Walter Miller - Cántico a San Leibowitz

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Cántico a San Leibowitz: краткое содержание, описание и аннотация

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Después de la hecatombe nuclear el Venerable Leibowitz, muerto seiscientos años antes, va a ser canonizado. De la antigua civilización no quedan otros vestigios que los conservados por la Orden Albertiana, cuyos monjes consumen sus vida en la interminable tarea de iluminar e interpretar las obras del Venerable para reconstruir sobre ellas el mundo tal como fue.
Son muchos los misterios que perduran. Por ejemplo, el documento que reza:
. Es un enigma. Pero los monjes saben que la luz se hará algún día y que, con ella, la antigua cultura retornará.
¿Ridículo? ¿Grotesco?
Bien, si nuestro civilizado y orgulloso mundo sucumbe un día ante una catástrofe de proporciones millones de veces superiores a las del hundimiento del mundo clásico, ¿qué ocurrirá? ¿Qué quedará de nuestra civilización? ¿Cómo y por quién serán conservados, interpretados y aprovechados los vestigios tecnológicos que heredarán los hombres del mañana?

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Empezó a arrastrarse hacia el jinete. El oficial le vio y se aferró a su pistola. El poeta se detuvo, no esperaba que lo reconociera. Preparó la manta de viaje. La pistola se agitaba en su dirección. La miró agitarse por un momento y después decidió continuar su avance. El oficial apretó el gatillo. El tiro falló por unos metros. Mala suerte.

El soldado trataba de cargar de nuevo su arma cuando el poeta se la quitó. Parecía delirante y trataba de persignarse.

— Sigue con ello — jadeó el poeta, encontrando su cuchillo.

— Bendígame, padre; he pecado…

— Ego te absolvo, hijo — dijo el poeta, hundiéndole el cuchillo en la garganta.

Después, encontró la cantimplora del oficial y bebió un poco. El agua estaba caliente por el sol, pero le pareció deliciosa. Se tendió con la cabeza sobre el caballo y esperó que la sombra de la colina se deslizase sobre la senda. ¡Jesús, cómo dolía! «Esta última parte no será tan fácil de explicar — pensó —, y yo sin mi ojo, además. Si es que hay algo que explicar.» Miró al jinete muerto.

— Ardiente como el infierno, ¿verdad? — murmuró, roncamente.

El jinete no estaba en condiciones de informarle. El poeta bebió otro sorbo de la cantimplora, después otro. De pronto se produjo un doloroso movimiento de intestinos. Se sintió bastante mal durante unos segundos.

Los buitres se pavonearon, compusieron sus plumas y se pelearon sobre la cena; todavía no estaba lo suficientemente curada. Esperaron unos días la llegada de los lobos. Había para todos. Finalmente se comieron al poeta.

Como siempre, los rapaces negros del cielo, llegado el momento, depositaron sus huevos y alimentaron amorosamente a sus crías. Se mecieron en lo alto sobre los prados, montañas y llanuras, buscando el cumplimiento de esa parte del destino de la vida, que era el suyo, de acuerdo con los planes de la naturaleza. Sus filósofos demostraron razonablemente y sin ayuda de nadie que el supremo Cathartes aura regnans había creado el mundo especialmente para los buitres. Lo veneraron durante siglos con tremendo apetito.

Entonces, después de las generaciones de oscuridad, llegaron las generaciones de la luz. Y lo llamaron 3781, año de Nuestro Señor… rogando porque fuese el año de su paz.

Tercera Parte

Fiat Voluntas tua

24

En aquel siglo había nuevamente naves espaciales, y las naves estaban tripuladas por imposibilidades peludas que caminaban sobre dos piernas y a las que les crecían mechones de cabello en inverosímiles regiones anatómicas. Eran una especie habladora. Pertenecían a una raza muy capaz de admirar su propia imagen en un espejo e igualmente capaz de cortarse su propio cuello ante el altar de cualquier dios tribal, tal como la deidad del Afeitado Diario. Era un espécimen que a menudo se consideraba, básicamente, una raza de fabricantes de herramientas de inspiración divina; cualquier ente inteligente de Arturo instantáneamente se habría dado cuenta de que eran básicamente una especie de apasionados oradores de banquete.

Era inevitable, era su destino manifiesto, presentían — y no por primera vez — que tal especie avanzaba a la conquista de las estrellas. Para conquistarlas varias veces, si era necesario, y para ciertamente hacer discursos sobre las conquistas. Pero también era inevitable que la especie sucumbiese otra vez a la vieja enfermedad en un nuevo mundo como antes había ocurrido en la Tierra, en la letanía de la vida y en la liturgia especial del hombre: versículos por Adán, respuestas del Crucificado.

Somos los siglos.

Somos los charlatanes y los fanfarrones, y pronto hablaremos de cortarte la cabeza. Somos tu coro de desperdicios, señor y señora, y marcamos el paso detrás de ti, cantando tonadas que algunos creen extrañas.

¡Un, dos, tres, cuat!

¡Izquierda!

¡Izquierda!

Te-ní-a-u-na-bue-na-es-po-sa-pe-ro-él.

¡Izquierda!

¡Izquierda!

¡Izquierda!

¡Derecha!

¡Izquierda!

Wir, como dicen en la vieja patria, marschieren weiter wenn alles in Scherben fällt.

Tenemos tus eolitos y tus mesolitos y tus neolitos. Tenemos tus Babilonias y tus Pompeyas, tus Césares y tus artefactos cromados (impregnados-de-ingrediente-vital).

Tenemos tus sangrientas hachas y tus Hiroshimas. Avanzamos, a pesar del infierno, hacemos…

Atrofia, Entropía y Proteus vulgaris.

Contando chistes obscenos acerca de una granjera llamada Eva y un agente de ventas llamado Lucifer.

Enterraremos a tus muertos y sus reputaciones. Te enterraremos a ti. Somos los siglos.

Nace, pues, respira viento, chilla al golpe del cirujano, busca la virilidad, prueba un poco de bondad, siente dolor, da a luz, lucha un poco, sucumbe.

(Al morir sal silenciosamente por la salida de atrás, por favor.)

Generación, regeneración, otra vez, otra vez, como en un ritual, con investiduras manchadas de sangre y manos sin uñas, hijos de Merlín persiguiendo un resplandor. Hijos también de Eva construyendo para siempre paraísos… y destrozándolos con furia enloquecida porque no resultan ser lo mismo. (¡Ah!, ¡ah!, ¡ah!, un idiota grita su necia angustia en medio de los desperdicios. ¡Pero aprisa! Que el coro lo apague, cantando aleluyas a noventa decibelios.)

Oíd, entonces, el último cántico de los hermanos de la Orden de San Leibowitz, como cantado por el siglo que se tragó su nombre:

V: Lucifer ha caído
R: Kyrie eleison
V: Lucifer ha caído
R: Christie eleison
V: Lucifer ha caído
R: Kyrie eleison, eleison ¡mas!

«Lucifer ha caído»; las palabras cifradas, enviadas eléctricamente a través del continente, eran susurradas en salas de conferencias, donde circulaban en forma de memorandos con el título de «Supreme secretissimo» y eran prudentemente ocultados a la prensa. Las palabras se alzaban como una marea amenazadora detrás de un dique de secreto oficial. Había varios agujeros en el dique, pero quedaban impávidamente obturados por los burocráticos mentores cuyos dedos índices se volvían excesivamente henchidos mientras esquivaban los proyectiles verbales disparados por la prensa.

PRIMER REPORTERO: ¿Qué tiene que decir su señoría sobre las declaraciones de sir Rische thon Berker de que el índice de radiaciones en la costa noroeste es diez veces superior al nivel normal?

MINISTRO DE DEFENSA: No he leído la declaración.

PRIMER REPORTERO: Aceptando que fuese verdad, ¿cuál podría ser la causa de este aumento?

MINISTRO DE DEFENSA: La pregunta da lugar a conjeturas. Quizá sir Rische descubrió un rico depósito de uranio… No, borre esto. No tengo nada que decir.

SEGUNDO REPORTERO: ¿Considera su excelencia a sir Rische como un científico competente y responsable?

MINISTRO DE DEFENSA: Nunca ha sido empleado en mi departamento.

SEGUNDO REPORTERO: Esto no contesta a mi pregunta.

MINISTRO DE DEFENSA: La contesta aunque sólo sea en parte. Como nunca ha sido empleado por mi departamento, no tengo modo de conocer su competencia o responsabilidad. Mi campo no es la ciencia.

SEÑORA PERIODISTA: ¿Es cierto que en algún punto del Pacífico se produjo hace poco una explosión?

MINISTRO DE DEFENSA: Como usted sabe, las pruebas con armas atómicas de cualquier clase se consideran criminales y un acto de guerra bajo la presente ley internacional. No estamos en guerra. ¿Contesta esto a sus preguntas?

SEÑORA PERIODISTA: No, su excelencia, no lo hace. No he preguntado si se había efectuado una prueba. Pregunté si había ocurrido una explosión.

MINISTRO DE DEFENSA: Nosotros no la hemos producido. Si los otros lo hicieron, ¿cree usted que aquel Gobierno nos lo diría?

(Risa educada.)

SEÑORA PERIODISTA: Esto no contesta a mi…

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