Walter Miller - Cántico a San Leibowitz

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Después de la hecatombe nuclear el Venerable Leibowitz, muerto seiscientos años antes, va a ser canonizado. De la antigua civilización no quedan otros vestigios que los conservados por la Orden Albertiana, cuyos monjes consumen sus vida en la interminable tarea de iluminar e interpretar las obras del Venerable para reconstruir sobre ellas el mundo tal como fue.
Son muchos los misterios que perduran. Por ejemplo, el documento que reza:
. Es un enigma. Pero los monjes saben que la luz se hará algún día y que, con ella, la antigua cultura retornará.
¿Ridículo? ¿Grotesco?
Bien, si nuestro civilizado y orgulloso mundo sucumbe un día ante una catástrofe de proporciones millones de veces superiores a las del hundimiento del mundo clásico, ¿qué ocurrirá? ¿Qué quedará de nuestra civilización? ¿Cómo y por quién serán conservados, interpretados y aprovechados los vestigios tecnológicos que heredarán los hombres del mañana?

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— Lo que en realidad sugiere — dijo el intelectual — es que esperemos un poco. Que disolvamos el colegio o lo traigamos al desierto y que de algún modo, sin tener oro o plata en nuestro poder, demos de nuevo vida a una ciencia experimental y teórica de algún modo lento y laborioso, sin decírselo a nadie. Que lo conservemos todo para el día en que el hombre sea bueno, puro, santo y sabio.

— Esto no es lo que quería decir…

— Esto no es lo que quería decir, pero es lo que significan sus palabras. Mantener la ciencia enclaustrada, sin tratar de aplicarla, sin tratar de emplearla, hasta que los hombres sean santos. Bueno, no servirá de nada. Lo han venido ustedes haciendo en esta abadía durante siglos.

— No hemos ocultado nada.

— No lo han ocultado, pero se han sentado sobre ello sin decir palabra, nadie sabía que estaba aquí y no hicieron nada al respecto.

Una llamarada de enojo brilló en los ojos del viejo sacerdote.

— Creo que es tiempo de que conozca a nuestro fundador — murmuró, señalando la escultura de madera que había en un rincón —. Era un científico como usted, antes de que el mundo se volviese loco y corriese en busca del santuario. Fundó esta orden para salvar todo lo que pudiese ser salvado de los documentos de la última civilización. ¿Salvado de qué y para qué? Mire dónde está colocado… ¿Ve la hoguera? ¿Los libros? En aquella época, el mundo no quería a su ciencia, y así siguió durante siglos. Él murió por nuestro bien. Cuando lo cubrieron de combustible, cuenta la leyenda que les pidió un vaso. Lo bendijo y algunos dicen que en aquel momento el combustible se convirtió en vino; entonces: Hic est enim calix Sanguinis Me¡, se lo bebió antes de que le colgasen y le prendiesen fuego. ¿Quiere que le lea una lista de nuestros mártires? ¿Quiere que le mencione todas las batallas en las que hemos participado para mantener intactos estos documentos? ¿Todos los monjes que han perdido la vista en la sala de copias para su bien? Y todavía dice que no hicimos nada con ello, que lo ocultamos en silencio.

— No intencionadamente — dijo el intelectual —, pero en efecto lo hicieron… y por los mismos motivos que según usted deberían ser los míos. Si trata de guardar la sabiduría hasta que el mundo sea sabio, padre, el mundo nunca la tendrá.

— ¡Veo que la incomprensión es básica! — dijo el abad, ásperamente —. Servir primero a Dios o servir primero a Hannegan… Tiene que escoger.

— No tengo muchas opciones, pues — contestó el thon —. ¿Me aceptaría usted para trabajar para la Iglesia?

El desprecio de su voz no dejaba lugar a dudas.

22

Era jueves en la octava de Todos los Santos. Preparándose para partir, el thon y su grupo ordenaron sus notas y documentos en el sótano. Había atraído un pequeño auditorio monástico y el espíritu amistoso prevalecía a medida que el momento de partir se avecinaba. Sobre sus cabezas la luz de arco aún chisporroteaba, brillaba y llenaba la antigua biblioteca de una dureza blancoazulada, mientras el equipo de novicios impelía cansadamente la dinamo movida a mano. La poca experiencia del novicio que se sentaba arriba de la escalera para conservar ajustada la separación del arco hizo que la luz vacilase estática; había reemplazado al anterior operador que era más hábil y que se hallaba confinado en la enfermería con paños húmedos sobre los ojos.

Thon Taddeo había contestado preguntas acerca de su trabajo con menos reticencia de la acostumbrada, sin preocuparse ya, según lo que aparentaba, de los temas tan controvertibles como la propiedad refractible de la luz o las ambiciones de thon Esser Shon.

— Ahora, a menos que esa hipótesis no tenga significado — decía —, debe ser posible confirmarlo de algún modo por la observación. Expuse la hipótesis, con la ayuda de algunas formas matemáticas nuevas, o mejor dicho viejas, sugeridas por nuestros estudios de la Memorabilia. La hipótesis parece ofrecer una explicación simple del fenómeno óptico; pero, francamente, al principio no se me ocurría cómo probarla. Ahí fue donde me ayudó vuestro hermano Kornhoer — indicó al inventor con una sonrisa y desplegó un bosquejo del aparato de prueba propuesto.

— ¿Qué es? — preguntó alguien después de un breve intervalo de confusión.

— Bueno, es una batería de placas de vidrio. Un rayo de luz solar, al incidir sobre la batería en este ángulo, quedará parcialmente reflejado y parcialmente transmitido. La parte reflejada será polarizada. Ahora ajustamos la batería para reflejar este rayo a través de este aparato, el cual es idea del hermano Kornhoer, y dejamos que la luz incida en esta segunda batería de placas de vidrio, que está colocada en el ángulo correcto para reflejar casi todo el rayo polarizado y no transmitir casi nada de él. Mirando a través del vidrio, apenas se ve luz. Todo esto ha sido probado. Pero ahora, si mi hipótesis es correcta, cerrando este conmutador sobre la bobina del hermano Kornhoer, debería causar una súbita iluminación de la luz transmitida. Si no lo hace… — se encogió de hombros — entonces olvidaremos la hipótesis.

— En vez de ello, deberían olvidar la bobina — sugirió modestamente el hermano Kornhoer —. No estoy seguro de que produzca un campo suficientemente potente.

— Pero yo sí. Tiene usted instinto para estas cosas. Para mí es más fácil desarrollar una teoría abstracta que construir un modo práctico de ponerla a prueba. Pero usted tiene un don sorprendente para verlo todo en términos de tornillos, cables y lentes, mientras yo todavía estoy pensando en términos de signos abstractos.

— Pero en primer lugar, thon Taddeo, a mí nunca se me ocurrirán las abstracciones.

— Formaríamos una buena pareja, hermano. Me gustaría que me acompañase al colegio, aunque sólo fuese por un tiempo. ¿Cree que su abad le daría permiso?

— No me atrevo ni a pensarlo — murmuró el inventor, súbitamente incómodo.

Thon Taddeo se volvió hacia los demás.

— He oído hablar de «hermanos con permiso». ¿No es verdad que a algunos miembros de la congregación se les ocupa temporalmente en otros sitios?

— Sólo excepcionalmente, thon Taddeo — dijo un joven sacerdote —. Antes, la orden proporcionaba ayudantes, escribanos y secretarios al clero secular y a las dos cortes eclesiástica y monárquica. Pero aquello fue en momentos de gran penuria y pobreza aquí en la abadía. A veces, los hermanos con permiso evitaban que el resto de nosotros muriese de hambre. Pero esto ya no es necesario y se hace raramente. Como es natural, tenemos a algunos hermanos estudiando en Nueva Roma, ahora, pero…

— ¡Esto es! — dijo el thon, con súbito entusiasmo —. Una beca para ustedes en el colegio, hermano. Estuve hablando con su abad, y…

— ¿Sí`? — preguntó el joven sacerdote.

— Bien, aunque estamos en desacuerdo en algunas cosas, puedo comprender su opinión. Pienso que un intercambio de becas podría mejorar las relaciones. Habría un estipendio, claro está, y estoy seguro de que su abad lo destinaría a buen uso.

El hermano Kornhoer inclinó la cabeza, pero no dijo nada.

— ¡Vamos! — rió el intelectual —. No parece agradarle la invitación, hermano.

— Me siento honrado, claro, pero estos asuntos no puedo decidirlos yo.

— Bien, lo comprendo, claro. Pero ni soñaría en pedírselo a su abad si la idea no le complaciese a usted.

El hermano Kornhoer dudó.

— Mi vocación está en la religión — dijo finalmente —, esto es… en una vida de oración. Pensamos en nuestro trabajo como en una especie de plegaria. Pero esto… — hizo un gesto hacia la dinamo — para mí es más bien un juego. Sin embargo, si dom Paulo me enviase…

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