Walter Miller - Cántico a San Leibowitz

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Cántico a San Leibowitz: краткое содержание, описание и аннотация

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Después de la hecatombe nuclear el Venerable Leibowitz, muerto seiscientos años antes, va a ser canonizado. De la antigua civilización no quedan otros vestigios que los conservados por la Orden Albertiana, cuyos monjes consumen sus vida en la interminable tarea de iluminar e interpretar las obras del Venerable para reconstruir sobre ellas el mundo tal como fue.
Son muchos los misterios que perduran. Por ejemplo, el documento que reza:
. Es un enigma. Pero los monjes saben que la luz se hará algún día y que, con ella, la antigua cultura retornará.
¿Ridículo? ¿Grotesco?
Bien, si nuestro civilizado y orgulloso mundo sucumbe un día ante una catástrofe de proporciones millones de veces superiores a las del hundimiento del mundo clásico, ¿qué ocurrirá? ¿Qué quedará de nuestra civilización? ¿Cómo y por quién serán conservados, interpretados y aprovechados los vestigios tecnológicos que heredarán los hombres del mañana?

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— ¡Miserable! ¡Le hago un mal servicio a mi orden al compartir contigo mis confidencias!

Benjamín sonrió afectadamente.

— No siento simpatía por vosotros. Los libros que almacenasteis pueden ser venerablemente antiguos, pero fueron escritos por criaturas del mundo y en primer lugar no tienes por qué mezclarte con ellas.

— Ah, ahora te preocupas por profetizar.

— Nada de esto. «Pronto se pondrá el sol.» ¿Es esto una profecía? No, es simplemente una afirmación de fe en la estabilidad de los acontecimientos. Las criaturas del mundo también son estables… por ello digo que absorberán todo lo que pueda ofrecer, te quitarán tu trabajo y entonces te denunciarán como una ruina decrépita. Finalmente te ignorarán por completo. Es culpa tuya. El libro que te di, tenía que haberte bastado. Ahora tendrás que soportar las consecuencias de tu intromisión.

Había hablado con impertinencia, pero su predicción pareció desagradablemente cercana a los temores de dom Paulo. El semblante del sacerdote se entristeció.

— No hagas caso — dijo el ermitaño —. No me aventuraré a adivinar antes de haber visto tu artefacto o haberle echado un vistazo a ese thon Taddeo… que empieza, por cierto, a interesarme. Si deseas que te aconseje, espera hasta que haya examinado las interioridades de la nueva era más detalladamente.

— Pues, como nunca vienes a la abadía, no podrás ver la lámpara.

— Se debe a vuestra abominable cocina.

— Y no verás a thon Taddeo porque viene por la otra dirección. Si esperas a examinar las entrañas de una era cuando ésta haya nacido, será demasiado tarde para profetizar su nacimiento.

— Tonterías. Explorar las entrañas del futuro es malo para el niño. Esperaré… y entonces profetizaré que nació y que no era lo que yo esperaba.

— ¡Vaya una perspectiva alegre! ¿Qué es lo que buscas?

— Alguien que una vez me gritó.

— ¿Gritó?

— «¡Sígueme!»

— ¡Vaya sandez!

— ¡Vaya! A decir verdad, no estoy realmente convencido de que Él venga, pero se me dijo que esperase, y… — se encogió de hombros — yo espero.

Al cabo de un rato, sus ojos centelleantes se estrecharon hasta formar dos pequeñas ranuras y se inclinó hacia delante con súbita ansiedad.

— Paulo, trae a ese thon Taddeo hasta el pie de la meseta.

El abad retrocedió con burlón horror.

— ¡Salteador de peregrinos! ¡Importunador de novicios! ¡Te enviaré al poetastro…! Que descienda sobre ti y puedas descansar para siempre. ¡Traer al thon a tu cubil! ¡Qué ultraje!

Benjamín se encogió de nuevo de hombros.

— Muy bien. Olvida que te lo he pedido. Pero esperemos que este thon esté de nuestro lado y no con los otros esta vez.

— ¿Los otros, Benjamín?

— Manasés, Ciro, Nabucodonosor, Faraón, César, Hannegan 11… ¿necesito seguir? Samuel nos previno en contra suya, entonces nos dio a uno. Cuando tienen a algunos hombres sabios encadenados cerca de ellos para aconsejarlos, se vuelven más peligrosos que nunca. Es éste el único consejo que te daré.

— Bien, Benjamín, ya he tenido bastante de ti para los próximos cinco años, así es que…

— Insúltame, injúriame, atorméntame…

— Ya es suficiente. Me voy, viejo. Es tarde.

— ¿De veras? ¿Y cómo está preparada la panza eclesiástica para el viaje?

— ¿Mi estómago…? — Dom Paulo hizo una pausa para hacer una exploración y se encontró mejor que en cualquier momento de las últimas semanas —. Hecho un asco, claro — se quejó —. ¿Cómo querrías que estuviese después de haberte escuchado?

— Verdad… El Shaddai es piadoso, pero también justo.

— Buena suerte, viejo. Después que el hermano Kornhoer invente de nuevo la máquina voladora enviaré a algunos novicios a lanzar piedras contra ti.

Se abrazaron afectuosamente. El viejo judío lo acompañó hasta el borde de la meseta. Benjamín se quedó de pie envuelto en un manto de las oraciones, su fina tela contrastaba curiosamente con la burda arpillera de su taparrabo. El abad marchó sendero abajo, de vuelta a la abadía. Aún pudo verle parado allí en el ocaso; su delgada figura se recortaba contra la semipenumbra del cielo, mientras se inclinaba y murmuraba una oración sobre el desierto.

— Memento, Domine, omnium famulorum tuorum — susurró el abad como respuesta, añadiendo -: Y que por fin pueda ganar el ojo del poeta a la herradura. Amén.

17

— Puedo afirmárselo: habrá guerra — dijo el mensajero de Nueva Roma —. Todas las fuerzas laredanas están reunidas en las Llanuras. Oso Loco ha levantado el campo. Hay una batalla de caballería en marcha, al estilo nómada, por todas las Llanuras. Pero el Estado de Chihuahua amenaza a Laredo por el sur. Así que Hannegan se prepara para enviar fuerzas texarkanas a Río Grande… para ayudar a «defender» la frontera. Con la plena aprobación de los laredanos, claro está.

— El rey Goraldi es un loco senil — dijo dom Paulo —. ¿No ha sido prevenido de la traición de Hannegan?

El mensajero sonrió.

— El servicio diplomático del Vaticano respeta siempre los secretos de Estado si llegamos a enterarnos de ello. De no ser así se nos acusaría de espionaje, somos siempre cuidadosos acerca…

— ¿Ha sido prevenido? — preguntó de nuevo el abad.

— Claro. Goraldi le dijo al enviado papal que mentía; acusó a la Iglesia de fomentar la disención entre los aliados del Santo Flagelo, con la intención de favorecer el poder temporal del Papa. El idiota llegó a mencionarle a Hannegan el mensaje del enviado.

Dom Paulo respingó y dio un gemido.

— ¿Qué hizo Hannegan?

El mensajero dudó.

— Supongo que se lo puedo decir: arrestar a monseñor Apollo. Hannegan ordenó que se incautasen de sus archivos diplomáticos. Se habla en Nueva Roma de colocar a todo el reino de Texarkana bajo interdicto. Claro que Hannegan ha incurrido ipso facto en la excomunión, pero esto no parece preocupar demasiado a los texarkanos. Como seguramente sabe, el ochenta por ciento de la población es culterana, y el catolicismo de las clases gobernantes ha sido siempre un disfraz.

— Así que ahora Marcus — murmuró el abad tristemente —. ¿Qué me dice de thon Taddeo?

— No veo claro cómo espera cruzar las Llanuras en este momento sin recibir algunas perdigonadas. Ya está claro por qué no quería venir. Pero no tengo noticias de su viaje, padre abad.

La expresión de dom Paulo era de pena.

— Si nuestra negativa a enviar el material a su universidad lo conduce a la muerte…

— Que eso no le afecte la conciencia, padre abad. Hannegan cuida de los suyos. No sé cómo, pero estoy seguro de que el thon llegará aquí.

— El mundo no puede permitirse el perderlo, según he oído. Bueno… pero dígame, ¿a qué se debe que le hayan enviado para que nos comunique los planes de Hannegan? Estamos en el Imperio de Denver y no veo de qué modo está amenazada esta región.

— Es que sólo le he contado el principio. Por el momento, Hannegan espera poder unir el continente. Después que Laredo quede firmemente sojuzgada, habrá roto el cerco que lo encerraba. Entonces el siguiente movimiento será Denver.

— ¿Pero no lleva esto aparejadas líneas de abastecimiento a través del país nómada? Parece imposible.

— Es extremadamente difícil, y por eso el siguiente movimiento es seguro. Las Llanuras forman una barrera geográfica natural. Si se las despoblase, Hannegan podría considerar su frontera occidental como completamente segura. Pero los nómadas han hecho necesario que todos los estados adyacentes a las Llanuras sitúen fuerzas militares permanentes alrededor del territorio nómada como medida de contención. El único modo de subyugar a las Llanuras es controlando las dos bandas fértiles, al este y al oeste.

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