Joseph Conrad - El Duelo

Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - El Duelo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Duelo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Duelo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Llevada hace unos años al cine, Los duelistas es una de las obras capitales de Conrad, la historia de una interminable contienda entre dos oficiales de la Grande Armée, enzarzados en una insensata guerra privada, en los intervalos y escenarios de las guerras napoleónicas. El relato, que llega a adquirir caracteres legendarios, convierte sutilmente a ambos duelistas en `dos artistas dementes, empeñados en dorar el oro o teñir una azucena`. La lucha contra el otro, para acabar con el otro, será así, sin paradojas, el verdadero fin de toda existencia.

El Duelo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Duelo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Cómo el general Feraud escapó a las garras de la Comisión Especial y a los Últimos servicios de un pelotón -de fusilamiento, ni él mismo lo supo jamás. Se debió esto en parte al papel subalterno que se le asignó durante los Cien Días. El Emperador no le concedió nunca el mando:activo, sino que lo mantuvo ocupado en la guarnición de caballería en París, preparando y enviando rápida, mente expertos soldados a los campos de batalla. Considerando esta tarea indigna de sus méritos, se había desempeñado sin un celo especial, pero fue la intervención del propio general D'Hubert la que lo salvó definitivamente de los excesos de la reacción monárquica.

Gozando aún de su permiso de convalecencia, pero ya en estado de viajar, éste había, sido enviado por su hermana para que se presentara a su legítimo soberano. Como nadie en la capital podía conocer los detalles de la escena en la caballeriza, fue recibido allí con honores. Militar hasta lo más hondo de su alma, la posibilidad de continuar en su carrera lo compensaba de ser el objeto de la malevolencia bonapartista, que lo perseguía con una tenacidad que le parecía inexplicable. Todo el rencor de aquel partido perseguido y amargado lo señalaba a él cómo el hombre que "jamás" amó al Emperador, una especie de monstruo esencialmente más perverso que un simple traidor.

El general D'Hubert se encogía de hombros, indiferente a este feroz prejuicio. Desairado por sus:antiguos amigos y profundamente desconfiado de las atenciones de la sociedad monarquista, el joven y apuesto general (apenas contaba cuarenta años) adoptó una actitud de fría y puntillosa cortesía que,,a,. la menor insinuación de una solapada ofensa, s1 trocaba en impenetrable altivez. En esta forma precavido, el general D'Hubert atendía a sus asuntos en París, sintiéndose íntimamente dichoso con aquella peculiar y alentadora sensación de felicidad, que es privilegio del hombre enamorado. La niña encantadora buscada por su hermana se había presentado en escena conquistándolo completamente, en aquella forma única que una muchacha muy joven se apodera de un hombre de cuarenta años por el solo hecho de existir en su presencia. Se casarían apenas el general D'Hubert obtuviera su nombramiento oficial para el mando prometido.

Una tarde, sentado en la terrasse del Café Tortoni, el general D'Hubert se impuso, por la conversación -de dos desconocidos instalados en una mesa vecina, -de que el general Feraud, incluido en el número de oficiales detenidos después del segundo regreso del rey, estaba en peligro de pasar ante la Comisión Especial. Ocupados todos sus momentos de ocio -como a menudo ocurre a los enamorados- en vivir anticipado a la realidad en un estado de maravillosa alucinación, fue preciso que el nombre de su perpetuo antagonista fuera pronunciado en voz alta para arrancar al más joven de los generales de Napoleón de la contemplación mental de su prometida. Miró a su alrededor. Los desconocidos llevaban trajes de civiles. Delgados y curtidos por la intemperie, reclinados en sus sillas, miraban a la multitud con ceñudo y desafiante menosprecio por debajo del ala de sus sombreros muy hundidos sobre los ojos. Era fácil reconocerlos como dos de los oficiales de la Vieja Guardia a los cuales se había impuesto el retiro. Por bravata o negligencia hablaban con voz muy alta, y el general D'Hubert, que no veía motivo para cambiar de asiento, oyó todo lo que decían. Al parecer no eran amigos personales del general Feraud. Su nombre iba incluido entre otros. Al oírlo varias veces repetido, las tiernas ensoñaciones del general D'Hubert sobre un futuro doméstico, adornado por la gracia exquisita de una mujer, se vieron interrumpidas bruscamente por la aguda nostalgia de su pasado guerrero, de aquel prolongado y embriagador choque de las armas, único en la magnitud de su gloria y su desastre, obra maravillosa y posesión exclusiva de su generación. Lo invadió una insensata ternura hacia su antiguo adversario y consideró con emoción la locura criminal que su encuentro introdujo en su vida. Era como un sabor particularmente picante agregado a un guiso bien sazonado. Recordó su gusto con súbita melancolía. Jamás volvería a sentirlo. Todo aquello había terminado. "Me imagino que el dejarlo allí tirado en el jardín lo exasperó desde el principio", pensó con indulgencia.

Los dos desconocidos guardaron silencio después de haber pronunciado por tercera vez el nombre del general Feraud. De pronto, el que parecía de más edad, tomó nuevamente la palabra y afirmó, en tono amargo, que la suerte de Feraud estaba echada. ¿Y por qué? Simplemente porque no era como otros individuos infatuados, que sólo se amaban a sí mismos. Los monárquicos sabían que nunca obtendrían nada de él. Amaba demasiado al Otro.

El Otro era el hombre de Santa Elena. Los dos oficiales asintieron y chocaron sus copas antes de beber por un imposible retorno. Entonces, el mismo que había hablado antes observó con una irónica carcajada:

– Su adversario ha demostrado más habilidad.

– ¿Qué adversario? -preguntó el más joven, con cierta sorpresa.

– ¿No lo sabe, acaso? Eran dos húsares. Después de cada ascenso se batían. ¿No ha oído entonces hablar del duelo que dura desde 1801?

Por supuesto, había oído hablar del duelo. Ahora comprendía la alusión. El barón general Hubert podría ahora disfrutar en paz del favor de su obeso rey.

– Que le haga buen provecho -farfulló el más viejo-. Ambos eran unos valientes. Nunca conocí a este D'Hubert; era una especie de presumido intrigante, según me han dicho. Pero no me cabe duda de que he oído decir de él, a Feraud, que nunca amó al Emperador.

Se levantaron y partieron.

El general D'Hubert sintió el espanto de un sonámbulo que despierta de un agradable sueño de actividad para encontrarse caminando por un tremedal. Lo sobrecogió un profundo horror por el terreno sobre el cual avanzaba. Hasta la imagen de la encantadora joven fue arrastrada por la ola de la angustia moral. Cuanto había sido o aspirado a ser le parecía una amarga ignominia si no lograba salvar al general Feraud de la suerte que amenazaba a tantos valientes. Bajo el impulso de esta, casi morbosa necesidad de procurar la salvación de su adversario, el general D'Hubert se desempeñó tan bien con pies y manos (como dicen los franceses), que en menos de veinticuatro horas encontró el medio de obtener una audiencia extraordinaria y privada con el ministro de policía.

El barón D'Hubert fue introducido a su presencia sin anuncio previo. En la penumbra del gabinete del ministro, tras la masa del escritorio, las sillas y algunas mesas, entre dos ramos luminosos de bujías de cera, que emergían de unos candelabros de pared, divisó una alta figura ataviada de una magnifica casaca, pavoneándose ante un gran espejo. El viejo conventionnel Fouché, senador del imperio, traidor a todo hombre, principio y causa de la conducta humana, duque de Otranto y astuto promotor de la Segunda Restauración, se probaba el traje de corte, con el cual su joven y bella fiancée deseaba ver su retrato pintado en porcelana. Era un capricho, un encantador antojo que el ministro de policía se apresuraba a satisfacer. Pues este hombre, a menudo comparado por su astucia con el zorro, pero cuya moral podría simbolizarse acertadamente nada menos que con la fétida mofeta, estaba tan embargado por su amor como el propio D'Hubert.

Disgustado al ser sorprendido en esta situación por la torpeza de un criado, afrontó, sin embargo, esta pequeña humillación con la característica impudicia que le había servido tan provechosamente en las interminables Intrigas de su egoísta carrera. Sin alterar un ápice su actitud, con una pierna enfundada en media de seda y ligeramente estirada, la cabeza torcida sobre el hombro izquierdo, llamó con toda calma:

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Duelo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Duelo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Duelo»

Обсуждение, отзывы о книге «El Duelo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x