Eso provocó un verdadero bombardeo de comida en su dirección por parte del elemento femenino. Lo paró y devolvió todos los proyectiles sin alzar siquiera la mano…, hasta que al parecer la complejidad de todo ello fue demasiado para él y un plato lleno de espaguetis le alcanzó en pleno rostro…, arrojado, observó Jubal, por Dorcas.
Durante un momento Sam presentó todo el espeluznante aspecto de la víctima de un terrible choque automovilístico. Luego, de pronto, su cara quedó completamente limpia, e incluso desaparecieron las salpicaduras de salsa que habían manchado la camisa de Jubal.
—No le des más a Dorcas, Tony. Los ha malgastado, pese a lo buenos que estaban; ahora déjala que pase hambre.
—Hay muchos más en la cocina —respondió Tony—. Los spaguetti te favorecen, Sam. Y la salsa ha quedado estupenda, ¿eh?
El plato de Dorcas surcó el aire hacia la cocina y regresó, lleno de nuevo. Jubal decidió que Dorcas no le había estado ocultando sus talentos: el plato estaba mucho más lleno de lo que ella misma hubiera elegido; él conocía su apetito.
—Sí, la salsa ha quedado estupenda —reconoció Sam—. Conseguí aprovechar un poco que me cayó en la boca. ¿De qué está hecha? ¿O no debo preguntar?
—De carne picada de policía —contestó Tony.
Nadie se echó a reír. Por un incómodo instante Jubal se preguntó si la broma sería realmente una broma. Luego recordó que sus hermanos de agua sonreían a menudo, pero rara vez soltaban una carcajada…, y, además, tal vez la carne de policía fuese una comida sana. Pero la salsa no podía estar hecha de carne de «cerdo», o sabría realmente a cerdo. Su sabor era decididamente de ternera.
Cambió de tema.
—Lo que más me gusta de esta religión…
—¿Es una religión? —inquirió Sam.
—Bueno, Iglesia. La llamaré Iglesia. Usted lo hizo.
—Es una Iglesia —admitió Sam—. Cumple todas las funciones de una Iglesia, y su cuasi teología encaja bastante bien con la de algunas religiones reales, debo admitirlo. Me metí en ella porque era un ateo convencido…, y ahora soy sumo sacerdote y no sé dónde estoy.
—Tenía entendido que había dicho que era usted judío.
—Lo soy. De una larga estirpe de rabinos. Así que desemboqué en el ateísmo. Y míreme ahora. Pero mi primo Saúl y mi esposa eran judíos religiosos. Hable con Saúl; descubrirá que eso no representa ninguna desventaja. Más bien una ayuda, puesto que Ruth, una vez franqueada la primera barrera, progresó mucho más deprisa que yo; fue sacerdotisa bastante antes de que yo alcanzara el sacerdocio. Pero es que Ruth es del tipo espiritual; piensa con sus gónadas. Yo tuve que hacerlo por el camino más penoso, entre los oídos.
—La disciplina —repitió Jubal—. Eso es lo que me gusta más de todo ello. La fe en la que me educaron no requería que nadie supiera nada. Tan sólo confesar tus pecados y ser salvado, y ahí estabas, a salvo en los brazos de Jesús. Un hombre podía ser demasiado estúpido incluso para sacarse el sombrero cada vez que saludaba, y sin embargo podía presumirse conclusivamente que era uno de los elegidos de Dios y tenía garantizada una eternidad de bendiciones por el simple hecho de haberse «convertido». Podía o no volverse un estudioso de la Biblia; ni siquiera eso era necesario, y ciertamente no tenía que saber, ni intentar saber nada más. Esta iglesia no acepta la «conversión», tal como yo lo asimilo…
—Asimila correctamente.
—Aquí, pues, una persona puede empezar impulsada por el simple deseo de aprender, y luego seguir adelante con un estudio más profundo. Asimilo que eso es saludable en sí mismo.
—Más que saludable —estuvo de acuerdo Sam—, indispensable. No se puede profundizar en los conceptos si no se conoce el lenguaje, y la disciplina resultante es un cuerno de la abundancia. Está plena de beneficios, desde cómo vivir sin tener que luchar hasta cómo complacer a tu esposa, y todos ellos derivados de la lógica conceptual: de comprender quién eres, por qué estás aquí, de qué modo funcionas…, y comportándote en consecuencia. La felicidad es funcionar de la forma en que un ser humano está organizado para funcionar…, pero las palabras en inglés no son más que mera tautología, cosas huecas. ¿He mencionado ya que tenía cáncer cuando vine aquí?
—¿Eh? No, no lo hizo.
—Yo mismo lo ignoraba. Michael lo asimiló, y me envió fuera para el habitual examen por rayos X y todo lo demás, a fin de que yo estuviese seguro. Luego empezamos a trabajar en ello juntos. La «fe» cura. Un milagro. La clínica lo calificó de «remisión espontánea», lo cual equivale, asimilo, a que «me puse bien».
Jubal asintió.
—El ambiguo lenguaje profesional. Algunos cánceres desaparecen, no sabemos por qué.
—Yo sé por qué desapareció éste. Por aquel entonces empezaba a controlar mi propio cuerpo. Reparé el daño con la ayuda de Mike. Ahora puedo hacerlo sin su ayuda. ¿Quiere oír cómo deja de latir un corazón?
—Gracias, ya lo he observado en Mike, muchas veces. Mi estimado colega, el cirujano Nelson, no estaría sentado delante de nosotros si lo que está explicando usted fuese «fe que cura». Es el control voluntario del organismo. Asimilo.
—Perdón. Todos sabemos que lo hace. Lo sabemos.
—Hum. No me gusta llamar a Mike embustero, porque no lo es. Pero el muchacho se muestra algo parcial en lo que a mí respecta…
Sam negó con la cabeza.
—He estado hablando con usted durante toda la cena. Deseaba comprobarlo por mí mismo, pese a lo que Mike dijo. Asimila. Me pregunto qué nuevas cosas podría revelarnos si se molestase en aprender el lenguaje.
—Ninguna. No soy más que un viejo con poco que contribuir a nada.
—Insisto en reservarme mi opinión. Todos los demás Primeros Llamados han tenido que enzarzarse con el lenguaje para conseguir algún auténtico progreso. Incluso los tres que estaban con usted tuvieron que ser sometidos a un riguroso entrenamiento, mantenidos en trance durante la mayor parte de los pocos días y las escasas ocasiones en que los tuvimos entre nosotros. Todos menos usted…, y usted realmente no lo necesita. A menos que desee poder quitarse los spaguetti de la cara sin recurrir a la servilleta, cosa en la que asimilo no está interesado de todos modos.
—Sólo para observarlo.
La mayoría de los otros habían ido abandonando ya la mesa, discretamente y sin ceremonias de ninguna clase, cuando desearon hacerlo. Ruth se les acercó y se detuvo junto a ellos.
—¿Van a pasarse ustedes dos toda la noche ahí sentados? ¿O deberemos retirarlos junto con los platos?
—Estoy tiranizado. Vamos, Jubal —Sam se levantó para besar a su esposa.
Se detuvieron sólo un instante en la sala de estar con el estéreotanque.
—¿Alguna novedad? —preguntó Sam.
—El procurador del condado —dijo alguien— no ha parado de hacer discursos en un intento de demostrar que todos los desastres de hoy son obra nuestra…, sin admitir que no tiene ni la menor idea de cómo se produjeron.
—Pobre tipo. Ha estado mordiendo una pata de palo y le duelen los dientes.
Siguieron su camino y encontraron una estancia más tranquila. Sam dijo:
—Estuve diciendo que todos esos problemas eran algo que había que esperar…, y empeorarán aún más antes de que consigamos el suficiente dominio sobre la opinión pública como para ser tolerados. Pero Mike no tiene prisa. Así que cerramos la Iglesia de Todos los Mundos. Está cerrada. Nos mudamos a otro sitio y abrimos la Congregación de la Fe Única…, y somos echados de nuevo a patadas. Entonces reabrimos en alguna otra parte como el Templo de la Gran Pirámide, que atraerá hacia nosotros un rebaño de mujeres estúpidas, gordas y vanidosas, algunas de las cuales terminarán con su obesidad y su estupidez.
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