Joseph Conrad - Nostromo

Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - Nostromo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Nostromo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Nostromo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Nostromo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Nostromo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– No hallo palabras con que expresar a ustedes mi reconocimiento por la cariñosa acogida que me han dispensado; mas ¿por qué se ha de agradecer a un hombre el que vuelva a su país natal? Estoy seguro de que la señorita Antonia no lo cree necesario.

– No, señor, indudablemente no -replicó con aquella franqueza de modales, grave y tranquila, que caracterizaba todas sus manifestaciones-. Pero, cuando ese hombre vuelve, como vuelve usted, hay que felicitarse de ello… por el bien de ambos.

Martín Decoud no dijo nada de lo que últimamente había resuelto. A nadie habló de ello la menor palabra, y hasta después de quince días no lo dejó traslucir, preguntando a la señora Gould (en cuya tertulia, como es de suponer, había sido admitido al punto), inclinada la silla hacia la dueña de la casa con aire de familiaridad distinguida, si no descubría en él, aquel día, un cambio notable -cierta gravedad desusada. A esto, la interrogada se volvió de cara al preguntón mirándole con ojos escudriñadores y esbozando en silencio una sonrisa; gesto peculiar que le comunicaba una gracia fascinadora por cierto dejo de sutil propensión a servir a los demás olvidándose de sí propia, que se revelaba en la prontitud y viveza de su atención. Decoud añadió imperturbable que había dejado de creerse un ser inútil en el mundo, y a continuación le explicó que en aquel momento tenía delante al periodista de Sulaco. La señora de Gould volvió al punto el rostro hacia Antonia, que estaba sentada, erguido el busto, en el ángulo de un sofá español, de alto y vertical respaldo, agitando lentamente un gran abanico negro sobre las curvas de su señoril semblante, cruzados uno sobre otro los pies, cuyo calzado asomaba las puntas bajo de la fimbria de su falda negra. Los ojos de Decoud se fijaron también allí. La señorita Avellanos, según dijo aquél en voz baja, estaba enterada de su nueva e inesperada vocación, que por regla general en Costaguana era una especialidad de negros semiilustrados y de abogados sin un céntimo. Y luego, afrontando con una especie de cortés descaro la mirada de la señora de Gould, que ahora se había vuelto a él con expresión de simpatía, profirió las palabras: "¡Pro patria!"

Lo ocurrido era que había cedido sin demora a los apremiantes ruegos de don José para que tomara a su cargo la dirección de un periódico, destinado a ser el "portavoz de las aspiraciones de la provincia". Era una idea que el viejo diplomático había acariciado de muy atrás. El material de imprenta necesario (en modesta escala) y una abundante consignación de papel se habían recibido de Norteamérica hacía algún tiempo; únicamente faltaba el hombre idóneo. El mismo señor Moraga no había podido hallar ninguno en Santa Marta; y el asunto a la sazón se había hecho urgente; era absolutamente indispensable algún diario que contrarrestara el efecto de las mentiras propagadas por la prensa monterista, en la que se sucedían sin interrupción las calumnias atroces, las proclamas al pueblo, excitándole a levantarse puñal en mano y exterminar de una vez y por siempre a todos los blancos, a los anacrónicos restos de los godos, momias siniestras, paralíticos impotentes que conspiraban con los extranjeros para enajenar los territorios del país y esclavizar a sus habitantes.

El clamor de este Liberalismo Negro asustaba al señor Avellanos. El único remedio era un periódico. Y ahora que se había hallado en Decoud el hombre admirablemente habilitado para tal menester, apareció un rótulo con enormes letras negras pintadas entre las ventanas que se abrían sobre los arcos del piso bajo de una casa situada en la plaza. Era la inmediata al gran bazar de Anzani, donde se vendían zapatos, sedas, artículos de hierro, muselinas, juguetes de madera, figurillas de plata para exvotos (brazos, piernas, cabezas, corazones), específicos y hasta algunos libros polvorientos en rústica, la mayor parte en francés. Los enormes caracteres negros formaban las palabras "Oficinas de El Porvenir". De ahí salía tres veces por semana el periódico de solas dos hojas, escrito por Martín, y el marrullero dueño del bazar, que con su cara amarillenta, holgado traje negro y zapatillas de alfombra, andaba husmeando de aquí para allá por delante de las varias puertas de su establecimiento, saludaba con una profunda inclinación soslayada al periodista de Sulaco, que entraba y salía, ocupado en el desempeño de su augusta misión.

Capítulo IV

Tal vez para cumplir con los deberes de esa misión, hubiera ido a presenciar la partida de las tropas. A no dudarlo, el número siguiente de El Porvenir describiría el acontecimiento; pero su director, recostado sobre el landó, no daba muestras de prestar atención a ninguna cosa. La compañía de infantería, que, alineada de tres en fondo, cerraba el paso al muelle, al venírsele encima la gente, simulaba cargar a la bayoneta con un temeroso chocar de aceros; y entonces la multitud de curiosos retrocedía en masa hasta meterse debajo de los hocicos de los enormes mulos blancos. A pesar del gran gentío, sólo se oía un sordo y prolongado murmullo. Una parda bruma de polvo enturbiaba el ambiente, donde los jinetes, rodeados de pelotones de paisanaje aquí y allá, descollaban sobre los de a pie, de las caderas para arriba, vueltos a mirar en la misma dirección. Casi todos llevaban a la grupa un amigo, que se sostenía asido con ambas manos a los hombros del compañero; y las alas de sus sombreros al tocarse formaban una especie de disco con dos conos de agudo vértice encima, y dos caras debajo. De cuando en cuando un mozo dirigía con voz ronca ciertas palabras a un conocido de las filas, o una mujer gritaba de pronto un ¡Adiós!, seguido de un nombre de pila.

El general Barrios, que por todo uniforme usaba una especie de blusa azul de color desvaído, sujeta al talle por un cinto, y pantalones blancos, muy anchos de arriba y estrechos de abajo, que caían sobre unas extrañas botas rojizas, permanecía con la cabeza descubierta y algo inclinado, apoyándose en un grueso bastón. "¡No! El se había conquistado gloria militar suficiente para saciar a cualquiera", le había repetido a la señora de Gould, intentando a la vez presentar una figura galante. Un bigote raquítico, que apenas merecía tal nombre, compuesto de unos cuantos pelos negrísimos, le sombreaba ligeramente el labio superior; tenía nariz prominente, mandíbula inferior puntiaguda y larga, y un parche de seda negra sobre un ojo. El otro, pequeño y hundido, miraba errante en todas direcciones con vaguedad afable. Los pocos espectadores europeos, hombres todos, que, como es natural, habían ido reuniéndose cerca del carruaje de los Gould, dejaban traslucir en la seriedad de sus rostros la impresión de que el general debía de haber ingerido demando ponche (ponche sueco importado en botellas por Anzani) en el Club Amarillo, antes de encaminarse con su estado mayor al puerto, galopando furiosamente. La señora de Gould se inclinó con gravedad y manifestó su convicción de que al general le aguardaba dentro de breve tiempo una gloria todavía mayor.

– ¡Señora! -replicó aquél con gran vehemencia- ¡Reflexione usted en nombre de Dios! ¿Qué gloria puede haber para un hombre como yo en vencer a ese calvo embustero de bigote pintado?

Pablo Ignacio Barrios, hijo de un alcalde de aldea, general de división, comandante en jefe del distrito militar occidental, no frecuentaba el trato de la alta sociedad de Sulaco. Prefería las reuniones familiares de hombres solos, donde pudiera referir historias de la caza del jaguar; alardear de su destreza para ejecutar con el lazo suertes difíciles, inaccesibles del todo "para los casados," según el dicho de los llaneros ; referir incidentes de extraordinarias carreras nocturnas a caballo, encuentros con toros bravíos, luchas con cocodrilos, aventuras en los grandes bosques, travesías de ríos, hinchados por los aguaceros. Y no era pura fanfarronería la que inspiraba los recuerdos del general, sino genuino amor de la vida salvaje que había llevado en sus días juveniles, antes de volver para siempre la espalda a la bordada techumbre de la toldería paterna en los bosques. En sus correrías había llegado hasta Méjico, donde peleó contra los franceses al lado de Juárez (según decía), siendo el único militar de Costaguana que había luchado contra tropas europeas en formal batalla. Este hecho rodeó de gran lustre su nombre, hasta que vino a quedar eclipsado por la ascendente estrella de Montero. Barrios había sido toda su vida un jugador empedernido. Sin el menor empacho traía a cuento la historia, generalmente conocida, de que una vez durante cierta campaña (estando al mando de una brigada), se había jugado los caballos, las pistolas, los arreos y hasta las mismas charreteras en una partida al monte con sus coroneles, la noche antes de la batalla. Por último, envió con escolta su espada (valioso regalo, de empuñadura de oro) a la ciudad más próxima, situada a retaguardia de la posición que ocupaba, para ser empeñada en quinientas pesetas en casa de un comerciante medio dormido y asustado. Al romper el día, no le quedaba un céntimo de aquella cantidad, y entonces se levantó muy tranquilo y dijo estas únicas palabras: "Ahora a pelear hasta morir." Desde aquella fecha adquirió la convicción de que un general puede conducir muy bien sus tropas al combate con un sencillo palo en la mano. "Y así lo he venido haciendo después acá", solía decir.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Nostromo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Nostromo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Nostromo»

Обсуждение, отзывы о книге «Nostromo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x