C. Cherryh - El orgullo de Chanur

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El orgullo de Chanur: краткое содержание, описание и аннотация

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Los comerciantes hani y sus antiguos enemigos, los kif, coexisten en precaria paz en la estación Punto de Encuentro. Hasta que el Extraño aparece y provoca la gran conmoción que acabará poniendo en peligro el pacto interestelar entre diversas especies. La capitana hani Pyanfar Chanur deberá afrontar la persecución de los kif, con la ayuda de los mahendo sat y la constante presencia de los misteriosos knnn. Y todo ello sin olvidar la defensa de la mismísima casa de Chanur en su planeta natal.
Una saga espacial que moderniza lo mejor de la clásica
y que da inicio a una tetralogía que hará historia dentro del genero.

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—Es el cierre —le dijo Pyanfar a Geran, que muy probablemente estaría temblando de frío en la burbuja de observación—. Vuelve dentro; no podemos hacer nada más.

Un trabajo de quince horas. Sentía una molesta sospecha royéndole las entrañas. La avería habría tenido que aparecer, en el tablero aunque también había razones para explicar el que no la hubieran visto: quizá se había producido justo cuando entraban. Sí, algo había encendido una luz roja pero en un fugaz instante se habían encendido tal multitud de luces rojas volviendo luego a su estado normal que era posible que la avería fuera real. Y también era posible que se tratara de lo que los mahendo’sat llamaban toques del diablo, esas misteriosas averías que hacían desaparecer naves en la nada, un simple cable suelto que se contraía bajo la tensión y mataba a toda una nave. Había cinco probabilidades sobre diez de que debieran estarle eternamente agradecidas a la cuadrilla de reparaciones mahendo’sat y otras cinco probabilidades de que estuvieran siendo retenidas en la estación mediante un engaño. Si intentaba comprobar el sistema ahora la luz roja se encendería sin duda alguna, dado que los paneles habían sido retirados. Se quedó inmóvil contemplando la pantalla, sintiendo cómo su presión sanguínea iba subiendo y en su interior se acumulaba una feroz rabia carente de objetivo.

—Haral —dijo en el comunicador.

—¿Capitana?

—Ese problema que lograste arreglar cuando entrábamos en la estación, ¿tenía relación con el cierre de la número uno? ¿Hay algún modo de averiguarlo?

Un largo instante de silencio.

—Capitana, estábamos dejando de recibir datos; puse en funcionamiento un nuevo tablero y empezó a funcionar sin problemas. Pero ese instante sin datos sobrecargó todos los sistemas y todas las consolas quedaron afectadas. No puedo decirlo con seguridad. Había problemas por todas partes y creí que eran los paneles. Lo siento, capitana.

En la voz de Haral había un profundo abatimiento: no estaba muy acostumbrada a equivocarse. Nunca.

—En una situación similar —dijo Pyanfar—, con los paneles sobrecargados se habrían encendido las luces rojas; así que no estoy demasiado segura de que te equivocaras, Haral. No, no estoy nada segura de ello.

—Saldré ahí —dijo Haral.

—¿Y qué harás? Para una avería de ese calibre se necesitan obreros especializados. Obreros mahe. No. Seguiremos esperando.

—Están llegando los suministros pedidos —le informó Chur un rato después por el comunicador desde la cubierta inferior. Había pedido pescado congelado de los viveros de Kirdu II; algunos artículos stsho para Tully y más cintas del traductor. Pyanfar comprobó el reloj y vio que ahora ya pasaban del tiempo previsto originalmente para la partida. El servicio de recaderos había sido informado del retraso tan rápidamente como ellas y el comprender la insolencia de ese acto hizo aumentar aún más su presión sanguínea—. ¿Capitana? —le preguntó Chur al no llegarle respuesta.

—Comprendido —dijo Pyanfar fríamente, y Chur cerró la transmisión.

Otra hora. La pantalla mostraba una incesante actividad alrededor de la tobera. Pyanfar se dedicó a revisar los tableros, metiéndose por entre las consolas, haciendo una comprobación tras otra, emergiendo de vez en cuando para examinar de nuevo la pantalla o escuchar una nueva comunicación. La estación volvía ya a la normalidad. Sólo los knnn parecían haberse quedado dormidos, sus naves derivando por el sistema, comunicándose ocasionalmente entre ellos con sus eternos gemidos.

El ascensor al otro lado del pasillo abrió sus puertas con un zumbido. Pyanfar lo oyó y salió del hueco en el que había estado trabajando, limpiándose las manos y poniendo un poco en orden su melena. En el corredor resonaron unas suaves pisadas.

—¿Tía?

Pyanfar se apoyó en el brazo de su sillón y contempló a su sobrina con el ceño fruncido, Hilfy se quedó inmóvil un segundo en el umbral sosteniendo un papel entre los dedos y luego se acercó a ella, entregándoselo.

—Acaba de llegar con un mensajero. Lleva sello de segundad.

Pyanfar lo cogió con cierta brusquedad y rompió el sello con una garra, arrugando la nariz. La firma del Stasteburana. Saludos, respetos y las máximas seguridades de que se estaba haciendo todo lo posible.

—Las buenas noticias del Maestre —fue traduciendo Pyanfar con voz disgustada—. Tendremos escolta hasta nuestro punto de salto al partir y confirma la salida para dentro de quince horas. Maldita sea, estaban enterados de esto o de lo contrario ya habrían venido aquí a reclamar esa cinta. Estoy segura de que desean tenerla en sus manos antes de terminar el trabajo. ¿Está esperando aún el mensajero?

—No.

—Malditos sean todos.

—Te refieres a la cinta de Tully.

Pyanfar alzó los ojos hacia Hilfy, en cuyo rostro aún no muy barbudo de adolescente aparecía el inicio de un ceño fruncido.

—¿Se trataba de un comentario?

—No, tía.

—Ya le dije al Extraño las razones de haber obrado así.

—A Tully, tía.

Pyanfar tragó aire con un siseo ahogado.

—A Tully, si así lo prefieres. Le dije por qué. ¿Logré que me entendiera?

—Él estuvo hablando con Chur de ello.

—¿Y qué dijo?

—Que lo entendía.

—¿Y el resto de vosotras?

Hilfy ocultó las manos a la espalda, bajando la vista y luego mirándola de nuevo con las cejas arrugadas.

—Se ha dado cuenta de… de los problemas que estamos teniendo. Durante el último descanso intentó hablar con todas nosotras, dioses, cómo lo intentó. Al final… —sus orejas se abatieron de pronto y sus ojos volvieron a clavarse en el suelo—…al final abrazó a Chur y luego hizo lo mismo con todas nosotras pero no era… no era como un macho a una hembra, no era eso, Era como si necesitara decir algo y no tuviera ningún otro modo de hacerlo.

Pyanfar siguió callada, apretando fuertemente las mandíbulas.

—Ha empezado otra cinta —dijo Hilfy—, el nuevo manual.

—¿Ah, sí?

—Se lo dimos y se instaló con él en la sala de operaciones. Ahora mismo está introduciendo el vocabulario tan deprisa como puede.

Pyanfar frunció el ceño, perpleja ante lo que oía.

—También le gustaron las ropas stsho. Dijo que eran calientes, y que no le importaban los adornos.

—Ya —Pyanfar se puso en pie y golpeó levemente el pecho de Hilfy con una garra—. Ah, qué buen chico es Tully, tan comprensivo y agradecido. Chiquilla, he recorrido esta ruta bastantes veces y he tenido mi buena ración de mentirosos y timadores en ella. En primer lugar, dado que estamos hablando de ese tema, no me gusta nada que el Extraño duerma con vosotras. Lo permití en un instante de blandura y quizá de estupidez porque no me gustaba que andará por ahí abatido y no deseaba que se matara del mismo modo en que… del mismo modo, entiéndelo bien, chiquilla, en que admitió haber matado a uno de sus compañeros… en nombre de la amistad.

—No es justo hablar así de él. Lo que hizo fue un gesto muy valeroso.

—Concedido. Y puede que aún tenga en su cabeza unas cuantas ideas valerosas que poner en práctica. La tripulación está acostumbrada a tratar con especies diferentes a la nuestra y las creí capaces de no perder la cabeza, pero no me gusta que estés ahí. Bien saben los dioses que te has ganado el derecho a estar ahí abajo, y preferiría que estuvieras ahí en otra situación distinta a la actual pero ahora tenemos también a ese condenado Extraño y me pone nerviosa, sobrina, igual que me ponen nerviosa los objetos que pueden explotar sin ningún aviso. No me gusta que estés cerca de él.

Las orejas de Hilfy estaban tan pegadas al cráneo que resultaban casi invisibles.

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