– ¿Se propagarían igual en las condiciones en la Tierra?
– Desde luego. La colonia Edén produce plantas y flora en general para las condiciones planetarias.
– Bien, usted tiene unas plantas -reflexionó Eve-. Y un laboratorio, las otras sustancias químicas.
– Y usted tiene una ilegal muy atractiva para las ma?sas. Pague -dijo Engrave con una sonrisa amarga-, sea fuerte, sea guapo, sea joven y sexy. El que consiguió esta fórmula sabía de química y se conocía a sí mismo; y ade?más comprende la belleza del lucro.
– Belleza letal.
– Sí, por supuesto. De cuatro a seis años de consumo regular pueden acabar con cualquiera. El sistema ner?vioso diría basta. Pero cuatro o seis años es muchísimo tiempo y alguien va a obtener, como suele decirse, pin?gües beneficios.
– ¿Cómo sabe usted tanto de esta cosa, como se lla?me, si su cultivo está limitado a Edén?
– Porque soy la mejor en mi campo, porque hago mis deberes y porque resulta que mi hija es apicultora jefe en Edén. Un laboratorio autorizado como éste, o un exper?to en horticultura pueden, con ciertas restricciones, im?portar un espécimen.
– ¿Significa eso que usted ya tenía algunas plantas de esas?
– Casi todo réplicas, simulaciones inofensivas, pero algunas genuinas. Reguladas para consumo controlado, de puertas adentro. Bueno, tengo trabajo con unas ro?sas. Lleve el informe y las dos muestras a sus chicos lis?tos de la Central. A ver si son capaces de sacar algo en claro.
– ¿Se encuentra bien, Peabody? -Eve cogió el brazo de su ayudante con mano firme al abrir la puerta del coche.
– Sí, sólo que muy relajada.
– Demasiado para conducir -dijo Eve-. Pensaba de?cirle que me dejara en la floristería. Plan B: pasamos de largo y come usted alguna cosa para contrarrestar el efecto de la esnifada floral y luego lleva usted las mues?tras y el informe de Engrave al laboratorio.
– Dallas. -Peabody apoyó la cabeza en el respaldo-. De verdad que me siento de maravilla.
Eve la miró con cautela.
– ¿No irá usted a besarme o algo así?
Peabody la miró de reojo.
– No es mi tipo. Además, no es que esté cachonda. Sólo bien. Si tomar eso es parecido a oler esa flor, la gen?te se volverá loca por probarlo.
– Sí. Creo que alguien se ha vuelto ya lo bastante loco para matar a tres personas.
Eve entró a toda prisa en la floristería. Le quedaban veinte minutos si pensaba seguir a los otros sospecho?sos, acosarlos, volver a la Central para archivar su infor?me y asistir a la rueda de prensa.
Divisó a Roarke cerca de unos árboles pequeños y floridos.
– Nuestra asesora floral nos está esperando.
– Lo siento. -Se preguntó para qué querría nadie unos árboles enanos. La hacían sentir como un mons?truo de feria-. Me he retrasado.
– Yo acabo de llegar. ¿Te ha servido de ayuda la doc?tora Engrave?
– Desde luego. Menudo carácter tiene. -Le siguió bajo un fragante emparrado-. He conocido a Anna-6.
– Ah, ya. Creo que esos androides serán un éxito.
– Sobre todo con los adolescentes.
Roarke se rió y le metió prisa.
– Mark, te presento a mi novia, Eve Dallas.
– Ah, sí. -Tenía cara de simpático, y su apretón de manos fue como el de un luchador-. A ver qué podemos hacer. Las bodas son un tema complicado, y no me han dejado mucho tiempo.
– Él tampoco me ha dejado mucho tiempo a mí.
Mark rió y se tocó el pelo plateado.
– Siéntense y relájense. Tomen un poco de té. Tengo muchas cosas que enseñarles.
A ella no le importaba. Le gustaban las flores. Sólo que no sabía que pudiera haber tantas. Pasados cinco minutos, su cabeza empezó a dar vueltas de tanta orquí?dea y lirio y rosa y gardenia.
– Sencillo -decidió Roarke-. Tradicional. Nada de imitaciones.
– Por supuesto. Tengo unos hologramas que quizá les den alguna idea. Como la boda será al aire libre, les sugiero una pérgola, glicinas. Es muy tradicional, y tie?nen una fragancia encantadora, muy al viejo estilo.
Eve estudió los hologramas y trató de imaginarse bajo una pérgola con Roarke, intercambiando prome?sas. El estómago le dio una sacudida.
– ¿Y petunias?
Mark parpadeó:
– ¿Petunias?
– Me gustan las petunias. Son sencillas y no preten?den ser más que lo que son.
– Sí, claro. Quedaría bien. Quizá habría que añadir unas azucenas. En cuanto al color…
– ¿Tiene Capullo Inmortal? -preguntó a bocajarro.
– Inmortal… -Mark abrió los ojos de par en par-. Eso sí que es una especialidad. Difíciles de importar, cla?ro, pero quedan muy espectaculares. Tengo varias imi?taciones.
– No queremos imitaciones -le recordó Eve.
– Me temo que sólo se importan en pequeñas canti?dades, y sólo a floristas y horticultores con autorización. Y para interior. Pero como la ceremonia es al aire libre…
– ¿Vende muchos?
– No, y sólo a otros expertos con licencia. Pero ten?go algo que le gustará aún más…
– ¿Guarda un registro de esas ventas? ¿Puede darme una lista de nombres? Supongo que está conectado a la red de distribución mundial.
– Naturalmente, pero…
– Necesito saber quién encargó esa planta durante los dos últimos años.
Mark miró a Roarke con cara de perplejidad, y éste se pasó la lengua por los dientes.
– Mi novia es una jardinera insaciable.
– Ya veo. Tardaré un poco en conectarme. Dice que quiere todos los nombres.
– De quienes encargaron Capullo Inmortal a la colo?nia Edén en los últimos dos años. Puede empezar por Estados Unidos.
– Si tienen la bondad de esperar, veré lo que puedo hacer.
– Me gusta la idea de la pérgola -proclamó Eve, le?vantándose de pronto cuando Mark se hubo ido-. ¿A ti no?
Roarke se puso en pie y la cogió de los hombros.
– ¿Por qué no dejas que me encargue yo de las flores? Quiero sorprenderte.
– Te deberé una.
– Claro que sí. Puedes empezar a pagarme recordan?do que hemos de asistir al desfile de Leonardo este vier?nes.
– Ya lo sabía.
– Y recordando también que has de pedir tres sema?nas de permiso para la luna de miel.
– Creí que habíamos dicho dos.
– Sí. Ahora me debes una. ¿Quieres decirme por qué de repente te fascina tanto una flor de la colonia Edén? ¿O debo suponer que has encontrado al desconocido?
– Es el néctar. Eso podría relacionar los tres homici?dios. Si consigo un momento de respiro.
– Espero que sea esto lo que está buscando. -Mark volvió con una hoja de papel-. No ha sido tan difícil como yo me temía. No ha habido muchos pedidos de Inmortal. La mayoría de importadores se contenta con imitaciones. Hay ciertos problemas con el espécimen.
– Gracias. -Eve cogió el papel y revisó la lista-. Ya está -murmuró, y luego se volvió a Roarke-. He de irme. Compra muchas flores, carretadas de flores. Y no olvides las petunias. -Salió de estampida mientras sacaba su comunicador-. Peabody.
– Pero… el ramo. El ramo de novia. -Mark miró a Roarke, desconcertado-. No ha escogido nada.
Roarke vio cómo se marchaba.
– Yo sé lo que le gusta -dijo-. Más que ella misma.
– Me alegro de tenerle otra vez por aquí, señor Red?ford.
– Esto empieza a ser una costumbre desafortuna?da, teniente. -Redford tomó asiento ante la mesa de in?terrogatorio-. Me esperan en Los Ángeles dentro de unas horas. Espero que no me retenga usted mucho tiempo.
– Soy de las que gustan de tener las cosas bien atadas para que nada ni nadie se cuele por las grietas.
Miró hacia el rincón donde estaba Peabody de pie, con el uniforme al completo. Al otro lado del espejo, Eve sabía que Whitney y el fiscal observaban atentos. O atrapaba a Redford ahora o lo más probable era que fuese ella la atrapada.
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