Después, cuando aquello estuvo hecho, Richard cometió otro error como el que había cometido con George Malliband: no se deshizo del cadáver de Gary de forma definitiva. Cometió la tontería de obligar a Danny a esconderlo bajo el somier de la cama. Aunque limpió cuidadosamente todas las huellas dactilares de la habitación, dejaron allí a Gary, muerto, morado como una violeta mustia. Hace poco, a la pregunta de por qué no se deshizo del cadáver de Gary, respondió: En el motel había un tipo de seguridad y había gente por allí. Pero podría haberlo metido en un baúl y haberlo sacado de la habitación, en vez de dejarlo allí, sin más, para que lo encontraran.
La habitación había estado ocupada por otros huéspedes en doce ocasiones; varias parejas habrían hecho el amor con alegría en la cama con Gary debajo, pudriéndose, hasta que al fin, por el hedor que salía de la cama se descubrió el cadáver y se avisó a la Policía. Por otra parte, si no lo hubieran escondido bajo la cama, la muerte podría haberse achacado a un ataque al corazón.
Mientras tanto, Richard metió a Danny en el apartamento de Richie Peterson, mientras Kuklinski alojaba a Richie en la habitación de huéspedes de su propia casa. Al principio no quería matar a Danny, pero no tardó en cambiar de opinión.
El detective Pat Kane descubrió enseguida que, en efecto, se había encontrado un cadáver en la habitación 31 de aquel hotel. Aquello no demostraba que lo que decía Barbara fuera verdad, pero desde luego que apuntaba en ese sentido. Pidió a los policías de North Bergen que volvieran a la habitación y comprobaran si faltaba el cable de una lámpara. Llamaron a Kane al cabo de media hora. Faltaba el cable de la lámpara.
Seguro ya de que Barbara Deppner había contado la verdad, de que conocía lo que había detrás de los hechos, Kane se encontraba ante un homicidio diabólico… y la posibilidad de otro. Si aquel tal Richard Kuklinski había matado a Gary solo porque este había ido a ver a su hija, no cabía duda de que mataría a Danny Deppner y a quien hiciera falta. Lo primero que hizo Kane fue encontrar un lugar seguro para Barbara y sus ocho hijos. Después, centró sus energías en localizar a Danny Deppner, en llegar al fondo de lo sucedido y en encontrar a aquel Richard Kuklinski. Kane no podía quitarse de la cabeza la manera en que Barbara repetía que Kuklinski era el demonio, lo aterrorizada que estaba. Según contaría más tarde, aquello era «desconcertante».
Kane dedicó entonces su atención a encontrar a Richard Kuklinski. No tardó mucho. Se enteró enseguida de que Kuklinski, de hecho, vivía cerca de él, en el segundo pueblo, y de que estaba casado y tenía tres hijos. También se enteró de que era distribuidor de películas de cine. Kane llamó a la Policía de Dumont, habló con un detective y se enteró de que Kuklinski, al parecer, tenía muy mal genio. En dos ocasiones había roto las ventanillas de los coches de otros conductores que le habían molestado de alguna manera. Una vez había roto de un puñetazo el parabrisas de un coche lleno de adolescentes, y en un segundo incidente, una mujer le había reñido en un semáforo, y él se había bajado de su coche y había roto de un puñetazo la ventanilla del pasajero. Kane sabía que romper de un puñetazo la ventanilla o el parabrisas de un coche no era tarea fácil, pero aquel tipo, Kuklinski, lo había hecho en dos ocasiones. Se enteró de que medía un metro noventa y seis, pesaba ciento treinta kilos, y estaba dotado, evidentemente, de una gran fuerza física.
Lleno ya de curiosidad, dispuesto a emprender la caza, Kane fue en su coche a Dumont. Pasó despacio ante la casa de los Kuklinski. En el camino particular había dos coches. Anotó las matrículas, y se dirigió al cuartelillo de la Policía de Dumont. Allí se reunió con un detective conocido suyo, que le dijo que el año anterior habían detenido a Kuklinski por un asunto de un cheque sin fondos, pero que la cosa no había pasado de allí porque Kuklinski había abonado el cheque.
– Pero le sacamos la foto.
– La foto -dijo Kane, contento.
– Eso es -dijo el detective. Buscó en su escritorio y entregó a Kane la foto. Este vio a un hombre que se estaba quedando calvo, de ojos severos, que llevaba una perilla bien recortada. El detective de Dumont hizo una copia de la foto para Kane, y este se volvió a su despacho, sacó una carpeta archivadora amarilla, escribió en él el nombre Richard Kuklinski y lo puso en su cajón superior derecho. Así comenzó una investigación exhaustiva que duraría cuatro años y medio, que pondría en tensión el matrimonio de Kane, que merecería a este las burlas de sus colegas; una investigación que acabaría por descubrir a uno de los asesinos más prolíficos de los tiempos modernos; una ininvestigación que pondría a Pat Kane en el punto de mira del rifle Ruger del 22 de Richard Kuklinski.
Kane sabía que debía encontrar a continuación a Danny Deppner; y esto resultaba difícil. Pero Kane seguía profundizando, y no tardó en enterarse de que Richard Kuklinski era un gran distribuidor de películas pornográficas y tenía posibles vínculos con el crimen organizado. Añadió aquellos datos al expediente Kuklinski que tenía en su escritorio.
Para Richard, matar a Gary Smith no había sido más que matar a una mosca molesta. Richard sabía que Gary podía implicarlo a él en los robos en las casas, y que probablemente lo haría, y había pensado que más valía prevenir que curar. Richard había resuelto aquel posible problema por su sistema de costumbre, el asesinato, y había matado a Gary. Ahora tenía que encargarse de Danny Deppner. Al principio había intentado ayudar a Danny, ocultarlo de la Policía, pero Richard no había tardado en enterarse de que Danny había contado a su ex esposa (Barbara) todo lo relacionado con el asesinato de Gíiry; y para Richard aquello era motivo suficiente para matar a Danny, cosa que hizo dos semanas después de haber matado a Gary Smith.
Danny estaba escondido en el apartamento de Richie Peterson, donde Richard le llevaba las comidas. Cuando Richard tomó la decisión de matar a Deppner lo hizo con cianuro. Deppner se comió tranquilamente un emparedado de rosbif que le había llevado Richard, y pronto estuvo al borde de la muerte. Richard lo remató de un tiro en la cabeza con una 22 con silenciador. El problema era que Richard tenía una lesión en la espalda y no podía llevar a cuestas el cadáver de Deppner para deshacerse de él. Por ello, según dice, pidió a Richie Peterson, el novio de su hija, que le ayudara a deshacerse del cadáver, y Peterson le hizo el favor. Richard dijo a Peterson que Deppner había muerto de una sobredosis de drogas, y él lo creyó. Peterson tenía por oficio clavar postes de cercas y tenía una fuerza notable. Cuando Richard hubo envuelto el cadáver, grande, de noventa y tres kilos, en bolsas negras de las que se usan para las hojas secas, Peterson lo llevó al coche de Richard. Fueron a la carretera de Clinton, en West Milford y echaron el cadáver, ya rígido, en un lugar apartado, cerca de un embalse, quedó allí para servir de banquete a los seres de todo tipo que se alimentan de cuerpos muertos.
Paul Hoffman, el farmacéutico malhechor que llevaba varios años vendiendo a Richard los venenos mortales, quería comprar Tagamet robado. El Tagamet es un medicamento muy usado contra el dolor que provocan las úlceras. Era fácil de vender, y Hoffman insistía mucho a Richard y a Phil Solimene para que le localizaran un cargamento robado.
– Tengo dinero al contado -repetía a Phil; y este, naturalmente, se lo hizo saber a Richard. Al decir a tipos como Richard Kuklinski y a Phil Solimene que tenía mucho dinero y que estaba deseoso de gastarlo, Paul Hoffman estaba escribiendo su propia sentencia de muerte. Richard no había apreciado nunca a Hoffman. Le parecía una rata avariciosa capaz de vender a su propia madre para ganarse un dólar. Bien podía haberlo matado hacía mucho tiempo, si no fuera porque le proporcionaba ganancias.
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