– ¿Quién la ayudó a eliminarla?
– ¿Cómo?
– ¿Quién fue su cómplice? ¿Quién colgó a Eva de la viga?
– Se equivoca.
– ¿Era de aquí? ¿Cuánto le pagó?
– No sé de qué me habla. Se lo juro.
Le dejé unos segundos para que recapacitara. La mujer permanecía entera. Si era una ficción, había estado preparándola minuciosamente. Ni se traicionaba ni se ponía nerviosa.
– Está bien. Vamos a mirarlo por un momento a su manera. Usted no tuvo nada que ver. ¿Quién lo hizo entonces?
– No tengo ni la más remota idea. Acaso fueron los de la playa, pero ni los había visto antes ni los he vuelto a ver después.
– ¿Por qué cree que la mataron?
La suiza se tomó su tiempo.
– He estado meditándolo mucho, todos estos días -aseveró-. No entiendo esa saña de dejarla allí colgada, aunque no negaré que a veces ella sabía resultar exasperante. En eso consistía en parte su juego, pero había mucho más. Eva era una criatura muy poco corriente. Estaba siempre mezclada con alguien y sin embargo su corazón era remoto. A menudo aparentaba pasión, pero en el fondo daba la sensación de que no sentía nada. Bien mirado, ese trozo de la vieja Virginia del que me acordé antes sirve bastante para retratarla. Por un lado, la imagen violenta del tigre que salta sobre su presa. Por otro, esa golondrina que se moja las alas en los estanques, siempre al otro lado del mundo. Aunque la mayoría de la gente se dejaba guiar por el espejismo fácil del tigre, creo que ella era más bien el pájaro. Vivía entre nosotros, pero su alma estaba allí, perdida entre las aguas quietas y oscuras de un país lejano. Si quiere que haga una apuesta, apuesto que alguien no pudo o no supo aceptarla así como era y no se le ocurrió nada menos idiota que matarla. Si pregunta si me consta que fue así o quién lo hizo, no me consta ninguna de las dos cosas.
Regina Bolzano estaba dotada para la lírica. Aunque su discurso lo había vertido en italiano, el idioma en que ganaba a la vez velocidad y toda su fuerza de convicción, Chamorro y yo lo habíamos seguido como si hubiera hablado en nuestra lengua materna. Por primera vez la sospechosa parecía conmovida por el sentimiento. Juzgué que era la ocasión para tratar de arrancarle algunas informaciones más precisas:
– Señora Bolzano, le seré sincero. Hoy por hoy, la única posibilidad que tiene de no ser inculpada es que demos con otros sospechosos a los que podamos relacionar con el crimen de forma más concluyente que a usted. Quiero que me diga si le suena el nombre de Lucas.
Regina se revolvió al instante, reconstruyendo su compostura.
– En absoluto -dijo.
– ¿Y el de Andrea?
– Ése sí. Eva me presentó a alguien llamado así, en el puerto, un par de días antes de que la mataran. Una chica de Milán, no muy alta, de ojos claros. ¿Sospechan de ella?
– Por ahora sólo sospechamos de usted, señora Bolzano. Le recomiendo que reflexione sobre su situación. Si tiene que rectificar algo, rectifíquelo deprisa. Seguiremos hablando.
Me dispuse a levantarme. Entonces Regina me tomó del brazo y me clavó una mirada entre la exigencia y la súplica.
– Yo no fui, sargento -aseguró-. Verá, no me considero una mujer pusilánime. Cuando compré un arma admití que podía tener que usarla y tal vez quitarle a alguien la vida. Pero quiero que crea una cosa, porque es la pura verdad. Nunca habría podido reunir el coraje necesario para dispararle en la cabeza a Eva Heydrich.
Capítulo 14 AQUÍ FALTA ALGUIEN
Después de dejar a Regina Bolzano esperando la llegada de su abogado para prestar declaración en debida forma, trámite del que ya se ocupaban Baena y sus hombres, nos reunimos con Zaplana.
– ¿Y bien? -fue su apremiante recibimiento.
– Lo niega todo.
– Pero miente.
– Que yo sepa, en un par de puntos ha mentido sin lugar a dudas. Y sin pestañear, habría que añadir.
– ¿Cree que es el tipo de persona que podría estar implicada?
– Desde luego. No es una pobre vieja llorona, por si alguien había contado con eso. Otra cuestión es cómo lo está y hasta dónde. Tendremos que trabajar más para probarlo y poder aspirar a derrumbarla. Con lo que tenemos en este momento dudo que consigamos arrancarle una confesión.
– ¿Le ha dicho todo?
– Me he guardado lo del avión en el que compartió vuelo con Klaus y lo que hemos averiguado acerca del posible móvil. También las circunstancias de las distintas relaciones de Eva que Chamorro y yo hemos ido descubriendo. Estimo que debemos cerrar un poco más nuestra hipótesis antes de tratar de utilizar lo que sabemos para acorralar a Regina. Hay demasiados puntos oscuros en cuanto a cómo se desarrolló todo. Y a ella eso no creo que podamos sacárselo. Hay que obtenerlo por otra vía. ¿Piensa pedir a la policía austríaca que investigue a Heydrich?
Zaplana exhaló un suspiro.
– Su presencia en Viena el día del crimen está comprobada -dijo-. Desde su anterior visita, sólo ha venido a la isla, según los registros de que disponemos, cuando tuvo que autorizar la repatriación del cadáver. Para que los austríacos investiguen a fondo sus movimientos deberíamos tener algo más preciso que lo que hemos podido reunir hasta ahora.
– En ese caso sólo hay un sitio por donde podamos continuar.
– Adelante, sargento. Suerte, y no repita errores -advirtió.
– Descuide.
Eran aproximadamente las cinco y no habíamos comido casi nada. Cuando nos separamos del comandante, le sugerí a Chamorro que fuéramos a algún sitio donde nos pudieran ofrecer un refrigerio. Encontramos un restaurante frente al mar, no muy concurrido. La brisa era placentera y la concentración de moscas razonablemente baja. Allí nos sentamos. Durante un buen rato ninguno abrió la boca.
– Lo que hemos hecho no parece haber valido para mucho -rompió el silencio mi ayudante-. Es como si ahora tuviéramos que empezar de cero.
– El derrotismo es una grave falta contra las virtudes militares, Chamorro. Y en este caso es, además, una completa equivocación. Tenemos mucho más de lo que crees.
– ¿Por ejemplo?
– Por ejemplo, tenemos que Regina niega conocer a Lucas y afirma conocer a Andrea. Tal vez no le hayas prestado el debido interés, pero de todo lo que nos ha dicho resulta, con mucho, lo más significativo.
– ¿Ah, sí?
– Lucas es un tipo muy singular. Si ella conocía a algunos amigos de Eva, como afirma, me extraña que no conociera a uno que vivía tan cerca y que no pasa fácilmente desapercibido. Ahí hay una mentira.
– ¿Y Andrea?
– Observa cómo nos ha detallado Regina las circunstancias en que se la presentaron, un par de días antes de que la mataran, y cómo se ha apresurado a preguntamos si sospechábamos de ella. Una de dos: o es verdad que no intervino en la muerte de Eva y sospecha de Andrea, y entonces deberíamos comprobar por qué; o intervino en el crimen y cree que puede favorecerle acusar a Andrea, y entonces me intriga todavía más la razón que pueda tener para comportarse así.
Chamorro torció el gesto.
– Cuando hablabas con el comandante me ha parecido que no dudabas que Regina estaba implicada en el crimen -apuntó-. Y también que al comandante le complacía que no dudaras.
– Esta mañana no dudaba, porque todavía no había hablado con la sospechosa. Y después de hablar con ella no me convenía que Zaplana notara que había cambiado de opinión.
– ¿Cómo? -saltó Chamorro, incrédula-. Vaya por delante que eres el jefe y que tienes más experiencia, pero te recuerdo que ya nos ha puesto colorados esta mañana. ¿Qué pasará si la próxima vez no está de tan buen humor?
– No te dejes arrastrar por el pánico. No he dicho que no crea que Regina es culpable. Digo que no puedo afirmarlo con absoluta seguridad. Ha sido torpe con lo del arma, ha mentido en lo de Klaus Heydrich, también en lo de Lucas. Pero eso no bastará para condenarla. Esta mañana he sobrevalorado la importancia de los descubrimientos de Zaplana, porque me ha cogido de improviso. Todo lo que tiene es una posibilidad, bastante sólida, pero no más que otras. Por muy sospechosa que nos parezca la conexión con Klaus, nos sigue faltando el que colgó a Eva, y mientras tanto no tenemos más que una faena a medias. Por otra parte, Regina ha negado la acusación sin titubeos ni contradicciones, y no se ha venido abajo cuando lo de las huellas. Y hay algo más: si la presencia de sus huellas obedece a que ella apretó el gatillo, me asombra que se le haya pasado inventar tan pronto como tuvo oportunidad lo del robo del arma. Por lo menos tan pronto como le dijimos que estaba en nuestro poder. No es inconcebible que se le haya pasado, pero yo no descartaría que Regina ignorase que las huellas estaban ahí. Al menos, creo que alguien que lo ignorase habría reaccionado exactamente como ella lo hizo. Si ése fuera el caso, la fisura que se abriría en la hipótesis de Zaplana sería bastante considerable.
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