– ¿Por qué no?
Marquette miró a Zucker.
– ¿No estamos buscando una aguja en un pajar?
– A veces es posible encontrar una aguja en un pajar.
Marquette asintió.
– Está bien. Hagamos lo de Savannah.
Moore se levantó para retirarse pero se detuvo cuando Marquette dijo:
– ¿Puedes quedarte un minuto? Necesito hablar contigo. -Esperaron hasta que Zucker dejara la oficina, luego Marquette cerró la puerta y dijo-: No quiero que vaya el detective Frost.
– ¿Puedo preguntar por qué?
– Porque quiero que seas tú el que vaya a Savannah.
– Frost está listo para hacerlo. Ya lo preparé para eso.
– No se trata de Frost, se trata de ti. Necesitas alejarte un poco de este caso.
Moore se quedó callado; sabía a dónde se dirigía.
– Has estado pasando mucho tiempo con Catherine Cordell -dijo Marquette.
– Ella es la clave de la investigación.
– Demasiadas noches en compañía de ella. Estuviste con ella el martes a medianoche.
«Rizzoli. Rizzoli sabía eso».
– Y el sábado te quedaste con ella. ¿Qué es exactamente lo que está sucediendo?
Moore no dijo nada. ¿Qué podía decir?
«Sí, me pasé de la raya. Pero no puedo evitarlo».
Marquette se hundió en la silla con una mirada de profundo desencanto.
– No puedo creer que tenga que hablar de esto contigo. Contigo, de entre todas las personas. -Suspiró-. Llegó el momento de que te apartes. Pondremos a otra persona para que se haga cargo de ella.
– Pero ella confía en mí.
– ¿Eso es todo lo que hay entre ustedes dos, confianza? Lo que yo escuché va un poco más lejos que la confianza. No necesito aclararte lo inapropiado que es esto. Mira, ambos hemos visto suceder esto a otros policías. Nunca funciona. Tampoco funcionará ahora. Ahora mismo ella te necesita, y resulta que tú estás a mano. Ustedes se calientan y se ponen pesados por un par de semanas, por un mes. Luego ambos despiertan una mañana y ¡bam!, todo terminó. Y ella saldrá herida o tú saldrás herido. Y todos lamentarán que haya sucedido.
Marquette hizo una pausa, a la espera de su respuesta. Moore no tenía ninguna.
– Dejando de lado las cuestiones personales -continuó Marquette-, esto complica la investigación. Y es un jodido papelón para toda la unidad. -Agitó bruscamente su brazo en dirección a la puerta-. Ve a Savannah. Y mantente alejado de una puta vez de Cordell.
– Tengo que explicarle a ella que…
– Ni siquiera la llames. Nos ocuparemos de que reciba el mensaje. Asignaré a Crowe en tu lugar.
– No a Crowe -dijo Moore tajante.
– ¿A quién, entonces?
– A Frost. -Moore suspiró-. Que sea Frost.
– Está bien, Frost. Ahora ve a tomar el avión. Todo lo que necesitas para que las cosas se aplaquen es salir de la ciudad. Seguramente estás furioso conmigo ahora. Pero sabes que lo único que te estoy pidiendo es que hagas lo correcto.
Moore lo sabía, y le resultaba doloroso que se lo enfrentara a un espejo de su propio comportamiento. Lo que veía en ese espejo era a Santo Tomás el caído, impelido por sus propios deseos. Y la verdad lo llenaba de furor, porque no podía luchar contra ella. No lo podía negar. Se las arregló para sostener su silencio hasta salir de la oficina de Marquette, pero cuando vio a Rizzoli sentada a su escritorio, no pudo contener su ira por más tiempo.
– Felicitaciones -dijo-. Has conseguido lo que querías. Se siente bien hacer correr sangre, ¿no?
– ¿Te parece?
– Le contaste a Marquette.
– Ah, sí, si lo hice, no seré el primer policía que delata a su compañero.
Era una salida punzante, que obtuvo el efecto deseado. En un silencio glacial se dio vuelta y se alejó.
Al salir del edificio, se detuvo bajo la galería techada, desolado ante la idea de no ver a Catherine esa noche. Sin embargo, Marquette tenía razón; así era como debía ser. Como debería haber sido desde el principio: una cuidadosa distancia entre ambos, ignorando las fuerzas de atracción. Pero ella se sentía vulnerable, y él, con bastante necedad, se había dejado atraer por eso. Tras años de caminar por la vía estrecha y recta, se encontraba nuevamente en un terreno poco familiar, un lugar perturbador dominado no por la lógica, sino por la pasión. No se sentía cómodo en este nuevo mundo. Y tampoco sabía cómo encontrar la salida.
Catherine permaneció en el auto reuniendo valor para entrar en el One Schroeder Plaza. Toda esa tarde, a través de una sucesión de citas clínicas, había pronunciado las acostumbradas bromas mientras examinaba pacientes, consultaba a sus colegas y lidiaba con las enojosas pero insignificantes situaciones que surgían en el curso de un día de trabajo en su vida. Pero sus sonrisas habían sido huecas, y detrás de su máscara cordial acechaba una grieta por la que se colaba la desesperación. Moore no le devolvía los llamados, y no sabía por qué. Apenas una noche juntos y ya algo andaba mal entre los dos. Por fin bajó del auto y caminó hasta las oficinas del Departamento de Policía de Boston.
Aunque ya había estado una vez allí para la sesión con el doctor Polochek, el edificio le seguía dando la impresión de una fortaleza prohibida a la que ella no pertenecía. Esa impresión fue subrayada por un oficial vestido de civil que la miró desde detrás del mostrador de recepción.
– ¿Puedo ayudarla? -preguntó sin cordialidad ni antipatía.
– Busco al detective Thomas Moore, de Homicidios.
– Déjeme llamar arriba. ¿Su nombre, por favor?
– Catherine Cordell.
Mientras hacía el llamado, ella esperó en la recepción, sintiendo cómo la avasallaban tanto el mármol pulido como todos esos hombres uniformados o de civil que al pasar le lanzaban miradas curiosas. Éste era el universo de Moore, y ella era una extraña allí, aventurándose en un lugar donde hombres recios la observaban y las armas brillaban en sus fundas. De pronto supo que había cometido un error, que nunca debería haber ido hasta allí, y comenzó a caminar hacia la salida. Justo cuando cruzaba la puerta, una voz la llamó.
– ¿Doctora Cordell?
Ella se dio vuelta y reconoció al rubio de sonrisa suave y cara agradable que acababa de salir del ascensor. Era el detective Frost.
– ¿Por qué no subimos? -le dijo.
– Vengo a ver a Moore.
– Sí, lo sé. Por eso vine a recibirla. -Se dirigió hacia el ascensor-. ¿Subimos?
En el segundo piso la condujo hacia el pasillo, a la Unidad de Homicidios. Ella no había estado antes en este sector, y le sorprendió lo mucho que se parecía a cualquier oficina ajetreada, con sus computadoras y escritorios agrupados. Él le señaló una silla y ella se sentó. Sus ojos eran afables. Él podía sentir su incomodidad en ese lugar extraño, y trató de que se relajara.
– ¿Una taza de café? -preguntó.
– No, gracias.
– ¿Puedo traerle alguna otra cosa? ¿Una gaseosa? ¿Un vaso de agua?
– Estoy bien.
Él también tomó asiento.
– Entonces. ¿De qué quería hablar, doctora Cordell?
– Esperaba ver al detective Moore. Pasé toda la mañana en el quirófano, y pensé que tal vez había estado tratando de localizarme…
– En realidad… -Frost se detuvo, sin poder disimular su mirada de inquietud-. Le dejé un mensaje a su secretaria alrededor del mediodía. De ahora en adelante, tendrá que tratar conmigo sus preocupaciones. No con el detective Moore.
– Sí, recibí el mensaje. Sólo quería saber… -Se tragó las lágrimas-. Quería saber el porqué de este cambio.
– Es para… eh… ajustar la investigación.
– ¿Qué quiere decir?
– Necesitamos que Moore se concentre en otros aspectos del caso.
– ¿Quién lo decidió?
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