Después de abrir los regalos, Richard se llevó a toda la familia a desayunar al Seville Diner, en Westwood. Allí estaba también Richie Peterson, el novio de Merrick. Barbara le había regalado por Navidad un jersey azul de cachemira, y Richie lo llevaba puesto con orgullo. Merrick pasaba del metro ochenta, y Richie y ella hacían muy buena pareja en todas partes, aunque imponían por su altura.
Más tarde se sentaron a hacer la comida de Navidad, un banquete de seis platos con entrantes, cóctel de gambas, ensalada, rosbif con jamón, patatas al romero, alcachofas rellenas y champiñones, seguido de pasteles, fruta, café y frutos secos, según la costumbre italiana. Después, jugaron al bingo casero.
En aquellas navidades la vida era hermosa para los Kuklinski, llena de regalos bonitos, de sentimientos de afecto, de mucho amor.
Aquel día de Navidad, al caer la noche, Pat Kane mojaba una rosquilla de canela algo dura en una taza de plástico con café tibio. Estaba en su coche, vigilando el apartamento de Danny Deppner, esperando que apareciera.
Pat echaba mucho de menos a su mujer y a sus hijos: eran las primeras navidades que pasaba sin ellos; pero era un hombre dedicado a su misión. Estaba seguro de que allí había algo grande, aunque todavía no estaba seguro de qué demonios se trataba. El viento helado de finales de diciembre soplaba con fuerza. Las ramas desnudas, artríticas, de los árboles se agitaban con violencia. Deppner no apareció en toda la noche. Kane pasó los días siguientes buscándolo en todos los lugares que había frecuentado, pero sin encontrar rastro de él.
El 3 de enero, a las 9 de la mañana, Pat Kane estaba en su despacho repasando un atestado sobre un robo en una casa cuando sonó el teléfono. Kane había comunicado a todas las jurisdicciones policiales de los alrededores que estaba buscando a Smith y a Deppner. Le llamaba un policía de la localidad próxima de Franklin.
– Pat -le dijo-, tengo aquí conmigo a la esposa de Danny Deppner, y está fuera de sí, histérica por así decirlo.
– ¿Por qué?
– Pat, creo que se trata de un homicidio. ¿Puedes venir por aquí?
– Un homicidio… claro, voy para allá -dijo Kane. Tomó su coche y fue a toda prisa a Franklin, la localidad vecina. Entró en el edificio, semejante a un cuartel, sin esperarse la tormenta que se le venía encima.
Barbara Deppner era una mujer pequeña, frágil, de pelo color rubio sucio. Puede que hubiera sido atractiva alguna vez, pero ahora parecía agotada, consumida, ajada, como si llevara mucho tiempo sin dormir y más tiempo todavía sin comer bien. Parecía que se le habían manifestado en el rostro todas las crueldades de la vida. Tenía los labios estrechos rodeados de arrugas, ojeras bajo los ojos enrojecidos, los dientes en mal estado; parecía sucia. Había tenido ocho hijos con diversos hombres, uno de los cuales era Danny Deppner. Pat no tardó en enterarse de que era amante de Percy House, que seguía en la cárcel y seguía negándose a hablar. De hecho, Barbara esperaba un hijo de House.
Kane, según su costumbre, se presentó educadamente y se sentó, y Barbara Deppner empezó a desvelar una de las historias criminales más horribles y sensacionales que habían oído nunca Pat Kane ni nadie de ningún cuerpo policial. Aquello no era más que el principio, el primer acto de una tragedia digna de Shakespeare que abarcaría cuarenta y siete años, desde el asesinato de Florian Kuklinski y el asesinato de Charley Lañe.
– He tenido noticias de Danny -dijo Barbara Deppner-. Está escondido de la Policía. Cuando detuvieron a Percy, se largaron. No tenían más remedio. Le tienen un miedo mortal a él. ¡Es el demonio!
– ¿Quién? -preguntó Kane con curiosidad, frunciendo la ancha frente.
– Richard Kuklinski. Es un asesino. Quiero decir, que a eso es a lo que se dedica. ¡A asesinara la gente! -dijo ella.
– ¿Es un hombre grande? ¿Lo llaman Richard, el Grandullón? -preguntó Kane.
– Sí; ese es. Al principio, Kuklinski les ayudó; quiero decir que los escondió. No quería que la Policía, ya sabe, que ustedes los encontraran. Los metió en un hotel y les dijo que se quedaran en el sitio. ¡Pero Gary lo desobedeció! Gary fue a ver a su hija pequeña, fue haciendo dedo. Kuklinski se enteró y lo mató; asesinó a Gary por haber ido a ver a su niña.
– Lo mató… no entiendo, ¿por qué?
– Por haber desobedecido a Kuklinski. Se lo estoy diciendo, es un verdadero asesino, es el demonio -dijo ella. Kane advirtió que le temlaban las manos al hablar. No sabía si aquella mujer le estaba diciendo la verdad o no, pero estaba claro que creía que lo que decía era la verdad. Saltaba a la vista que estaba «tiesa de miedo», como explicaría Kane más tarde.
Era aquel miedo lo que había impulsado a Barbara a huir de su casa para alojarse con su hermana, por lo que la Policía había acabado por fijarse en ella. Cuando la hermana de Barbara se había enterado de la causa de su miedo, le había exigido que se marchara, temiendo que también la mataran a ella. Discutieron. Un vecino había avisado a la Policía. Barbara había contado el caso a los policías, y estos la habían llevado a la comisaría para tomarle declaración.
– Así pues, Kuklinski se enteró -siguió contando Barbara-. Aquella noche fue a la habitación. Llevaba tres hamburguesas; dos con pepinillos y una sin ellos. Gary se comió esta última. Al cabo de unos minutos se atragantó, se puso azul y cayó al suelo.
– ¿Esto se lo contó a usted Danny? -preguntó Kane, incrédulo.
– Sí. Kuklinski había envenenado la hamburguesa, ¿entiende? Es lo que le digo. Es un asesino. Un asesino profesional… ¿me entiende?
– Sí-dijo Kane, aunque le estaba costando trabajo asimilar todo aquello. ¿Por qué iba a cometer alguien un asesinato por una serie de robos en casas? ¿A qué venía todo aquello? ¿Cómo podía ser?
– Pero Gary no había muerto, y Kuklinski obligó a Danny a que estrangulara a Gary hasta matarlo con un cable, con un cable de una lámpara de la habitación. El me lo contó, Danny me lo contó.
– ¿En qué hotel?
– El motel York, a la entrada del túnel Lincoln. Habitación 31 -dijo ella con seguridad-. Así que, Danny lo hizo, hizo lo que le decía Kuklinski; estranguló a Gary con el cable.
– ¿De verdad? -dijo Kane, empezando a creerla, percibiendo que aquella mujer decía la verdad, pero desconfiando todavía.
– Sí, de verdad -dijo ella.
Aquello era difícil de tragar. Kane se preguntó por qué aquel tal Kuklinski iba a matar a Gary Smith, por qué se iba a arriesgar a que lo condenaran por asesinato, por un simple asunto de robos en casas. Aquello no tenía sentido. Por otra parte, le bastaba con ver a Barbara, con ver sus manos temblorosas, su cara de preocupación, para saber que estaba diciendo la verdad.
– ¿Dónde… dónde está ahora Gary Smith? -le preguntó.
– Lo dejaron allí, en la habitación 31, debajo de la cama, nada menos. Allí lo encontró la Policía. Compruébelo usted, si no me cree -dijo ella-. Vamos, compruébelo.
Kane le tomó la palabra inmediatamente. Agarró el teléfono y llamó a la Policía de North Bergen.
Cuando detuvieron a Percy House y se emitieron órdenes de detención contra Danny y Gary, Richard comprendió que debía tomar medidas rápidas y decisivas. Ya se arrepentía de haber tenido tratos con Percy House y con aquella cuadrilla abigarrada, pero House era cuñado de Phil Solimene, Phil lo había avalado de todas las maneras posibles, y Richard había ido relacionándose más y más con ellos poco a poco, a lo largo de varios años… y, ahora, todo se le venía encima.
Al principio, Richard había intentado ayudar a Gary y a Danny, ocultarlos de la Policía. Era cierto que los había metido en el Hotel York, que les había dado dinero para que se quedaran allí, que les había advertido con firmes amenazas que no salieran de allí. Pero Gary había salido para ver a su hija de cinco años. Richard sabía que la Policía lo podía haber detectado y detenido; de manera que Gary tenía que desaparecer. Por lo que a Richard respectaba, Gary se había matado a sí mismo al desobedecerle. Richard fue a una casa de comidas próxima al hotel, compró tres hamburguesas, echó cianuro en la de Gary, fue al hotel, muy amable y amistoso, repartió las hamburguesas y se sentó a comer con Danny y con Gary como si fuera un buen amigo, cuando en realidad era la parca. Richard se había convertido en un gran actor. Si se ponía a ello, engañaba al más pintado. Gary sufrió casi inmediatamente los efectos del veneno; cayó al suelo con espasmos, se puso azul, pero no murió, y Richard obligó a Danny a que lo estrangulara para que Danny fuera partícipe del asesinato, cómplice activo, y así no pudiera decir nada de aquello.
Читать дальше