John Grisham - La Apelación

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La política siempre ha sido un juego sucio. Ahora la justicia también lo es. Corrupción política, desastre ecológico, demandas judiciales millonarias y una poderosa empresa química, condenada por contaminar el agua de la ciudad y provocar un aumento de casos de cáncer, que no está dispuesta a cerrar sus instalaciones bajo ningún concepto. Grisham, el gran mago del suspense, urde una intriga poderosa e hipnótica, en la que se reflejan algunas de las principales lacras que azotan a la sociedad actual: la justicia puede ser más sucia que los crímenes que pretende castigar.

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Rinehart tenía cuarenta y ocho años, se había casado y divorciado en dos ocasiones, no tenía hijos, no estaba fichado por la policía y no pertenecía a ninguna asociación profesional ni a ningún otro tipo de organismo asociativo. Había obtenido una licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad de Maryland y otra en Derecho en la Universidad de Nevada.

Por lo visto, nadie sabía qué hacía en la actualidad, pero sin lugar a dudas lo hacía bien. Su elegante despacho, en la última planta del cilindro, estaba decorado con arte y mobiliario contemporáneo minimalista. Carl, que no reparaba en gastos en su propio despacho, estaba impresionado.

Barry lo esperaba junto a la puerta de la oficina. Se estrecharon la mano e intercambiaron las cortesías de rigor mientras tomaban buena nota del traje, la camisa, la corbata y los zapatos del otro. Todo a medida, exclusivo. Habían cuidado hasta el último detalle, a pesar de ser sábado y estar en el sur de Florida. La primera impresión era crucial, especialmente para Barry, emocionado ante la perspectiva de echar el lazo a un nuevo cliente de peso.

Carl había medio esperado a un charlatán con mucha labia ataviado con un traje barato, pero se sintió gratamente sorprendido. El señor Rinehart era un caballero distinguido, de voz suave, acicalado y parecía muy tranquilo en presencia de un hombre tan poderoso como él. Por descontado no era un igual, pero al otro tampoco parecía importarle.

Una secretaria les ofreció café cuando entraron en el despacho y se toparon con el océano. Desde la décima planta, en primera línea de playa, el Atlántico se extendía hacia el infinito. Carl, que contemplaba distraído el río Hudson varias veces al día, sintió envidia.

– Bonito -comentó, disfrutando de la vista desde la hilera de ventanales de tres metros de alto.

– No es un mal lugar para trabajar -dijo Barry.

Se acomodaron en los sillones de piel beis cuando llegó el café. La secretaria cerró la puerta y dejó tras de sí una agradable sensación de seguridad.

– Le agradezco que me reciba en sábado y habiendo avisado con tan poco tiempo de antelación -dijo Carl.

– Es un placer -contestó Barry-. Ha sido una semana muy dura.

– He tenido mejores. Asumo que ha hablado personalmente con el senador Grott.

– Por supuesto. Charlamos de vez en cuando.

– Fue bastante vago acerca de a qué se dedican usted y su firma.

Barry se echó a reír y cruzó las piernas.

– Nos dedicamos a las campañas. Eche un vistazo.

– Cogió un mando a distancia y pulsó un botón. Una enorme pantalla blanca bajó del techo y cubrió casi toda la pared. A continuación, apareció toda la nación. La mayoría de los estados estaban coloreados de verde mientras que los demás eran de color amarillo claro-. Treinta y un estados eligen por votación los jueces que presidirán los tribunales de apelación y los tribunales supremos. Son los que están en verde. Los estados en amarillo tienen el sentido común de designarlos. Nosotros nos dedicamos a las verdes.

– Elecciones judiciales.

– Sí. Es a lo único a lo que nos dedicamos, y lo hacemos de manera muy discreta. Cuando nuestros clientes necesitan ayuda, nos concentramos en un magistrado del tribunal supremo estatal poco afín y lo borramos de la ecuación.

– Así sin más.

– Así sin más.

– ¿Quienes son sus clientes?

– No puedo darle nombres, pero todos se encuentran en su mismo barco. Grandes consorcios energéticos, aseguradoras, farmacéuticas, químicas, madereras, todo tipo de fabricantes, además de médicos, hospitales, geriátricos y bancos. Recaudamos mucho dinero y contratamos a la gente sobre el terreno para que dirija campañas agresivas.

– ¿Han trabajado en Mississippi?

– Todavía no. -Barry pulsó otro botón y volvió a aparecer Estados Unidos. Los estados de color verde fueron oscureciéndose poco a poco hasta volverse negros-o Los estados más oscuros son aquellos en los que hemos trabajado. Como puede ver, se extienden de costa a costa. Estamos presentes en los treinta y nueve.

Carl probó el café y asintió, como si quisiera que Barry siguiera hablando.

– Tenemos cerca de cincuenta empleados aquí, todo el edificio es nuestro, y almacenamos gran cantidad de datos. La información es poder, y lo sabemos todo. Revisamos las apelaciones de los estados verdes, conocemos a los jueces de los tribunales de apelación, su historial personal y profesional, familias, divorcios, quiebras, hasta el último detalle escabroso. Revisamos las decisiones, lo que nos permite predecir el resultado de casi todas las causas que se encuentran en estos momentos en los tribunales de apelación. Seguimos las asambleas legislativas y estamos al tanto de las leyes que pudieran afectar al derecho civil. También controlamos los procesos civiles importantes.

– ¿Qué me dice del de Hattiesburg?

– Ah, sí. No nos sorprende el veredicto.

– Entonces, ¿por qué, en cambio, sí sorprendió a mis abogados?

– Sus abogados eran buenos, pero no los mejores. Además, la demandante llevaba todas las de ganar. He estudiado muchos casos de vertidos tóxicos y Bowmore es uno de los peores.

– ¿Quiere decir que volveremos a perder?

– Eso creo. Las aguas van a salirse de madre.

Carl miró el océano y bebió un poco más de café.

– ¿Qué pasa con la apelación?

– Depende de quién esté en el tribunal supremo del estado de Mississippi. Ahora mismo, hay muchas posibilidades de que el veredicto sea ratificado en una votación por cinco a cuatro. El estado se ha demostrado notoriamente complaciente con los demandantes durante estas dos últimas décadas y, como ya sabrá, se ha forjado una bien ganada reputación de ser terreno abonado para los pleitos. Asbesto, tabaco, fentormina, todo tipo de procesos judiciales. A los abogados dedicados a los casos de responsabilidad civil les encanta ese lugar.

– ¿Y perderé por un solo voto?

– Más o menos. El tribunal no siempre es predecible, pero, sí, por lo general suelen votar cinco a cuatro.

– Entonces, ¿lo único que necesitamos es un juez de nuestra parte?

– Sí.

Carl dejó la taza en la mesa y se levantó de un salto. Se quitó la chaqueta, la dejó colgada en el respaldo de una silla y luego se acercó a los ventanales para mirar el océano. Un carguero se alejaba a lo lejos, lentamente, y lo siguió con la mirada unos minutos. Barry fue dando sorbitos a su café.

– ¿Tiene algún juez en mente? -preguntó Carl, al fin. Barry volvió a pulsar uno de los botones del mando a distancia. La pantalla se apagó y desapareció en el techo. Se estiró como si le doliera la espalda.

– Tal vez primero deberíamos hablar de negocios -dijo.

Carl asintió y volvió a sentarse.

– Adelante.

– Nuestra propuesta es más o menos la siguiente: usted nos contrata, el dinero se envía a las cuentas correspondientes y luego le hago entrega de un plan para reestructurar el tribunal supremo del estado de Mississippi.

– ¿Cuánto?

– Estaríamos hablando de dos tipos de pago. Primero, un millón en concepto de anticipo. Todo adecuadamente documentado. Usted se convertirá oficialmente en nuestro cliente y nosotros le proporcionaremos servicios de asesoramiento en el área de relaciones gubernamentales, un término bastante vago que lo cubre prácticamente todo. El segundo pago es de siete millones de dólares y se realiza en un paraíso fiscal. Parte de ese dinero se utilizará para financiar la campaña, pero nos lo quedamos casi todo. El primer pago es el único que constará en los libros.

Carl asentía, sabía muy bien de lo que estaba hablando.

– Por ocho millones me compro mi propio magistrado del tribunal supremo estatal.

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