—Oh, dioses —gimió Pyanfar, apoyándose en la consola. Miró hacia arriba y se encontró con un anillo de rostros ansiosos—. Ese hijo mío aún no se ha salido con la suya. Que los dioses se lleven a los kif; arreglaremos las cuentas pendientes con ellos pero antes debemos ocuparnos de ese pequeño problema en casa; eso es lo principal.
—Estamos contigo —dijo Haral, y sus orejas se irguieron de golpe—. Sí, por los dioses, el hogar. Pienso morder algunas nucas cuando lleguemos allí.
—¡Haral! —gritaron al unísono Geran y Tirun. Tully se encogió temeroso para calmarse, luego, al darle Chur una palmadita en el hombro, volvió a sentarse y Hilfy se instaló junto a él, poniéndole la mano en el otro hombro, como dos almas desconsoladas que sólo tenían sus desgracias para compartir.
—Arreglaremos las cosas —le dijo Pyanfar a Hilfy—, y lo haremos siguiendo nuestras propias reglas. ¿De acuerdo, sobrina?
—Me sacó de allí —dijo Hilfy—. Podría haberle ayudado pero él previo lo que iba a suceder y me hizo marchar.
—Ya… No eres lo bastante mayor como para conocer a tu padre tanto como yo, con todos los respetos hacia tu inteligencia. A veces piensa antes de que se le eche encima un problema: cuando el problema ya ha estallado bien saben los dioses que no tiene mucho tiempo para meditar pero antes de eso examina todos los factores como si fueran las piezas de un juego. Ah, sí, es demasiado orgulloso como para hacerme bajar y es condenadamente listo para permitir que la joven Hilfy Chanur esté a mano para meterse en un lío con sus primos Mahn y desviar con ello el maldito temperamento de Kohan a otros asuntos. No me pongas esas orejas, chiquilla; estamos entre familia. En lo que a tu padre respecta el sol sale y se oculta por encima de tu hombro y ese maldito hijo mío habría podido convertirse en el peor de los problemas para él si hubiera decidido atacar a Chanur utilizando tu preciosa y poco experimentada personita. No, lo único que hizo Kohan fue despejar el tablero de juego. Existe la posibilidad de que se equivocara, tampoco él es inmune al error. Yo habría preferido tenerte allí; creo que habrías podido manejar bien al joven Kara y a Tahy con él. Pero si la Luna Creciente va a casa llevará con ella las noticias que los Tahar han oído por aquí y eso creará problemas, por lo que no debemos estarle agradecidas a las Faha. Llegará un momento en el que Kohan puede verse en apuros. Ahora tiene… ¿qué compañeras viven con él? Tu madre y… ¿quién más?
—Akify y Lilun.
—Espero que tu madre la apoye —dijo Pyanfar cansada mente: la Kihan y la Garas eran menos adornos. Se acercó a la consola y examinó durante unos instantes la pantalla—. No importa. Lo arreglaremos, pase lo que pase.
—Pyanfar —la extraña voz de Tully. Pyanfar se volvió hacia él y entonces, recordando el sensor, lo puso en posición de emitir pero no se molestó en usar el auricular—. Pregunta —dijo Tully, señalando vagamente hacia la puerta por la que había salido Liban Faha—. Él pelea.
—Ella —le replicó Pyanfar con impaciencia—. Todas son hembras —Tully se mordió el labio y puso cara de no entender—. No tiene nada que ver contigo —dijo Pyanfar—, no lo entenderías.
—Yo ir —dijo Tully en tono esperanzado, empezando a levantarse, pero Chur le cogió del hombro.
—No —le dijo—. Todo está bien, Tully. Nadie está molesto contigo.
—No eres la causa de esto —le dijo Pyanfar—. De esto, al menos, no —fue hacia la puerta y cuando ya estaba en ella se volvió hacia el grupo—. Lo arreglaremos —les dijo. Luego se dio la vuelta y abandonó la estancia, yendo por el corredor que conducía a los ascensores.
Khym derribado, muerto quizá. Como mínimo, en el exilio. La pérdida de su compañero le resultaba sorprendentemente dolorosa. Mahn en las jóvenes manos de Kara no sería ya nunca igual que en los tiempos de Khym, Su estilo había sido indiscutiblemente perezoso pero también tranquilo y lleno de gracia: era agradable volver junto a él porque le gustaban las cosas hermosas y siempre amó el sentarse a la sombra de su jardín para escuchar las historias que ella era capaz de urdir con los lejanos puertos que Khym nunca visitaría. Tenía una curiosidad tan amable e ilimitada… Sí, Khym Mahn era de ese modo. Y el hijo al que había mimado y al que se lo había perdonado todo acabó volviendo para arrebatarle su jardín, su casa y su nombre mientras que el pobre Khym… ahora sólo los dioses sabían dónde estaba y cuál era su estado actual.
Fue en el ascensor hasta el primer piso y tras llegar a su camarote cerró la puerta, sentándose ante la mesa. Durante unos instantes eternos intentó obligarse a no buscar los escasos recuerdos que se había tomado la molestia de conservar con ella, ya que siempre había preferido retener el pasado más en su mente que en los objetos. Finalmente cedió y los fue contemplando uno a uno: el retrato; la piedra grisácea de lisos contornos. Qué extrañamente agradable era su tacto y qué fuera de lugar resultaba en este cosmos de acero. La piedra conjuraba para ella las colinas de Kahin, el color y el ruido de la hierba oscilando bajo el viento, el calor del sol y el escurridizo frío de la lluvia sobre las rocas que parecían brotar de las fértiles colinas.
Su hijo había expulsado a Khym del poder y ahora estaba junto a Chanur, amenazando al mismísimo Kohan, dispuesto a romper en mil pedazos todo lo que ella había construido y todo lo que Kohan conservaba en sus manos. No le extrañaba que Kohan hubiera deseado apartar a Hilfy de esa tormenta que se aproximaba, sacándola de una situación en la que sería fácil ceder a la ira y olvidar toda cordura.
Haz que adquiera un poco de experiencia, le había dicho Kohan, Y luego había añadido: cuídala.
Apartó los objetos a un lado y permaneció sentada pensando. No había gran cosa que hacer hasta que terminaran las reparaciones. Se encontraban inmovilizadas en la estación y su única esperanza era que los kif no decidieran lanzarse ahora sobre ellas, aprovechando su vulnerabilidad. No había otro remedio sino permanecer aquí, inmóviles, mientras sus enemigos hacían lo que se les antojaba.
Atacar la mismísima Anuurn. No, era imposible que Akukkakk llegara a tales extremos. No tenía las naves suficientes como para hacerlo. Era una fanfarronada, la típica hipérbole pomposa que tanto les gustaba proferir, esperando obtener con ella un mayor provecho —gracias al pánico de sus enemigos— del que habrían podido lograr con el uso de la fuerza. A menos que el hakkikt estuviera loco, definición que, entre especies, siempre resultaba imprecisa y de poca utilidad. A menos que el hakkikt tuviera a sus órdenes unos seguidores más interesados en causar destrozos que en conseguir beneficios.
Jamás un hakkikt había recorrido tales distancias reuniendo en sus planes tal cantidad de naves. Nadie había hecho lo que él: atacar una estación stsho, entrar por la fuerza en un sistema estelar amenazando todo el tráfico, como había ocurrido en Urtur.
Siguió sentada mordisqueándose el labio y acabó pensando que quizás en su amenaza pudiera haber algo de cierto. Decidió comprobar las transmisiones mediante su terminal y no encontró nada fuera de lo normal. Los knnn seguían fuera de la estación y cuando conectó la frecuencia auditiva el canturreo llenó nuevamente el altavoz, ahora mucho más plácido y oscilando levemente en tres tonos discordantes. Los tc’a guardaban silencio salvo uno, que emitía un lento goteo de estática equiparable en su placidez al de los knnn. ¿Sería el prisionero? ¿ Estaría lamentando su destino? Más allá de esas voces se oía sólo el ruido normal de la estación y la charla muy próxima de las cuadrillas de reparaciones que trabajaban incesantemente en las averías de la Orgullo. En circunstancias normales alguno de los mercantes se habría movido, pero la brusca partida de la Hasatso en su misión de socorro parecía haberlo congelado todo. Ni tan siquiera los mineros abandonaban sus diques y los transportes de mineral permanecían en órbita alrededor de Mala o Kilaunan.
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