Hizo una llamada a los servicios de la estación y se quejó por el retraso que estaban teniendo para entregarle los artículos pedidos: el servicio de recaderos le hizo abundantes promesas, siguiendo su tradición inmemorial, y ella fingió creerlas, confiando en que la entrega acabaría llegando unos segundos antes de retirar la rampa de acceso.
Al menos el Stasteburana daba muestras de sentido común: las patrullas no habían vuelto y seguían recorriendo el sistema en busca de cualquier indicio de problemas. Los mahe mantenían su palabra.
No tenía tanta confianza en Dur Tahar.
La Luna Creciente aprovechó el turno de noche para salir sin decirles ni una palabra. Pyanfar no hizo demasiado caso de ello y se limitó a gruñir una confusa maldición desde su lecho al comunicador que le informaba de la partida. Luego volvió a taparse, decidiendo que no valía la pena abandonar la cama dado que no tenía ninguna obligación de ser cortés con la nave Tahar, capaz como era de abandonar otra nave hani a una especie extraña, hallándose ésta indefensa. La noticia no la sorprendió demasiado. Las encargadas de la guardia ya tenían sus órdenes y no era necesario levantarse para dar instrucciones nuevas. Hilfy dormía y tampoco era necesario despertarla para que se enterara de algo que ya esperaba.
Pyanfar se hundió nuevamente en el sueño y apartó el asunto de su mente, intentando que su adrenalina se mantuviera baja para no robarle el descanso y deseando no pensar en las circunstancias actuales, en el hogar o en nada que fuera demasiado concreto. Quizá sólo en las reparaciones que seguían su curso y deberían estar terminadas prácticamente del todo cuando se levantara: ahora ya todos los paneles debían encontrarse en su sitio y los mahe andarían como insectos por la cola de la Orgullo comprobando las minúsculas y casi insignificantes conexiones de las que dependían todas sus vidas.
Las tinieblas la engulleron de nuevo y Pyanfar se dejó hundir en ellas con una poco habitual sensación de bienestar.
—Capitana, capitana; siento molestar, pero hemos recibido señales de que los knnn se mueven.
Pyanfar movió el brazo buscando el reloj. Faltaba una hora y media para despertar. Con un esfuerzo para no dormirse, siguió moviéndose y sacó los pies de la cama.
—Capitana —era Tirun, de guardia—. Es urgente.
—Ya te oigo. Pásalo aquí. ¿Qué está ocurriendo?
La pantalla se encendió iluminando la oscuridad del camarote. Pyanfar pestañeó y se frotó los ojos, logrando distinguir por fin con claridad el diagrama. Las señales que representaban a las naves se encendían y se apagaban demasiado cerca una de otras, indicando el peligro inminente.
—Todos los knnn del muelle están saliendo —dijo Tirun—. La dirección general es…
—¿Siguen a la luna Creciente? Pregúntaselo a la estación. ¿Qué están haciendo?
—Ahora nada, capitana: no hay ningún comentario oficial al respecto.
—Malditos sean sus pellejos. Pásame la comunicación.
Tirun tardó unos momentos en conseguirlo, mientras Pyanfar buscó a tientas sus pantalones en la penumbra del camarote. Finalmente logró encontrarlos, se los puso y tiró de los lazos.
—Capitana, la estación sigue negándose a establecer contacto: insisten en que todas las comunicaciones deben hacerse por mensajero.
Pyanfar ató el último nudo y luchó para no ceder a la ira.
—Mándales mis saludos. ¿Qué hacen los kif?
—Permanecen quietos. Si están hablando entre ellos lo hacen mediante cable o por mensajeros.
—Sigue vigilándoles. Voy a terminar de despertarme —entró en el baño, encendió las luces y se lavó. Al salir examinó de nuevo la pantalla. Ahora ya eran diez las naves que habían abandonado sus diques, todas siguiendo a la Luna Creciente, como si ese condenado knnn se hubiera hecho tal lío que hubiera acabado equivocándose de hani y hubiera logrado convencer de su error a los demás. Era ridículo, totalmente ridículo, pero en esos momentos no se encontraba capaz de tomárselo con sentido del humor. En los viejos tiempos hubo muchos malos entendidos hasta que los stsho lograron hacer entrar la idea del Pacto en las mentes de los tc’a y éstos, a su vez, consiguieron que los knnn y los chi comprendieran lo que era el Pacto y la civilización: la libertad suficiente para ir y venir sin problemas; para comerciar; para evitar los choques y las provocaciones y, algunas veces, incluso para cooperar mutuamente. Los respiradores de metano eran peligrosos cuando perdían los nervios. Contempló la imagen con el ceño fruncido mientras se cepillaba y luego desconectó el comunicador, saliendo del camarote para dirigirse al ascensor.
—¿Novedades? —le preguntó a Tirun al entrar en la sala de operaciones.
—Ninguna —le dijo ésta. Su pierna herida sobresalía en un ángulo forzado por entre la consola mientras su cuerpo se inclinaba sobre la pantalla—. Las diez naves van en fila detrás de la nave Tahar.
—Dioses —murmuró Pyanfar—. Menudo lío.
—Tienen sus señales de identificación: deben saber que no somos nosotras.
Pyanfar se encogió de hombros, sin saber qué responder.
—Voy a buscar a las demás —dijo, yendo hacia la puerta—, Ya va siendo hora de que descanses, ¿no?
—Falta una media hora.
—¿A quién le toca luego?
—Es el turno de Haral.
—Bueno, vamos a empezar el día temprano —Pyanfar salió de la estancia y fue hasta el camarote común de la tripulación. Accionó la cerradura y luego el control interior que ponía en marcha el ciclo del amanecer en la iluminación.
—Arriba. Tenemos un poco de jaleo. Los knnn parecen haberse vuelto locos y no quiero que nos pillen por sorpresa si se les ocurre venir por aquí.
Hubo una agitación general de cuerpos y mantas en la penumbra que rodeaba la hilera de lechos que había bajo la red protectora del mamparo superior. Lechos y catres. Tully estaba a la izquierda separado de las demás con una cortina que no le ocultaba desde la posición de Pyanfar, permitiéndole a ésta ver claramente su hirsuta cabeza y la expresión aturdida con que emergió de entre las mantas. Y Hilfy… Hilfy estaba al otro extremo del cuarto, moviéndose como las demás siluetas, tan desnuda como las tripulantes, como Tully, que ahora estaba saliendo de su lecho. Dioses. La ira le encendió los nervios ante todos los trastornos que había sufrido el orden en la Orgullo. Cuando viajaban lo hacían en celibato y ya le parecía oír lo que dirían las Tañar: otro buen comadreo para contar en Anuurn. Y, por los dioses, ya podía ver la cara que pondría Kohan.
—Hilfy —dijo con el gesto torcido—. Desayuno para el turno de media hora. ¡Muévete!
—Tía —Hilfy se puso en pie y empezó a ponerse los pantalones a toda prisa.
Pyanfar salió a grandes zancadas y volvió a la sala de operaciones, intentando controlar el disgusto que sentía. Así que Hilfy había renunciado al privilegio de su camarote individual para acomodarse en el de la tripulación. Creyó adivinar la razón de ello al pensar en cómo se habían despedido de la primer oficial Faha. Y la tripulación la había invitado: Pyanfar no podía meterse en algo que era terreno privado de ellas. Lo cual quería decir que, a sus ojos, Hilfy era una de ellas, que había sido aceptada.
Igual que lo había sido Tully.
Dioses. Sintió que se le erizaba el vello de la nuca.
—El desayuno y tu relevo están en camino —le dijo a Tirun al volver.
—Ningún cambio —dijo Tirun—. Todos mantienen el mismo curso. De momento los kif no se han movido y no han dicho ni palabra.
—Ya —Pyanfar se instaló en una esquina del tablero—. Puede que se encuentren tan confundidos como nosotras. Al menos, eso espero.
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