Dientes-de-oro y su amigo mahe, llegado como por arte de magia al sistema justo cuando partía la nave Tahar. Quizá fueran mercaderes, cierto; pero lo que había visto de la Majihiru la Aja Jin en la pantalla le resultaba más bien ominoso. Esas naves tan largas y delgadas a las que se había despojado de todo el espacio de carga; un espacio que había sido utilizado para albergar unos motores capaces de darles una enorme capacidad de salto, cuidadosamente oculta en esos cascos de aspecto extraño cuya forma era tan abultada que ningún tanque de combustible normal podría encajar bien en ellos. Y también estaban los extraños huecos oscuros de las toberas, como rejillas de conexión entre unas toberas que, para empezar, ya eran de un tamaño muy superior al que correspondería a naves de tal masa. Qué extraño resultaba el que las naves nunca llegaran a verse entre sí, que estuvieran casi pegadas unas a otras en las estaciones pero siempre invisibles detrás de las mamparas de los diques; que existieran meramente como puntos luminosos y cifras en la pantalla del ordenador, moviéndose con tal rapidez que ninguna señal de vídeo era capaz de captarlas. Sólo ahora, estando en sincronía, moviéndose como un grupo compacto a la misma velocidad y a una distancia mutua que permitía tal observación.
—Están hechas para correr —le dijo en voz baja Pyanfar a Haral—. Fíjate en nuestra escolta, prima.
—Ya me he dado cuenta —le respondió ella, en voz igualmente apagada—. Ya me he dado cuenta, capitana.
Así que había novedades entre los mahendo’sat, novedades que durante mucho tiempo habían sido mantenidas en el más cuidadoso secreto; naves iguales a las de los kif. Naves de caza. Los pelos de su bigote se irguieron como si Pyanfar oliera algo amenazador. Dioses: la Mahijiru rondando junto a Punto de Encuentro, en los confines del espacio stsho.
¿Rumores de caza, meramente? Una tripulación que holgazaneaba en el muelle, ruidosa y perfectamente visible, ocupada en unas reparaciones que podrían haber hecho también desde dentro de la nave. Dos partidas de cazadores sueltas en el muelle aparte de los kif, husmeándose con cautela unas a otras, intentando con toda su astucia evaluar la capacidad del adversario, de Pyanfar y de los kif.
—Ese bastardo con los Dientes-de-oro sabía algo —dijo Pyanfar—. Lo sabía desde el principio. Conocía a ese Akukkakk y esas nuevas naves kif; sabía que algo se estaba cociendo por ahí.
Haral la miró, con expresión inquieta.
—Knnn —dijo Geran de pronto. Una pantalla se apagó para encenderse casi inmediatamente con otra imagen que revelaba el sector donde se hallaban las naves knnn, ahora en movimiento.
—Dioses —murmuró Chur—, ahí vamos.
—No le preocupes de esos malditos knnn —le dijo Pyanfar—. Vigila a los kif; sala de operaciones, sintoniza esa imagen del sector y no la pierdas.
La imagen se desvaneció de su pantalla y unos segundos después Tirun informó de que la había sintonizado en la sala de operaciones. En la nueva imagen que llenaba ahora la pantalla se veía a los kif, empezando a moverse más deprisa.
—Tenemos knnn —dijo bruscamente la voz de Dientes-de-oro, transmitida desde el tablero de Chur.
—Un estorbo —dijo Pyanfar—. ¿Sabes algo más sobre ellos, mahe? ¿Qué otras cosas sabes? ¿Cómo te encontraste tan oportunamente en la estación, buscando líos?
—No necesito ir caza. Hani en puerto.
—Capitana —la voz de Tirun—. Intervalo decreciente.
Pyanfar ya lo había visto en la pantalla. Sus dedos, con las garras fuera, acariciaron cautelosamente el interruptor.
—Vamos a movernos más deprisa —le dijo al mahe—. Vamos a incrementar la velocidad y haremos una prueba; quiero despejar mi campo, ¿entiendes? No quiero seguir aquí ni un instante más.
—Ah.
Pyanfar movió el control y la Orgullo aceleró bruscamente para aumentar la distancia que la separaba de los mahe. En la pantalla número uno se esfumó la imagen transmitida de la estación y apareció la de una estrella encuadrada por un diagrama vectorial. La imagen fue pasando de una pantalla a otra para acabar dominando el monitor central: los kif se estaban quedando cada vez más retrasados, aparentemente decididos a no correr riesgos con la patrulla.
Y los knnn… los knnn seguían avanzando como un torrente enloquecido, acelerando cada vez más, un poco separados del curso de la Orgullo.
—Intervalo restaurado —dijo Haral.
—Acelerando —le advirtió Pyanfar a las demás tripulantes. Apretó levemente el control de salto, tragando saliva al sentir la familiar inquietud en las tripas, y vio que los instrumentos se iban ajustando a la nueva velocidad.
—Despejado y estable —dijo Haral—. Nos acercamos al punto de salto.
—Preparadas para el salto largo —le dijo Pyanfar a la cubierta inferior. Por última vez sus ojos examinaron a toda prisa la pantalla, viendo que la Majihiru y la Aja Jin estaban de nuevo en la posición calculada al principio. Ahora era imposible comunicarse; el retraso de transmisión resultaría excesivo. Ésa era la posición que ella deseaba, con los mahe corriendo pegados a su cola: la Orgullo era capaz de preocuparse por lo que hubiera delante de ella. Resultaba mucho mejor pasar a toda prisa por cualquier emboscada que les hubieran preparado y no meterse en ella ocupando el segundo o tercer lugar de la fila, como le había ocurrido a la Buscaestrellas en Kita, cuando el nido de insectos ya había sido alertado y los kif estaban bien despiertos.
¡Suerte!, les deseó a los mahe… pese a todo, a sus engaños y a sus ocultas intenciones que nada tenían que ver con las suyas. «Suerte», pensó, «maldito tramposo».
Su trayecto previsto se encendía y apagaba en la pantalla: primero un salto hasta el sistema de Ajir y, a través de éste, luego hasta la propia Anuurn. Era el trayecto más breve posible y, por ello, también el más susceptible a las emboscadas, pero no tenían el tiempo suficiente para andarse con remilgos.
—Preparadas —le advirtió a la tripulación.
Estaban llegando al punto indicado. Detrás, siguiendo su estela, estaría la Majihiru—, y después de ella la Aja Jin, la misteriosa compinche de Dientes-de-oro…
…Hasta que llegaran a su destino.
Un creciente gemido en el comunicador una baliza, la señal indicadora de Ajir desvaneciéndose a medida que la transmisión se hacía más lejana, hasta volverse ininteligible. La estación de Ajir funcionaba bajo una cooperativa mahendo’sat/hani: el tráfico era muy abundante y el espacio de salto presentaba muchos peligros para el tipo de irrupción alocada que ahora estaban realizando, sin reducir prácticamente la velocidad. Una segunda oportunidad para intentar la maniobra que había fallado en Kita y que había causado tantas averías en la nave. Que los dioses ayudaran a quien tuviera la desgracia de hallarse en su trayectoria.
«ALERTALERTALERTA —gemía la Orgullo, repitiendo constantemente una transmisión grabada—: Escolta mahe detrás. Posible acción hostil. Tomar precauciones ante kif en el interior del sistema. Tomar precauciones. Dos naves siguiéndonos como escolta. La siguiente nave supone problemas. Rajas en ataques anteriores: Viajera de Handur; Buscaestrellas de Faha. Ataque kif sobre nave no-perteneciente al Pacto sin armas, tres victimas especie desconocida hasta ahora. ALERTALERTALERTA…»
En Ajir se desataría el caos: posiblemente los kif atracados en el muelle hicieran caso omiso de la señal: quizás hubiera alguna nave de Handur en situación de captarla, quizás una nave de Faha.
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