rojizos, y el negro con irisaciones de ámbar de los ojos hani. Fe en un kif… Dio la vuelta y al llegar a la puerta de la gran sala no le hizo falta mirar para darse cuenta de que esta vez tanto Dientes-de-oro como su tripulación estaban detrás de ella; igual que Tully, con el rostro lívido y cubierto de sudor.
La puerta se abrió para cerrarse nuevamente a sus espaldas. Pasaron junto a las centinelas de Llun y entraron en el corredor, ancho y vacío.
—Voy a mi nave —dijo Dientes-de-oro—. Seguir vigilando ese bastardo kif.
—Yo cogeré el trasbordador —dijo Pyanfar—. Tengo asuntos muy urgentes de los que ocuparme: un hijo estúpido y problemas en las tierras de Chanur. Es cuestión de vida o muerte, mahe.
—Kif descubrir dónde vas, derribar tu trasbordador. Jik te dará escolta, ¿a? Irá junto a ti, luego hará órbita y te acompañará de vuelta sana y salva.
Pyanfar alzó los ojos hacia el rostro del mahe, serio y tranquilo. Luego alargó la mano y le apretó fuertemente el brazo, musculoso y cubierto de vello oscuro.
—Si quieres mi ayuda después de todo esto, mahe, la tendrás. Seré la primera en ayudarte, Ese kif miente y tú lo sabes.
—Eso yo sé —dijo Dientes-de-oro—. Durante todo este tiempo yo sabido.
Al llegar a la intersección del corredor sus caminos se bifurcaban. Pyanfar señaló hacia el muelle y Dientes-de-oro fue en esa dirección con su séquito detrás, como un gigantesco organismo de oscuro pelaje que iba avanzando hacia la entrada. Pyanfar le hizo una seña a su grupo y partió en dirección opuesta, siguiendo la curvatura del pasillo que conducía hasta el trasbordador.
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