Lorenzo Silva - El lejano país de los estanques

Здесь есть возможность читать онлайн «Lorenzo Silva - El lejano país de los estanques» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El lejano país de los estanques: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El lejano país de los estanques»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En mitad de un tórrido agosto mesetario, el sargento Bevilacqua, que pese a la sonoridad exótica de su nombre lo es de la Guardia Civil, recibe la orden de investigar la muerte de una extranjera cuyo cadáver ha aparecido en una urbanización mallorquina. Su compañera será la inexperta agente Chamorro, y con ella deberá sumergirse de incógnito en un ambiente de clubes nocturnos, playas nudistas, trapicheos dudosos y promiscuidades diversas. Poco a poco, el sargento y su ayudante desvelarán los misterios que rodean el asesinato de la irresistible y remota Eva, descubriendo el oscuro mundo que se oculta bajo la dulce desidia del paisaje estival.

El lejano país de los estanques — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El lejano país de los estanques», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Amigos de Eva?

Regina se encogió de hombros y rió con amargura.

– No conocía a todos sus amigos. Eso era imposible.

– ¿Podría describir a esas dos personas?

– Ella era una chica joven, bueno, un poco mayor que Eva, delgada, poca cosa, morena de pelo. No se me ocurre nada para distinguirla. La vi mal, muy de lejos. El chico tendría más o menos la misma edad que la chica, también moreno de pelo, mediana estatura, bastante normal. Lo único peculiar era que llevaba una barba de siete u ocho días.

– ¿Tenía mal aspecto?

– No. Los dos iban bien vestidos. Se estaría dejando crecer la barba.

– ¿De dónde diría que eran?

– Españoles, sin ninguna duda. Hablaron poco, pero se nota mucho cuando alguien habla en español y es nativo.

– ¿En qué lo nota?

– En las jotas y las erres y las zetas.

– ¿Y qué ocurrió?

– Le pedí a Eva que habláramos un momento. Ella se negó. Yo insistí y ella me echó, o me dijo que me largara, póngalo como quiera. Mientras trataba de convencerla, los dos chicos cuchichearon y señalaron algo detrás de mí. Fui a volverme y eso fue todo.

Chamorro interrumpió sus notas y yo indagué en la socarrona sonrisa que colgaba de los veteranos labios de Regina.

– ¿Cómo que eso fue todo?

– En fin, para ser exactos, todavía hubo una cosa más. un golpe. Aquí. Puede tocar el bulto.

Regina me ofreció al tacto un lado de su cráneo. Toqué con cuidado. Estaba hinchado y tenía una herida a medio cicatrizar.

– Desperté sobre la arena, seis o siete horas más tarde -prosiguió-. Eva y los otros, y quienquiera que fuera el que me dio, se habían ido. Por suerte no me habían robado el coche. Fui a casa y cuando llegué la encontré, a Eva, colgada del techo. Creí por un momento que era el golpe en la cabeza, pero me acerqué a ella y noté lo fría que estaba y entonces me di cuenta de que no se trataba de una alucinación.

– ¿Por qué desapareció?

Regina se irguió un poco para responder:

– No lo sé. Tuve miedo, o no quise explicarle a la policía todo lo que iba a tener que explicar. A lo mejor me temí que me acusarían de todas formas, por la relación que habíamos tenido, porque apareciera en mi casa, porque ella era muy guapa y joven y yo casi una vieja. El caso es que no lo sé, y no puedo decirle más. ¿Usted sabe por qué hace todo lo que hace, sargento?

– Procuro, como todos. Ha estado varios días escondida. ¿No se le pasó por la cabeza la idea de que desapareciendo lo más normal era que atrajera todas las sospechas sobre usted?

– Desde luego. Pero intuí que eso ya no tenía remedio. Mejor si podía huir y darles tiempo a que averiguaran que lo hizo otro.

– ¿A usted le parece que su actitud me resulta convincente? No me refiero a mí en particular, sino a cualquiera que enfrente los hechos.

Regina enseñó las palmas de las manos.

– Asumo que quizá no.

– ¿Y no tiene interés en que eso cambie?

– Claro. Tarde o temprano atraparán al culpable, ya se lo he dicho. Entonces tendrán que creerlo. Mientras tanto, no me queda otra salida que conformarme con mi suerte.

– Tal vez no lo entiende. Mientras la tengamos a usted y no acierte a convencernos de que no lo hizo, no hay necesidad de buscar a otro.

– ¿No hay presunción de inocencia aquí?

– Sí. Pero hemos encontrado el revólver. Con el que la mataron.

– ¿Y?

– Tiene sus huellas.

Aquello la sorprendió o fingió muy bien que la sorprendía. Tras un segundo de zozobra, y sin el desparpajo que había venido manteniendo, empezó a contar, despacio:

– Verá, yo tenía en la casa un revólver, para defenderme. La mayor parte del tiempo estaba sola, y aunque ya sé que no es legal era una forma de sentirme protegida. Lo más lógico es que tuviera mis huellas. Debieron de encontrarlo en la casa y lo utilizarían con guantes o algo así. Cuando me marché, al ir a cogerlo, vi que no estaba en el cajón.

– ¿Por qué omitió ese detalle antes?

– No me preguntaron por él directamente.

– ¿Y no creyó que pudiera tener importancia? ¿No pensó que los disparos que terminaron con la vida de Eva Heydrich podían ser de esa arma que le habían robado?

– Desde luego que sí. Lo que no pensé fue que el arma tuviera mis huellas. Habría debido pensarlo, ya le digo que me parece que es lógico.

Eso era todo. Regina Bolzano había patinado en un asunto peliagudo, nada menos que el del arma empleada en el crimen. Un error de ese calibre, en mi experiencia, solía acarrear cuando menos la inquietud del interrogado. Pero ella se había rehecho sobre la marcha. Aquella mezcla de sangre fría y de inconsciencia, unida al resto de la información de que disponía sobre el caso, me inclinaba más al desconcierto que a la certidumbre.

– ¿Cuáles eran exactamente sus relaciones con Eva Heydrich?

Regina levantó los ojos hacia el techo.

– ¿No se ha hecho ya una idea?

– No. Hágamela usted.

Regina se volvió entonces hacia Chamorro y se quedó contemplándola con una expresión entre insolente y misteriosa. Mi ayudante soportó sin inmutarse su escrutinio.

– ¿Cómo te llamas? -habló al fin la suiza.

– Se llama Chamorro. ¿Se acoge a su derecho a no contestar a mi pregunta?

– Quiero decir de nombre de pila -eludió mi requerimiento.

– Virginia -intervino Chamorro, con aplomo.

– Virginia. Como Virginia Woolf. ¿Has leído algo de ella, querida? -Y dedicando a mi subordinada lo que en otro tiempo, cuando su cuerpo y su rostro no habían sufrido aún la ofensa de la edad, podía haber sido una seductora disposición, hizo memoria y declamó con oficio-: Y el tigre saltó, mientras la golondrina se mojaba las alas en oscuros estanques, al otro lado del mundo. Una bonita metáfora, ¿no? La escribió hacia 1930, un poco antes de que yo naciese.

Traté de recuperar el mando de la situación:

– Señora Bolzano, esto no es un salón de té. Si quiere luego recitamos unas poesías y jugamos al backgammon, pero ahora estamos tratando de establecer si tenemos que acusarla de asesinato, y por si no se ha enterado, vamos camino de establecerlo.

– Parece que a tu jefe no le gusta Virginia Woolf -opinó para Chamorro.

– ¿Debo interpretar que no desea confiarnos la naturaleza de sus relaciones con Eva Heydrich? -deduje, con desgana.

Regina se volvió hacia mí y recuperó su frialdad.

– Si quiere oírlo de mis labios, le complaceré. Nuestras relaciones eran que yo me acostaba con Eva, cuando podía, y que ella dejaba que lo hiciera, cuando le venía en gana. ¿Es suficiente con eso o hace falta que aclare si había también amor?

– ¿Lo había?

– Por mi parte, sí. Por la suya, naturalmente, no. Y no me escandalizaba, aunque me doliera. Hace treinta años Eva habría podido quererme, porque yo era otra, mucho mejor. Ahora sólo me soportaba, no siempre. Yo no le pedía tampoco más. A partir de cierto momento hay que aceptar ésa y otras cosas todavía más desagradables.

– ¿Dónde se conocieron?

– En Milán, donde vivo, o vivía.

– ¿Vivía ella allí? ¿Desde cuándo?

– Desde hacía un año, que yo sepa.

– ¿Con usted?

– Ya no. Es decir, desde antes del verano.

Aproveché su momentánea docilidad para atacar por otra parte:

– ¿Conoce a Klaus Heydrich?

– Así se llamaba o se llama su padre, creo.

– ¿Le conoce?

– Jamás le he visto. Ni en fotografías. Eva nunca me enseñó ninguna.

– ¿Está segura?

– ¿Por qué no había de estarlo?

Al insistir en su mentira, la primera que yo podía identificar sin ninguna duda como tal, a Regina Bolzano no le había temblado la voz ni lo más mínimo. Fuera cual fuera su responsabilidad en los acontecimientos, desde luego estaba lejos de ser una incapaz. Traté de sorprenderla:

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El lejano país de los estanques»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El lejano país de los estanques» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El lejano país de los estanques»

Обсуждение, отзывы о книге «El lejano país de los estanques» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x