– Dallas, admita que pronto se convertirá en uno de ellos. -Al ver la furiosa mirada de Eve, Nadine rió-. Oh, me encanta pincharla. Es tan fácil. En fin, se rumorea que la pareja más despampanante de los últimos dos me?ses ha partido de la ciudad.
– Estoy intrigadísima.
– Lo estará cuando le diga que la pareja está formada por Jerry Fitzgerald y Justin Young.
El interés de Eve subió lo suficiente para hacerle re?considerar la idea de aparcar junto a una parada de auto?bús y soltar a su pasajero.
– Hable.
– Esta mañana se produjo una verdadera escena en el ensayo para el show de Leonardo. Parece ser que nues?tros enamorados llegaron a las manos. Hubo reparto de golpes.
– ¿Se pegaron el uno al otro?
– Más que palmaditas cariñosas, según mi fuente. Jerry se retiró a su vestidor. Ahora tiene el de la estrella, por cierto, y Justin se marchó malhumorado y con un ojo hinchado. Unas horas después estaba ya en Maui, festejándolo con otra rubia. También modelo. Una mo?delo más joven.
– ¿De qué discutían?
– Nadie lo sabe. Se cree que el sexo está detrás de todo. Ella le acusó de engañarla y él hizo otro tanto. Ella no pensaba tolerarlo. Él tampoco. Ella ya no le necesita?ba, pues él tampoco a ella.
– Muy interesante, Nadine, pero no significa nada. -No, pero qué oportuno, pensó, qué oportuno.
– Tal vez sí, tal vez no. Pero es curioso que dos cele?bridades se dediquen a tirarse los trastos a la cabeza en público. Yo diría que o estaban muy colocados o esta?ban haciendo un magnífico número.
– Ya le digo que es interesante. -Eve paró frente a la verja de seguridad de Canal 75-. Hemos llegado.
– Podría llevarme hasta la puerta.
– Coja el tranvía, Nadine.
– Escuche, sabe muy bien que va a investigar lo que acabo de decirle. Por qué no comparamos algunos da?tos, Dallas, usted y yo tenemos aquí una buena historia.
Eso era bastante cierto.
– Mire, Nadine, las cosas están ahora mismo pen?dientes de un hilo. No quisiera arriesgarme a cortarlo.
– No diré nada en antena hasta que usted me dé el visto bueno.
Eve dudó, meneó la cabeza.
– No puedo. Mavis me importa demasiado. Hasta que no haya demostrado su inocencia, no puedo arries?garme.
– Vamos, Dallas. ¿Va Mavis camino de ello?
– Extraoficialmente: la oficina del fiscal está reconsi?derando los cargos. Pero todavía no los van a retirar.
– ¿Tiene usted otro sospechoso? ¿Es Redford?
– No me presione, Nadine. Casi somos amigas.
– Joder. Hagamos una cosa. Si algo de lo que le he di?cho o puedo decirle más adelante influye en el caso, us?ted me debe una.
– Le informaré tan pronto haya aclarado el asunto, Nadine.
– Quiero un tête-à-tête con usted, diez minutos an?tes de que cualquier noticia salga a la luz.
Eve se inclinó para abrirle la puerta.
– Hasta pronto.
– Cinco minutos. Maldita sea, Dallas. Cinco asque?rosos minutos.
Lo que significaba centenares de puntos en el nivel de audiencia. Y millares de dólares.
– Que sean cinco, si es que ha lugar. No puedo pro?meterle más.
– De acuerdo. -Satisfecha, Nadine se apeó del coche y luego se inclinó hacia Eve-. Sabe una cosa, Dallas, us?ted nunca falla. Seguro que lo consigue. Tiene un talento especial para los muertos y los inocentes.
Muertos e inocentes, pensó Eve con un escalofrío mientras se alejaba. Sabía que muchos de los muertos eran los culpables.
Lloviznaba por la ventana cenital cuando Roarke se se?paró de Eve en la cama. Era una nueva experiencia para él el hecho de tener nervios antes, durante y después de hacer el amor. Había docenas de razones, o así se lo dijo a sí mismo mientras ella se acurrucaba contra él como era su costumbre. La casa estaba llena de gente. El vario?pinto equipo de Leonardo había tomado posesión de un ala entera. Roarke tenía varios proyectos en diversas fa?ses de desarrollo, negocios que estaba resuelto a cerrar antes de la boda.
Luego estaba la boda en sí. Suponía que cualquier hombre estaba un poco distraído en semejantes ocasio?nes.
Pero Roarke era, al menos consigo mismo, un hom?bre brutalmente sincero. Los nervios sólo podían venir de una cosa. De la imagen que continuamente le asalta?ba, la imagen de Eve apaleada, ensangrentada y deshe?cha. Y del terror de que al tocarla pudiera hacerla revivir todo aquello, convertir algo hermoso en algo brutal.
Eve se movió un poco y se incorporó para mirarle. Tenía la cara encendida, los ojos apagados.
– No sé qué he de decirte.
Él le pasó un dedo por la mandíbula.
– Sobre qué.
– Yo no soy frágil. No hay razón para que me trates como si estuviera herida.
Él juntó las cejas, enojado consigo mismo. No se había dado cuenta de que era tan transparente, incluso con ella. Y la sensación no le gustó.
– No sé a qué te refieres.
Empezó a levantarse para servirse una copa que no quería, pero ella le cogió firmemente del brazo.
– Roarke, tú no sueles escurrir el bulto. -Estaba preo?cupada-. Si tus sentimientos han cambiado por lo que hice, por lo que recordé…
– Esto es insultante -le espetó él, y el mal humor que brilló en sus ojos fue para ella un alivio.
– ¿Qué quieres que piense, si no? Es la primera vez que me tocas desde aquella noche. Parecías más una ni?ñera que otra cosa…
– ¿Es que tienes algo contra la ternura?
Qué inteligente es, pensó Eve. Sereno o enardecido, sabía cómo barrer hacia dentro. Eve no apartó la mano, siguió mirándole a los ojos.
– ¿Crees que no veo que te contienes? No quiero que te contengas, Roarke. Me encuentro bien.
– Pues yo no. -Se apartó de ella-. Algunas personas somos más humanas, necesitamos más tiempo. No ha?blemos más de ello.
Sus palabras fueron como un bofetón en la mejilla. Eve asintió, volvió a acostarse y se dio la vuelta.
– Está bien. Pero lo que me pasó de niña no fue irse a la cama. Fue una obscenidad.
Cerró fuertemente los ojos con la intención de dormir.
Cuando su enlace sonó, el día apenas despuntaba. Cerrados todavía los ojos, Eve alargó la mano.
– Bloquear imagen. Aquí Dallas.
– Dallas, teniente Eve. Comunicado. Probable homicidio, varón, detrás del 19 de la calle Ciento Ocho. Pro?ceda inmediatamente.
Notó nervios en el estómago. Eve no estaba en lista de rotación, no tenían por qué llamarla.
– ¿Causa de la muerte?
– Aparentemente una paliza. La víctima no ha podi?do ser identificada debido a las heridas faciales.
– Enterado. Maldita sea. -Sacó las piernas de la cama y parpadeó al ver que Roarke ya se había levantado y es?taba vistiéndose-. ¿Qué estás haciendo?
– Te llevo a la escena del crimen.
– Eres un civil. No se te ha perdido nada en un cri?men.
Él la miró mientras Eve se ponía los téjanos.
– Tienes el coche en el taller, teniente. -Roarke se sintió satisfecho al oírla proferir juramentos-. Te llevo, te dejo allí y luego me marcho a la oficina.
– Como quieras. -Se ajustó la correa del arma.
Era un barrio miserable. Varios edificios exhibían depra?vados graffiti, cristales rotos y esos rótulos desvencija?dos que la ciudad empleaba para condenarlos. Allí vivía gente, por supuesto, apiñada en cuartos nauseabundos, rehuyendo las patrullas, colocándose con la sustancia que ofreciera el máximo subidón.
Había barrios así en todas partes del mundo, pensó Roarke de pie a la débil luz del sol tras la barricada poli?cial. Se había criado en uno parecido, aunque a cinco mil kilómetros, al otro lado del Atlántico.
Comprendía esta clase de vida, la desesperación, el tráfico, igual que comprendía la violencia que había conducido a los resultados que Eve estaba examinando ahora.
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