Fue durante la breve visita de un grupo de pastores cuando el poeta desapareció de la abadía. Thon Taddeo fue el primero en descubrir la ausencia del poeta del pabellón de los huéspedes y en preguntar por el errático versificador.
La cara de dom Paulo evidenció sorpresa.
— ¿Está seguro de que no está? — preguntó —. A veces pasa unos días en el pueblo o va a la meseta a charlar con Benjamín.
— Faltan sus pertenencias — dijo el thon —. Todo lo que poseía en su habitación ha desaparecido.
El abad hizo una mueca amarga.
— Cuando el poeta se marcha, mala señal. Por cierto, si es verdad que se ha ido, le aconsejo que haga de inmediato inventario de todas sus cosas.
El thon pareció pensativo.
— Entonces mis botas…
— No hay duda de ello.
— Las mandé limpiar y no me fueron devueltas. Fue el mismo día que trató de tirar abajo mi puerta.
— Tirar abajo… ¿Cómo? ¿El poeta?
Thon Taddeo contuvo una sonrisa.
— Me parece que me he estado divirtiendo un poco con él. Tengo su ojo de cristal. ¿Recuerda la noche que lo dejó sobre la mesa del refectorio?
— Sí.
— Yo lo recogí.
El thon abrió su bolsa, rebuscó en ella un momento y después dejó el ojo del poeta sobre la mesa del abad.
— Él sabía que yo lo tenía, pero yo lo negaba. Desde entonces nos divertimos con él; hicimos correr rumores de que se trataba, en realidad, del ojo perdido hace tiempo por el ídolo Bayring y debía ser devuelto al museo. Después de un tiempo, se puso bastante frenético. Como es natural, pensaba devolvérselo antes de regresar a mi casa. ¿Supone que volverá después de que nos hayamos marchado?
— Lo dudo — dijo el abad, estremeciéndose ligeramente mientras miraba el globo —. Pero se lo guardaré si quiere. Además, es probable que aparezca en Texarkana. Según dice, es un potente talismán.
— ¿Cómo es eso?
Dom Paulo sonrió.
— Dice que cuando lo usa puede ver mucho mejor.
— ¡Qué tontería! — El thon hizo una pausa; siempre dispuesto, aparentemente, a dar a cualquier clase de premisa extraña, un momento de consideración, añadió -: No, es una tontería… A menos que llenar la cuenca vacía afecte los músculos de ambas cuencas. ¿Es esto lo que dice?
— Jura que sin él no puede ver igual. Dice que lo necesita para la percepción de los «verdaderos significados», aunque cuando lo usa le produce cegadores dolores de cabeza. Pero nunca se sabe cuándo el poeta se atiene a los hechos, a la imaginación o a la alegoría. Si la imaginación es lo suficientemente lista, dudo que el poeta llegue a admitir la diferencia entre imaginación y realidad.
El thon sonrió zumbonamente.
— El otro día gritó detrás de mi puerta que yo lo necesitaba más que él. Esto parece sugerir que lo considera como un ser, en sí mismo, su potente fetiche… bueno para cualquiera. Me pregunto por qué…
— ¿Dijo que usted lo necesitaba? ¡Jo, jo!
— ¿Qué hay de divertido en ello?
— Lo siento. Probablemente lo dijo como un insulto. Es mejor que no trate de explicar el insulto del poeta; podría parecer una parte del mismo.
— Nada de esto, siento curiosidad.
El abad miró la imagen de san Leibowitz en un rincón de la habitación.
— El poeta empleó el ojo como broma corriente — explicó —. Cuando quería tomar una decisión, pensar algo o discutir un punto, se ponía el ojo de vidrio en la cuenca. Se lo quitaba de nuevo cuando veía algo que le desagradaba, cuando pretendía ver más allá de algo o cuando quería parecer estúpido. Cuando lo llevaba, sus modales cambiaban. Los hermanos empezaron a llamarlo «la conciencia del poeta», y él siguió la broma. Daba pequeños discursos, conferencias y demostraciones de las ventajas de una conciencia que podía quitarse. Pretendía que un frenético apremio se posesionaba de él, en general algo trivial, como una compulsión dirigida a una botella de vino.
»Si llevaba su ojo, agitaba la botella de vino, se humedecía los labios, jadeaba, se lamentaba y después apartaba la mano. Finalmente se posesionaba de nuevo de él. Se aferraba a la botella, escanciaba un dedo en un vaso y se recreaba con él un segundo. Pero entonces la conciencia se abría paso de nuevo y tiraba el vaso al otro lado de la habitación. Pronto estaba encandilado ante la botella y empezaba a quejarse y lloriquear, pero luchando con el deseo odioso de mirarla. — El abad no pudo evitar sonreírse —. Finalmente, cuando quedaba rendido, se arrancaba el ojo de vidrio. Después de quitarse el ojo, súbitamente descansaba. La compulsión dejaba de ser compulsiva. Frío y arrogante, cogía la botella, miraba a su alrededor y reía. «De todas maneras lo haré», decía. Entonces, cuando todo el mundo esperaba verle beber, sonreía beatíficamente y se vaciaba la botella en la cabeza. Las ventajas de una conciencia que pueda quitarse, ¿ve usted?
— Por esto piensa que yo la necesito más que él.
Dom Paulo se encogió de hombros.
— Es sólo un poetastro.
El erudito resopló divertido. Jugueteó con la esfera vítrea y la hizo rodar por encima de la mesa con su pulgar. De pronto, se echó a reír.
— Me agrada. Creo que sé quién lo necesita más que el poeta. Quizá después de todo me lo quedaré.
Lo cogió, lo echó al aire, lo asió y miró dubitativo al abad. Paulo se encogió nuevamente de hombros.
Thon Taddeo dejó caer el ojo de nuevo en su bolsillo.
— Si viene a reclamarlo lo tendrá. Pero por cierto, quería decirle que mi trabajo casi está terminado. Dentro de unos días nos marcharemos.
— ¿No le preocupa la lucha en las Llanuras?
Thon Taddeo miró hacia la pared con el ceño fruncido.
— Acamparemos en una colina a más de una semana de viaje de aquí hacia el este. Un grupo de… nuestra escolta se nos unirá allí.
— Espero — dijo el abad, saboreando la cortés muestra de crueldad — que su grupo escolta no haya cambiado su lealtad política desde que prestó su acuerdo. En estos días es difícil separar a los amigos de los enemigos.
El thon enrojeció.
— Especialmente si viene de Texarkana, ¿quiere decir?
— No dije esto.
— Seamos francos el uno con el otro, padre. No puedo luchar con el príncipe, que hace posible mi trabajo…, a pesar de lo que piense de su política o políticos. Hago como que le apoyo, superficialmente, o por lo menos que no le hago caso por el bien del colegio. Si extiende sus tierras, quizás el colegio pueda sacar provecho de ello, y si el colegio prospera, la humanidad sacará provecho de nuestro trabajo.
— Los que sobrevivan, quizás.
— Es verdad, pero en cualquier caso esto es siempre verdad.
— No, no; hace doce siglos, ni los supervivientes lo aprovecharon. ¿Tenemos que seguir de nuevo la misma ruta?
Thon Taddeo se encogió de hombros.
— ¿Qué puedo hacer? — preguntó, molesto —. El príncipe es Hannegan, no yo.
— Pero prometió empezar a devolverle al hombre el dominio sobre la naturaleza. ¿Quién gobernará el empleo del poder para controlar las fuerzas naturales? ¿Quién lo empleará? ¿Con qué finalidad? ¿Cómo lo mantendrán bajo su dominio? Tales decisiones todavía pueden ser tomadas. Pero si usted y los de su grupo no las toman ahora, otros las tomarán pronto por ustedes. La humanidad se aprovechará, dice. Pero ¿sufriendo a quién? ¿A un príncipe que firma con una X? ¿O en verdad cree que su colegio puede permanecer al margen de sus ambiciones cuando empiece a descubrir que ustedes tienen un valor para él?
Dom Paulo no esperaba convencerle. Pero con dolor en el corazón el abad notó la forzada paciencia con que el thon le escuchaba; era la paciencia del hombre que escucha una opinión que hace tiempo ha refutado para su propia satisfacción.
Читать дальше