Philip Carlo - El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia

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Durante más de cuarenta años, Richard Kuklinski, «el Hombre de Hielo», vivió una doble vida que superó con creces lo que se puede ver en Los Soprano. Aunque se había convertido en uno de los asesinos profesionales más temibles de la historia de los Estados Unidos, no dejaba de invitar a sus vecinos a alegres barbacoas en un barrio residencial de Nueva Jersey. Richard Kuklinski participó, bajo las órdenes de Sammy Gravano, «el Toro», en la ejecución de Paul Castellano en el restaurante Sparks. John Gotti lo contrató para que matara a un vecino suyo que había atropellado a su hijo accidentalmente. También desempeñó un papel activo en la muerte de Jimmy Hoffa. Kuklinski cobraba un suplemento cuando le encargaban que hiciera sufrir a sus víctimas. Realizaba este sádico trabajo con dedicación y con fría eficiencia, sin dejar descontentos a sus clientes jamás. Según sus propios cálculos, mató a más de doscientas personas, y se enorgullecía de su astucia y de la variedad y contundencia de las técnicas que empleaba. Además, Kuklinski viajó para matar por los Estados Unidos y en otras partes del mundo, como Europa y América del Sur. Mientras tanto, se casó y tuvo tres hijos, a los que envió a una escuela católica. Su hija padecía una enfermedad por la que tenía que estar ingresada con frecuencia en hospitales infantiles, donde el padre se ganó una buena reputación por su dedicación como padre y por el cariño y las atenciones que prestaba a los demás niños… Su familia no sospechó nada jamás. Desde prisión, Kuklinski accedió conceder una serie de entrevistas.

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21

Paso al Llanero Solitario

Era a finales de 1969 y un joven que acabaría por desempeñar un papel crucial en la vida de Richard estaba concluyendo los cuatro años por los que se había alistado en las Fuerzas Aéreas. Se llamaba Patrick Kane.

Kane era un joven de veintidós años, alto y apuesto, de cuerpo esbelto, fuerte y musculoso y con una espesa cabellera negra que se peinaba hacia un lado. Tenía los ojos castaños, grandes y en forma de nuez, llenos de ilusión y de optimismo, en un rostro simétrico y ovalado. Kane se había criado en Demarest, Nueva Jersey, un pueblo pequeño donde todos se conocían. Pat era el menor de tres hermanos varones, un joven alegre, aunque pensativo, y todavía no estaba muy seguro de lo que quería hacer con su vida. Estaba pensando trabajar una granja de 100 hectáreas que tenía un amigo suyo en Pensilvania. Lo que lo atraía de esta idea era que en la granja pasaría todo el día al aire libre. Pat Kane siempre había deseado estar al aire libre, desde que era niño.

Pat Kane era un gran atleta que brillaba en todos los deportes que practicaba: lucha Ubre, béisbol, fútbol americano y baloncesto. Era muy rápido y fuerte y tenía excelentes reflejos y coordinación por naturaleza. Pero su deporte favorito era la pesca. Le encantaba pescar en lagos y en ríos tranquilos y apartados, comiendo lo que pescaba. No le gustaba la caza porque le parecía que era eminentemente injusto disparar a un animal inocente y desarmado que no podía defenderse disparando a su vez.

Kane había estado destinado en Sacramento (California) y en Islandia. Estando destinado en California conoció a su novia, Terry McLeod.

Se conocieron en una cita a ciegas, y fue amor a primera vista. Pal acababa de despedirse de ella y ya la echaba mucho de menos.

El día que Pat volvía a su casa fue a recogerlo al aeropuerto de Newark su hermano Eddie, de la Policía estatal de Nueva Jersey. Ed llevaba su uniforme impecable, gris y negro, de la Policía estatal, e iba al volante de un coche patrulla reluciente del mismo cuerpo. Los dos hermanos se dieron un abrazo largo y fuerte. Todos los miembros de la familia Kane estaban muy unidos. En el camino de vuelta a casa de sus padres, Eddie le dijo:

– Pat, el examen es el martes que viene.

– ¿Que examen? -dijo Pat.

– Para ingresar en la Policía estatal.

– Eddie, todavía no estoy seguro de lo que quiero hacer.

– Pat, es un gran trabajo. El sueldo es bueno, además de los beneficios sociales, y tienes ocasión de mejorar las cosas, de hacer de este mundo en que vivimos un lugar mejor. Estoy seguro de que serías un buen policía, Pat.

– Me lo pensaré.

– El examen es el martes que viene -repitió Eddie-. Pat, somos la primera y la única defensa contra los malos. Si no fuera por nosotros, la sociedad se vendría abajo.

Pat sabía que a su hermano no le faltaba razón; pero él no sabía si estaba dispuesto a hacer la vida reglamentada de un policía estatal. Sabía que la Policía estatal de Nueva Jersey funcionaba como un cuerpo militar: había que seguir directrices, reglas y reglamentos estrictos, cosa que Pat llevaba haciendo cuatro años. Ahora quería algo de espacio, respirar un poco, en vez de quitarse un uniforme para ponerse otro.

Cuando Eddie y Pat llegaron a la casa de los Kane, sus padres, Patrick y Helen, salieron a recibirlos a la puerta principal, y ambos abrazaron y besaron a Pat y le dieron la bienvenida a su casa. Era su hijo menor y habían estado preocupados por él. Antes de ingresar en la Fuerza Aérea, nunca había vivido fuera de su casa. Ahora estaba de vuelta, sano y salvo, y ellos se alegraban mucho.

– Bienvenido a casa, hijo. Bienvenido a casa -dijo Patrick Kane, abrazando con fuerza a su benjamín. Pat estaba tan contento de haber vuelto a su casa que se le saltaron las lágrimas.

– Entra en casa, hijo; te he preparado una comida estupenda -dijo Helen Kane.

Pat tardó un año entero en decidir lo que quería hacer con su vida. Pasó ese tiempo haciendo trabajos no cualificados. Iba mucho a pescar, hablaba con su novia por teléfono varias veces por semana, iba a visitarla cuando tenía medios. Pat tenía poco dinero; sus padres no eran gente rica y vivían bastante justos.

Fueron varios los factores que animaron por fin a Pat a ingresar en la Policía estatal. Por encima de todo, su hermano Ed. Pat veía a Ed casi todos los días con su bonito uniforme de la Policía estatal, pistola al cinto. En segundo lugar, Pat se dio cuenta de la gran importancia que tenían los agentes de la ley. Tal como había dicho Eddie, eran la primera y la única defensa que tenía la sociedad contra los violadores, los asesinos, los ladrones y los forajidos que tanto abundaban en la sociedad. Pat oía hablar todos los días de las atrocidades terribles que cometían unas personas con otras. No se podía leer un periódico ni ver un telediario sin enterarse de un nuevo crimen odioso. El tercer motivo por el que Pat se animó a ingresar en la Policía estatal fue el desafío que representaba. Las pruebas físicas y los requisitos eran durísimos. Había que estar en plena forma para superarlos. Por término medio solo superaban las pruebas físicas cincuenta aspirantes de los quinientos que se presentaban. En último lugar, la Policía estatal lo atrajo porque era un trabajo que se realizaba casi siempre al aire libre.

Pat Kane presentó la solicitud para ingresar en la Policía estatal en la primavera de 1971. Aprobó con facilidad las pruebas escritas y las físicas, y a finales del invierno siguiente se convirtió en agente de la Policía estatal del Estado de Nueva Jersey. Sus padres y sus hermanos asistieron a la ceremonia de graduación. Pat Kane estaba muy elegante y apuesto con su uniforme nuevecito, y, según explicó hace poco, tenía una gran ilusión por cambiar las cosas, por intentar hacer que este mundo cambiante en el que vivimos fuera un lugar mejor, manteniendo a los lobos a raya.

Una de las primeras cosas que hizo Pat tras licenciarse en la academia de la Policía estatal fue pedir a Terry que se casara con él. Ella le dijo que sí, y al poco tiempo se fue a vivir a Demarest, en Nueva Jersey, despidiéndose de su familia y de todos sus amigos, y se casó con Pat.

A Pat Kane le parecía que ya tenía todo lo que podía soñar un hombre: un buen trabajo, satisfactorio, bien remunerado, que le planteaba desafíos y le permitía estar al aire libre, y una esposa hermosa y fiel que lo tenía en un pedestal.

Terry lo dejó todo, su familia, su hogar, sus amigos, el entorno que le era familiar, para estar conmigo -explicó Pat hace poco. Para ser mi esposa. Por lo que a mí respectaba, yo era el hombre más feliz, del mundo.

Así quedó la suerte echada y se preparó el terreno para una de las investigaciones criminales más importantes e impresionantes de los anales del crimen en la era moderna en los Estados Unidos, e incluso en el mundo entero.

Tercera Parte

MUY MALAS COMPAÑÍAS

22

Saliendo adelante

Richard Kuklinski seguía trabajando muchas horas extraordinarias en otro laboratorio. Había un gran mercado para la pornografía, un mercado creciente, y Richard se encargaba de atenderlo.

Pero con todas las horas extraordinarias que hacía, otros compañeros del laboratorio acabaron quejándose al sindicato de laboratorios cinematográficos, y un delegado sindical acudió al laboratorio para hablar con Richard. El delegado era un irlandés de anchos hombros, muy pagado de sí mismo; era de esos hombres que no saben ejercer la autoridad: un matón. Detuvo a Richard cuando este salía del trabajo. El laboratorio donde trabajaba por entonces estaba en la calle Cincuenta y Cuatro Oeste. Fueron a hablar al parque DeWitt Clinton, en la Avenida Doce. Ya había oscurecido

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