El 21 de abril de 1982, Paul Hoffman se presentó en la tienda de Solimene diciendo que llevaba encima veinticinco mil dólares y que quería Tagamet. El medicamento se vendía por entonces a treinta y seis dólares las cien tabletas. Hoffman creía que las iba a comprar a nueve dólares. Richard le había dicho de pasada varias veces que podría conseguirle un cargamento, pero que no lo tenía de momento. Estaba tendiéndole el cebo. Phil llamó entonces a Richard y le dijo que Hoffman estaba en la tienda y decía que llevaba encima todo ese dinero.
– Voy ahora mismo -dijo Richard; y salió de su casa y se fue en su coche hasta Paterson.
Richard sabía que un detective de la Policía estatal había estado haciendo preguntas sobre él, que había estado pasando en coche por delante de su casa; pero suponía (erróneamente) que, ahora que Deppner y Smith habían muerto, ya no tenía de qué preocuparse. Percy House seguía en la cárcel, no conseguía salir bajo fianza, pero Phil había asegurado a Richard una docena de veces que Percy era «legal», que tendría la boca callada. Richard hasta había dado dinero a Phil para pagar el abogado a Percy. Según contó hace poco, procuraba portarse con él como es debido. Richard pensaba que aquel detective de la Policía estatal había oído campanas pero sin saber dónde, como dice él, y ahora que Smith y Deppner habían muerto, él no se preocupaba demasiado.
Aquel día, Richard fue a Paterson en su coche sin ninguna preocupación. Iba armado, como siempre; llevaba encima dos pistolas, y un cuchillo de caza atado a la enorme pantorrilla. Como siempre, se aseguró de que no lo seguían, hacía cambios de sentido repentinos, se detenía al borde de la carretera, esperaba un rato y seguía adelante. Era un
Bonito día de primavera con temperatura agradable, veintidós grados.
Richard se reunió con Hoffman en la tienda. Hablaron. Hoffman le aseguró que tenía el dinero, Richard dijo que había llegado el cargamento de Tagamet, que lo tenía en su garaje de North Bergen, donde seguía escondido el cadáver de Louis Masgay en el pozo de agua helada. El garaje era el lugar perfecto para lo que tenía pensado Richard, un asesinato repentino. Richard salió hacia North Bergen en su coche y Hoffman lo siguió.
Habia unas cuantas cajas vacías apiladas contra la pared del fondo del garaje. Richard dijo que el Tagamet estaba en las cajas. Hoffman metió su coche en el garaje, pensando que había conseguido por fin hacerse con aquel medicamento valioso. Era el momento oportuno. Kiehard sacó una 25 automática y disparó a Hoffman un tiro en el cuello sin pensárselo un momento. Volvió a apretar el gatillo, pero la automática se había encasquillado y no disparaba. Hoffman saltó de su coche como un poseso y atacó a Richard como un león. Luchaba a vida o muerte. Hoffman no era un hombre grande ni especialmente fuerte, pero la carga de adrenalina le daba una fuerza casi sobrehumana, y peleo con Richard con tal furia que estuvo a punto de imponerse, aun a pesar del tiro que tenía en el cuello y que le hacía sangrar profusamente. Richard consiguió por fin apoderarse de un desmontable de rueda con el que pegó a Hoffman en la cabeza, sometiéndolo por fin, destruyéndolo, matándolo allí mismo, en el garaje.
Richard estaba cubierto de la sangre de Hoffman. Tenía sangre por todas partes, hasta dentro de los zapatos. Richard llevaba, como siempre, ropa de repuesto en el maletero de su coche. Después de haberse lavado y cambiado, metió los restos de Paul Hoffman en uno de los bidones negros metálicos de doscientos litros, lo selló bien y lo metió en su furgoneta. Acto seguido, fue a la tienda de Solimene y se ofreció a repartir el dinero con él, pero cuando Solimene se enteró de lo sucedido le dijo que se quedara con todo. Richard se quedó con los veinticinco mil dólares.
Richard quería deshacerse del cadáver de Hoffman, y para ello fue en su furgoneta hasta el restaurante Harry, en la Ruta 46, en Hackensack. Se tomó un emparedado de rosbif y una pepsi light y decidió dejar el bidón donde estaba Hoffman a espaldas del restaurante Harry. Lo dejó allí como quien tira un neumático usado que ya no sirve para nada. El bidón siguió allí muchísimo tiempo; Richard llegó a almorzar varias veces allí, se comió un buen emparedado de los de Harry, apoyándose en el bidón mismo. Un día, desapareció sin más, sin que nadie dijera nada de haber encontrado un cadáver. Todo aquello divertía a Richard. Hasta la fecha, no tiene la menor idea de dónde fue a parar el bidón que contenía los restos de Paul Hoffman.
Desmontando a Roy DeMeo
Roy DeMeo se había metido en líos bien grandes. Su actitud de ególatra que se creía intocable había terminado por llevarlo a mal fin, y ahora estaba hundido hasta el cuello.
En primer lugar, volvían a asediarlo las consecuencias del asesinato sin sentido de Vinnie Governara. Dominick Montiglio, sobrino de Nino Gaggi, se había metido en líos por asuntos de drogas y había acabado por llegar a un acuerdo con los federales, de manera que podría salir del paso a cambio de entregar a su tío Nino y a Roy DeMeo; y eso fue lo que hizo. Además, a DeMeo lo habían detenido por compraventa de coches robados, y fue responsable de que detuvieran a Nino Gaggi por haber matado a Jimmy Esposito y a su hijo Jimmy. Había habido mala sangre entre DeMeo y Jimmy hijo a raíz de una operación de tráfico de cocaína en la que Jimmy hijo creía que le habían estafado varios centenares de miles de dólares. Esposito padre, siciliano de la antigua escuela al que había «hecho» el propio Carlo Gambino, se quejó a Paul Castellano de que Nino y Roy estaban vendiendo cocaína. En otros tiempos, bajo el reinado de Carlo, esto podría haber equivalido a una sentencia de muerte para Nino y para Roy, y, en efecto, Esposito buscaba la muerte de los dos. Pero habían cambiado los tiempos. El propio Castellano había estado recibiendo mucho dinero ganado «de manera extraoficial», y acabó por dar a Nino luz verde para acabar con Jimmy padre y Jimmy hijo.
Pero aquello no era tarea fácil. Esposito padre era un siciliano astuto. No se fiaba de Gaggi, ni mucho menos de DeMeo. Por fin, Nino consiguió atraer a Jimmy padre a «una sentada amistosa» en casa de Roy. Por el camino, en un área de descanso al borde de la carretera Belt Parkway, Nino y DeMeo mataron a tiros a los dos Esposito, padre e hijo. Este fue un crimen estúpido y mal preparado, pues lo presenciaron varios automovilistas que circulaban por la Belt Parkway, que avisaron a la Policía, y Nino Gaggi quedó detenido tras una breve persecución. DeMeo había conseguido escapar, pero en esencia el plan había sido suyo, y ahora se encontraba hundido en la mierda: había sido causante indirecto de que a su jefe, un capitán de la Mafia, lo detuvieran y lo acusaran de un doble homicidio. Era una posible sentencia de muerte.
Roy creía que tenía los días contados. Los efectos de la tensión saltaban a la vista. Parecía que había perdido el control de sí mismo. Tenía el aspecto de un hombre hundido, desaliñado, alcoholizado, a punto de hundirse; de un hombre que muy bien podía acudir a la Policía para intentar llegar a un acuerdo para salvarse a sí mismo, a su familia, para conservar su dinero, para conseguir una nueva identidad. El mundo del hampa sabía que DeMeo tenía un primo, Paul DeMeo, que era un catedrático de Derecho célebre y respetado, y empezaron a correr rumores de que DeMeo no era de fiar, de que su primo le estaba aconsejando que llegara a un acuerdo con el Gobierno. Así, DeMeo tuvo los días contados. Los hombres de todas las familias del crimen organizado empezaron a reunirse a hablar del peligro que representaba DeMeo, de todo lo que sabía; hablaban de quitar a DeMeo de la circulación.
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