– Desde luego. No es por ahí por donde pretendo probarle.
Al principio no me siguieron, pero antes de salir a la calle reparé en que Andrea se había levantado. No llegaron a tiempo de ver cómo me acercaba por detrás a Lucas y le clavaba mi dedo índice por tres veces consecutivas en el hombro, mientras el legionario discutía acaloradamente con Candela. Sí le vieron a él cuando se dio la vuelta, se paró apenas un instante, decidió y me borró media cara de un formidable guantazo. Después de eso, aunque no antes de que me descargara dos puñetazos en el vientre, Perelló y los suyos entraron en escena. Quintero redujo a Lucas con una fulminante patada en los testículos y Satrústegui se hizo con Candela. A mí me levantó Barreiro. Antes de que se nos llevaran a los tres, alcancé a comprobar, con satisfacción, que Chamorro retiraba discretamente a los italianos.
Capítulo 16 UN CUARTO DE HORA PARA ARRUINARLO
A Lucas y la chica los llevaron en un todoterreno y a mí en el otro. Tardé unos seis minutos en poder volver a hablar, y todo el tiempo que duró el trayecto hasta el puesto en cortarme la hemorragia de la nariz. Barreiro, que conducía y habría debido estar más atento a la carretera, no pudo privarse de observar, admirado:
– Vaya hostias, mi sargento. Creí que lo mataba.
– Y yo.
– Menos mal que Quintero anduvo vivo. El sitio donde le dio debe de ser lo único que tenga blando.
– Oye, Barreiro. ¿Crees que los que estaban con Chamorro sospecharon de que aparecierais tan pronto?
– Sólo sé que se quitaron de en medio cagando leches. ¿Le parece que nos dimos demasiada prisa? El brigada creyó que si tardábamos más usted volvía en ambulancia, o no volvía.
– La verdad es que no pensé que saltara a la primera. Me había parecido un tío mucho más frío.
En el puesto nos aguardaban los demás. Se hicieron cargo de los detenidos, mientras yo me apartaba un momento con Perelló.
– Alguien tendría que vigilar a los italianos. Se van pasado mañana. No debe ser difícil localizar el vuelo. Y por si acaso no estaría de más asegurarse de que no intentan irse antes. A lo mejor los necesitamos como testigos, pero de momento prefiero que no sepan nada.
– Hablaré con Palma.
– Mi brigada.
– Qué.
– No le cuentes nada a Zaplana, todavía.
– Descuida.
– Voy a interrogarlos. ¿Han pedido abogado?
– Sólo él.
– Es igual. Empezaré por ella. Confío en sacarle argumentos para convencerle a él de que no sea tan formalista. Ah, se supone que Chamorro recogía mi coche. Estará al llegar. Por favor que alguien le diga que pase en cuanto aparezca. ¿Quieres acompañarme ahí dentro?
Perelló se encogió de hombros.
– No especialmente. Salvo que sea imprescindible.
– Sabes que no.
– Entonces ve tú solo. Tú todavía eres joven y tienes algo que ganar.
Antes de entrar donde Candela, me asomé al calabozo donde habían metido a Lucas. Estaba sentado, con las esposas puestas, mirando al frente.
– ¿Más tranquilo? -le pregunté.
– ¿Qué cojones es esto? -gritó, desencajándose-. No sabía que fueras poli. Por pegarte me ponen como mucho treinta mil de multa. ¿A qué se supone que estáis jugando?
– A su tiempo, mon ami , a su tiempo.
Las palabras en francés le escamaron. Le dejé y fui con la mujer. Estaba temblando, deseando derrumbarse. Me aproximé con tiento:
– Tranquila. No va a pasarte nada. Soy el sargento Bevilacqua y me pagan para que las chicas no se asusten.
– ¿Sargento? -rió nerviosamente-. Si seré boba.
– ¿Por qué?
– Me creí que te tenía en el bote.
– Si no hubiera estado de servicio, tal vez. No te tortures por eso. Verás, Candela, vamos detrás de cierto asuntillo sobre el que tenemos razones fundadas para pensar que Lucas y tú disponéis de alguna información.
– ¿Qué asunto?
– La chica austríaca. Vosotros intimasteis con ella, ¿no es así?
– Le juro que no tengo ni idea de quién pudo…
– Despacio, mujer. No te acuso de nada. Sólo te pregunto si tuviste intimidad con ella.
Candela bajó los ojos.
– Imagino que sí.
– ¿Imaginas? Sé un poco más precisa. ¿Cuánta intimidad?
– En realidad fue Lucas. Él, y ella…
– ¿Sólo Lucas? No es eso lo que me han dicho. Vamos, Candela. Tengo una muerta y busco un asesino. No hay ninguna ley que me permita echarte en cara tus inclinaciones sexuales.
– ¿Entonces qué le importa?
– Importa para que me termine de creer que tú no tuviste nada que ver con su muerte.
– ¿Y para qué pregunta? Sabe la respuesta.
– Así que llegaste a esa intimidad. ¿Muchas veces?
– Tres, cuatro. No me acuerdo.
– ¿Cuándo?
– De la última hará diez o doce días.
– ¿Y cuándo la viste por última vez? -Justo entonces.
– ¿Seguro?
– Sí.
Candela no vaciló antes de corroborar este dato. Me fijé porque en casi todo lo demás su inseguridad era notoria.
– Bien, dejemos eso. ¿Sabes quién es Regina Bolzano?
– No -se precipitó.
Me levanté y paseé durante varios segundos arriba y abajo de la habitación.
– Lo intentaremos otra vez -insistí-. ¿Sabes quién es Regina Bolzano?
– No -volvió a precipitarse. El miedo le llenaba el gesto. Sonreí.
– Vamos a ver, Candela. Antes de que sigas tocándome los huevos, voy a dejarte clara una cosa. No estás aquí porque yo me aburra o quiera jugar a las adivinanzas. Hemos hecho antes unas pesquisas. También hemos guardado en un calabozo como éste a esa mujer. Así es la situación. Si me mientes me doy cuenta, y si me doy cuenta de que me mientes me entran ganas de joderte la suerte. ¿Me estás entendiendo?
No rechistó. Por lo común no soy favorable al empleo de un lenguaje soez con los detenidos, pero en ciertas coyunturas es un recurso que puede dar su fruto. Candela no estaba preparada para aquello.
– Bueno, la última -avisé-. ¿Sabes quién es Regina Bolzano?
– Lucas -gimió-. Yo nunca he hablado con ella. Te lo juro.
– Muy bien. Eso es un avance. ¿No tendrás algún barrunto de lo que hablaba Lucas con esa señora Bolzano?
– No.
– Ya empezamos -suspiré-. Mira, Candela, tú tienes un marido y eso se prueba en seguida, con el libro de familia. Pero para probar que con Lucas tienes un vínculo análogo de afectividad ya hay que mear colonia. Y si no lo pruebas, eso que estás haciendo se llama encubrimiento de un homicidio y te cuesta el talego. ¿Me sigues?
Candela se echó a llorar. Partía el alma verla estremecerse, tan desgarbada y quebradiza, enterrando la cara en su busto hipertrófico.
– Habla. Te aliviará -la exhorté.
Sorbiéndose los mocos y con la voz entrecortada, Candela terminó por ceder y declarar:
– Sólo sé que ella le dio dinero. Mucho dinero.
– ¿Y para qué crees que se lo dio?
– No me lo dijo. Es la verdad.
– ¿Qué pensaste cuando te enteraste de que a Eva la habían matado y de que Regina había desaparecido? ¿Que era una coincidencia? ¿No le pediste a Lucas que te explicara algo sobre ese dinero?
Candela trató de rehacerse para aparentar veracidad.
– Él no lo hizo, sargento -dijo.
– Convénceme. ¿Estabas con él esa noche, le tiene miedo a las pistolas, te lo ha contado su ángel de la guarda?
– No estaba con él esa noche. Sé que no lo hizo porque él la quería. Ella destrozó lo nuestro. Le sorbió la voluntad y él se prestó a todos sus caprichos. No sabe cómo era, sargento. Le obligó a entregarme como si yo fuera una sortija.
– ¿Y por qué aceptaste?
– Por rabia, o por miedo, o porque me volví loca. Lo que le conté de la noche que la conocí es verdad. Me la quité de encima como la zorra que era. Por eso se vengó luego.
Читать дальше