J. Robb - Una muerte inmortal

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Una muerte inmortal: краткое содержание, описание и аннотация

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Una top model muere brutalmente asesinada Para investigar el caso la teniente Eve Dallas debe sumergirse en el clamoroso mundo de la pasarela y no tarda en descubrir que no es oro todo lo que reluce. Tras la rutilante fachada de la alta costura los desfiles y las fiestas encuentra una devoradora obsesión por la eterna juventud y el éxito, rivalidades encarnizadas, profundos rencores y frustraciones. Un excelente caldo de cultivo para el asesinato en especial si se añade a la mezcla un desenfrenado consumo de las mas sofisticadas drogas.

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– Ya, ¿qué es?

– Eso nos preguntamos todos, Dallas. Nunca lo ha?bía visto. El ordenador no puede identificarlo. Yo me huelo que procede de otro planeta.

– Eso sube las apuestas, ¿verdad? Por traer una sus?tancia desconocida de fuera del planeta te pueden caer veinte años en cárcel de máxima seguridad. ¿Se conocen los efectos?

– Estoy trabajando en ello. Parece que tiene algunas de las propiedades de las drogas analgésicas. Se carga los radicales libres. Pero hay ciertos efectos secundarios ne?fastos cuando se mezcla con las otras sustancias encon?tradas en el polvo. Lo tienes casi todo en el informe. In?tensifica el deseo sexual, lo que no es mala cosa, pero a eso siguen violentos cambios de humor. Aumenta la fortaleza física pero propicia la falta de control. Deja el sistema nervioso hecho polvo. Te sientes de puta madre un rato, prácticamente invulnerable, te dan ganas de joder como un conejo, pero no te importa gran cosa si a tu pareja le interesa o no. Cuando llega la bajada, se produ?ce de golpe y rápidamente y la única cosa que te pone a tono es una nueva dosis. Si sigues con eso, subiendo y bajando todo el rato, el sistema nervioso acaba diciendo basta. Y te mueres.

– Básicamente es lo que ya me habías dicho.

– Porque estoy atascado con el elemento X. Es un vegetal, de eso estoy seguro. Similar a una especie de va?leriana que se da en el sudoeste. Los indios utilizaban las hojas para curar. Pero la valeriana no es tóxica y esto sí.

– ¿Es un veneno?

– Tomado solo y en dosis suficiente, lo sería, en efec?to. También lo son muchas hierbas y plantas empleadas en medicina.

– Es una hierba medicinal.

– Yo no he dicho eso. -Dickie hinchó los carrillos-. Seguramente es un híbrido de otro planeta. No puedo decirte más, de momento. Tú y los de Ilegales no vais a conseguir que encuentre la respuesta metiéndome prisas.

– Este caso no es de Ilegales sino mío.

– Díselo a ellos.

– Lo haré. Bueno, Dickie. Ahora necesito el análisis toxicológico de Pandora.

– No lo llevo yo, Dallas. Se lo pasamos a Suzie-Q, y tiene todo el día libre.

– Tú eres el jefe de esto, y yo necesito el informé. -Esperó un segundo-. Con las butacas de tribuna van dos pases para vestuarios…

– Ya. Bien, no estará de más hacer alguna averigua?ción. -Marcó su código y luego el archivo-. Suzie-Q lo guardó, bravo por ella. Jefe Berenski, invalidar seguri?dad en Archivo Pandora, Identificación 563922-H.

PRUEBA DE VOZ VERIFICADA.

– Mostrar lexicología.

PRUEBAS DE TOXICOLOGÍA PENDIENTES. RESULTADOS PRELIMINARES EN PANTALLA.

– Estuvo bebiendo mucho -murmuró Dickie-. Cham?pán francés, del mejor. Seguramente murió feliz. Por lo visto era Dom del 55. Buen trabajo, el de Suzie-Q. Aña?dió unos cuantos polvos de la felicidad. A la difunta le gustaban las fiestas. Diría que es Zeus… No. -Inclinó los hombros hacia adelante, como hacía siempre que estaba intrigado o incómodo-. ¿Qué diablos es esto?

Cuando el ordenador empezaba a detallar los ele?mentos, Dickie cortó de un capirotazo rabioso y empe?zó a examinar el informe manualmente.

– Aquí había alguna mezcla -musitó.

Sus dedos jugaron con los controles como los de un pianista en su primer recital: pausados, cautos, precisos. Dallas vio cómo los símbolos iban formándose, disper?sándose y alineándose otra vez. Y entonces vio también la pauta.

– Es la misma. -Eve miró a la silenciosa Peabody con ojos de acero-. Es la misma sustancia.

– Yo no he dicho eso -interrumpió Dickie-. Cállate y deja que termine de ver el análisis.

– Es la misma -repitió Eve-, con el mismo garaba?to verde del elemento X. Pregunta, Peabody: ¿qué tie?nen en común una top-model y un soplón de segunda clase?

– Los dos están muertos.

– Ha respondido la primera parte correctamente. ¿Quiere intentar la segunda y doblar su premio? ¿Cómo murieron los dos?

Peabody esbozó la más liviana de las sonrisas:

– A palos.

– Y ahora el gran premio: tercera parte de la pregun?ta. ¿Qué relación hay entre estos dos asesinatos aparen?temente sin conexión?

Peabody miró al monitor:

– El elemento X.

– Premio. Transmite ese informe a mi oficina, Dic?kie. A la mía -repitió cuando él la miró inquisitivamen?te-. Si llaman de Ilegales, tú no sabes nada nuevo.

– Oye, no puedo esconder datos…

– Muy bien. -Eve dio media vuelta-. Haré que te traigan esas localidades a las cinco.

– Usted lo sabía -dijo Peabody mientras tomaban el des?lizador aéreo para ir al sector de Homicidios-. Cuando estábamos en el apartamento de Pandora. No encontró la caja, pero sabía lo que había dentro.

– Sospechaba -dijo Eve- que era una mezcla nueva, que intensificaba la potencia sexual y la fuerza física. -Consultó su reloj-. He tenido la suerte de trabajar en los dos casos a la vez, de estar pendiente de los dos. Te?mía estar complicando las cosas, pero entonces empecé a hacerme preguntas. Vi los dos cuerpos, Peabody. Era el mismo tipo de exceso, la misma crueldad.

– Yo no creo que fuera cuestión de suerte. También estuve en las dos escenas, y he estado a dos velas todo el rato.

– Pero aprende muy rápido. -Eve saltó del desliza?dor para tomar el ascensor hasta su nivel-. No le dé mu?chas vueltas, Peabody. Yo llevo en esta profesión el do?ble de tiempo que usted.

Peabody entró en el tubo de cristal y miró desintere?sadamente la ciudad a sus pies.

– ¿Por qué me ha hecho intervenir en el caso?

– Usted tiene cerebro y sangre fría. Es lo mismo que me dijo Feeney cuando me puso a sus órdenes. En Homi?cidios. Dos adolescentes acuchillados y lanzados a la ram?pa de la Segunda con la Veinticinco. Yo también estuve unos días a dos velas. Pero encontré un resquicio de luz.

– ¿Cómo supo que quería servir en Homicidios?

Eve salió del tubo y torció por el pasillo en dirección a su despacho.

– Porque la muerte es insultante. Y cuando encima te meten prisas, es el peor insulto de todos. Vamos a tomar un par de cafés. Quiero poner todo esto por escrito an?tes de llevárselo al comandante.

– Supongo que no podríamos comer nada.

Eve le sonrió volviendo la cabeza.

– No sé qué habrá en mi AutoChef, pero… -Calló al entrar en el despacho y encontrarse a Casto sentado con sus largas piernas embutidas en los consabidos téjanos encima de la mesa y cruzadas por los tobillos-. Vaya, Casto, Jake T., como en casa, ¿eh?

– La estaba esperando, muñeca. -Guiñó un ojo a Eve y sonrió arrebatadoramente a Peabody-. Qué tal, DeeDee.

– ¿DeeDee? -murmuró Eve, y se dispuso a encargar café.

– Teniente. -La voz de Peabody sonó dura como el hierro, pero sus mejillas se habían sonrosado.

– Al que le toca trabajar con un par de polis que ade?más de listas están de buen ver es un tío con suerte. ¿Puedo tomar yo una taza, Eve? Cargado, solo y dulce.

– Puede tomar café, Casto, pero no tengo tiempo para consultas. He de revisar papeleo, y tengo una cita dentro de un par de horas.

– Seré breve. -Pero no se movió de sitio cuando ella le pasó el café-. He estado intentando meterle prisa a Dickie. Ese tío es más lento que una tortuga coja. Como usted es primer investigador, pensaba que podría requi?sar una muestra para mí. Tengo un laboratorio privado para estas ocasiones. Son muy rápidos.

– Creo que no será buena idea sacar este caso del de?partamento, Casto.

– Ese laboratorio está aprobado por Ilegales.

– Me refiero a Homicidios. Vamos a darle un poco más de tiempo a Dickie. Boomer ya no puede moverse.

– Vale, usted está al mando. Es que me gustaría ter?minar pronto este caso. Deja muy mal sabor de boca. No como este café. -Cerró los ojos y suspiró-. Santo Dios, ¿de dónde lo saca? Es verdadero oro.

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